Figura histórica de la cultura de los ochenta, transgresora, escritora, ensayista y artista por donde se la mire, Diamela Eltit ha pasado del margen a un poderoso lugar en la literatura chilena y de habla hispana. Con “Jamás el fuego, nunca”, su última novela,
terminó de echarse al bolsillo a la crítica local.
Tiene cabeza y locura, filo político y humor. En 1983 irrumpió en la escena literaria nacional con Lumpérica, palabra maletín de lumpen y Latinoamérica, que estableció el primer pilar de su polémico proyecto. Antes de eso cofundó el ya mítico CADA, grupo interdisciplinario de artistas que desafiaron la censura con sus acciones de intervención urbana. En una de ellas Diamela Eltit lavó las veredas de los prostíbulos de la calle Maipú, en Santiago, y en otra reprodujo el beso cinematográfico hollywoodense de ella con un indigente. La culminación de esta tentativa por ligar arte y política fue la masificación del NO+ que cundió por los muros del país entero como emblema de la resistencia civil a la dictadura a fines de los años ochenta.
Hoy Diamela Eltit pasa la mitad del año fuera de Chile dando clases en universidades que suelen dedicarle seminarios a su obra. La autora no se anda con chicas: ha indagado en los nudos y ambivalencia del erotismo femenino, en los nexos entre poder, cuerpo social y pulsiones psíquicas. Pese a que Lumpérica desató fuertes resistencias y fue calificada de críptica e incoherente, Diamela Eltit perseveró. Obtuvo la codiciada beca Guggenheim, se compró un Volkswagen y publicó Por la patria en 1986. De los años de dictadura también son El cuarto mundo (1988) y El padre mío (1989). De los noventa en adelante su producción ha seguido con Vaca sagrada (1990) Los vigilantes (1994), Los trabajadores de la muerte (1998), Mano de obra (2002) y Puño y letra (2006), todas con Planeta.
El año pasado fue postulada al Premio Nacional, que no ganó pero que la seguirá rondando, y ahora acaba de lanzar Jamás el fuego, nunca, un relato centrado en una pareja de antiguos militantes que comparte los rescoldos de su derrota en una cama varada en un tiempo sin fin, donde brota la voz de la narradora desde la asfixia de una célula clandestina, como desde una tumba. A esta última producción de Eltit, seguirá un volumen de Ediciones de la Universidad Diego Portales que recoge su veta de ensayista.
TENDERSE UN RATITO
–Tus novelas suelen desarrollarse en escenarios precisos, ¿cómo llegaste al exiguo espacio de la cama en la que situaste Jamás el fuego, nunca?
–No sé cómo, pero la cama fue lo primero que estuvo ahí. No lo pensé mientras escribía, pero vi La ciénaga, una película de la directora argentina Lucrecia Martell que me gustó mucho y donde todos los personajes pasan mucho en cama. Eran muchos cuerpos acostados o que se recostaban y eso es parte de nuestro cotidiano, porque de repente la gente, entre comillas, se tiende, ¿te fijas?
–Claro, “voy a tenderme un ratito” dice uno.
–Eso, yo creo que todos necesitamos tendernos un ratito y lo que yo quise fue mantener a la pareja en la cama sin erotismo, fuera de la sexualidad y ése fue el gran desafío para mí porque culturalmente la cama es el lugar del deseo.
–En esa cama de la novela no hubo deseo ni menos fundación de una familia.
–No, lo que haya sido murió, nació muerto o murió después o no nació nunca, no se sabe.
–Te acaban de llegar cinco tinteros mercuriales a la cabeza. Pusieron tu libro por los cuernos de la luna.
–Mira, a mí me han puesto por otros lugares así es que me parece estimulante para la novela, pero todo con calma, ¿me entiendes?, todo con calma.
–Igual acarician a la persona los reconocimientos.
–No, si no me estoy defendiendo, estoy diciendo que verdaderamente es muy bueno, pero que yo no soy la misma del diario.
–La valoración de tu obra ha ido en aumento, pero las resistencias que suscitó Lumpérica fueron inmensas, ¿cómo te cayó eso?
–Efectivamente, la recepción fue como si yo fuera marciana y hubiera escrito un libro de Marte, entonces empecé a sentir culpa. Las culpas no tienen una razón muy clara, ¿no? Hubo un tiempo ultra culposo en que anduve al borde de la vergüenza. Me lo cargué todo yo y eso fue positivo en algún punto, imagínate si yo hubiera pensado que los demás eran unos estúpidos y que yo era una clarividente, habría sido un poco desagradable.
