Hace tiempo que no leía una novela tan “difícil” como ésta de Diamela Eltit, Lumpérica (Las Ediciones del Ornitorrinco). Para los relatos difíciles, de apariencia indescifrable y de escaso o nulo suspenso narrativo, he solido usar un criterio bastante hedonista: si su desafío como jeroglíficos del lenguaje no viene compensado por el suficiente interés (el interés elemental de saber qué ocurre en la página siguiente), entonces me doy y por vencido. Me vence el tedio: no cultivo el aburrimiento como sistema. Siempre he sostenido, sin embargo, una excepción: Si el texto narrativo se deja leer como poema, prosigo la lectura, ya que no se pide amenidad a un poema, porque su protagonista es el propio lenguaje. Pues bien, creo que es el caso de Lumpérica: me ha movido a leerla como se lee un poema, y aún en aquellas páginas que permanecen indescifrables para mí percibo un rigor poético del lenguaje: presiento una coherencia oculta.
Desde luego, sólo por analogía podemos llamar “novela” a este texto, ya que, en su afán experimental, rompe con casi todas las convenciones del género. En vez de un argumento o una historia, con personajes o caracteres definidos, nos encontramos con una sucesión de “vistas” o “tomas” —diez perspectivas, una por capítulo— que enfocan siempre el mismo escenario: una plaza nocturna de Santiago (o de ninguna parte) donde una mujer, protagonista única que se llama L. Iluminada, batida sin cesar por las ráfagas de un aviso luminoso, actúa como espectáculo puro delante de una multitud anónima que se llama “lumperío”, marginalidad social pura que es solamente ojo, pues parece existir y haberse congregado en torno a la mujer “nada más que como complemento visual para sus formas”. Pero aún la mujer con su lumperío a cuestas parece tener sólo existencia visual, pues el “ojo” final —por mediación tecnológica— es una cámara filmadora, y todos los acontecimientos son “tomas”.
Creo que la novela intenta —y a menudo consigue— una extraña fusión de tres elementos: lo visual luminoso, lo sexual orgiástico y lo verbal bautismal. Desde el nombre de la mujer en adelante, la luz es un verdadero protagonista de la acción: luz nocturna, artificial, eléctrica, como para borrar toda huella de “naturaleza” en este sofisticado espectáculo. Lo que ocurre dentro de esa luz es algo vago pero esencialmente erótico: la mujer como hembra llamando al ojo masculino. A su vez este acontecimiento es puramente verbal; la mujer en su índole lumínico-verbal —y por extensión los pálidos “lúmpenes”— reciben su bautismal nombre. El texto circula en torno a estos cuatro ejes verbales: himen / lumen / nomen / lumpen. Lo que pasa entre ellos no es expresable en forma de síntesis o descripción, y aún a veces resulta indescifrable; pero la “selección de realidad” de esta plaza nocturna, y de esta protagonista femenina que es toda mujer y cada mujer, y de esta atmósfera de “arte” que es la luz eléctrica, nos convencen progresivamente tal como nos convence un poema. Tal vez se trata de una “acción de arte” cuya verbalización quiere ser ella misma, a su vez, “acción de arte”. Y el inevitable límite de esta imposible empresa es justamente ése, como literatura: que lo plástico esté del todo verbalizado y ocurra entero dentro de la palabra es algo intentado e incluso sugerido con frecuencia en el propio texto: pero a veces el lector percibe la diferencia y aún la distancia entre lo visual y lo verbal: lo visual relatado es a ratos externo a lo textual.
Que todo ocurra en un solo espacio —la plaza— y en un solo tiempo —la misma noche— no es una simple unidad de acción dramática como la del teatro clásico: es el punto de referencia único para la estructura circular del texto, que da vueltas y vueltas en torno al mismo centro. Y más que circular, su estructura es concéntrica, pues el radio del círculo varía de capítulo en capítulo. Y más que concéntrica, la estructura es espiral, porque recupera siempre el mismo suceso a una distinta altura, como explorando en el lenguaje las posibilidades de la misma situación —L. Iluminada en medio del lumperío— por el método de las hipótesis múltiples.
Es natural que esta “investigación” incorpore entonces una variedad de géneros literarios: es narrativa en lo esencial, pero hay dos capítulos que son estrictamente objetivos y dramáticos (concentran todo el diálogo existente en la novela, y lo hacen bajo la forma obsesiva de un interrogatorio policial sobre lo que ocurre en la plaza). A su vez lo poético, además de ser una dimensión general de este lenguaje, se concentra a veces en escrituras que son estrictamente las del poema: por ejemplo el capítulo 4, a mi entender el más logrado, que se inicia con un poema y tiende luego aceleradamente al poema, a medida que la mujer se animaliza y la sintaxis se arremolina: “L’incesto actúa de indolora forma. Funda y precisa el continuo apellido, animal detestable que avala su hundida superficie, en el gris de su untada salival especie. Suda sedimenta sala su entramado: la destetan a temprana hora, madre mas impía su madona master para dejarla en el cemento de la plaza”. Es frecuente que esta prosa mezcle, en rápida sucesión, formas del argot popular con modos de decir elípticos y barrocos como del siglo de oro español, idiomas deshilachados y casi ininteligibles con incesantes juegos de palabras.
Un principio casi hegeliano preside la relación de L. Iluminada con su lumpérico público y con el ojo de la cámara oculta: somos lo que somos en la conciencia de los otros, la mujer sólo existe en cuanto es vista. Como contrapunto interno de este principio, la novela pone en marcha una fenomenología de la conciencia femenina del propio cuerpo, el modo de sentir la mujer su corporeidad, con un énfasis especial en las zonas más marginales de esa conciencia, que a su vez es un correlato de la marginalidad social del lumperío. Sé que me he expresado “en difícil”; el lector sabe que no me gusta hacerlo. Me ha resultado inevitable para no simplificar la extrema complejidad de esta enigmática “novela” experimental.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Lumpérica" de Diamela Eltit: Una novela experimental
Por Ignacio Valente
Publicado en El Mercurio, 25 de marzo de 1984