Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Diamela Eltit  | 
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        LA	MUJER	O EL	CUERPO	DEL	DELITO
        
          Diamela	Eltit 
  Publicado	en	The	Clinic,	mayo	2014
  
        
        
        
         .. .. .. .. .. . 
        Si	bien	podría	resultar	interesante	observar	cómo	los	discursos	públicos	muestran 
          la	 dimensión	 de	sus	 matrices	ideológicas,	 los	 actuales	 escándalos	de	 la	 derecha	 por	 la 
          reforma	 tributaria,	 por	 la	 educación	 gratuita,	 por	 la	 despenalización	 del	 aborto	 bajo 
          ciertas	 condiciones	 abruman	 por	 su	 obviedad.	 La	 derecha	 	 chilena	 que	 hoy	 copa	 los 
          espacios	públicos	carece	de	 referentes	conceptuales.	Es,	para	decirlo	de	alguna	manera, 
          iletrada.	Responde	a	los	capitales	y	a	la	iglesia	de	manera	robótica.	La	táctica	recurrente	es 
          sembrar	el	pánico	o	anunciar	de	manera	no	demasiado	sutil	el	colapso	de	la	democracia. 
          Pero	 lo	 cierto	 es	 que	 la	 derecha	 afronta	 una	 contundente	 fisura	 	 porque	sus	 recursos 
          intelectuales	o	 son	 inexistentes	 o	están	 completamente	desactualizados.	 La	 táctica	del 
          miedo	transada	entre	empresarios,	opinólogos	y	políticos	solo	demuestra	la	dimensión	de 
          la	 crisis	simplota	por	 la	que	atraviesa:	 la	 imperativa	necesidad	 de	 proteger	un	 mundo 
          híper	selectivo,	con	ganancias	ilimitadas,	un	mundo	de	1	%,	homogéneo,	sin	otros	y,	por 
          supuesto,	sin	otras. 
         Y	como	si	fuera	poco	hay	que	escuchar	con	paciencia	de	santo	o	de	Papa	(que	al	fin 
          y	al	cabo	es	lo	mismo)	la	instalación	del	debate	acerca	de	aborto	terapeútico	que,	desde 
          mi	 perspectiva,	 también	 resulta	 majadero.	 O	 bien	 habría	 que	 dotarse	 de	 tiempo	 y 
          observar	 este	 seudo	 debate	 para	 comprender	de	 una	 vez	 por	 todas	la	extensión	 de	la 
          captura	 multifocal	 del	 cuerpo	 de	 la	 mujer	 en	 cada	 uno	 de	 los	 estamentos	 por	 los	 que 
          transita.	Los	niveles	de	sujeción	son	 tan	extremos	que	se	permiten	discusiones	llamadas  “valóricas”	en	torno	a	zonas	aterradoras	en	las	cuales	reina	el	drama	y	la	angustia,	como 
          violaciones	o	incestos	en	contra	de	niñitas	o	embarazos	inviables. 
        Porque	 la	 despenalización	 del	 aborto	 terapéutico	 es	 una	 obligación	 social 
          increíblemente	 tardía	del	Estado	chileno	para	mitigar		severos	 daños	 físicos	 o	mentales. 
          Una	alternativa	que	debe	estar	cuanto	antes	a	disposición	de	las	mujeres	si	es	que	ellas	lo 
          estiman	necesario. 
         Pero,	 claro,	se	 trata	 de	una	 parte	 mínima	 del	 apretado	 nudo	 que	perpetúa	 a	 la 
          mujer	en	un	lugar	devaluado	y	antidemocrático.	Un	espacio	manejado	por	el	conjunto	de 
          poderes	que	 formulan	 los	 mandatos	 sociales	 y	 que	 vigilan	la	 sexualidad	de	 las	mujeres 
          como	 si	 fuera	 un	 atributo	ajeno	a	 ellas	mismas.	 Un	 riesgo	 máximo	 que	 necesita	 de	 un 
          control	 externo	siempre	 activo	 y	 amenazante	 e	 incluso	 carcelario.	 	 Porque,	 en	 último 
          término,	es	 necesario	 señalar	 que	la	mujer	 circula	 en	 cada	 uno	 de	 los	 espacios	sociales 
          como	un	sujeto	sobre	el	que	se	realiza	una	permanente	violencia	ya	simbólica	o	explícita. 
          Y,	más	aún,	esa	violencia	incesante,	naturalizada	y	estimulada	aun	por	las	propias	mujeres, 
          es	el	eje	más	visible	para	pensar	modélicamente	todas	las	formas	de	dominación. 
         Sobre	 esas	 formas	 de	 dominación	 y	 violencia	 se	 sostienen	 las	 estructuras 
          mundiales.	Incluso	 si	examinamos	 los	lugares	 aparentemente	más	 vulnerables	como	los 
          que	 conforman	 las	 identidades	 sexuales	 no	 centristas,	 vemos	 que	 las	 ciudadanas 
          lesbianas,	 por	 ejemplo,	 	 están	 completamente	 invisibilizadas	 en	 Chile	 y	 eso	 abre	 una 
