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La vuelta al mundo de Diamela Eltit

Por Andrea Lagos G.
http://www.mercuriovalpo.cl/

Domingo 24 de Enero de 2016


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En la bandeja de entrada del correo de Diamela Eltit había un mensaje escrito desde la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Decía que le proponían la cátedra Simón Bolivar, la misma que había dictado Carlos Fuentes, Octavio Paz y Vargas Llosa. Ella guardó distancia. "Si las cosas salen, salen, y si no salen, no importa". Pero salió. "Y fue un honor", dijo después que estuvo todo el año pasado en Europa.

Allá la Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2010), Premio Altazor (2014) y reconocida en el ambiente literario por la pulcritud de sus novelas "Lumpérica" (1983), "El Padre Mío" (1989) "Vaca Sagrada" (1991) y "Mano de Obra" (2002) entre otras tantas, dictó conferencias y participó en un encuentro internacional en torno a su obra en el Departamento de Literatura de Cambridge.

Además, en ese tiempo se publicó un libro suyo en griego. Y escribió y escribió. "Como siempre", dice. Ahora está sumergida en una nueva novela, que aún no tiene nombre, y está recopilando textos suyos antiguos para armar una antología. Además, está ad portas de una nueva edición, por editorial Hueders, de "El infarto del alma", libro que hizo en conjunto con la fotógrafa Paz Errázuriz.

"Siempre estoy trabajando en un libro. Pero no sigo un reglamento ni al empezarlo ni al terminarlo. Como trabajo a tiempo completo dictando clases, arranqué de convertir la literatura en otra burocracia. No trabajo en tiempos, ni horarios, ni escritorios, ni soledad, ni nada por el estilo", asegura.

- ¿Cómo escribes, entonces?
- Escribo hasta que doy con algo que me importa y me hace sentido. No escribo por escribir. No tomo apuntes, no caracterizo nada. Siempre es una sorpresa y un desafío, porque se va escribiendo escribiéndose. Me sorprende a mí misma cómo surgen los materiales.

- ¿Nunca a mano?
- Hay cosas escritas a mano y otras a máquina. Yo empecé a escribir en el tiempo de la máquina de escribir y vino inmediatamente después la máquina eléctrica. Como gente que escribe, prefiero la mayor comodidad posible. Ahora estamos en la era del computador, así que es en computador.

- ¿Tienes un escritorio?
- Tengo, pero sí no tengo, escribo igual. Además que paso la mitad del año en Nueva York, sin mis cosas.

- Suena bien.
- Sí, suena bien, pero todo tiene complicaciones. No hay nada paradisíaco. No podría quejarme, pero yo a Nueva York no voy a mirar el techo, voy a trabajar. Cuando tienes esa vida, desde hace muchos años, tienes cortes. Si tú quieres un poco banales, pero cortes. Vas allá y pasa algo acá. O vienes y pasa algo importante allá. De esos cortes hablo.

- Acá llegas a hacer clases a una universidad pública, a la UTEM.
- Y es muy estimulante.

- ¿Es mucha la diferencia?
- Ambos estudiantes son igualmente valiosos e inteligentes, pero mi subjetividad está siempre más cerca de lo público. Lavín dijo cuando era ministro de Educación que nunca pondría a sus hijos en la UTEM. Quizás no les alcanzaría el puntaje para entrar.

- ¿Qué has aprendido enseñando?
- A oír.

- ¿Cómo eras de niña?
- Siempre fui lectora.

- ¿En tu casa leían?
- Sólo leía yo.

- ¿No era una familia intelectual?
- No, pero sí muy informada.

- ¿Cómo te criaron?
- En función del estudio. En mi casa no existió eso de "los buenos modales de una niñita", tuve mucha libertad. Mi madre era comunista, tenía un criterio igualitario. Su interés estaba en la información. Cuando yo leía mi madre estaba contenta. Y mi abuela, preocupada porque creía que podía quedar ciega.

- Jajajaja.
- Se asustaba mucho.

- ¿Vivían todos juntos?
- Sí, en el barrio.

- Tu papá, ¿qué decía?
- Mis padres estaban separados. El diálogo familiar más poderoso lo tuve con mi madre y mi abuela. Y la base de esa conversación estaba en lo igualitario. Para ellas, todas las personas tenían valor en sí. Nadie era bueno porque tenía menos recursos y malo porque era de clase media. El punto estaba en la convivencia.

- ¿Con tu madre hablaste de literatura? ¿Ella entendía tus libros?
- Mi madre nunca fue una persona represiva. Mi abuela tampoco. Eran extraordinariamente abiertas. En mi adolescencia primera viví todos los cambios culturales y los compartí entusiastamente con mi madre. Tuve la suerte de tener esa familia. Siempre he pensado que las familias no están para arruinarles la vida a sus hijos, sino para estimularlos para enfrentar y vivir los riesgos de la vida. Mi familia era de ese tipo.

