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Diamela Eltit:
"No tengo un gran halo de mí misma"

Por María Cristina Jurado

Publicado en revista YA, 11 de mayo de 2021



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Parapetada en una escritura lúcida, de reflexión intelectual y en su prestigio internacional de 40 años, Ana Diamela Nadine Eltit González mira fijamente la pantalla de su computador. Con la tecnología se entiende bien: esta intelectual de 73 años que no se tiñe, no se maquilla, y que admite que no se siente una adulta mayor, sino una mujer vieja, pasó con fluidez desde la máquina de escribir a la eléctrica, y desde esta al computador, convirtiendo ese transcurrir en un puntal de su literatura. Como Distinguished Global Professor de Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York desde hace más de una década —después de enseñar en Berkeley, Johns Hopkins, Columbia y Stanford— Eltit, casada desde 1998 con el exministro y excandidato a la Presidencia de la República Jorge Arrate, es una creadora fundamental de Chile. En 2018, antecedida por Mistral, Brunet, Paz y Allende, se convirtió en la quinta chilena en ganar el Nacional de Literatura, que jamás pensó obtener.

Diamela Eltit es una mujer atractiva. También es erudita. Discute tópicos, modula lentamente y —cultivadora de un humor negro por el que se ríe de ella misma—, salpica con frescura su discurso sobre lo divino y lo humano. Ahora recorre con sus ojos la habitación cargada de libros y dice que esta casona antigua le gusta, entre otras cosas, porque con Arrate viven en el barrio que les corresponde, Ñuñoa antiguo.

La escritora, toda de negro, dice:

—Es una casa vieja, pero a mí me gusta y siempre se echa a perder algo.

A semanas de ganar el Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en español —uno más en su lista—, Eltit, con 26 libros publicados, tiene el aura de una creadora realizada.


Con su obra traducida desde el finés y el griego hasta el portugués, y casi 30 libros, ¿qué le falta para cumplir su misión?
—Me sentí muy asustada y muy impactada de haber terminado mi primer libro. Hubo una zona de inseguridad, pero había terminado un libro y eso no era menor. Me pasa cada vez lo mismo. Yo no siento, sinceramente, que pueda ir más allá mi literatura de lo que ha ido. Más que una adulta mayor, soy una mujer vieja, ¡pero bien! No he vivido con neurosis mi proceso de envejecimiento. Me permití vivir cada etapa de la vida —una vez superados los traumatismos de la adolescencia y la no pertenencia a nada—, de manera plena.

¿Fue una decisión consciente?
—De pronto me di cuenta que era importante calzar con uno misma. Uno nunca calza enteramente, pero para mí fue importante permitirme vivir las etapas de manera menos traumática y menos neurótica. He querido vivir la edad de manera lúcida. Hay miedo en algunas mujeres y desesperación por algo que no es posible cumplir, la juventud como insumo. Preferí vivir mi tiempo simbólico y biológico de la mejor manera posible, en el entendido que todas las industrias se dejan caer sobre la mujer: la industria cosmética, la de las cirugías, los químicos. Es verdaderamente una asolada al cuerpo de la mujer. He podido navegar bien conmigo misma y no ha sido traumático porque me he dedicado a escribir.

Nunca pensó ganar el Premio Nacional de Literatura ni el José Donoso. En plena pandemia obtuvo el Carlos Fuentes y la Casa de las Américas reconoció su novela “Sumar”. ¿Le importan los premios?
—En un registro, siempre va a ser estimulante un premio. Yo lo separo de mí misma, pienso en el recorrido e inscripción de los libros, son muchos años de escritura. Es sorprendente que esos libros hayan llegado a algún derrotero, porque para mí lo más importante es la producción de escritura. Escribir: esa es mi obsesión y mi trabajo. Cada vez que escribo un libro —y en ese sentido no hay premio que te ayude— la incerteza invade mi escritura, hay un punto en que se fragiliza todo. Estoy siempre frente a la incertidumbre, soy muy autocrítica.

Se concentra:

—Jamás en toda mi vida pensé en el Premio Nacional. Nunca. Ni la que escribió la primera novela, ni la segunda novela, era algo que no contabilizaba en ninguna parte de mi imaginario ni de mi futuro literario. No veía por qué yo iba a pensar en un Premio Nacional. Me sentí contenta cuando lo recibí no solo por mí, sino por mis acompañantes literarios. Pero podría haberme muerto sin el Nacional y no habría tenido ni una gota de resentimiento.

