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Diamela Eltit:
Chile tiene humor: Si no, ¿cómo resistirían millones de ciudadanos?
Por Catalina Mena
Publicado en La Segunda. Viernes 21 de Septiembre de 2018
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Desde Nueva York, donde reside por temporadas cada año, la escritora Diamela Eltit (69) confiesa que encuentra interesante y divertido el pequeño remezón que producen las campañas al Premio Nacional de Literatura, al cual está postulada. Pero aclara que su empeño y obsesión ha sido siempre escribir y que nunca ha perseguido galardones.
La violencia neoliberal, la dominación masculina, la desigualdad, la marginación de amplios sectores de la población chilena, el ninguneo hacia la comunidad Mapuche, el clasismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el desprecio hacia la vejez, el negacionismo, el olvido: desde hace más de 30 años, Eltit ha puesto en escena los vicios y crueldades nacionales. Es una de las escritoras chilenas vivas más potentes, no solo por la calidad de una prosa con sello único y por el perturbador voltaje de sus textos, sino también porque su palabra consigue desestabilizar los discursos dominantes y hacernos ver las trampas que contienen.
Comprometida con los temas que trabaja, pero sospechosa de cualquier discurso con pretensiones de verdad, sus textos jamás caen en el cliché ni en la corrección política: siempre se salen de madre. Muchos alegan que son complicados o difíciles, quizás porque son muy poco convencionales, mezclan tragedia, erotismo y humor, cruzan lenguajes cultos y bastardos y juegan con lo crudo, lo cocido y lo podrido.
Comenzó a publicar a comienzos de los ochenta. Empeñosa y perseverante, en plena dictadura sorteó la censura y se sostuvo como una intelectual mujer y feminista. Aguantó y ha resistido hasta hoy, sin abandonar esa sonrisa dulce y subversiva que la caracteriza. Ha publicado más de 20 libros, la mayoría novelas, pero también muchos ensayos. Además ha emitido su voz a través de artículos y columnas, en medios como la desaparecida revista Critica Cultural (que dirigió Nelly Richard), The Clinic y El Desconcierto.
Ya lo dijo Marguerite Duras: la escritura es una forma de estar solo. Pero Diamela Eltit también ha puesto su cuerpo y se ha enredado con el mundo. Ha dictado conferencias y participado en paneles, seminarios y foros en diversas universidades chilenas, latinoamericanas, norteamericanas y europeas. En el exterior ha sido profesora invitada en las universidades de Stanford, Washington en Saint Louis, Columbia, John Hopkins, Pittsburgh, Virginia, Berkeley y New York University, donde hace diez años imparte un taller de escritura creativa.
La relación con otros, a través de la enseñanza (es profesora de castellano de formación) es algo que nunca ha abandonado, así como tampoco ha dejado de participar en movimientos sociales, asistiendo a marchas estudiantiles y feministas y haciéndose parte de los asuntos que le importan. Además realiza investigaciones de campo y se mete con la cruda realidad, como cuando partió a Cañete para ser testigo de un juicio oral contra comuneros mapuche.
La obra de Diamela Eltit está traducida a distintos idiomas y es estudiada a nivel global. En 2013 la Universidad de Princeton -que ha adquirido archivos personales de figuras como Francis Scott Fitzgerald , Lewis Carroll, Charles Dickens, Oscar Wilde, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y José Donoso- compró los documentos de Diamela Eltit: sus fotos, manuscritos, objetos, garabatos sobre papel y hasta cuentas de agua y de luz. Según relata el periodista Rodrigo Miranda, cuando retiraron las cajas desde su casa de Santiago, Diamela pensó que eran “féretros” y que ella misma se “iba en esas urnas”.
La influencia de Eltit es reconocible en nuevas generaciones de escritoras. Son ellas quienes la postularon ahora al Premio Nacional de Literatura, asunto que se toma con distancia: le da pudor la promoción y encuentra que la saca de lo único importante, que es escribir. Pero autoras como Rubi Carreño y Eugenia Prado fueron armando una campaña que ha prendido como pasto seco y ha captado apoyos desde distintos sectores y países. También el rector de la Universidad Católica la postuló oficialmente al Premio. Por todas partes se escucha que ella es la candidata con mayor chance de obtenerlo.
