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Diamela Eltit
Malabarista del lenguaje
"Fuerzas especiales", Seix Barral, 2013

Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 16 de Junio de 2013



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No es arriesgado comparar las casas de Diamela Eltit (Santiago, 1949) con sus novelas: acaba de cambiarse, y aunque el color de la fachada es distinto al de las anteriores, desde la mampara se reconoce su sello. Es otra, pero es la misma. Con su estética, sus colores, sus recuerdos, sus obsesiones. Pero en esta, también ubicada en Ñuñoa, parece haber más espacio, más claridad, menos habitaciones. Y podría aventurarse que desde la publicación de Lumpérica en 1983 hasta Fuerzas Especiales (Seix Barral), su décima novela, también la literatura de Diamela Eltit se ha aclarado, sin renunciar a su esencia.

Si antes fue el supermercado (el "súper", en  Mano de obra), el hospital ( Impuesto a la carne ), una habitación, la casa, el cuerpo, ahora propone una población sitiada por la policía -"pacos y tiras"- como micromundo para desarrollar su propuesta literaria y estética. Así, sus personajes se mueven entre bloques de cuatro pisos con departamentos de 30 m2 y un "ciber". Nuevos espacios en los que resurgen sus temas: el poder, la violencia, el miedo, la ambigüedad de los afectos familiares, la sexualidad, las heridas del cuerpo, los mundos ocultos o ignorados por el discurso oficial. El bloque, en este caso, determina las relaciones de una mujer -narradora- y dos personajes con los que comparte la amistad y la fecha de nacimiento. Así como la exploración de los submundos de internet y de sus juegos de guerra.

Fuerzas Especiales confirma el prestigio que Diamela Eltit -académica de la Universidad Tecnológica Metropolitana y profesora de escritura creativa de la Universidad de Nueva York- ha ganado no solamente en Chile, sino también en el exterior. Prueba de ello, solo en 2012, fue el inicio de la publicación de su obra narrativa por la editorial Periférica, de España; el ensayo  Diamela Eltit. Les déplacements du féminin ou la poétique en mouvement au Chili, de Catherine Pélage, editado por L'Harmattan en Francia; la Feria del Libro Hispana/Latina de Nueva York, que en su sexta edición estuvo dedicada a ella. Y últimamente, las conversaciones que mantiene con una universidad estadounidense interesada en conservar sus manuscritos y documentos.

Un siglo de culturas desagregadas

"Había dos mil Webley-Green 455. Había mil trescientas Beretta Target 90". Se lee en las primeras líneas. La misma fórmula -"había" acompañada de distintos tipos de armas y pertrechos policiales- se repetirá a lo largo de la narración, otorgándole un ritmo y también suspenso.

- ¿Por qué esta vez elegiste los bloques y el "ciber" como micromundos?
- Pienso que hay un punto muy creciente donde se están estableciendo comunidades bajo códigos que no necesariamente son los códigos oficiales ni la mirada clásica sobre la pobreza. Me parece que hay una pobreza tecnologizada, que no pierde su carácter de carencia y de vulnerabilidad. Solo que su contexto es otro. Es un sujeto que está dentro de las redes informativas más o menos poderosas y múltiples, pero está fuera de las codificaciones tradicionales. Me importa la existencia de estas otras comunidades que operan muy de espaldas a las ciudades organizadas y que tienen sus codificaciones, sus saberes, sus culturas y sus maneras de relacionarse. Y precisamente por ser lo otro, es sobre lo cual el poder y los Estados ponen toda su fuerza represiva. Intentan controlar algo que no es controlable, porque salió de los parámetros. Yo pienso que el siglo XXI se va a tejer no en grandes agregaciones, sino en culturas desagregadas. Quise explorar eso. Es una latencia.

- En tu novela presentas el bloque como organismo y a la vez como condición.
- Es arbitrario, una ficción, una metáfora, un intento por estetizar ciertos espacios. Pero yo pienso que efectivamente hay ciertas construcciones, muy definidas, donde ya no se distingue al habitante de la construcción. En ese sentido es que moví la idea del bloque al sujeto bloque, al pensamiento bloque, a la música bloque, un mundo entero, aislado también. Es una forma de gueto, una arquitectura que está en la ciudad, pero no contiene ciudad.

