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Entrevista con Diamela Eltit
“Pienso en la literatura como un campo geológico y siempre dialogante”

Por Adrián Ferrero
En Iberoamericana. Año VII, N° 25, 2007
http://www.iai.spk-berlin.de/.pdf


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Diamela Eltit nació en Santiago de Chile en 1949. Se graduó como profesora de Literatura en la Universidad de Chile y en la Universidad Católica de Chile. Ha publicado Lumpérica (1983), Por la patria (1986), El cuarto mundo (1988), El padre mío (1989), Vaca sagrada (1991), Los vigilantes (1994), El infarto del alma (1994), Los trabajadores de la muerte (1998), Emergencias. Escritos sobre literatura, arte y política (2000), Mano de obra (2002) y Puño y letra (2006). Sus libros han sido traducidos al francés, al inglés y al finlandés. Ha publicado artículos y entrevistas en diarios, periódicos y revistas de su país y del extranjero, y ha dictado conferencias en Inglaterra, Alemania y una docena de universidades norteamericanas. Su proyecto literario se caracteriza por su coherencia sostenida y sistemática, por proponer zonas de incertidumbre y por problematizar agudamente las formas de representación convencionales. Ricardo Piglia, entre otros, ha saludado su literatura como una de las voces de la renovación teórica en el Cono Sur. Al mismo tiempo, en sus trabajos narrativos, Eltit indaga la configuración discursiva desestabilizante de nuevas subjetividades y el modo en que la literatura puede enunciarse como un discurso de resistencia o bien frente a sistemas totalitarios o de producción de configuraciones simbólicas hegemónicas, como el neoliberalismo, en especial en América Latina.

¿Recuerda cuál fue el primer texto que publicó? ¿Cuál fue el impacto que le produjo bajo la forma de devoluciones sociales y cómo ayudó a construir su auto-imagen de escritora?
— Para acotar su pregunta me voy a referir, como primera publicación, a mi novela Lumpérica, editada en 1983. Usted tiene que considerar que este libro fue publicado bajo dictadura, una dictadura invasiva que controlaba no sólo las universidades sino además, los medios de comunicación. En ese sentido el retorno crítico era extraordinariamente precario y lo más interesante era el efecto que alcanzaba la novela en grupos culturales de referencia que yo frecuentaba en esos años. No creo haber cultivado una auto-imagen de “escritora”, más bien lo importante era el libro, su especificidad, su propio tránsito, frente a lo cual yo, como sujeto social, carecía de control. En lo estrictamente personal lo realmente estimulante para mí fue haber conseguido terminar el libro, tarea que me había tomado aproximadamente siete años.

¿Cómo concibe el acto de escribir? ¿Cómo un cruce de tensiones y tramas discursivas que se especifican y se encadenan?
— Efectivamente están ahí de manera primordial los elementos que usted señala. Es una entrada radical en lo que entendemos por escritura con toda la revuelta que este hecho implica, desde la imposibilidad o lo posible, y siempre el fantasma de un cierto fracaso con la letra. Pero se trata de una “experiencia” muy difícil de asumir pues toda palabra al respecto es sólo un simulacro ya que se trata de un tejido propio y vivo que se va a resolver o no se va a resolver en la letra.

¿Siente que los textos que usted escribe ya están previstos de alguna manera en las condiciones de posibilidad discursiva? ¿O trabaja a partir de una ilusión optimista de la novedad?
— No pienso exactamente en ninguna de las dos vertientes que usted señala, en el sentido que no hay un afuera del texto. Pienso en la literatura como un campo geológico y siempre dialogante. Más aun estos diálogos pueden establecerse independientemente de lecturas específicas. Pero para ser sincera me parecería ingenuo escribir como “novedad”, como también me parecería monótono inscribirse en líneas discursivas ya trazadas. Sin embargo, prefiero pensar en riesgos y en incertidumbres, más bien por esos territorios de deseos es donde mi deseo literario transita.

¿Cómo incide la sensorialidad y la sensualidad en el acto de escribir? ¿Su ojo observa la pantalla o el papel, escucha los sonidos del entorno y los dedos en el teclado, percibe los aromas? ¿O hay, por el contrario, un olvido de los sentidos a la hora de sumergirse en el texto?
— Los sentidos por supuesto están ahí, pero siempre, en mi caso, únicamente en el terreno de la escritura. No quiero decir con esto que “huela” la letra, sino lo que intento expresar es que su arquitectura, quiero decir la profundidad, la espacialidad, la estética, la sensorialidad y la sensualidad se condensan en el espacio concreto de la teatralización de la escritura.

¿En qué lugar y hora del día trabaja? ¿Qué condiciones necesita para trabajar?
— Mi vida no es tan estructurada y usted tiene que considerar el hecho de que yo no soy una escritora profesional, tampoco me gustaría serlo. Considero el acto de escribir más ligado a deseos y pulsiones que a obligaciones burocráticas. No obstante si pudiera elegir (que a menudo no lo consigo) yo trabajaría en la mañana, pero en último término puedo hacerlo en cualquier hora, en cualquier sitio y no tengo una particular exigencia con los espacios.

