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Diamela Eltit, escritora y ensayista:
“La escritura salva la vida, porque la vida me parece muy burocrática”

Por Javier García
Publicado en La Tercera, 7 de Julio de 2018



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Ha sido testigo de hitos fundacionales de la cultura chilena. Hace 30 años Diamela Eltit (68) participó en la organización del primer Congreso Internacional de literatura Femenina realizado en Santiago. Hoy recuerda que a su inauguración llegaron Jorge Edwards y José Donoso.

Alumna de Nicanor Parra, Eltit fue también su vecina en el balneario de Las Cruces. Pero antes de eso, a inicio de los 80, mientras el antipoeta creaba artefactos, ella junto a un grupo de jóvenes irrumpió en la escena local con una serie de acciones de arte con el grupo CADA. Marginales y provocadores, los integrantes del colectivo se convirtieron en autores referentes, como el poeta Raúl Zurita y los artistas Lotty Rosenfeld y Juan Castillo.

Por entonces Eltit también desplegó su obra narrativa con la publicación de Lumpérica, en 1983. Atenta a la contingencia, sus historias reflexionan sobre los postergados y los abusos de poder, como en Mano de obra  (2002),  Impuesto a la carne (2010) y Fuerzas especiales  (2013). Por su obra ha obtenido premios como el José Donoso 2010.

Ahora llega a librerías su novela número 11. Se llama  Sumar y es la historia de un grupo de vendedores ambulantes decididos a marchar para luchar por sus derechos. “Una marcha múltiple, la más numerosa del siglo XXI (…) Es que ya estamos absolutamente cansados de experimentar toneladas de privaciones. Hastiados de los golpes que nos propinan las oleadas de desconsideración y de desprecio”, dice la dirigente Angela Muñoz, quien es protagonista junto al líder Casimiro Barrios del relato publicado por Seix Barral.

“No tengo un esquema anterior al libro, aparece en la página misma y si hay ciertos materiales que me parecen importantes los sigo”, dice Eltit sentada en un sillón de su casa ubicada en Ñuñoa. “El punto es si tengo algo que escribir, no dónde escribir. No tengo lugares sagrados”, agrega la autora, quien a la par de la escritura ha hecho una labor académica en Chile y el extranjero. Es más, por estos días tramita su jubilación de docente en la UTEM, pero continuará el trabajo que realiza desde hace una década en la U. de Nueva York, donde hace clases de septiembre a diciembre.

“Fue una hazaña que hicimos sin ningún peso”, recuerda Eltit sobre el primer Congreso de Literatura Femenina, y también cita un hecho pasado cuando se postuló al Premio Nacional de Literatura en 2006. “Fue por reclamar para que se lo dieran a una mujer”, señala respecto del galardón otorgado desde 1942 que ha recaído en 49 hombres y solo 4 mujeres. En 2006 el premio, que bianualmente se alterna entre un poeta y un prosista, lo obtuvo José Miguel Varas. Este año, que por primera vez lo entregará el Ministerio de las Culturas, debería recaer en un narrador y el nombre de Eltit está entre los favoritos. Ella dice que no postulará. “Se producen muchas humillaciones en ese trayecto”, comenta quien también llega a librerías con  No hay armazón que la sostenga, conjunto de entrevistas que inaugura la colección Mujeres en la Literatura de la editorial de la U. de Talca.


Orden masculino

La cifra está definida. La marcha de los trabajadores en Sumar se extiende por 370 días y 12.500 kilómetros. “Cuando termine nuestra caminata vamos a acceder a la moneda porque necesitamos torcer el tiempo para disponernos a vivir”, señala la narradora y madre de cuatro hijos.

La novela parte con un testimonio verídico de un padre. Es una carta fechada en octubre de 1973, en ella le escribe a un miembro del Ejército para que pueda recuperar el cuerpo de su hija, Ofelia, quien fue arrestada en la industria Sumar, y tras ser asesinada fue sepultada en el patio 29 en un cajón “con otra persona de sexo masculino”. “Con todo el respeto que usted me merece y con la eterna gratitud quedo a la espera de su comprensible, favorable y rápida respuesta”, escribe el padre, Santiago Villarroel.


¿Por qué quiso comenzar la novela incluyendo esta carta?
—Es parte del libro de Leonidas Morales, Cartas de petición 1973-1989, que parientes de personas desaparecidas hacían llegar a la Vicaría. Esa carta siempre me dio vuelta por el hecho que se describe, entre inaudito y terrorífico, de una trabajadora que la sacan de una fábrica y la matan, y que además la entierran en una fosa común junto a otra persona. Y es increíble, en la escritura, la cortesía de los deudos hacia las autoridades, y es porque están pisando sobre un suelo muy frágil.

“Todo parece demasiado trágico e inminente”, dice la narradora, haciendo también referencia a la celeridad de las nuevas tecnologías.
—El tiempo es una ficción y por lo tanto puedes condensarlo. Traté que coexistieran tiempos, tecnologías, sucesos, de manera muy anárquica unos con otros. Ahora los personajes tienen un origen: son seres bastante olvidados de la lucha social chilena de principios del siglo XX. En este el libro trabajé con la memoria y con libertad porque la ficción te permite eso, entre otras cosas, de hacer lo que el hombre ha querido siempre: viajar por el tiempo.

En Chile hay muchos vendedores ambulantes inmigrantes. En la novela está el personaje de El Colombiano…
— No quise ser tan obvia, pero era inevitable la aparición de El Colombiano. Hay que decir también que uno de los dirigentes, Casimiro Barrios, era peruano, y lo expulsaron del país. Le aplicaron la Ley del Machete. La sociedad chilena siempre ha mirado al extranjero, menos el europeo, con desconfianza y con un clasismo incomprensible.

