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“Réplicas” de Diamela Eltit:
La generalización masculina de la figura del intelectual público

Por Nelly Richard
Crítica y Ensayista
Publicado en http://www.eldesconcierto.cl/ 22 de Julio de 2016

 


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Escribir textos: dar vuelta la urdimbre de las palabras para sacar a relucir sus secretos más perturbadores. Pensar la sociedad: analizar las construcciones de signos que traman los poderes develando las ideologías culturales que los entrecruzan. Este libro de Diamela Eltit compromete ambos gestos: el de la escritura ensayística y el de la crítica social. Ambos gestos  experimentan  con figuras interpretativas suficientemente móviles para rozarse con aquellas partículas errantes del imaginario social que tienden a fugarse de los reticulados explicativos de las investigaciones académicas y de los análisis socio-políticos.

Varios de los materiales contenidos en este libro evocan pasiones literarias, haciendo desfilar nombres de autores (Mistral, Brunet, Lispector, Droguett, Rojas, Joyce, Beckett, Perlongher, etc…) cuyos mundos inventados les ofrecen a  las vidas precarias  el artificio de un estilo, la proeza de una técnica de relato o la gesta simbólica de narrativas emancipadas. Pero también este libro es atravesado por  urgencias ciudadanas: la memoria insatisfecha de los derechos humanos en postdictadura; las quejas de los excluidos contra los límites de una democracia restringida; las batallas por los derechos civiles de identidades desvalorizadas; los reclamos por el sistemático  maltrato hacia lo popular y el indecente monopolio de la riqueza económica, etc… Diamela Eltit se atreve a leer –asume el riesgo, incluso, de  “mal leer”- los signos más difuminados o  retorcidos de la actualidad nacional.

Eltit no ha dejado de incursionar en la poética quebrada del ensayo con el vuelo metafórico-conceptual de lenguajes figurativos  sin, al mismo tiempo, pronunciarse enérgicamente sobre los tumultos de la exterioridad social y los dilemas del  Chile de hoy. Este último libro ejerce su vocación de extramuros cruzando las fronteras entre el interior académico de las humanidades (ensayos, textos de revistas y congresos universitarios) y el afuera político-cultural de la actualidad  (la columna de opinión en medios de prensa y revistas electrónicas). Pero la travesía más sorprendente que realiza este libro no es la que ocurre en el espacio, de un soporte editorial a otro. Es la que ocurre en el tiempo, en los tiempos de los tiempos, de un umbral a otros separados ambos por la infinitud. Dicha travesía se realiza gracias a la intercalación dentro del libro de fragmentos de relatos kawéskar recopilados en Puerto Edén por el lingüista Óscar Aguilera e interpretados por Diamela Eltit en un texto colaborativo que se publicó en 1986 en Chile.

Doble abismo temporal: el del pasado de algo escrito en las tinieblas de la dictadura que recién ahora sale a flote para que lo extemporáneo de este recuerdo inédito descoloque nuestras vivencias –librescas o tecnológicas- de lo contemporáneo;  el  del fondo inmemorial de voces condenadas a la extinción y que, antes de ser acalladas para siempre, dan el salto desde lo oral hacia lo escrito largándose a la búsqueda esperanzada de algún descifrador en potencia. Diamela Eltit sabe que los doblajes de frases y las conversiones de voces entre un idioma y otro (del kawéskar al español) que ocurren en la página no garantizan ninguna  equivalencia  entre, por un lado, los fines y confines de  lo colonizado (lo kawéskar)  y, por otro, la síntesis reconstructiva del sentido (el español) que se esfuerza en volver inteligibles hablas de por sí refractarias a la conciliación entre vocablos y sílabas. Aun sabiendo que toda traducción es necesariamente defectuosa o incluso fracasada,  la operación creativa y política de Diamela Eltit consiste en dejar que la opacidad semántica de una alteridad incodificable habite el libro como extrañeza y perplejidad. El relato kawéskar –partidura idiomática, hendidura de la memoria, rasgadura de los géneros- proyecta a lo largo de sus páginas una obstinada  genealogía de lo extraviado que acosa como fantasma al presente y su actualidad liviana, removiendo capas de lejanía y asombro, de culpas y remordimientos. Lo interlineal y disociativo del ejercicio de la traducción se hacen presentes en las páginas entrecortadas de  Réplicas  para hacernos desconfiar de todo lo que nos rodea como naturalismo, naturalidad o falsa evidencia, partiendo por la creencia en que la contemporaneidad  es un presente que coincide consigo mismo y no una temporalidad llena de tachaduras  y resurgencias de lo negado que vuelve a escena provocando conmoción y estupor en el ordenamiento de las series que clasifican e identifican. El relato kawéskar  -partidura idiomática, hendidura de la memoria, rasgadura de los géneros- lleva la otredad recalcitrante a introducir la falla y el desajuste en el universo de comprensión serial de una lengua y una sociedad hoy demasiado cautivas de la redundancia axiomática, de la abreviatura del decir y del nombrar que se agotan en la simplificación ordinaria del lugar común. El relato kawéskar abre los trasfondos de su cavidad ancestral para que materias incógnitas llenen de peligros y advertencias la superficie transparente de la verbalidad mediática que rebota lisamente de pantalla en pantalla.

