Dice estar retirado de la vida pública desde hace 12 años, pero a veces regresa: hace unos meses publicó "Gramercy Park", una pequeña libreta que en pequeños collages reúne poemas e imágenes de otros, con unas pocas anotaciones. A sus 73 años, el autor de "Los Sea Harrier" está empeñado en llegar al mínimo de escritura: "Lo más espiritual tiene cada vez menos palabras", sostiene.
No iba a hacer una exposición. No iba a hacer nada. Solo guardaba páginas y recortes; imágenes aparecidas en diarios, fotos de obras de arte y, sobre todo, poemas. Una colección personal que documentaba al lector que había sido. Chispazos, impresiones. Desde retratos de Albert Einstein a unos versos de César Vallejo o una pintura de Rembrandt. Un pasatiempo que un día cualquiera encontró una forma: su pareja le regaló una pequeña libreta de hojas blancas, con el número de cada página anotada en el inferior. "Esta es mi cancha de juego", pensó el poeta Diego Maquieira (Santiago, 1951) y empezó a armar el que sería su cuarto libro en toda su trayectoria.
"Esta cosa se ve como una cosa muy elegante y lujosa por fuera, pero es muy sencillo. No sé lo que es. No es un libro de arte", dice Maquieira, fallando al definir "Gramercy Park", una reproducción de esa libreta original que hace unos meses publicó la Galería D21. Tiene 150 páginas, cabe en la palma de una mano, y como ya es costumbre para el autor de "Los Sea Harrier", apenas trae su escritura. No trae sus versos, trae los de otros, los que dispuestos junto a una selección de esa colección que guardaba funcionan como una ventana hacia la cabeza de Maquieira: caótica, informada, misteriosa, capaz de mezclar letras de canciones de Bob Dylan con versículos de la Biblia, fotos de iglesias quemadas en el estallido y consejos de Lao Tzé, como "Mantente al margen de todo / Nada es eterno, así que no te ates a nada".
"Es un homenaje a la poesía. A mis hijos, a los amigos. La idea es la incitación a leer poesía", dice Maquieira encendiendo una pipa y dejándoles espacio a sus gatos para que se acomoden ante la estufa. El living de su casa está en un desorden semicontrolado, en que proliferan los libros arrumados en mesas y en el suelo. Empieza la tarde, pero el follaje de su patio apenas deja entrar la luz y adentro las luces cálidas dejan ver entre sombras cuadros con retratos de Rimbaud o Einstein. En una pequeña foto está él junto al poeta estadounidense John Ashbery. Desde ahí, Maquieira ejerce su retiro.
Arrancar
"Yo me retiré el 2012 de todo lo público. Yo no quiero dar entrevistas. No da", asegura. Hace unos 15 años solía contestar su teléfono y opinar sobre lo que fuera ante los llamados de los periodistas. "Hablaba muchas estupideces", recuerda, enmarcado ese tiempo en su tránsito por el alcoholismo. En 2004 entró en una clínica de rehabilitación y salió sobrio. También casi ciego. Hubo un tiempo en que Maquieira manejaba una lucidez tan particular que consiguió escribir dos libros que permanecen como meteoritos cargados de fuego en la literatura chilena, "La Tirana" (1983) y "Los Sea Harrier" (1993).
Hijo de diplomáticos, creció entre Estados Unidos y Perú, llegó a Chile a los 12 años. No terminó el colegio, no fue a la universidad; prefirió maestros esporádicos, como el antipoeta Nicanor Parra o el físico Joaquín Luco. Terminó los ochenta en una mesa de un restaurante de la plaza Mulato Gil, bebiendo sin límites acompañado de Gonzalo Contreras, Arturo Fontaine y Martín Hopenhayn. Escribió unos poemas en que el barroco era tironeado por una ciencia ficción apocalíptica que en vez de hablar de la dictadura, de la que todos hablaban en esos días, iluminaba algo que parecía un fin de mundo. Nunca le fue fácil escribir: "Siempre estoy tratando de arrancarme de la escritura", dice.
—¿Todavía?
—"Todavía. Ahora estoy jodido. Porque ahora se acabó el chipe libre de las imágenes, ya colmé la cuota con el 'Gramercy Park' y con el 'Annapurma' (2012). No han sido poco trabajo, pero ha sido hacerle el quite a la escritura".
—¿Por qué?
—"No lo sé. Porque es como una tortura. Y probablemente por mi propia incapacidad, porque ya no puedo hacerlo. Tuve la juventud, la energía y la concentración para poder hacerlo entre mis 30 años. Estuve a punto de arrancar de los Harrier. Tenía un amigo tarotista que un día me tiró las cartas y me liquidó: 'Vas a seguir escribiendo', me dijo. Y eso me ayudó o me jodió, porque tuve que volver. Había sacado una plaquette de los Harrier, tenía poemas sin terminar, y lo único que deseaba era arrancar. La razón profunda no la sé, pero no quería escribir. Quería hacer algo distinto y no sabía qué".