¿Qué le parece el tema migración en el país?
—La historia de la humanidad es de migraciones. Es un hecho histórico ese movimiento humano y nunca se ha detenido. Hoy día estamos en un peak migratorio mundial y por supuesto tiene que haber una ley de migración sensata, nunca discriminatoria ni negativa. Mi abuelo era palestino, por el lado de mi abuela vinieron de Argentina, entonces somos hijos de quizás cuántas cosas, sobre todo de viajes.

Su obra es una especie de crónica que narra también la contingencia social. ¿Cómo ve Ud. esto?
—Siempre he tenido una mirada sobre ciertos espacios y esos espacios, en general, son más border. Ahora el tema de la desigualdad es alucinante. Esta vez tomé lo ambulante, pero también su flujo y cómo fluye la marcha. Por otro lado, lo que me interesaba de lo ambulante es esa globalización desde abajo. La falsificación de las marcas que es muy interesante, que son los comercios que están en las ferias libres, en la calle, que habitualmente vienen de China. Esto muestra cómo el sujeto más vulnerable porta la misma marca, por ejemplo, una cartera Louis Vuitton, que la de otro que ingresa a un lugar de alta importancia económica, en otro sector de la ciudad. Eso es una duplicación y un sarcasmo para el mercado. La única manera de pertenecer, de un joven que usa zapatillas de marca, es a través de esa duplicación y de alguna manera esto democratiza. A mí me parece bien que los chicos tengan sus Nike y las señoras sus Louis Vuitton, ¿por qué no?

Y la marcha de los trabajadores en la novela coincide con las actuales marchas feministas…
— La gente históricamente ha marchado. A principios de la década del 20 ocurre la Marcha del Hambre, con el cierre de las salitreras, hacia La Moneda. Hoy día puede que se esté marchando más, pero siempre se ha marchado incluso bajo dictadura. Ahora me parece muy bien la llamada ola feminista. Por muchos años, siglos, la palabra feminismo fue muy negativa. Y ahora la gente más conservadora, que más abominaba de la palabra feminista, resulta que junto al país se declara feminista. La palabra perdió ese carácter negativo. Incluso el presidente de la República se declaró públicamente feminista. Entonces, curiosamente, la derecha consiguió, lo que no se había conseguido, que era validar una palabra. Yo creo que esto ocurrió por la caída de instituciones que perdieron su peso, como Carabineros, parte del Ejército, la Iglesia, el sistema político en general, o sea, el orden masculino. Y los estudiantes han marchado, quienes junto con los obreros, siempre han sido la vanguardia. Por otra parte, la gratuidad también instaló la memoria de una lucha y se juntó con el ímpetu de la lucha de las chicas que están dando.

¿Y qué opina cuando en los petitorios se exige la aplicación de un lenguaje inclusivo?
—El lenguaje es arbitrario y convencional y va a cambiar tantas veces sea necesario. Si lees el (Cantar de mio) Cid, hoy no entiendes nada. “De los sos ojos tan fuerte mientre lorando/ tornava la cabeça e estava los catando” (recita)… Hoy se vuelve ilegible. Y por otro lado hay que ver que en las redes sociales, por ejemplo, el “que” se escribe “q” y todos entienden. El lenguaje se modifica y rápidamente nos adecuamos a los cambios gramaticales. La academia se opone porque la academia es la policía del lenguaje. Ahora no estoy muy de acuerdo con el “Todos, todas y todes” porque se repite lo mismo. Además de un agregado que es “Todes”, que podría ser también una forma discriminatoria. Hay que ser más flexible, somos una sociedad muy escolarizada, hijos del rigor de la academia. Yo creo que también ya es hora de cambiar los curriculum en las universidades, repensar los cánones e incorporar mujeres. Está bien estudiar a Blest Gana y Martín Rivas, pero yo nunca estudié la obra de Rosario Orrego, que era contemporánea de ellos.

Hay interés por su obra en las nuevas generaciones, reflejado en el apoyo para que usted reciba el Premio Nacional de Literatura. ¿Por qué cree se produce ese diálogo?
—Creo que existe un hilo narrativo. Yo he leído con mucha atención a los escritores que me antecedieron, muchísimas escritoras del siglo XIX hasta ahora, incluyendo la fascinación por la obra de Marta Brunet. Y lo que pasa que si uno no sigue ese hilo queda huérfana. Y yo me alegro mucho y me siento muy honrada que hombres y mujeres sigan el hilo. Me gratifica mucho saber que hay gente que valora, no importa en qué grado, lo que hago.

¿Postulará al Premio Nacional?
—Yo no voy a hacer ninguna campaña. Además eso tensa mucho. Yo nunca he escrito para ganarme el premio. La escritura es algo más personal, es un desafío, es algo urgente. El mundo no está hecho para que escribas literatura, entonces también es un desacato. Pero yo soy obediente y trabajo. Tampoco me he puesto en el lugar de ganar dinero con la literatura, no postulo, por ejemplo, a fondos públicos. Me mantengo con lo que trabajo, nunca estuvo en mi horizonte la idea de los premios. Creo que la escritura salva la vida, porque la vida me parece muy burocrática, lineal, no la encuentro demasiado atractiva. Mi premio es escribir.



 

 

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“La escritura salva la vida, porque la vida me parece muy burocrática”
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Publicado en La Tercera, 7 de Julio de 2018