–Lo notable es que no te paralizaras.
–Es que está la culpa y también la disculpa, entonces dije bueno ya, esto es así y lo que tengo que hacer es sumergirme, no ser una gente llena de pájaros que vuelan de la cabeza para afuera. Los pájaros me vuelan a mí no más y manejo esos pájaros como algo inevitable, porque una con una se puede manejar. Lo que es más difícil es el afuera, que no depende de ti.
–¿Qué hace fundamentalmente que tengas la mirada que tienes?
–Por una parte las experiencias vitales pero eso no importa mucho porque experiencias vitales las tenemos todos.
–Prefieres mantenerte a distancia de lo personal.
–Fíjate que sí, porque tengo una cosa muy privada. Hace poco me pasó que fui al baño público del aeropuerto y alguien me dijo “Tú eres Diamela Eltit”, “Sí”, le contesté, y quedé paralizada. No pude entrar al baño. Me desconcerté completamente.
–Vuelvo a insistir en la mirada que sustenta tu narrativa, ¿podrías abundar en los hechos vitales que la moldearon?
–Yo, por supuesto creo eficazmente en la vida ¿no? Y para contestarte pienso que la gran mirada que yo tuve fue leer. Eso miré. ¿Qué miré yo? Libros, en el sentido más intenso del término.
–¿Y cómo resuena para ti la circunstancia de tu origen palestino?
–Bueno, eso resuena de distintas maneras. Hay ciertos rasgos culturales a los que tuve acceso durante mi infancia, por ejemplo, en relación a la hospitalidad. Eso lo experimenté sobre todo con mi tío Eduardo Isa y mi tía María Giadalah.
–¿Escuchaste hablar árabe durante tu infancia?
–En general no, pero sí a mi abuelo, que hablaba muy mal castellano y que se vino de Beitjala junto a un grupo grande de palestinos. Mis tíos eran muy chilenos y su arabismo, por decirlo, se manifestaba en su conducta, sin que ellos particularmente lo explicitaran. Al revés, de repente íbamos a algunas ceremonias a la iglesia ortodoxa y mis tíos y mis primos Isa Giadalah miraban todo con la boca abierta o sea que miraban a estos árabes palestinos, que eran ellos mismos, como a una cosa completamente rara.
–¿Y tu padre?
–Siempre me llevé bien con él, hasta donde uno se puede llevar bien con los padres. No viví con él, porque mis padres se separaron, pero no había mucho drama con eso, porque en esos años los padres eran más imponderables, te fijas, no había tanto discurso como ahora con la necesidad de la presencia. Pesaba mucho más el padre como figura simbólica.
–Total que fuiste hija única con su mamá.
–Y mi abuela migrante del campo. Mi abuela nació en un pequeño poblado de Santa Cruz para adentro que se llama Los Tricahues, un lugar muy premoderno. Eso fue interesante, porque conocí mucho el campo, iba a veranear tres meses al año con mi abuela que me crió, porque se vino a vivir con mi madre a Santiago cuando yo tenía seis meses. Y pienso ahora, fíjate, que el hecho de que no hubiera hombre en la casa fue interesante porque no había ese respeto de que el plato más grande era para el papá.
–La tuya entonces es una historia de mujeres.
–Más bien de mujeres, sí, y se armó una cadena porque mi madre también fue hija única de mi abuela y nunca habría pensado en estar sin su madre y yo hice lo mismo porque mi madre estuvo toda la vida conmigo y nunca me dejó pensar que yo podría estar sin ella.
–¿Cómo funcionaba la dinámica entre estas dos figuras femeninas y tú?
–Mi madre nos sostenía como secretaria administrativa encargada de una fábrica en la calle Arturo Prat y la idea era ráscate con tus propias uñas, era bastante exigente. Hizo lo que tenía que hacer. Mi abuela tenía mucho sentido del humor, lo que me salvaba harto el pellejo, porque mientras mi madre era más bien represiva en el sentido de las órdenes, mi abuela era el permiso que mi mamá limitaba.
–¿Y qué quería tu madre para ti?