Su carrera es muy reconocida, aquí y afuera. ¿Cómo es que se sigue fragilizando frente a la página en blanco?
—Me siento insegura, eso siempre está latente. Me considero una persona común y no tengo un gran halo de mí misma. Converso contigo como si nunca me hubiera ganado un premio. No tengo esa necesidad o la capacidad de pensarme como importante. Puede ser que tenga la autoestima baja, no lo sé, pero me prefiero así. No podría estar contando premios. Prefiero lo comunitario, entender que formo parte de un tejido literario y una comunidad literaria.

En mayo llega a Chile “El ojo en la mira”, que resumirá las lecturas de grandes escritores como ella, Alan Pauls y Margo Glantz.

Se convirtió en la segunda mujer en ganar el premio Internacional Carlos Fuentes, que antes obtuvo Mario Vargas Llosa.
—Quedé muy impresionada cuando me llamaron, porque no tenía computado en ningún lugar una cosa así. México instituyó este premio cuando murió Fuentes, es un país muy memorialista. Pero no tengo radares de premios yo. Lo que me interesó mucho como situación es que los libros se abrieron un camino. Los libros viajaron, caminaron y llegaron a constituir algo.

* * *

Diamela Eltit no habla de su intimidad ni de su mundo personal. Se niega a hablar de sus hijos, de la muerte de su madre, de sus relaciones afectivas.

Siempre tuvo un discurso distanciado de lo sentimental. ¿Esa visión ha sido alterada por la magnitud de esta pandemia?
—Vivimos días planos. Yo tengo un espacio, pero hay gente hacinada. Una situación elocuente que no necesariamente facilita la escritura: es un mundo que se ha dedicado hace más de un año a contar muertos. El mundo entero se transformó en un hospital y ese hospital da partes: cuánta gente murió hoy, dónde hay más muertos en el mundo. No puedes restarte y es angustioso. ¡Claro que he pensado en morirme! Yo siempre tuve conciencia de que me voy a morir. Pensé que no iba a sobrevivir a los 30 años, después a los 40, y he pasado todas las fechas claves. No tengo grandes pánicos.

Con humor negro dice que sentía que se acostaba “cada noche con coronavirus” y que se levantaba sana. Mientras otros han sufrido soledad e incomunicación, ella nunca dejó de ver a su familia. Debido a redes sociales y el celular, “casi te agotas de tanta comunicación. Te satura el exceso y con estas formas tecnológicas ¡incluso te comunicas demasiado!”.

Ha dado batallas por el feminismo, por el derecho a escribir, por su espacio privado, por no rendirse frente a lo doméstico. ¿De cuál se arrepiente?
—Depende del día. El lunes en la mañana uno casi se puede arrepentir de haber nacido, y algo en el día te lleva a aceptar que naciste. Algo que es muy paradójico y de repente me da vueltas, es el archivo de mis papeles, papeles muy caóticos. Esa es una pregunta que me he seguido haciendo.

¿Sus papeles que le compró Princeton? ¿En qué sentido?
—En el sentido de que me interrogo por qué sobredimensionar esos papeles. Mi duda es que yo haya entregado a una institución mis papeles. Pienso que ellos son personales, escrituras a mano, borradores, formas alrededor de un libro. No estoy segura que tus papeles debieran salir del ámbito personal. Eso me da vueltas.

Pero la iniciativa fue de la Universidad de Princeton, no suya.
—Estoy muy reconocida de Princeton. Yo conozco a su gente, me han invitado y son extraordinarios. Pero la pregunta es a mí, no a ellos.

También la mueven otras cuestiones. Como su lucha de 40 años por el feminismo desde sus novelas y ensayos, y su compromiso por la mujer y la escritura al detectar la asimetría existente.

—Siempre vivimos como una aparición única los movimientos feministas y la historia queda sumergida. Siempre se está empezando desde cero. Pero ya en el siglo XIX hay una historia de la mujer en Chile, especialmente con Martina Barros, quien tradujo “esclavitud de la mujer”, lo que causó, por supuesto, polémica y pánico en su tiempo.

Dice que en el país se vive una cuarta ola de feminismo.

—Ahora fueron las universitarias no fashion, no de las elites. Las universitarias son quienes politizan el cuerpo y lo desalojan como botín. Ellas, muy formadas en feminismo, instalan la palabra. Antes no se podía hablar de feminismo porque era mal visto. ¡Y ahora hasta el Presidente de la República se declaró feminista! La gran tarea es buscar un horizonte democrático donde lo que llegue al escenario literario sean las obras. No basta ser mujer para tener una obra solvente. Ni basta ser hombre.

¿Cómo ve la nueva literatura en Chile? ¿ A quién admira?
—Mi interés sigue depositado en las obras literarias, no en la biología de sus autores. Me ha interesado Paulina Flores con su libro de relatos “Qué vergüenza”, por la pericia en la administración de sus materiales narrativos. Yosa Vidal es importante por su audacia y su indagación narrativa en espacios menos previsibles. Mantengo una gran admiración por la obra de Matías Celedón, por su consistencia narrativa y su persistencia en generar una poética fina y, a la vez, poderosa.