- ¿Y la relación entre internet y el comercio sexual que ejercen los protagonistas?
- Están estos espacios límites entre lo legal y lo ilegal, entre tecnología y sexualidad, donde el cuerpo vale y no vale. Yo creo que también el trabajo sexual se ha devaluado, ya el cuerpo pierde su eje. Y en el submundo de internet, que es muy complejo, hay mercados impensables, te puedes comprar un vestido y también un esqueleto. Hay capas y capas dentro de la tecnología, donde su lado más light podría ser Facebook, pero más abajo hay todo un mundo más oscuro que ronda incluso a los sujetos signados por la carencia, que no salen mucho de sus barrios. Y me ha parecido muy interesante esta máquina misteriosa tecnológica, donde tal como en los hechos más reales y más concretos hay submundos muy difíciles de aceptar, de comprender.

- ¿Hubo algún hecho u observación que desencadenara esta novela?
- A mí me ha impresionado que la población La Legua esté intervenida policialmente hace tantos años. Ya es un lugar punitivo, pero solo que ahí vive mucha gente, no es una población, son personas que forman una población. La Legua es un caso ejemplar, una experiencia política, en el sentido más científico del término. Yo no conozco sus ejes, su funcionamiento, pero claramente es un dispositivo político policiaco que ya no pretende cambiar la población, sino mantenerla como sitio de expiación. Por otro lado, he estado pensando mucho en las armas como la industria de las industrias: la industria madre. Creo que ahí hay una matriz que es muy distante: una cosa son las grandes fábricas de armas y otra cosa es una población periférica de un país pequeño intervenida.

- ¿Qué lugar ocupa la patria en este contexto? ¿Se ha diluido ese concepto en tu obra?
- Se me ha diluido, sí, porque era esa patria de la ciudad dictatorial, la patria que se disputa con otra noción de patria, la patria militarizada. Pero ahora yo pienso en esta desagregación y cómo hay una conexión muy constante entre la cárcel, la policía, la muerte, las agresiones. Se habla siempre de la delincuencia, de la droga, pero son familias enteras que se desagregan y funcionan así. O sea, estamos hablando de comunidades que tienen otros códigos de vida y muerte. Aquí lo que se está disputando son territorios, pedazos, metros, centímetros de espacio donde se distribuye droga, sustancias o lo que venga, pero eso está formando comunidades que los discursos públicos no quieren o no pueden o no deben señalar como tales para entenderlas.

- ¿Te has propuesto hacer visibles estas realidades ocultas o nuevas, como una memoria social?
- Yo creo que siempre he escrito, como dije una vez, lo otro de lo mismo. Es un poco monótono tal vez, pero no me importa esa monotonía porque todavía me provoca, me intranquiliza, y siempre pienso que hay algo pendiente. Me sigue interesando tomar estas zonas literarias, porque en definitiva no es que esto sea literalmente verosímil, sino una experiencia de escritura y una experiencia estética, una aventura. Eso es lo que a mí me sigue dando vueltas, cómo estetizar ciertos espacios. Me interesa la escritura como riesgo, como experiencia.

- ¿Qué desafíos te significó esta novela respecto del lenguaje?
- Tratar de trabajar el registro más popular con imágenes súper literarias y que no se produjera un hiato, una ruptura. Y mantener también el ingreso de otro discurso sin señalarlo como diferencia, integrándolo al texto, el discurso de las armas. Eso fue para mí un desafío, lograr conectar estas tres cosas: lo popular, incluso lo marginal, con lo hiperliterario, con una poética de la imagen, y con un discurso de las armas. No sé si resultó, si fue eficaz o no, pero era un desafío. Yo era como una malabarista de la calle que trataba de mantener estas tres cosas que me parecían atractivas, extraordinarias. Y fíjate que me hizo trabajar mucho la cabeza.