–Lo que querían las mujeres de su época, que sus hijas se casaran, que formaran familias muy unidas, muy gloriosas en cierto punto. Eso no fue posible para mí, porque yo tenía otra cabeza, radicalmente otra, pero sin rebeldías ni grandes conversaciones frente a frente; para eso no he servido nunca. Yo iba ganando ciertos espacios, pero todo tranquilo y si llegaba a pasar algo, mi mamá decía “hay que mirar para adelante”, ésa era su frase, porque tampoco le gustaban los rollos.
EL OPIO AMOROSO
–Volviendo a tu última novela, evocas a los militantes de la Unidad Popular. ¿Qué viste ahí?
–Una cosa que vi es que hay momentos muy energéticos en la vida que vuelven y vuelven y vuelven, donde las personas quedan prendadas, prendidas y fijadas. Eso fue así para un conjunto grande de gente de la UP. Ese momento fue lo más extraordinario que les pasó, porque a veces la historia habla y a ellos les habló con un alarido en la oreja. Es como que ahí hubo vida, como si la vida en el sentido más grandioso del término hubiera estado ahí y después el resto, todo lo demás, fuera una mascarada.
–Un simulacro.
–Claro, y eso pasó también en los ochenta fíjate. Nosotros, en el sentido cultural, somos ochenteros, y mucha gente quedó ahí, presa de esos ochenta, del boliche o del barucho donde uno se juntaba. Porque para nosotros no era la ciudad donde la historia podía calzar con los deseos, que fue la épica de la generación anterior, sino una cosa mucho menos grandilocuente, una cosa de puertas adentro desde donde uno leía el afuera, y eso quedó marcado a fuego.
–¿Cómo dirías que se ha procesado la memoria de Allende en estos años?
–A Allende lo tienen escondido en distintos escondites. Por ejemplo, sucedió una cosa bien fallida cuando Lagos abrió Morandé 80. Eso lo vi por televisión y fue increíble, porque las cámaras enfocaron a Lagos abriendo la puerta con ademán teatral y achurrascó a un pobre funcionario. O sea, mientras Lagos hacía su escena aplastó a este funcionario con la puerta. Fue un acto fallido espectacular y yo creo que eso es un poco lo que ha sucedido con Allende, queda siempre detrás de la puerta.
–¿Se puede hablar de una izquierda en Chile?
–No me parece que haya una izquierda en la Concertación, porque ha sido insensible a la exclusión y a la desigualdad social a niveles casi de salvajismo. La Concertación no irradió una cultura y se chupó el imaginario estético de la derecha. Por lo tanto, pasa lo que pasa y no pasa lo que no pasa, entre otras cosas no se generaron medios de comunicación.
–Aparte de The Clinic.
–Claro, The Clinic ha sido una creación importante, pero necesita repensarse en función de otros, porque así funcionan los espacios culturales, con diálogos y oposiciones. Entonces The Clinic tendría que sacar un Anticlinic, porque si no, inevitablemente se va a estereotipar.
–En relación al tema del amor, en uno de tus ensayos dices que así como para Marx la religión es el opio de los pueblos, el opio de las mujeres es el amor. ¿Por qué?
–Porque me parece que su vocación permanente hacia la cuestión amorosa está muy construida culturalmente y es una operación eficaz, muy histórica y muy histérica donde el hombre imaginario es muy parecido a Dios. Eso deja a la mujer en una situación de perpetua espera, porque nadie va a llenar ese espacio idealizado y eso genera una situación muy asimétrica.
–Porque para el hombre el tema sentimental ocupa menos hueco dices tú.
–Correlativamente hablando no me cabe la menor duda de que, en la mujer, casi lo dobla en cuanto a cupo en el disco duro, entonces cuando pesco a Marx y le doy una vuelta en el sentido de que el opio de las mujeres es el amor porque impide su expansión. Expansión para donde sea ¿ah?, no tiene por qué ser hacia el bien o hacia lo maravilloso, pero una expansión más propia que la que la fija en la idea del amor o del no amor, o del amor no amor y en ese vacío que tiene que llenar alguien más.
–¿Cómo tendría que ser la relación en una pareja? ¿O no es posible?