          pregunta	no	menor	y	completamente	crítica	a	las	agrupaciones,	entre	otras,	del	Movilh	y 
          la	 Fundación	 Iguales.	 	 Estas	 agrupaciones	 han	 realizado	 gestiones	 	 fundamentales	 en relación	a	la	validación	pública	de	hombres	homosexuales.	Sin	embargo	repiten	y	ejercen 
          las	 prácticas	 antidemocráticas	 en	 contra	 de	 las	 mujeres.	Más	 aún,	 se	 puede	 hablar	 de 
          subordinaciones	a	poderes	adversos	a	sus	causas.	Hay	que	 recordar	la	discutible	imagen 
          de	un	dirigente	tan	mediático	y	resbaladizo	como	Rolando	Jiménez	aplaudiendo	a	rabiar, 
          de	pie,	al	ex	Presidente	Sebastián	Piñera	por	el	anuncio	de	una	ley	de	AVP	que	nunca	se 
          iba	a	legislar	 bajo	ese	gobierno	–lo	dijo	 clarito	el	Senador	Carlos	 Larraín-	y	de	la	 cual	el 
          propio	 Jiménez	 luchaba	 por	 apropiarse.	 Estas	 agrupaciones	 no	 cuentan	 con	 lesbianas 
          como	voceras	en	los	espacios	públicos.	Ni	una.		Más	allá	de		cualquier	argumento	retórico, 
          lo	único	 real	es	que	ellas	no	existen	en	esta	geografía	aparentemente	disidente,	porque 
          estas	 asociaciones	como	 Iguales	 y	 el	Movilh	 	adquieren	 poder	en	 los	 espacios	 públicos 
          siempre	y	cuando	reiteren,	con	asombrosa	simetría,	el	dominio	heterosexual	que	solo	en 
          apariencia	 quieren	combatir.	Estas	agrupaciones	 operan	 como	 un	mero	dispositivo	 para 
          mantener	y	compartir	el	control	que	no	es	más	ni	menos	que	una	 táctica	 fundada	en	la 
          hegemonía	masculina.		O,	para	ser	completamente	clara,	a	mi	me	parece	que	el	Movilh	o 
          la	 fundación	Iguales,	mientras	mantengan	estas	 prácticas	excluyentes,		son	asociaciones 
          que	me	atrevería	a	denominar	como	heterogays. 
         Pienso	 que,	 en	 parte,	 habitamos	 un	 tipo	 de	 sociedad	 premoderna	 por	 el	 largo 
          imperio	 conservador	 fundado	en	la	economía	agrícola.	 Como	 una	mera	anécdota,	no	 se 
          puede	 olvidar	 la	 imagen	 del	 ex	 Ministro	 de	 Hacienda,	 Felipe	 Larraín,	 muy	 orgulloso 
          montado	 en	un	 caballo	 y	 vestido	de	 huaso	 mostrando	 su	 deseo	híper	 conservador	 por 
          liderar	la	hacienda	mental	que	lo	habitaba. 
         Pero	la	real	demanda	pendiente	es	por	la	despenalización	general	del	aborto	que 
          las	voces	políticas	y	culturales	no	se	atreven	ni	siquiera	a	modular	en	espacio	público.	La 
          autocensura	 implantada	 a	 todo	 el	 espectro	social	 obliga	 a	 la	 consigna	 de	 ir	 “pasito	 a 
          pasito”	y	ya	se	sabe	que	esos	pasos,	con	la	derecha	que	tenemos	y	la	internalización	de	la 
          censura	en	todo	el	arco	político	del	país,	pueden	tomar	por	lo	menos	cuarenta	años	más. 
          Así	 el	 “pasito	 a	 pasito”	 local	 se	 inocula	 y	 se	 transforma	 en	 costumbre	 aún	 cuando	 el 
          primer	“pasito”	ni	siquiera	se	ha	dado. 
        El	aborto	como	espacio	para	los	embarazos	no	deseados	es	una	legítima	demanda. 
          Por	supuesto	que	es	una	zona	dolorosa,	difícil	y	sensible.	Nadie	mejor	que	las	mujeres	lo 
          sabemos.	 Pero	 se	 trata	 de	 un	 derecho	 fundamental	 y	 masivo	 en	 la	 mayoría	 de	 los 
          escenarios	 occidentales.	 La	 pregunta	es	por	qué	en	 Chile	 no	 pueden	 	enfrentar	un	gran 
          diálogo	sobre	este	 tema	estratégico.	Y	las	respuestas	pueden	ser	porque	el	cuerpo	de	la 
          mujer	 está	 asediado	 y	 cautivo	 por	 la	 hegemonía	 y	 cualquier	 debate	 emancipador	 de	 su 
          condición	provoca	un	 pavor	 inconmensurable	en	la	 totalidad	 de	 los	 estamentos	 y	 muy 
          especialmente	 en	 esta	 derecha-dinero	 que	 tenemos.	 Una	 derecha	 con	 severas 
          limitaciones	culturales,	entregada	sin	pudor	a	la	riqueza	y	totalmente	kitsch	que	no	cesa 
          de	ordenar,	como	los	antiguos	patrones		de	fundo,	a	todo	el	arco	político	y	ni	siquiera	el 
          desabarranque	de	la	iglesia-Karadima	los	detiene.