- Recurres nuevamente a la repetición, ¿es importante para ti el ritmo?
- Sí, incluso a veces suena como música, para mí. Yo soy muy matérica; las palabras para mí son tridimensionales, entonces pienso cómo juntarlas para producir ahí un efecto. Para mí no hay historia posible si no la sostiene una escritura que también tiene su historia interna, su argumento. Yo no pienso la literatura sin escritura. Sí, yo tengo una cierta obsesión con la escritura, todavía.

- Otra obsesión parece ser la ambigüedad de los afectos familiares.
-Yo sigo pensando que hay un piso de afecto que recorre todo y que está en esta estructura que todavía nadie ha podido romper que es la de la familia. Pero también está mal escrita la familia en el sentido de que la ponen en un nivel muy idílico y yo creo que los sujetos somos paradójicos, es decir, tenemos sentimientos muy encontrados y eso puede alcanzar a la madre, al hijo, pero eso no anula el afecto. Entonces a mí siempre me ha interesado poner sobre el tapete esa complejidad.

Imaginación y burocracia

- ¿Qué opinas de la designación de un escritor como ministro de Cultura?
- Bueno, él viene como un nonato. Es decir, no vamos a poder saber cómo es el ministro, porque él está siendo gestado en estos nueve meses y cuando nazca ya va a haber terminado. Eso habla de un déficit.

- ¿Pero qué te parece que ese cargo lo asuma un escritor?
- Yo pienso que quien ocupe un cargo de esa naturaleza debe tener imaginación, para modificar algo muy difícil de modificar como es el terreno estatal, pero además debe conocer el aparato burocrático. A un ministro que no conoce las trabas burocráticas, su imaginación no le va a servir para nada. Te lo digo yo que he trabajado mil años en la administración pública.

- ¿Cuál es tu mirada sobre el trabajo literario y su relación con el Estado hoy?
- Yo sigo pensando, desafortunadamente, que la relación entre escritoras y escritores no ha cambiado mucho. Cuando yo era joven pensaba que ese "machismo" literario era de las generaciones antiguas. Y tendía a hacer bastante hasta protectiva de esos escritores machistas porque los encontraba como viejos al borde de la tumba. Pero ahora veo a esos viejos en los jóvenes. Igual. Pienso que poco se ha avanzado en términos culturales en cortar la asimetría de género, que es una labor primero que nada cultural y, por lo tanto, le corresponde también al Consejo de la Cultura elaborar fuertes políticas igualitarias. Sin embargo, las hablas públicas, de las autoridades, van en la misma dirección, solo están habitadas en el imaginario por hombres. Ahí hay primero que nada un déficit.

- ¿Qué cambios propones?
- Yo creo que no ha habido una política de recambio del siglo XXI y que el Consejo de la Cultura no ha dado el ancho. Porque hace falta un pensamiento más fino, más político y más democrático. Ese es el tema, la democratización de los espacios, el aceptar que nosotros no vivimos de lo que escribimos, nunca. Yo pienso que faltó poner una imaginación frente a la burocracia, y en el caso de este último gobierno, que ha sido más icónico por su impronta neoliberal, se preocupó mucho de establecer el Chile campeón. Las nuevas políticas han ido a favorecer la espectacularización, que quién se gana el premio, si apoyan el Premio Nobel para Nicanor, que se lo merece ampliamente, pero los premios Nobel no se producen, se dan. Esas producciones son un poco naif. Y creo que empujan a generar más que grandes plataformas grandes caídas. Esa ingenuidad de poner signos capitalistas, con un poco de inversión ganar lo máximo, en el ámbito literario no funciona. Nosotros somos más loser , esa es una condición del escritor, le cuesta mucho generar recursos; habrá siempre escritores más cercanos al poder que van a tener más beneficios, pero son excepciones. Y no importa, porque tampoco se trata de satanizar. Pero yo creo que falta una política más estable que tenga que ver directamente con becas a los escritores y subvenciones a las editoriales independientes.



 

 


 

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