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Diferir, distanciar
"El invasor" de Sergio Missana. Editorial Planeta, 1996

Por Diamela Eltit
Revista de Crítica Cultural


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"El invasor" de Sergio Missana nos presenta un escenario literario múltiple que se origina a partir del viaje azaroso y absorto del obrero español Antonio Ramón quien viaja a lo que viaja, en un recorrido que resulta simétrico -aunque no por ello menos elusivo- con un fragmento de dramáticas proporciones de la historia chilena: la masacre obrera en la escuela Santa María en Iquique. Antonio Ramón, el protagonista de la narración, en tanto figura errante emprende un difícil viaje signado por un destino incierto que empieza a cursarse en medio de un paisaje que se presenta cada vez más áspero, que no ofrece tregua en su plano horizonte nortino, un paisaje ocupado por los cuerpos opacos de los trabajadores, por prófugos anarquistas, figuras todas cruzados por una parquedad que se funde con el paisaje en el que inestablemente habitan.

La novela va organizando un logrado e incisivo procedimiento narrativo mediante el que se va configurando la particularidad que caracteriza al protagonista del relato -su silencio, la motivación indescifrable de sus acciones- pero, y en esto radica la poderosa fuerza de la novela, se va produciendo, desde la superficie del texto, un excedente en el cual la narración se hace parte de un macro relato histórico y además, un nuevo excedente se conforma como fuente privilegiada de un particular y mítico relato jurídico.

Así, el discurso literario va dando cuenta, desde un transcurso centrado en la territorialidad, de un cuerpo sin territorio, un cuerpo despojado de referentes biográficos, eróticos, políticos como no sea el nexo simbiótico con un mítico y ausente medio hermano que se transforma en el motor vital de Antonio Ramón.

La búsqueda, desde siempre signada como fatalidad de ese medio hermano, gravita en tanto centro tácito, pues según las referencias de la novela, Antonio Ramón y su medio hermano son extremadamente parecidos físicamente, esta semejanza, atrae la figura del doble, del gemelo establecido más allá de un real y concreto doblaje físico, convoca la imagen relegada de un otro que se vuelve idéntico a partir de la figura diseminativa de un padre común, cuya fecundidad trasgresiva en dos mujeres, termina por igualarlos, pasando incluso por encima de las leyes racionales de la biología. Antonio Ramón se involucra en una búsqueda que se ha consolidado como funeraria y así se va dotando paradójicamente de historia, desde la incierta historia del cuerpo desaparecido del medio hermano.

De esa manera, Antonio Ramón habita y protagoniza una media historia porque sus pulsiones son diversas de la gran historia, como diversas resultan sus pasiones por solitarias y relegadas al particular e impenetrable ritmo de una mente que evita entregar los mecanismos que la movilizan.

Así, la estrategia narrativa descansa en aquello que resulta diferido. A la manera de una imagen ligeramente distorsionada, deliberadamente ambigua, la narración busca así producir una multiplicidad de sentidos. Sin aferrarse a un recorrido único, el texto permite la inclusión, siempre provisoria, de otras voces que van poblando y dotando el relato de un creciente espesor que se vuelve irreductible al petrificarse en una única versión. Imposibilidad de una versión única porque las inclusiones provienen siempre de un lugar diverso, de una diversa energía que arranca de una matriz anclada en otro centro y que permite así el despliegue de discursos que colaboran para impedir la clausura hacia la unidireccionalidad del texto narrativo.

Las operaciónes textuales de la novela permiten que progresivamente se establezca la preponderancia narrativa de una atmósfera, una atmósfera en continuo deslizamiento que empieza a volverse central y a envolver el texto. Una atmósfera en la cual incluso el tiempo histórico se pone en jaque porque el contexto histórico específico de la novela -la masacre de la escuela Santa María- puede extenderse hasta volverse equivalente a cualquier irregularidad producida en una diversidad de tiempos históricos. El dilema entre verdad, justicia y burocracia se hace atemporal y móvil. Este juego con los tiempos históricos va a favorecer el desplazamiento de sus personajes que pueden convertirse en modelos fundantes de otros, sucesivos tiempos. Diacronía y sincronía confluyen en el texto ampliándolo y expropiándolo aún de sus propios referentes.

Esta mecánica móvil se produce por la elección y disposición de sus materiales narrativos. La novela escoge hablar a partir de los micro mundos, donde los espacios intersticiales Ocupan un lugar central, mientras que los macro espacios habitan la periferia del relato. De esta manera los centros se tuercen y se desperfilan, permitiendo que lo aparentemente menor se expanda para iluminar precisamente la fuerza y el poder de esos mismos centros. La elección de un personaje que se hace protagonista estrictamente circunstancial del relato, consolida esta posición narrativa, coopera para el despliegue de un inteligente juego con sus sentidos emanados desde la ambiguedad, pero se trata de una ambiguedad que, finalmente, es una apariencia porque el suspenso dramático en el que se teje la novela se erige para nombrar poderes, socialidades, transcursos.

Antonio Ramón, sin más épica que su propio ensimismamiento, ocupa un espacio intermedio que lo nombra como víctima y, a la vez, victimario. Esta posición doble se debe a la elección de su objeto -el cuerpo del militar- quien de victimario de los obreros refugiados en la escuela Santa María se transforma en la víctima que, sin embargo sobrevive, de Antonio Ramón.

La posición oscilante que ocupan los personajes a partir de la violencia de sus acciones, legitimadas desde diversos órdenes, permite la entrada del discurso jurídico que va a debatir la distancia que media entre verdad y justicia, entre delito y pena, de aquello irracional convertido en lógica por la retórica jurídica. La incorporación al relato de un nuevo narrador -el abogado- que ocupa el epistolario como recurso, va a posibilitar una nueva versión en la novela. Una versión en la que se incuba lo adverso y la aversión.

Nuevamente, de manera oblicua, asistimos a las hebras en las que radica lo más estructural en la conformación de la nación chilena y los sectores en los que se ejercen sus poderes dominantes. Estos poderes estallan a partir del debate jurídico en el que está atrapado el cuerpo recluido y penitenciario del obrero Antonio Ramón. Su cuerpo se hace así soporte para el despegamiento de otro discurso, un discurso que afecta el devenir social de un territorio que no corresponde biográficamente al cuerpo que lo provoca, pero, que, a partir del viaje y de la pérdida de territorialidad, termina por serle crucial.

El título de la novela, forma parte de una interrogante más; «El Invasor». Título enigmático que puede originar una multiplicidad de conjeturas. Si pensamos que en nuestra cultura, la invasión por excelencia se produjo a partir del viaje del descubrimiento y la conquista de América, este nuevo invasor español, que aparece bajo el prisma del inmigrante, de la extranjería, del busca- fortunas se moviliza hasta llegar a convertirse, a partir de la coyuntura política, en el protagonista del atentado, en el doble de la figura clásica del anarquista, pero que, en realidad, sin anular las metáforas anteriores, viene a encarnar el imperativo de la ley natural, la forma atávica de la venganza. Pero a su vez la hegemonía de su protagonismo es invadido por la emergencia un nuevo personaje que se apodera de la narración y que le disputa el centro -el abogado- quien con su lenguaje argumentativo va marcando su discenso en el interior de una misma ley.

Novela centrada en circunstancias, en accidentes, en impulsos y pasiones, «El Invasor» emerge con una propiedad indesmentible en el escenario literario chileno. Su poderoso tramado, ubica a este texto como una sólida propuesta literaria por la agudeza y la prolija densidad en la que se cursa y se sostiene su admirable estética. ~



 


 

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