Si hay un tema que despierta discusiones, pasiones y todo tipo de polémicas es aquel que solemos encontrar mencionado como “promoción de la lectura”. ¿Es posible promocionarla? Partimos del supuesto de que sí, de que leer es necesario y beneficioso. ¿Pero leer qué? Y también, ¿leer por qué? En la serie documental Pretendamos que es una ciudad, que hizo Martin Scorsese con la escritora Fran Lebowitz como protagonista, hay un último capítulo donde ella hace una afirmación que echa por tierra cualquier esfuerzo en aquel sentido: “Leer es un gusto que se tiene o no. Hay gente a quien la literatura no le dice nada. Para mí fue un descubrimiento fascinante”. Diamela Eltit podría perfectamente suscribir esta última frase.
En El ojo en la mira nos dice de su primera aproximación a los libros, durante una enfermedad, a los 10 años: “Todavía recuerdo estar absorta y conmovida por el impacto de leer por primera vez literatura. Algo semejante a la hipnosis y a la urgencia por atravesar las páginas: la letra entrando al ojo y produciendo otro real. Un real tan absoluto que se extendía en el encuentro entre el ojo y la letra. Y el ojo, mientras entraba, se retiraba hasta olvidar el órgano porque ya el relato copaba todo el espacio, se ampliaba como la única zona posible, se expandía y yo misma quedaba atrás, suspendida de mí. Sé con certeza total que desapareció el tiempo, la pieza, la cama. Desapareció la enfermedad.”
Esta primera aproximación, que es el cierre del libro, fue el comienzo de la vocación literaria de Eltit, quien no sólo se convirtió en una lectora voraz, sino también, más tarde, en escritora. El comienzo de su carrera –y a ello dedica una buena cantidad de páginas en este libro– estuvo marcada por el hecho de escribir en un contexto vedado a la libertad de expresión como fue la dictadura de Pinochet, época en la que formó parte de una resistencia activa como co-fundadora, junto a Raúl Zurita, del Colectivo de Acciones de Arte (CADA).
A partir de 1980 vendría el reconocimiento con una serie de libros entre los que destacan Lumpérica (1983), Por la Patria (1986), El cuarto mundo (1988), Los vigilantes (1994) y Fuerzas especiales (2013). Pero no es de su escritura de lo que Eltit nos habla en este ensayo, sino más bien del espectro de sus lecturas y, en todo caso de las intersecciones de estas con su escritura.
Por empezar, hace referencia al hecho de ser mujer y feminista. Sin embargo, con la mirada tangencial a la que nos tiene acostumbrados, se rebela contra lo que ella llama la“genitalidad literaria”, que pretende unir toda la producción de las mujeres “para convertirla en nada”.
En este sentido aboga por “desbiologizar la letra” y terminar con la dicotomía entre textos producidos por hombres o por mujeres. Lectora de los posestructuralistas –especialmente Foucault–, señala que la dominación sobre las mujeres es posible porque internalizan los mandatos que las oprimen. Pero la lectura y la escritura constituyen para ella, justamente, una forma de insurrección ante los mandatos.
Por eso, no dudará en señalar el valor de la novela de la escritora chilena Marta Brunet, María Rosa, flor del quillén (1927), versión de Don Juan donde el burlador resulta burlado por una mujer, como un claro ejemplo del poder de la literatura para subvertir el orden establecido.
Y pasará por Faulkner, por McCullers, por McCarthy, sí, destacando sus numerosas virtudes, pero para detenerse en José Donoso, con quien compartió una amistad basada en la pasión por la lectura. Sobre El obsceno pájaro de la noche y El lugar sin límites dice: “Estas novelas advierten sobre la obligación a homogeneizar. De qué manera las hegemonías implantas sus mandatos en las periferias para que esas mismas periferias sean las encargadas de normalizar las conductas, gestionar los castigos, reprimir lo heterogéneo”.
Es imposible no pensar que Eltit se lamenta por la potencia literaria que Chile perdió, cuando el capítulo siguiente abre con una crítica a la escritura “de moda” en su país, que ella no duda en catalogar como “literatura selfie”, sin dar nombres o títulos de obras. “En Chile”, escribe, “un grupo no menor de literaturas locales se abocaron a escribir sus vidas acudiendo a una simulación, a un símil de novela que operaba como coartada para justificar el libro”.
De este modo, Eltit hace su descargo contra las “literaturas del yo” y aboga por un paisaje literario que no se haga eco del neoliberalismo, sino que devuelva a la literatura su pulsión comunitaria.
Puede que en algún momento los escritores fueran como los brujos de la tribu, en el sentido de que podían expresar los secretos pensamientos de la comunidad, reunir alrededor del fuego la expectación que una historia puede transmitir. Estamos muy lejos de este lugar, y quizá es esto lo que lleva a Eltit a decir que a veces
llega a odiar la tarea de escribir y de leer. Que siempre vuelve, porque no sabemos si se puede o no promover la lectura pero sí que los que fueron inoculados una vez con este veneno, encontraron un modo de estar en el mundo.
El ojo en la mira, Diamela Eltit. Ampersand, 112 págs.
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Diamela Eltit contra la genitalidad literaria
Por Mercedes Alvarez
Publicado en Revista Ñ Literatura. 15 de abril de 2021