* * *

Eltit jamás ha acallado su voz ni su pluma en materias contingentes. Hoy confiesa estar preocupada por la sociedad chilena:

—Siento que hay muchas capas superpuestas. Y esas capas se están aplastando unas a otras, y pudiera haber un resultado muy complejo a mediano o corto plazo. No solo la enfermedad, una catástrofe, sino por las condiciones que afectan a un porcentaje altísimo de la población: trabajos informales, donde la gente gana su sustento del día, y cuando este se suspende no queda sino volver a estructuras familiares... ¡si es que en esa familia hay alguien más firme! Y por el endeudamiento, que empezó como adquisición de bienes —lo que me parece bien, que se democraticen los bienes—, pero se volvió catastrófico. Que la gente use el crédito para comprar alimentos y medicamentos es muy radical.

En el actual Chile, dice, el estallido social podría reeditarse.

—La exclusión social, el estallido, no terminó, quedó interrumpido y está latente. Está completamente latente, con bordes que no sabemos cuáles son. Y creo que ha sido poco pensado el narcotráfico con sus códigos, entre ellos el asistir a sus sectores: pagan cuentas de luz, de agua y esa es su estrategia de inscripción. Los sujetos políticos se retiraron de los lugares populares, eso liberó a esa zona. No quedaron ahí más que las iglesias evangélicas y el narco; el estallido fue una gran interrogación del modelo. Y hay un desplome institucional: se desplomó la Iglesia Católica; el Ejército tiene a su excomandante en juicio, hay desfalcos en Carabineros. Y todo el arco político se desmoronó.

Vive con Jorge Arrate, excandidato a la Presidencia y exministro de Allende, Aylwin y Frei. ¿Conversan sobre una salida para el país?
—Jorge Arrate es una persona de muy alto nivel político, ha tenido una vida importante en esa área. Nosotros tenemos una vida común de clase media y eso se debe a una trayectoria, en el caso de Jorge, muy honesta. Hemos vivido en barrios que nos corresponden por nuestros ingresos. Jorge tiene un pensamiento más específico, sabe mucho más de política y de intrapolítica de lo que puedo transitar. Yo tengo una mirada más ciudadana, que me hace preocuparme mucho por lo que está pasando. (... ) La situación es complicada y espero que salgamos de esta encrucijada. Pero para eso hay que repensar muchas cosas. Entre ellas, las AFP, porque hoy jubilar es entrar a una zona crítica de carencia. ¡Cómo va a ser que tú jubiles y, en vez de ser ganancia, sea una pérdida! ¡Cómo va a ser que, con el ingreso obligatorio a una AFP, tu aporte sea el lucro de otros! La escritora va más allá y agrega:

—Lo que más me asusta a mí, personalmente, es la reducción de libertades. Que tus libertades sean coartadas. (.. ) Es una sensación de que, por una enfermedad, tu libertad está restringida. Llevamos mucho tiempo con toque de queda y no todos los países tienen restricciones o son mínimas. Ese signo causa mucho dolor, no es un signo neutro. ¿Qué visualizo yo que puede ser muy complicado? Que estas restricciones a la libertad se prorrogaran más allá de lo necesario. La democracia ahí estaría tambaleando.

¿Tiene mayor responsabilidad un intelectual?
—Yo escribo novelas, pero de pronto escribo ensayos y toco contingencias. Llevo décadas hablando de la desigualdad como un problema no menor, un problema que fracturó el diálogo. Por las rígidas geografías donde pusieron a los pobres, se perdieron las conexiones: la gente no sabía y quizás aún no sabe cómo vive el resto de la población. Por otro lado, y así lo he escrito de manera sistemática, se rompió un hito comunitario: el neoliberalismo piensa en el yo, que se construye sin los otros, un yo individual.

Reflexiona. “La vida comunitaria funciona, por ejemplo, en las ollas comunes. Y nosotros tenemos que ser una gran olla común, a nivel simbólico, porque estamos ligados los unos a los otros. Yo pienso que el país tiene que recobrar, como cuestión nacional, una estructura simbólica de olla común. En un momento, las clases medias —por eso son clases medias— mediaban entre el arriba y el abajo”.

Vuelve a la literatura. Aclara su voz y elabora, como en una suerte de reflexión íntima:

—La escritura es una fuga. Cuando escribes literatura, tú te fugas. Y te fugas de tu propia vida, desaparece. Desaparece todo. La literatura, como la vivo, ha sido una fuga del mundo cotidiano, del trabajo institucional, es el lugar donde yo he podido salir de mí misma y de la vida que he llevado.

 



 

 

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