El libro se titula  Réplicas y como todos los términos, este goza de múltiples acepciones. En el lenguaje de las catástrofes naturales, la réplica es una sacudida, el movimiento sísmico que le sucede a un temblor, la amenaza  que intranquiliza cualquier vuelta a la normalidad. El relato kawéskar es aquella réplica salvaje que sacude los protocolos de la lectura cultural precipitándola hacia lo inconmensurable de un abismo desconocido. Pero la réplica consiste, también, en el lenguaje jurídico, en  fijar los puntos litigiosos de una sentencia o en impugnar una contestación dada: como aquella, por ejemplo, que determina como natural que lo masculino ocupe una superioridad de lugar y categoría en la distribución cultural de lo  privado y lo público, de lo biográfico y lo  político. En el lenguaje del debate intelectual, la réplica consiste en polemizar con un interlocutor utilizando argumentos que lo contradicen. Aquí –y como siempre- Diamela Eltit debate y rebate sobre temas contingentes que le incumben a la ciudadanía: la figura de Bachelet y la Nueva Mayoría, los aparatos de control económico de la derecha política, el  movimiento estudiantil, la obturación conservadora del tema del aborto en Chile,  el juicio a los mapuche en Cañete, etc…  Los materiales frente a los cuales Diamela Eltit toma posición en este libro son  el  mercado, la democracia, la memoria, el género, el arte y la literatura, la política, es decir, materiales de relevancia intelectual para el debate de las ideas en Chile.

A comienzos de este 2016, se presentó un número especial de la revista institucional Anales de la Universidad de Chile dedicado al tema de los Intelectuales públicos. En dicha publicación, Tomás Jocelyn-Holt recrea el selectivo listado de los autores que elaboraron un diagnóstico crítico de la transición: un listado que lo incluye a él junto con Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulian, Gabriel Salazar, Armando Uribe y José Bengoa. Hace poco una encuesta del diario  La Segunda llamada “Chile en movimiento” distingue a las personalidades más influyentes en el debate nacional: desde Carlos Peña y José Joaquín Brunner hasta Fernando Atria y Alberto Mayol pasando por Alfredo Joignant, Max Colodro, Ascanio Cavallo, Héctor Soto, Eugenio Tironi, entre otros. Sería, por supuesto, necesario entrar en el detalle de lo que separa a un autor de otro en función  de los criterios que distinguen a cada uno: ¿notoriedad intelectual, autoridad disciplinaria, validación profesional, habilitación político-editorial, protagonismo mediático? Sólo quiero reparar aquí en lo que estos dos listados tienen en común: ni un solo nombre de mujer viene a alterar la hegemonía del canon masculino del intelectual público.

¿Es todavía posible este remanente patriarcal en los inicios del siglo 21, cuando el pensamiento crítico actúa como tal desconfiando precisamente de lo monolítico de los bloques de autoridad y de sus ficciones de la totalidad? Ambos listados de personalidades confiesan una zona ciega, un defecto o una anomalía de la visión que confunde lo parcial con lo total o, mejor dicho, que oculta las huellas de lo marginado bajo lo totalizador de una generalización masculina de la figura del intelectual público que pretende abarcarlo todo, sin fisuras ni intersticios. ¿No admiten  estas cadenas de autorreferencialidad masculina –tan festejadas por las instituciones y los medios de comunicación nacionales- algún derecho a “réplicas”?

La teoría feminista ha demostrado convincentemente cómo la soberbia masculina de creer que el prestigio y la influencia de las ideas se reparten en el mundo intelectual únicamente entre hombres, es un arrebato de poder que opera mediante prejuicios y censuras. Pero el  espejismo de la totalidad en el que se refleja lo masculino se niega a tonar nota de la sutileza y agudeza con que lo femenino irrumpe subrepticiamente en los sistemas de autoridad y validación culturales para agrietar el orden pactado de sus certezas. Una irrupción desde el costado, desde lo adyacente y lo lateral, que lleva lo “femenino” a tomarse los márgenes por asalto para luego descentrar el modelo auto-centrado de las jerarquías simbólicas,  apelando a lo fragmentario de sus lenguajes de contrabando.

Despejemos cualquier malentendido. Tal como lo kawéskar que se asoma en el libro “Réplicas”  no es un origen primitivizado sino la huella diferida de una latencia, lo femenino no es un conjunto esencializado de atributos-propiedades del que serían exclusivamente dueñas las mujeres. Lo femenino –en palabras de D. Eltit- es una “decisión cultural”; el derecho y la libertad de moverse en las orillas de lo consensuado para tomar partido por lo disensual, lo no-unánime, mediante rodeos y torceduras de la lengua, el juicio y la conciencia.  Lo “femenino” es una opción táctica, un juego de identificaciones parciales y combinadas, itinerantes, que socava la primacía de lo dominante armando desbarajustes de materias y símbolos.

El relato kawéskar –partidura idiomática, hendidura de la memoria, rasgadura de los géneros- figura en este libro como una alegoría del descarte, del rescate y de la intromisión. Su  potencia alteradora desata una pequeña sacudida no sólo en las páginas del libro sino en aquellas composiciones de lugar donde luchan  las minúsculas (lo que ha sido rebajado en importancia) contra las pretensiones de dominio levantadas por  las mayúsculas (lo destacado como relevante en  los archivos y listados oficiales). Temblores y réplicas… por mucho que les pese a quienes no reconocen otra clave de fundamentación que la masculina para repartir credenciales de autoridad, Diamela Eltit es una intelectual pública.



 

 

 

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