Poco después de salir de rehabilitación, sucedió lo que él entiende como una epifanía. Necesitaba lupas para ver, y en un momento creyó ver demasiado. "Vi tan nítido que me provocó una explosión", recuerda pensando en el momento en que empezó a trabajar en lo que sería "Annapurma", un libro oracular también hecho de imágenes, del que hizo un boceto rápido. Cuando lo vio el poeta y crítico Ronald Kay lo encontró "fantástico". Al tiempo, el coleccionista Pedro Montes se lo mostró al curador de la Bienal de Sao Paulo 2012, quien le pidió al poeta viajar a Brasil y exhibirlo. "Me obligó a terminarlo y a mejorarlo. Yo lo iba a dejar botado. Muy chileno. Y no me importaba, había dejado el boceto en una caja. Lo terminé, porque tenía que llegar con algo a la bienal", cuenta.
Maquieira pensaba que "Annapurma" iba a abrir una conversación: "Pero nadie nunca me preguntó nada, y eso que yo estaba disponible. No hay verdadero interés", dice. Lo que vino fue su retiro. No es un estado radical, pues no es raro verlo en el café Tavelli del Drugstore. "Pero está desolado. No te encuentras con nadie. A mi me gustan los lugares de encuentro, no de cita. No hago vida cultural, yo no voy a nada. Me gusta encontrarme en la calle con la gente; me gusta lo real, no lo virtual", dice, y habla en serio: su celular no es smartphone y lo usa solo para llamar y contestar. Más aún: no sabe usar un computador.
"Me fui quedando atrás. ¡Qué voy a necesitar computador si no soy escritor! Uno se siente un analfabeto tecnológico tremendo, pero aún no me pesa, porque no estoy solo", dice. "Me resultó natural: no me incorporé nomás. Me quedé a un lado. En un momento dado, vi dos rutas a seguir: o caminas hacia las altas tecnologías del futuro y buscas la cápsula espacial, o buscas la caverna del Milodón. O una semicaverna en Campo de Hielo Sur. No me interesa la cápsula espacial", añade.
El incendio de Violeta
Se duerme temprano. A las seis de la mañana, los gatos lo despiertan. Trata de salir a caminar. Escucha la radio Beethoven o Pink Floyd. Depende de cómo esté su ánimo, lee. A veces se entrega de una sentada a libros de Dante o "La Eneida", pero por lo general está picoteando páginas de allá y acá. El retrato de Einstein que tiene en la pared tiene un objetivo concreto: "Para que me obligue a trabajar. Soy un flojo terrible", dice. Luego, precisa: "Trabajo muy lento. Porque hay producción a pérdida. Y porque, finalmente, esto se acabó. No hay necesidad, no hay nada que decir, no tengo necesidad de inventar".
Durante los días del estallido, Maquieira siguió como todos las noticias, hasta que se enteró de que el Museo Violeta Parra había sido atacado. "Lo que más me afectó de la gran explosión social fueron los tres atentados incendiarios al Museo Violeta Parra. No sé qué significa eso. Pero me dejó mudo. Enmudecí para 'enmudecir'. Me dejó desolado y al mismo tiempo me liberó. Como que sentí que le había dado razón al suicidio de la Violeta", cuenta. "Uno tiene cierto sentido del deber con el país. Yo le debo a este país la escasa producción que he hecho. No podría haber sacado estos libritos sino en Chile. Se lo debo a mi familia, a mis amigos y al país. Para mí, el pago de Chile ha sido extraordinariamente bueno. No puedes cagarte en la leche de tus padres para siempre. Puedes ser un rebelde juvenil y atacar con todo, pero uno tiene que entenderse con lo que le tocó", añade.
Según él, los atentados al Museo Violeta Parra están en el origen de la creación de "Gramercy Park". En todo caso, en el libro no hay ninguna mención a ella. Solo aparece una foto sacada de la prensa en que se ve la Iglesia de La Veracruz en llamas, y en la página de al lado un poema en que César Vallejo le pide a España cuidarse. "Cuídate Chile. Cuídate de la revolución", anota Maquieira en los márgenes. Son las páginas 34 y 35. Antes y después, hay más poemas de Vallejo, también de Kavafis, de Parra, de Paulo de Jolly, de E.E. Cummings, de Emanuel Carnevali, de Eugenio Montale, de Yeats, de Borges y otros. Todos rodeados de imágenes y anotaciones manuscritas de él.
En su horizonte, hay un proyecto más para Maquieira: un libro que solo tenga tres páginas. Un poema. No sabe realmente cómo será. "La poesía tiene que ver con el espíritu", dice. "Después, viene el arte; el talento es una cosa que va y viene. Yo no tengo talento; si no, produciría. Y tampoco soy dado a si descubro una fórmula exitosa y seguir dándole con ella. Se quema eso. No se puede seguir, uno tiene que evolucionar para bien o para mal. Encontrar una nueva misión, una nueva expedición. Lo más espiritual tiene cada vez menos palabras. Acuérdate de cómo termina el 'Altazor': las palabras se disuelven", sostiene.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Diego Maquieira:
"Siempre estoy tratando de arrancarme de la escritura"
«Gramercy Park». Ed. Galería D21, 150 páginas
Por Roberto Careaga C.
Publicado en ARTES Y LETRAS, El Mercurio, 4 de agosto 2024