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Poética del toque de queda:
Diamela Eltit por Diamela Eltit


Por Constanza Lambertucci
Publicado en Babelia, 15 de diciembre de 2021


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Diamela Eltit habla a los jóvenes que tiene enfrente de una dictadura que les es lejana. La escritora chilena tenía 24 años en 1973 cuando un golpe militar derrocó el Gobierno de Salvador Allende. “Tuvimos que aprender a recodificarnos. La ciudad ya no nos pertenecía”, les explica. En aquellos años, cofundó el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), que intervenía en el espacio público con mensajes políticos y poéticos contra el régimen de Augusto Pinochet; también publicó sus primeras novelas, y no dejó el país hasta 1990. Recuerda a los desaparecidos, a los asesinados, a los presos políticos, a los exiliados: “No le deseo absolutamente a nadie nunca por ningún motivo que viva bajo una dictadura, ni jóvenes, ni niños, ni adultos, ni viejos. Es intolerable”.

Decenas de adolescentes, moderados por la poeta Rocío Cerón, acudieron a principios de diciembre a escucharla en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, donde este año recibió el Premio de Literaturas Romances. Allí le preguntaron por su pasado de artista, por su presente de escritora y por el futuro de la democracia en Chile. Este 19 de diciembre el candidato de extrema derecha, José Antonio Kast, se enfrenta al de izquierda, Gabriel Boric, en la segunda vuelta electoral. Eltit responde: “Estamos con la posibilidad de que salga un representante de ultraderecha cuya obsesión son los cuerpos. Esa locura encuentra complicidades porque el cuerpo, sabemos, es de los sitios más asediados”. Por más de una hora, los lleva por las noches de toque de queda de su juventud; por la geografía de su ciudad, Santiago de Chile, o por la búsqueda que hizo de su propia escritura. Cada vez que la aplauden, ella aplaude.


NO +, artista antes que escritora

En Chile tuvimos una situación nefasta: en 1973 vivimos un golpe de Estado. Pasamos violentamente de una situación democrática a una dictadura. Nunca pensamos que nos ocurriría a nosotros. Fue dramático. No quiero hablar por mí, ni por todos mis compañeros y compañeras que sobrevivimos a este tiempo, sino por los detenidos-desaparecidos (que era un concepto que no conocíamos), los asesinados, los miles de presos políticos y el casi millón de personas que tuvieron que salir al exilio.

Tuvimos que aprender a recodificarnos y vivir bajo una dictadura. Por ejemplo, las universidades pasaron a ser dirigidas por militares. En ese contexto empezamos a agruparnos varios artistas en una cosa transversal donde había teatro, poesía, artes visuales... Así formamos un grupo al que denominamos Acciones de Arte, que hizo arte público. La ciudad ya no nos pertenecía, había sido privatizada por el nuevo régimen. Teníamos que hacer algo: íbamos a la ciudad, interveníamos y nos retirábamos.

Dentro de eso, quiero recordar el NO +. Justo a 10 años del golpe de Estado, que duró 17 (25 si sumamos que durante la transición el dictador quedó como senador), nosotros salíamos en la noche y rayábamos en las paredes “NO +”, con el signo porque era más rápido. Apostamos a que la ciudadanía iba a completar eso y lo completó: “No más dictadura”, “no más muertes”, “no más padres”… Dependía de quién se hacía cargo de ese NO +. Hoy es un lema vigente que se sigue usando en todas las manifestaciones. Ya no nos pertenece. La política tragó el signo de arte.

 

Juventud robada. Vivir bajo el toque de queda

Nosotros también nos divertíamos. Pero el problema que teníamos era que las fiestas eran de toque de queda a toque de queda. Es decir, no te podías ir a tu casa a las tres o cuatro de la mañana porque no se podía salir a la calle. Si ibas a una fiesta, la palabra sueño se tenía que borrar porque tenías que irte cuando se levantaba el toque de queda al otro día. Dentro de eso, por supuesto, hay fiestas memorables. Nos teníamos que quedar en el mismo sitio y eso generó comunidades y, por supuesto, también hostilidades en gente que se conoció más tiempo del que se necesitaba conocer.


Chile hoy, el futuro de la democracia

Los sistemas democráticos se dejan caer muy fuertemente sobre sus habitantes y básicamente sobre los jóvenes. Hay una cierta presión y opresión sobre ellos más allá del sistema en el que habiten. Desde luego, todas las democracias son imperfectas, pero es hasta el momento la mejor forma de Gobierno.

En Chile estamos en un momento crucial. Estamos con elecciones y con la posibilidad de que salga un representante de ultraderecha cuya obsesión son los cuerpos. Ese es su gran tema. La economía, lo más favorable al mundo empresarial; el resto, la vigilancia sobre los cuerpos. [El candidato] quiere cosas bastantes locas: en su discurso, la gente tiene que ser heterosexual, casada… Esa locura encuentra complicidades porque el cuerpo, sabemos, es uno de los sitios más asediados. Incluso la democracia tiene zonas restrictivas. Por ejemplo, el sistema jurídico se apropia sobre el útero de las mujeres. Un órgano pasa a ser potestad estatal: se puede abortar, no se puede abortar.