–Por supuesto que se pueden tener excelentes relaciones amorosas con hombres, pero no pueden ser asimétricas. El hombre tiene que ser una persona a la que miras de frente, un igual y real con sus limitaciones, como cualquiera. Por ejemplo, a una amiga mía le dio una fatiga una vez que iba a una cita con un tipo muy agradable, pero común y corriente, entonces no había nada que justificara que a ella le diera una fatiga y me parece que ahí hay una sobrecarga emotiva. Si no andan con un hombre las mujeres se sienten discontinuadas o se sienten viejas con tipos guatones que están apenas, pero ellas se sienten más apenas que estos seres soñados con los que andan y que andan más apenas que ellas.
CUERO DE CHANCHO
–Pasas la mitad del año fuera del país haciendo clases y charlas en universidades extranjeras, ¿te ha hecho bien viajar?
–He aprendido con los viajes. Es estimulante, pero también es un esfuerzo y de eso ha dependido mi sustento económico, lo que para una como escritora es importante, porque el sistema te puede derribar, no por los libros, sino por economía. Eso siempre lo tuve claro, que si yo tenía mi economía me hacía intocable, por lo tanto si les gusta lo que escribo o si no les gusta, pues no importa.
–No necesitas el Premio Nacional.
–O sea, los seiscientos mil pesos son mucha plata en Chile, es lo máximo a que puede aspirar un empleado público como jubilación y yo como profesora de Estado voy a jubilar con doscientos treinta mil pesos pero, como te digo, me sostengo.
–Sin embargo postulaste.
–Se cursó mi postulación, me lo propusieron y no es que encuentre que me envilezco porque me presento a un premio. Pero en principio yo pienso que los premios no tienen mayor relevancia.
–¿En relación a qué?
–A nada. Lo que estoy diciendo es que tengo cierta capacidad analítica y desde esa perspectiva me pareció estratégico participar porque esa inserción me permitió poner sobre la mesa la tremenda asimetría que ha habido en el otorgamiento los premios nacionales.
–Sesenta y dos hombres contra tres mujeres.
–Y tres mujeres de alto nivel literario. Mistral y Brunet son
de alto nivel, y Marcela Paz es de alto nivel en su área, que es Papelucho. Mi pregunta fue también si esos sesenta y dos hombres premiados tenían un peso literario equivalente al de esas tres mujeres.
–Bueno, y tú no te lo ganaste pero te lo vas a ganar.
–No, yo no me pongo en ese escenario porque a mí me gusta mi lugar cultural, no querría otro, entonces yo ando en lo que ando no más y no ando en lo que no ando. Tú sabes que yo tengo cuero de chancho y no me entran balas y si me entran puedo estar unas horas amarguete, pero no me entran balas en parte porque yo creo que se equivocan en lo que dicen pues.
–Me han contado que en Europa y Estados Unidos las mujeres por decirlo “intelectuales” no escatiman en cirugía estética, ¿te parece bien intervenirse o eres moralista al respecto?
–Yo pienso que cada gente tiene que hacer lo que quiera y no digo que esté mal intervenirse como tú dices sino que hay que preguntarse por la masificación de ese imperativo. No quiero aparecer como una heroína de las patas de gallo y podría operarme o no operarme, pero el hecho de que me opere no me impide analizar y a mí eso de que “tienes que quererte” o “porque tú te lo mereces” me parece un discurso tramposo que yo revisaría.
–Que para “quererse” haya que pasar por el quirófano…
–Claro, supongamos que para “quererse” haya que pasar por el quirófano. Ahí habría que preguntarse, por ejemplo, qué significa que los quirófanos se abran locamente para que las mujeres se operen y salgan como guaguas mientras los quirófanos se cierran locamente para el aborto. No sé cuál sea la correlación, pero estoy segura que la hay entre estas mujeres que se rehacen y que en su fantasía vuelven a nacer con la progresiva penalización del aborto en algunas sociedades.
–¿Y tú cómo enfrentas la fatiga de material?
–¿Mi vejez? Mira, yo siempre me he sentido vieja, no me acuerdo ningún minuto de mi vida en que me haya sentido joven, entonces envejecer para mí ha sido…
–¿Una reiteración?
–Una reiteración interesante porque he alcanzado a ver esta señora que soy y que no hubiera visto si me hubiera muerto. En otro punto no envejecí nunca, ¿comprendes?, hay una parte mía chiquitita que no envejeció nunca y esa joven, que soy yo mira con humor a la vieja que soy yo entonces la nivela.
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Por Claudia Donoso
Publicado en PAULA, 11 de octubre 2008