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Diamela Eltit: "Mi deseo es una literatura sin domicilio"

Por Roberto Careaga C.
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 10 de julio de 2016



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A fines de los 80, el extinto diario La Época invitó a la escritora Diamela Eltit (Santiago, 1947) a escribir en sus páginas. Aceptó, pero debía encontrar la forma adecuada. Pionera en la resistencia cultural a la dictadura, la novelista quería ser capaz de dar cuenta de la decadencia del gobierno militar, pero también le preocupaba algo más: "Estaba (y continúa) la fama negativa que me rodeaba de no ser inteligible -o de tener una escritura ininteligible", recordó en un simposio en la Universidad de California el año pasado. Y agregó: "Porque un tema era escribir un libro ininteligible y otro era escribir en un diario de alta circulación nacional un texto incomprensible". Más allá de las dudas iniciales, Eltit escribió. Nadie se quejó de que no se diera a entender.

Aquella "fama negativa" persigue a Eltit desde su primera novela, "Lumpérica" (1983), y, después de 30 años y una docena de libros, aún no se ha extinguido. Efectivamente, su ficción no es sencilla. Pero lo de "ininteligible" es una simplificación ante una obra compleja, esquiva del relato tradicional y que, en torno a tópicos ya clásicos -lo femenino, la marginalidad, el cuerpo-, ha levantado una particular lectura política sobre el país. Como complemento, ha tenido una larga escritura en prensa, desde La Época hasta The Clinic, pasando también por colaboraciones en Artes y Letras, más sistemáticas intervenciones en congresos académicos y presentaciones de libros. Y desde esta última cantera proviene su nuevo libro: "Réplicas. Escritos sobre literatura, arte y política", que reúne textos dispersos de la última década.

"Pensé que se podía organizar un camino para leer ciertos problemas estéticos, políticos, culturales en los cuales no solamente yo, sino muchas personas hemos caminado por muchos años", cuenta Eltit, en el living de su casa en Ñuñoa. Más dada a la risa de lo que se podría inferir de la seriedad de sus textos, la profesora de escritura creativa de la Universidad de Nueva York recoge en "Réplicas" escritos de contingencia, reflexiones literarias y también apuntes que documentan su propio recorrido: de Gabriela Mistral a Camila Vallejo, de Karadima a Pedro Lemebel, del boom latinoamericano al colectivo artístico CADA, Eltit traza una ruta en que desde la primera página surge su postura estética: "Después de todo (y, quizás, a pesar de todo) sigo considerando la literatura como adicción y riesgo".

"Réplicas" está anudado a través de un trabajo que, hace 30 años, Eltit hizo junto al lingüista Óscar Aguilera de traducción de relatos orales kaweskar y síntesis de su lectura. "En ese momento leí mucho sobre las etnias del extremo sur, los yaganes, los kaweskar y los onas. Vi esa tragedia, especialmente el genocidio de los onas por parte de los hacendados, de la cual recién empieza a hablarse. Siempre me he preguntado por qué es posible en un momento y no antes ver lo que siempre ha estado disponible para ser visto. Las fotos que documentan ese genocidio siempre estuvieron ahí", cuenta la escritora. "Estas traducciones funcionaron como guía, como reposición no solo de un trabajo de Aguilera y mío, sino también de reposición de una lengua, porque ellos están antropológicamente extinguidos y su lengua igual. Y me pareció interesante poner eso como tensión de lo minoritario, de lo frágil, de lo vulnerable. Y ahí emprendí mi aventura por los canales kaweskar. Mi propio nomadismo", añade.

De hecho, en este libro, usted habla de su escritura como una "literatura okupa".
— Ese es mi deseo. El deseo de una literatura sin domicilio. Me pareció interesante para nombrar algo que fuera visible. La historia de los okupa es muy larga, están hace mucho como forma cultural de habitar, más allá de los legalismos. Es una decisión de vida que está en domicilios inciertos. Está fuera de la casa propia. O de la renta. Es una imagen interesante para retratar un movimiento, una literatura que filie menos. Yo pensaba en algo border. No afuera ni adentro: ni afuera porque es muy romántico, ni adentro porque es muy peligroso.

Una de las líneas del libro es la literatura hecha por mujeres y en un artículo sobre el boom latinoamericano usted plantea una pregunta que se aborda poco: por qué en esa generación no resaltaron escritoras.
— Había, claro. Clarise Linspector, por ejemplo. Son formas de normalización de una época. Lo que le hablaba antes de los onas: las fotos están ahí y a veces no se pueden ver. No se puede separar el boom de un contexto histórico. Planteó nuevas formas: la idea de un agente literario, la del diálogo a través de los suplementos literarios, las traducciones, y ahí se generó la literatura comercial para Latinoamérica, independientemente de que esos escritores fueran muy connotados. Pero también hubo otros escritores, igualmente importantes, que quedaron afuera, el mismo Rulfo, incluso Borges, que tenía un camino ya construido en otra dirección.

¿A qué mujeres de esa época no leímos?
— No solamente mujeres que no se leen, sino que no se nombran. Yo estudié literatura, entonces mi canon como estudiante estuvo centrado en lo masculino. Blest Gana, por ejemplo, por supuesto es muy interesante y muy necesario, pero no se habla de Rosario Orrego, que es su contemporánea. Yo, más tarde, era repetidora de ese canon masculino y luego, cuando escribí, tenía que repensar, porque si yo no nombraba mujeres -que era la orden hegemónica-, yo misma me desnombraba, porque desconocía cuerpos de escritura que habitaron ese tiempo y que no han sido lo suficientemente valorados. Entonces a usted, como periodista, que leerá muchas entrevistas a escritores, yo lo desafío, como un desafío cultural, a que veamos qué se nombra en las entrevistas a escritores ahorita. No es los años 60, 70, 80, ni 90, ahora.