Sus textos narrativos constituyen zonas de condensación de tramas y discursos teóricos, en especial provenientes de las ciencias sociales. ¿Sus narraciones brotan espontáneamente u obedecen a una meditación calculada donde la teoría está involucrada?
— Bueno, en realidad me parece que usted está haciendo una lectura de mis narraciones. Yo soy una persona formada en el área literaria, no tengo especialización en el campo de las ciencias sociales y por lo tanto carezco de solvencia teórica en ese campo. Pero sí estoy segura que no hay ninguna escritura ajena a la experiencia política y, más aun, diría que la escritura es política. No lo señalo en tanto una cuestión lineal de tendencias políticas, sino más bien me refiero al escenario textual, es decir escoger una determinada sintaxis entre otras posibles, ya implica una toma de posición de la letra. Recuerde que hay muchas y variadas posibilidades narrativas y cada una de ellas porta inevitablemente marcas políticas. En mi caso he tenido la experiencia particular de haber sido considerada estructuralista, postestructuralista, postmodernista, por nombrar algunas corrientes, pero en verdad para mí la escritura no pasa por esos referentes. Sin considerar la escritura como un acto irracional, tampoco podría resguardarme en un racionalismo tan fiel como el que usted me señala.

En su libro Emergencias usted declaraba que no se sentía involucrada con “la espléndida actividad de contar historias”. ¿Cuáles líneas delimitarían afirmativamente su propio proyecto?
— No lo sé. No estoy en condiciones de evaluarme a mí misma, pero sí podría señalarle que me interesa más bien lo inacabado, lo suspendido, lo no concluyente, esas grietas y fisu as me parecen en mi caso estimulantes y propositivas.

¿Cómo interpreta ese discurso que sostiene que su obra “es difícil”? ¿Lo lee como un síntoma de resistencia que comunica más de las ideologías sociales que de su propia obra?
— Sí, estaría de acuerdo en que la recepción ha sido más bien consensual en torno a la dificultad que tendrían mis libros, pero yo leo esa catalogación en términos políticos que pueden tocar a todas las producciones que no sigan las líneas dominantes o hegemónicas.

¿Cómo hace una escritora que alcanza la consagración para preservar la autonomía intrínseca de su proyecto creador? ¿Qué tipo de negociaciones debe realizar con las instituciones?
— En mi caso particular no me ha correspondido “negociar” ningún texto. Se lo digo en el siguiente sentido: los distintos editores que he tenido tanto en Chile como en el extranjero no me han solicitado ninguna modificación. Entonces, nunca he sentido que una cierta integridad estética haya sido puesta en cuestión. Y por otra parte, yo mantengo una gran distancia entre mi vida personal y los textos, no somos lo mismo. Y desde luego si algún recorrido han tenido estos textos se deben a sí mismos, no a mí. Entonces yo nunca me he movido en mi vida como una “escritora reconocida”. Por supuesto, espero fervientemente en el futuro que me queda, no tener que rechazar alguna negociación perturbadora que inevitablemente no voy a hacer.

Su país tiene una fuerte tradición literaria, dos premios Nobel. ¿Las escritoras y los escritores chilenos deben realizar a su juicio algún tipo de parricidio cultural para conquistar su propia identidad? ¿Cuál sería? Pensaba en el caso concreto de los escritores argentinos con la figura de Borges.
— No me parece necesario el parricidio cultural. Y menos en un crimen tan rotundo como eliminar escrituras que nos anteceden, más bien esa sola posibilidad me parece criminal. La literatura, ya lo dije, es un campo de citas, una zona de diálogos y desde luego no es una competencia sino un campo proliferante creativo. Aun aquellos textos que no están en la esfera estética de mi interés literario tienen un lugar, precisamente, para reafirmar las estéticas que persigo.

¿Qué siente frente a la figura de intelectuales públicos como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Pier Paolo Pasolini, Michel Foucault y Susan Sontag? ¿Podría referirse brevemente a cada uno de ellos en lo que la han interpelado, si es que esto ha sucedido?
— Bueno yo creo que las figuras culturales que usted menciona son distintas y lo que los une es su lucidez y la capacidad de cada uno de apuntar ciertos problemas culturales o ciertas estéticas. Particularmente relevo de Pasolini su extraordinaria síntesis entre imagen y literatura como también el riesgo que tomó con el film Saló. Él pudo unir ciertos presupuestos de Sade y repensarlos enteramente para producir el escenario fascista. De Beauvoir y su juego inteligente con lo que se entiende por autobiografía o Sartre y su compleja búsqueda de libertad, y cómo no Foucault en su empeño por leer las superficies sociales desde los espacios micro y disciplinares. Menos conozco, debo confesarlo, a Sontag como no sea su texto magnífico sobre la fotografía.