“Mi obsesión es con la escritura”
—¿Cómo te tomas el hecho de estar postulada al Premio Nacional de Literatura?
—El Premio Nacional, hasta cierto punto, conmueve al medio. Esa pequeña conmoción le otorga un valor, es interesante y divertido también. Pero mi obsesión es con la escritura, nunca he corrido detrás de los premios, ni nada por el estilo. Mi lucha personal ha sido con el tiempo. Sacarle tiempo al tiempo, porque por largos años me mantuve en lo que llaman “el triple trabajo”: ejercer por más de 10 años como profesora en liceos públicos y más adelante en universidades; ser jefa de hogar preocupada de llevar asuntos domésticos y mantener a mi grupo familiar; y escribir. Lo conseguí. Ese fue mi premio estelar en la lotería de la vida.
—En tu caso la postulación también responde a las demandas feministas, considerando que en la historia de este premio lo han obtenido 49 hombres y solo 4 mujeres.
—La letra es la letra: su pericia, su poética, su política y su estética. Ese es el tema y en eso es lo que hay que pensar. Me perturba el amontonamiento de “mujeres escritoras” porque precisamente al sexualizarlas las discriminan. En cuanto a la suma de 49 hombres versus 4 mujeres en el Premio Nacional, resulta necesario pensar cómo “lo nacional” (si seguimos el sentido del nombre) ha convertido a la producción de la mujer en una zona de desvalor. Escribir es trabajo, es dolor de espalda, es tiempo, es desgaste, es goce y es angustia. Hay que recordar también que la mujer chilena a igual trabajo gana un tercio menos que el hombre. Y si seguimos los porcentajes del Nacional que has mencionado, pues a igual trabajo gana un 90% menos. ¿Qué tal?
“Las élites económicas se apoderaron del país”
—Has hablado de las fragmentaciones internas que se producen en ciertos grupos activistas o comunidades de pensamiento. Respecto del feminismo, ¿cómo lo ves?
—No veo por qué las vertientes feministas deberían ser homogéneas. Precisamente su heterogeneidad garantiza la apertura. Hay que romper la estructura militar de una obediencia jerarquizada que hegemonice el mapa feminista y lo debilite.
—¿Qué te parece lo fundamental de una demanda feminista chilena?
—Cautelar, promover y pelear por cada uno de los derechos de las mujeres en todo el orden de sus vidas, sin olvidar a todos quienes están siendo impactantemente explotados por la máquina neoliberal. Pienso en la necesitad de horadar las falsas verdades construidas por el gran capital mundial que se replican y se replican y que transforman a un porcentaje incalculable del mundo en cuerpos cuyo único valor es un trabajo mal pagado que lo obliga a una deuda infinita.
—Se ve que los problemas culturales que procesas en tu escritura te pasan por el cuerpo. ¿Qué asuntos son los que más te preocupan del Chile actual?
—Me perturba que no se vea con claridad cómo el sistema segmenta todo, al punto de que existen zonas de la ciudad que la mayoría no conoce. El sistema produce verdaderos guetos que luchan duramente por subsistir y resistir los excesos del modelo. Las elites económicas se apoderaron del país. El crecimiento es una orden casi religiosa, una promesa mesiánica de un futuro glorioso para todos mediante la obtención de empleo. Pero lo que no se dice es que ese crecimiento hace “crecer” de manera vertiginosa solo al 0.1% de la población. Eso es jodido y es hiriente.
—Tu escritura siempre es atenta a las zonas olvidadas, trabaja contra el olvido. Cuando cayó Mauricio Rojas La Segunda tituló: "Derribado por el peso de la memoria". ¿Cómo interpretas ese titular?
—Pienso que a Mauricio Rojas lo derribó, de un solo empujón, la sombra de su mamá, presa política, socialista. Lo empujó desde la profundidad más rebelde y horrorizada de su tumba.
—Humor negro. En una entrevista decías que la gente no entiende mucho ese rasgo tuyo.
—Sí. Pero el humor negro lo uso principalmente hacia mí misma, cuando me sucede algo medio humillante o bastante humillante. Y también para que nunca se me suban los humos a la cabeza cuando me pasa algo estimulante.
—¿Chile tiene humor?
—Por supuesto que lo tiene. Si no ¿cómo resistirían millones de ciudadanos?