Ahora, a propósito de la inminencia del Premio Nacional de Literatura, se puede volver a pensar en todas las mujeres que no han recibido el galardón.
— Es como la foto de los onas: no se ve no porque no esté disponible, sino porque el sistema va velando. Hay momentos de opacidad de la hegemonía.

En su escritura de no ficción, ¿ha tratado de remover ese velo?
— No, no me daría ese poder. Entre otras cosas, porque yo soy parte de ese velo.

¿Cree que una mujer debería ganar el Premio Nacional este año?
— Progresivamente, el premio se ha transformado entre un reality y un concurso público. Muestra la composición de fuerzas del campo cultural. Que está bien; con estas cosas un poco domésticas revive el mundo literario. Pero el que decide es el jurado. La gente que se está presentando este año es muy meritoria. Y aparece una figura nueva, que es Elicura Chihuilaf, que presenta la Universidad de Temuco. Esa postulación es inédita: no se había presentado un escritor emblemáticamente mapuche al Premio Nacional. Y, por otra parte, hay hombres que son muy meritorios en la lista. Y, además, desde el año 1951 que no se lo dan a una mujer poeta. O sea, el jurado tiene un lío del porte de un buque. Este no es un lío para el frente cultural, es un lío para el jurado. Cómo se resuelva es muy complejo.

A estas alturas, ¿la cultura chilena ha resuelto el lugar de Gabriela Mistral?
— No, pero es entretenido que no lo resuelva. Encuentro mucho más interesante esa complejidad sobre una figura, que la claridad. Estamos hablando ya de tres siglos, ella nació en 1889, y sigue dando sorpresas. Mistral se canoniza, se descanoniza, se repiensa. Sucede que con Mistral aprovecharon su escritura para construir un tipo de mujer. Una mujer cuya maternidad frustrada originó una maternidad universal. Además, era una mujer que no se casó y se dedicó a la escuela, a los niños. Y, en esa primera construcción, se le quitaron sus méritos pensantes. Porque en ese momento la mujer pensante era mal vista, podía tener menos atributos. Pero, incluso en mis primeros tiempos, yo recuerdo haber leído que decían que yo leía teoría... Entonces la idea era que yo, al escribir, completaba un programa teórico, lo que es imposible.

En uno de los textos de "Réplicas", plantea que con el gobierno de Sebastián Piñera se llegó al fin de una época ideada por la Concertación. ¿Qué huellas dejó esa época en la cultura?
— Arriesgando una mala lectura, pienso que la Concertación no generó cultura. Y estoy pensando que en Chile, en diferentes épocas, hubo una cultura de clase media o una cultura obrera muy importante. Sucedió por distintos motivos, tal vez porque la Concertación se plegó al mandato cultural de las élites. Vale decir, se mudó a los barrios, los colegios, los transcursos, a lo cercano al ABC1. Y Piñera mismo, cuando habló de libros, habló de algo ligado a la entretención, siempre. No al trabajo, en ningún caso a la formación cultural. Entonces, no creo que haya más que la impronta que su gobierno quiso plasmar en todo nivel: el éxito. Tal vez esa es la marca para el frente cultural, ligarse al éxito. Pero, ¿dónde está el éxito? ¿Qué es ser exitoso? No me parece que Piñera haya dejado una marca mayor de la que venía arrastrándose desde los 90.

¿Siente como una carga haber sido catalogada de ininteligible?
— Bueno, sería absurdo, hipócrita, negar que siempre ha habido alrededor mío una tensión. Desde el primer libro hasta el último. Una tensión con el otro, en el espacio. Independientemente de que también he tenido mucha lectura, recepción y comprensión. Pero asimismo ha habido una zona más hostil o difícil. Ha sido algo que usted habrá escuchado muchas veces sobre mí: 'No se entiende'. Uno lo que tiene que hacer es entender dónde está parado. A mi juicio, eso es lo más importante; porque si tú entiendes dónde estás parada, sigues parada. Si no entiendes, te puedes caer.

¿Pero le ha pesado?
— Usted comprenderá que, si me hubiera importado, habría dejado de escribir hace mucho tiempo. Tuve la suerte de que lo literario se presentó muy prematuramente en mí, entonces encontré algo a lo que agarrarme. Qué puedo hacer, no puedo cambiarle la cabeza a nadie. No me gusta esa cosa de espadachines pública, me da un poco de lata, puede que sea hasta necesaria, pero no me interesa.

Más allá de las diferencias personales y domésticas que hubo en su momento, ¿leyó a Roberto Bolaño?
— Esa pregunta siempre la espero, porque es parte del juego cultural. Pero también yo prefiero no responderla. Por qué: Bolaño murió y eso para mi fue lamentable, porque murió muy joven. Más allá de las diferencias, Bolaño murió y yo quedé viva y me parece imposible hablar -en la esfera de los problemas que se detonaron- de alguien que no pueda contestar.

 

Fotografía de Diamela Eltit: Sergio Alfonso López



 

 

 

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