Viajó a México para recibir el Premio Carlos Fuentes. En poco tiempo deberá volver para que le entreguen otro reconocimiento, el FIL de Guadalajara, que acaba de obtener. Horas antes de partir al aeropuerto, la autora de novelas como "Lumpérica" y "Sumar" habló de su trabajo, de etiquetas como "boom" y "mujer" puestas a la literatura, de la llamada "cultura de la cancelación" y de las posibilidades que ve en la Convención Constitucional.
Hace cuatro días, el miércoles, a horas de viajar a México para recibir el Premio Carlos Fuentes y menos de una semana después de haber obtenido el Premio FIL de Literatura, Diamela Eltit se toma unos segundos para recordar a esa profesora de castellano, ella misma o alguien muy parecida a ella, que a principios de los años ochenta, en medio de la dictadura chilena, escribía "Lumpérica"; esa novela, publicada en 1983, que parece un sueño o tal vez el desvelo de la razón, en la que una mujer y "el lumperío" conviven entre las luces, sombras, fuegos y frío de una plaza.
"Cuando al oscurecer los insomnes llegan adornados al sitio escogido. Ahora que el frío aumenta y el cuerpo se traspasa azuloso. Tanto frío en la plaza que los pulmones se inundan y hasta la respiración cuesta", se lee allí. "Efectivamente, la oscuridad se hace difícil de disimular".
Casi treinta años después de esa primera novela, Eltit (Santiago, 1949) es una escritora reconocida, autora de "Por la patria", "Vaca sagrada", "Mano de obra", "Impuesto a la carne" y "Sumar", entre otras ficciones; es una intelectual pública, también ensayista, una académica que divide su año entre Chile y Estados Unidos, premio nacional de Literatura y premio José Donoso.
¿Qué ve Eltit cuando mira a esa persona que escribía "Lumpérica"?
"Bueno, veo trabajo", dice; y ríe. "Veo trabajo y sigo viendo trabajo, de libro en libro; sí que trabajé mucho. La falta de certeza en relación con lo que uno está haciendo no me ha abandonado nunca, cada libro es muy incierto, es un territorio de incertidumbre para mí, nunca me ha garantizado nada el próximo libro".
—¿Incluso la incertidumbre de si se va a concretar un nuevo libro?
—Si se va a concretar y, bueno, si me la puedo en definitiva (ríe). Entendiendo que siempre el deseo del libro es mayor que el libro mismo. O sea, nunca se va a llegar a cumplir el deseo de libro, eso no es posible.
Palabra en disputa
Gracias a autoras como Mariana Enríquez, Nona Fernández, Samanta Schweblin o Lina Meruane, por nombrar cuatro casos, en algunos medios, sobre todo en España, se habla de un "nuevo boom latinoamericano", pero esta vez "femenino". Eltit, feminista, una de las organizadoras del Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana realizado en Santiago en 1987, referente para varias de esas autoras, mira con cuidado las etiquetas.
"Hace ya décadas, especialmente en los 70, se trató de reubicar la producción de mujeres. Fundamentalmente, las mujeres mismas buscaron la reivindicación de las mujeres a partir de congresos literarios de escritoras", dice. "Eso fue una iniciativa muy interesante, pero, claro, estaba bajo el rótulo 'literatura de mujeres'. Y si hablamos de literatura de mujeres, quiere decir que hay otras literaturas, u otra, que no es de mujeres. Y si no es de mujeres, pues queda bastante claro que sigue más o menos intacta la clasificación 'literatura' en lo masculino".
—Sigue siendo la literatura por defecto o central.
—Lo que ocurre es que existiría una especie de gueto, muy grande, se agranda el gueto, pero sigue esa división binaria entre literatura y literatura de mujeres, donde se agrupan las mujeres todas juntas más allá de sus diferencias. De esa manera se biologiza la letra, y en realidad la letra tiene que ver con dispositivos sociales y estéticos, no necesariamente sexuales ni genitales, tiene que ver con trabajo, con productividad, con estéticas y con poéticas.
El mercado, y el sistema en general, es
muy astuto y se apropia de estas categorías para su fin, que sería este boom. No es que no crea que todas y cada una de las escritoras tenga su lugar, tienen propuestas muy interesantes, pero catalogadas todas juntas, bajo ese rótulo, hay que pensarlo más finamente. Por una parte, por supuesto, está bien que se nombren, pero lo que está mal es que a la
escritura le den sexo y género".
—¿Cómo conjugar la visibilización de las escritoras con la no genitalización de la literatura?
—Pienso que es un horizonte por ganar, y que lo que tendría que producirse dentro del campo literario es una democratización. Lo que le falta al campo literario es democracia. Cuando hablo de democracia estoy hablando de equidad. Entonces tiene que haber un momento en que esa equidad se dé. Pero para eso se requiere que el aparato social entero camine hacia una equidad, porque no va a caminar nuestro campo solo mientras el resto del aparato social sigue en sus clasificaciones. (...)