- ¿Por qué escribes?
- Es lo que me interesa hacer. No hay nada que me obligue a escribir. Ni nada me ha obligado nunca a escribir. Nada. Tiene que ver con una pulsión. El punto es que no puedo no escribir.

- ¿Qué te parece la escritura de la nueva Premio Nobel?
- Lo más cercano que tenemos a eso en Latinoamérica es Elena Poniatowska. Ella Escribió un libro extraordinario sobre el terremoto de México en 1985. Habla por medio de voces sobre esa catástrofe: "Nada, Nadie: Las voces del temblor".

- Y el libro de Svetlana Alexievich se llama "Las Voces de Chernobil" (1997)
- El de Poniatowska el año 1988 ya estaba escrito.

- Tú también trabajas con testimonios, con la oralidad.
- Hay temas que me han resultado ineludibles abordarlos de esa manera. Y han sido más  difíciles de escribir que una novela. Porque finalmente la novela la cargo yo, para bien o para mal. Pero cuando trabajas con hechos de lo real, concretos, reconocibles, tienes no solo una responsabilidad con el texto sino con el otro y los otros.

- Por ejemplo, el juicio a Arancibia Clavel por su participación en el asesinato del general Prats.
- Esa era una trama muy compleja. El juicio permitía ver una trama política completamente  impensable, que yo no conocía en toda su dimensión. La conocí porque asistí al juicio.

- Dime cómo preparaste eso.
- Vivía en Buenos Aires. Fui porque era un juicio oral y público. En Chile en ese tiempo era una burocracia de papel. Pero esto que te cuento eran hablas. Era la dimensión teatral de lo  jurídico. Una de las tramas era el bombazo al general Prats y su esposa.

- ¿Tú fuiste como ciudadana chilena o como escritora?
- Como cualquier persona que acude a un juicio importante para su país. Sin ninguna proyección literaria. Yo fui no más. Y he ido a muchas partes donde no he escrito nada.

- Para hacer ficción, ¿reporteas? ¿Fuiste a los supermercados para escribir "Mano de obra" o a las poblaciones periféricas, para escribir "Fuerzas especiales"?
- No. Voy a los supermercados como clienta, como cualquiera. Con el tiempo te das cuenta  que entras a los espacios y conoces más de su funcionamiento de lo que pensaste.

- Mira. Sabías más de lo que creías que sabías.
-Como tú también, si escribes, descubrirás que sabes más de lo que crees que sabes.

 - No sé. No creo. Me gustan tu escena del reponedor que pone el yogurt en la estantería del super.
- No hay nada nuevo. Los lugares de trabajo son los lugares de trabajo. Sólo ficcionalicé los cuerpos en los espacios. Es muy posible que los trabajadores de los supermercados no tengan la subjetividad que yo planteo, pero mi idea era hablar del Mercado Súper. De todo el espacio social como Mercado en el que participamos. Pero hubo un cierto fracaso y quedó el supermercado.

- Vendiste tu archivo a la Universidad de Princeton. ¿Qué había ahí?
- Ellos vinieron. Yo no tenía un archivo, sino una serie de cosas que me acompañaron. No soy una coleccionista de mí misma. Eran papeles. Papeles, papeles. Sueltos, en carpetas. Papeles que se salvaron. La vida de uno está llena de objetos.

- Que pena que se lleven tus cosas.
- Mira, yo no soy cuidadosa. No soy meticulosa, sino más bien caótica. Y los que me conocen te van a decir eso. Pero tenía algunas cosas. Fue un alivio sacar eso de mi casa. Y al ir a Princeton iba a una forma de cementerio cultural, donde ya quedan depositados, inamovibles. Eso, presagiaba mi muerte. Con mis cosas ahí enterradas se venía el The End. Pero la duda no me abandona hasta ahora.

- ¿Qué piensas?
- Si es que uno debe entregar su archivo o debe morir con él. Hay momentos en que me arrepiento. Y mi lado más ego y conservador, me dice que estuvo bien.

- Podremos leer tus cartas, no les quites tu archivo.
- No se los puedo quitar: ya no es mío.

- Cuando recibiste el Premio José Donoso dijiste sentirte una perdedora. ¿Por qué no te acomoda el papel de winner?
- Ay, no me gusta esa sensibilidad neoliberal de mostrar sin la menor autocrítica ciertos logros. Lo único estable son los libros. Los premios, o Princeton, a mí me provocan problemas. La idea de "la premiada" no está en mi escritura. Son momentos. Por ejemplo, y sin ninguna queja te lo cuento: yo nunca me he ganado el Premio del Fondo del Libro. En toda la vida. Y no me molesta. En absoluto. Se lo ha ganado mucha gente y está muy bien, pero yo nunca. Así que no puedo subirme al chorro.

- Eres al revés de los cristianos. Todos se venden como winners.
- Pero es que yo soy loser. Estas frente a una loser mayúscula.



 



 

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La vuelta al mundo de Diamela Eltit
Por Andrea Lagos G.
El Mercurio de Valparaíso. Domingo 24 de Enero de 2016