Cuerpos que caducan

El cuerpo es un enigma. En general uno nunca lo experimenta de una manera completa. Siempre lo va habitando por pedazos. Por otra parte, ha estado siempre construido por las instituciones. Y dentro de la construcción institucional el cuerpo más asediado es el femenino, que va cambiando: no es el mismo cuerpo el del Renacimiento que el del siglo XX. El cuerpo de Marilyn Monroe hoy es un cuerpo que no corresponde porque tenemos que tener otro. El discurso sobre el cuerpo nunca calza con el cuerpo real de cada una.

El cuerpo de los hombres está diseñado por los gimnasios. El de las mujeres, por las industrias químicas o médicas. Por supuesto, todos tenemos zonas irremediablemente fallidas. ¿Fallidas frente a quién? Frente a los discursos del cuerpo. Cuando a la feminista marroquí Fátima Mernissi le preguntaron por el burka que llevan algunas mujeres musulmanas dijo que sí, que era complejo, terrible. Pero añadió: “La talla 38 es el burka de las mujeres occidentales”.


‘Lumpérica’, la novela de la ciudad sitiada

Yo quería un tipo de literatura que me costó muchísimo encontrar. Busqué, busqué y busqué. Ensayé varias escrituras, pero sentía que ninguna me pertenecía hasta que di con una plaza. Tenía para moverme narrativamente el espacio de una plaza, nada más. Y sobre eso tejí una ficción que podría ser performática. Hice todo lo que pude y trabajé todo tipo de lenguas: desde fragmentos de lenguas originarias hasta lenguaje de la alta costura o del Barroco. En esos años de dictadura me pareció interesante romper el tema del espacio privado, que generalmente era conectado con la mujer –su espacio, su reproducción, su familia, el espacio burgués– y trabajar el espacio público.

Una imagen surgió cuando volvía rápido a la casa. Pasaba por la plaza y estaban las luces encendidas, pero nadie podía ir a las plazas porque había toque de queda. Para mí, se convirtieron en espacios para una representación. Eso fue la matriz de la novela. Siempre he trabajado territorios muy acotados. Me obligan a ampliar el espacio tan pequeño con pensamiento, metáforas, memorias. Me demoré siete años en escribir Lumpérica. La escribí lentamente, con mucha incerteza. Incerteza que me acompaña con cada libro. Me sentí bien por haberla terminado, pero también insegura, por supuesto, y asustada.


Escritura y libertad

Siempre he considerado la escritura como un espacio de libertad. Pongámoslo de otra manera: en mi caso, ha sido un espacio de libertad. He estado muy filiada a la producción de textos más que a la parte social de esos textos. He salido del mundo del trabajo y del mundo familiar –un mundo que quiero mucho, pero del que uno necesita salir un ratito– para entrar en el mundo de la escritura. Ha sido trabajoso, pero también hay un factor de goce. Ha sido un privilegio escribir.


Enseñar a escribir

He dado clases de escritura durante años y el punto importante es lo que yo he aprendido de los jóvenes. Ha sido una cuestión de verdad interesante y no retórica. Pienso la relación académica porque me interesan mucho las comunidades, aunque sean breves. No digo comunidades homogéneas, de ninguna manera. Hay un valor en lo heterogéneo. En ese sentido, no quiero dar consejos sino apuntar que la escritura es una búsqueda, nunca está dada. Todos sabemos escribir, pero a escribir se aprende, nadie nació escribiendo. Escribir literatura también se aprende. El sentido de esa literatura tiene que ver con la estética que logres articular. Esa es la gran tarea: establecer una poética personal. No es posible pensar en una política sin poética. Ni una amistad sin poética. Ni una relación afectiva. Es cuestión de ponerse, trabajar y encontrar la poética. De eso se trata todo.

Lo divertido de mi proceso creativo es que uno piensa en los escritores como algo privado y, en cierto modo, solemne. Pero a mí nadie me respetó nunca: si yo estaba escribiendo me tocaban la puerta y entraban. Yo puedo escribir en cualquier parte, a la hora que sea, siempre que tenga algo que escribir. Si no, no es necesario y me voy a ver mi serie favorita.


Consejos a mi yo joven

Yo tengo un deseo utópico que me acompaña: me gustaría hablar con la niña que fui. Con la niña de 12 años, de 14 años, o de 15. Me gustaría conversar con ella. Seguramente tendríamos desacuerdos, pero en otro punto tendríamos un acuerdo total. Yo le diría a ella “escribe”. Y ella me diría a mí “lo haré”.

 

 

 



 

 

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