Ser mujer no garantiza absolutamente nada literariamente, pero ser hombre tampoco. El punto es qué estéticas, qué poéticas, qué propuestas, qué letra está dentro del texto que estamos leyendo, y fuera del texto que estamos leyendo. Eso es lo importante. Yo no he visto hasta el momento un congreso de hombres literarios, y no se ha hecho porque no es necesario. Hay que pensar estas materias entendiendo que la literatura es un campo con tensiones. Yo creo que la literatura es un campo siempre en tensión, un campo también con zonas en disputa. Esas tensiones son necesarias. Y ahí uno puede ver esas poéticas, esas estéticas y ese manejo de la letra independientemente del sexo de sus cultores. No se trata tampoco, eso lo he dicho, de hacer grupos de amigas o lecturas de protección. No. Eso es para los niños, hay que proteger a los niños. Pero la letra es la letra, independientemente de cualquier cosa.
—Otro espacio de tensión, o de palabra en disputa, es la supuesta cultura de la cancelación, en ámbitos que van de la política a la literatura, pasando por la academia y la prensa; un debate surgido en Estados Unidos e importado a Chile. Usted se mueve entre ambos países, ¿qué le parece el asunto?
—Depende de los casos, porque, por ejemplo, 'Lolita', de Nabokov, me parece que es una novela muy impactante y muy necesaria para leer lo que significa un pedófilo; leer esa novela es ingresar en ese campo. (...) Entonces, yo jamás pensaría que es un libro complejo, complicado, cancelable. Hay, sí, autores con una vida muy compleja, estoy pensando por ejemplo en Althusser, que estranguló a la mujer. Althusser tiene una apuesta política que no es menor, pero claro, él ahorcó a su mujer y entonces que alguien haga una devoción de Althusser es curioso. Su obra habría que separarla de su padre autor, pero eso no quita que sea un asesino y que fue terrorífico que haya matado a su esposa.
Hay que ver; a lo mejor en estas expresiones hay una voz muy inmediatista, medio precipitada. Hay que pensar bien. Por ejemplo, en el caso de los ataques a (Elisa) Loncon o a la machi (Francisca Linconao), tienes que ver qué habla ahí. A ellas tratan de cancelarlas, entre comillas, por la diferencia, por pertenecer a
los pueblos originarios. Entonces, hay que ir viendo siempre finamente. Pero desde luego eso no quiere decir negar cuando hay cuestiones ligadas a abusos o crímenes, como estábamos hablando.
—El jurado del premio FIL subrayó que su obra rescata "las posibilidades de una nueva humanidad". Usted, días después, dijo en el diario El País que en la conformación diversa de la Convención Constitucional "radica el germen utópico de lo que uno piensa que debería ser Chile". ¿Quizás la utopía sea el punto de encuentro entre política y literatura?
—La composición de la Convención es extraordinaria, porque efectivamente, de manera literal, hay una diversidad contenida. Desde profesionales de alto prestigio, abogados, en fin, y personas que provienen de otras nomenclaturas sociales igualmente válidas, igualmente necesarias; solo que muchas veces, la mayoría del tiempo, nunca han comparecido juntas a nada, pero esta vez todas han comparecido juntas a todo. Hay factores que nos han puesto como un caso único... Chile siempre busca ser único en el mundo (ríe), o 'el más', por esa cuestión de país chico que somos... Pero tenemos efectivamente paridad. La Convención tiene paridad, pero en Chile no hay paridad. Entonces, pienso que es un horizonte, que lo que hay ahí es un horizonte posible".
—¿Y en ese sentido es algo utópico?
—A mí me parece sinceramente poético, la conjunción de cuerpos me parece muy, muy poética. Y es un horizonte, porque efectivamente no hay paridad, efectivamente las ciudades están territorializadas, no hay contacto, no hay intercambio, no hay circulación. Chile se ha transformado en un país muy elitista, pero en esa Convención hay un espacio al cual deberíamos acceder. No sé si es utópico, porque ocurrió, están ahí y además están en un acto extremadamente cultural como es escribir. Ellos están ahí para escribir. Sí me parece extraordinario y ojalá llegáramos lo antes posible a ese lugar. Creo que también es un lugar de deseo, la población desea eso, porque si no, no habría ocurrido.
Ahora, tendríamos que pensar hasta qué punto eso consigue permear la hegemonía, porque vivimos un proyecto socioeconómico muy salvaje y muy concentrado en la riqueza, en el acaparamiento de bienes. (...) Es el modelo lo que se interroga. Entonces, vamos a esperar, creo que hay que esperar y no creer que estamos en un horizonte completamente distinto, porque no es así; es un horizonte por construir.
Poder seguir
Vicente Huidobro habló de los horizontes cuadrados; un imposible que, sin embargo, se puede escribir. O al menos se puede hacer el intento. Eltit lo dijo al principio de esta entrevista: la incertidumbre la acompaña cuando escribe. Está trabajando en una nueva novela, o en lo que podría ser una nueva novela. Eso es lo que sabe, o es lo que cuenta.
"Todavía tengo muy poco escrito, espero poder seguir", dice. "No sé qué va a pasar, si lo voy a conseguir o no. Pero también es interesante trabajar con zonas más de inseguridad, me parece súper atractivo, en el sentido de que tienes también un horizonte que puedes construir sin certezas. Yo, verdaderamente, no tengo ninguna certeza".
—Solo que existe...
—Sí (ríe), solo eso, y que escribo. Que logro escribir.
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Diamela Eltit: "No tengo ninguna certeza"
Por Juan Rodríguez M.
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, 5 de septiembre de 2021