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Niebla, Neblina, Bruma
Entrenieblas, Diego Muñoz Valenzuela. Novela, 143 págs. Editorial Vicio Impune, 2018
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 5 de Agosto de 2018
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Entretinieblas, así, como una sola palabra, es una opción deliberada que su autor, Diego Muñoz Valenzuela, explica en el prefacio a esta, su última novela: "... porque esa fue la sensación que mejor describe mi experiencia. Es una memoria borrosa: como si la historia se observara a través de una ventana empañada por un largo invierno. O desde unos ojos inundados por lágrimas. O desde una ciudad inundada por una niebla densa y persistente". Y prácticamente sin variaciones, el texto está atravesado por la niebla, la neblina, la bruma, a las que habría que agregar la oscuridad, las sombras, el rechazo a toda posibilidad de luz, aunque estemos en pleno verano y el sol caliente como solo lo hace en Santiago. Es inevitable que sea así cuando la historia se desarrolla en los días previos al golpe militar de 1973 y concluye justamente dos años después y se está a punto de cumplir el segundo aniversario del pronunciamiento castrense que cambió para siempre la historia de Chile. Sin embargo, Muñoz Valenzuela no se parece a un maniqueo cerrado que lo ve todo en blanco y negro: si bien, por razones de tipo familiar y por sus propias convicciones, fue un opositor al nuevo régimen, es capaz de reconocer que muchas personas, que inclusive la mitad de Chile habría respaldado al gobierno de facto y hacia el final, hay un brevísimo pasaje en el cual un catedrático rinde homenaje a Salvador Allende, con un minuto de silencio. "Los que no quieran participar pueden salir de la sala y regresar cuando haya terminado". Y así ocurre: numerosos alumnos salen para expresar su molestia, luego vuelven a entrar, aunque algunos desaparecen. Y esto es muy importante de destacar en una obra que, en forma sistemática, pone el acento en la inseguridad y la represión, ya que de lo contrario la narración podría haber pecado de cierta monotonía, de cierta visión demasiado uniforme o sesgada. Se trata, claro, de momentos escasos, pero ellos otorgan complejidad a un relato donde las tintas están inevitablemente cargadas hacia el lado de los vencidos.
Entretinieblas está compuesto a la manera de un diario de vida, con páginas encabezadas por fechas exactas y fórmulas apropiadas a esta clase de escritura. Con todo, este es un procedimiento que, desde el comienzo hasta las últimas páginas, se subvierte por completo para dar paso a una trama que, según el modo de plantearse, niega esta forma narrativa. El protagonista, Diógenes, desde luego alter ego de Muñoz Valenzuela, habla en tercera persona y toda la acción descansa en esa aparente e imposible objetividad, que consiste en negar el yo para contar las cosas como si quien está describiendo los hechos fuera un tercero sin relación con ellos. Por supuesto que no es ni puede ser así, tanto por el tema que se aborda, como por las reacciones del héroe y los demás personajes, todos cercanos a él. Lo curioso, lo extraño y tal vez lo más logrado de Entretinieblas reside en este aparente distanciamiento que, como veremos, de distanciamiento no tiene nada, sino que, de manera opuesta, marca una profunda intimidad, una subjetividad exacerbada, un compromiso visceral de Diógenes hacia los perseguidos, en especial hacia quienes sufren los rigores que caracterizaron a la dictadura, sobre todo a lo largo de su primera fase.
Cuando se produce el derrocamiento de Allende, Diógenes está finalizando la enseñanza media y a punto de ingresar a la universidad para estudiar Ingeniería Civil. De acuerdo con su técnica elusiva, o sea, decir poco diciendo mucho, Muñoz Valenzuela no nos dice en qué colegio estaba Diógenes ni dónde inició la enseñanza superior, aun cuando no se necesita ser brujo para adivinar que es la Universidad de Chile. Fuera de sus padres, Eduardo y Emilia -también nombres cambiados de dos escritores de filiación marxista-, en quienes confía ciegamente y que son su sostén material y emocional, Diógenes duda de todo y de todos. La gente, en particular los jóvenes, viven aterrados, hay sospechas por doquier, hay delatores, hay comportamientos tan poco claros que hacen imposible sentir un mínimo de seguridad en torno a cuantos nos rodean. La excepción es Catalina, una mujer mayor que Diógenes, de la que el muchacho se enamora perdidamente; por desgracia, ella está prendada de Leonardo, un militante de ideas un tanto demenciales. Antonio, Héctor, Quintín, Ximena, el Negro Cárdenas y otros son actores que entran o salen, a veces tras horribles experiencias en prisión, a veces rumbo al exilio, a veces compartiendo con Diógenes una que otra tomatera o bien intercambiándose información. Entretinieblas es la crónica de muchos encuentros y desencuentros en medio de este clima general de tanta inestabilidad, tanto temor y, desde luego, amistad y solidaridad entre un determinado grupo de personas que sostienen los mismos principios. También constituye la educación sentimental de Diógenes, entonces un niño, aun cuando, más allá de la situación política, hay que dar exámenes de materias en extremo complejas -Diógenes, dicho sea de paso, asiste a sus compañeros en ramos muy difíciles- y además tenemos el adiestramiento intelectual y literario del carácter principal, que se manifiesta en lecturas omnívoras de creadores diversos, que van desde los practicantes de ciencia ficción, pasando por los latinoamericanos, hasta chinos y japoneses.
Un pasado y una formación así tienen que producir, por cierto, a un prosista solvente, que es Diego Muñoz Valenzuela.