¿Cómo fue su vida durante la dictadura militar y cómo condicionó los intercambios semióticos, sobre todo los literarios? ¿Cuáles fueron las actividades de resistencia política y cultural que usted realizó durante ese período?
— Tengo que decirle que este tema es muy extenso pero especialmente complejo, sólo parece necesario decir que yo pertenezco al llamado “insilio” chileno, es decir permanecí en el país durante los 17 años de dictadura, y al igual que millones de chilenos que estábamos en contra de la dictadura, realicé desde los lugares posibles todo lo que estuvo a mi alcance con esta oprobiosa situación. Cualquier especificación al respecto me parece peligrosa puesto que el término de la dictadura les pertenece, como le dije, a millones de chilenos y desde luego las condiciones de mi vida fueron muy parecidas a la de esta comunidad de la que hablo.

¿Cuándo y cómo fue su paso por la carrera de Letras de la Universidad de Chile? ¿Entiende que ese pasaje aportó recursos a su carrera como escritora? ¿Qué autores, profesores o condiscípulos recuerda de su formación?
— Yo estudié literatura en la Universidad Católica de Chile y también en la Universidad de Chile, es decir tuve estudios formales en ese campo por aproximadamente nueve años. No pienso que estudiar literatura sea un requisito para escribir, sin embargo lo que sí me parece un aporte es que esos estudios me permitieron tener una perspectiva sobre lo literario, lo que me posibilitó una visión más analítica sobre el presente de las escrituras y sus lugares. Tuve la suerte de tener entre mis profesores a escritores como Nicanor Parra, Enrique Lihn, el filósofo Patricio Marchant, y como compañeros de estudios a la poeta Eugenia Brito, al poeta Raúl Zurita, a la critica Soledad Bianchi, al critico Rodrigo Cánovas, entre otros importantes actores culturales chilenos.

¿Qué relaciones mantiene en la actualidad con las instituciones académicas de su país y del resto del mundo, donde es frecuentemente invitada en carácter de expositora o conferencista pública? ¿Se siente amparada o, en un punto, desamparada por ellas?
— Yo trabajo en la universidad como docente y de hecho ejerzo la docencia por más de treinta años. Tengo una relación respetuosa con la academia chilena. Efectivamente he participado en muchas instancias académicas en el extranjero. Esa ha sido una condición reiterada e intensa durante los últimos diez años. Esa parte la considero un privilegio puesto que me permite obtener ciertos saberes y ciertas experiencias que pienso van enriqueciendo mi bagaje cultural. Pero, desde luego, toda relación con la institución es conflictiva, especialmente para una escritora. Sin magnificar las dificultades, el punto es cómo conseguir escribir a pesar de las instituciones.

¿Cómo se ha ganado la vida a lo largo de su vida?
— Creo que está contestado en la pregunta anterior. Me he dedicado casi enteramente a la docencia. Actualmente soy profesora titular con jornada completa en la Universidad Tecnológica Metropolitana.

Sus textos abordan y denuncian con crudeza los efectos de la alienación capitalista, en especial del neoliberalismo. ¿Cree que ese interés se origina en la situación política de su país y de otros de América Latina?
— Bueno, en realidad se trata de una teoría económica en la que actualmente se estructura Occidente. Esta forma de capitalismo salvaje me parece que lesiona gravemente al sujeto y lo despoja de parte importante de sí mismo.

En general un intelectual crítico está más alertado sobre las formas de opresión y dominación de la política y la cultura de masas, que trabaja a partir de la repetición (como ha observado Roland Barthes), de estereotipos y clichés. ¿Eso la ha alejado o acercado a su prójimo y a su familia?
— Sí, usted señala algo acertado: las implacables, constantes y certeras redes de dominación que atraviesan todos los sistemas y que se ejercen sobre cada uno de los cuerpos. Esas redes no están ausentes en toda forma de relación. No se puede excluir ni al mundo que uno es capaz de construir, como las amistades o de la que le tocó vivir, como la familia. Ninguno de estos espacios es puro, están contaminados. Pero, en la medida que se entiendan mejor los nudos que portan las relaciones, esto posibilita tener una perspectiva más aguda y quizás en un punto más tolerante o más sabia, no sé.

¿Se siente parte de una tradición de escritores o escritoras? ¿De cuál o cuáles?
— Más bien me siento parte de una tradición de escrituras que por supuesto siguen incrementándose, pero en ese sentido yo soy bastante heterodoxa, podría pensar desde Edipo Rey hasta Pedro Páramo. Puedo pensar en Joyce y en la chilena Marta Brunet. No dejo de pensar en Sarduy, y si pienso en Sarduy también lo hago en Lezama Lima o en Clarice Lispector o en Borges. En fin, me parece peligroso situar tan “territorialmente” las escrituras, en parte porque de verdad el campo es infinitamente más amplio de lo que he mencionado.

Muchas gracias, Diamela.

 

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Adrián Ferrero es docente y becario de investigación en la Universidad de La Plata (Argentina). Ha publicado, aparte de un libro de relatos (Verse, 2000) y uno de poesía (Cantares, 2005), artículos de investigación y entrevistas en revistas especializadas nacionales y extranjeras; trabaja actualmente en su doctorado sobre las poéticas de Angélica Gorodischer y Tununa Mercado.



 



 

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