Hay una fotografía que Paolo di Paolo nunca quiso hacer. Es la de un niño de unos 12 años, cubierto de llagas y vestido con harapos. «No quería tomar esa imagen, pero era necesario», dijo. Di Paolo murió hace un mes a los 98 años. Deja un legado de más de 250.000 negativos cuidadosamente archivados.
Nadie se acordaba de este hombre que se dedicó profesionalmente a la fotografía desde 1954 a 1966 en el semanario 'II Mondo'. Fue su hija quien descubrió su obra hace 25 años y reivindicó su trabajo tras más de tres décadas de olvido. Hoy Di Paolo es valorado como uno de los mejores fotógrafos del siglo XX.
Un documental de Bruce Weber ha reconstruido su vida. Sorprenden su modestia y sus reticencias a hablar del pasado. Pero Di Paolo retrató a la gente de la calle de la Italia de los años 60 con una estética que conecta con el neorrealismo. Es imposible elegir una imagen, pero la que más me gusta es una fotografía de Pasolini delante de una colina, coronada por una cruz. El cineasta tiene la mirada perdida, fija en un misterioso más allá. Gruesas nubes se ciernen sobre su cabeza.
La fotografía nos seduce porque es el arte que mejor atrapa la fugacidad de un momento. Y eso no deja de ser un milagro porque el tiempo es siempre huidizo de forma que el presente se convierte en pasado en tan sólo un instante.
Niños jugando en descampados, viejos sentados en un banco, actrices glamurosas, príncipes y mendigos, escritores e intelectuales que posan ante el objetivo del fotógrafo. Hay un sello profundamente personal en el trabajo del artista, una mirada que remite a grandes realizadores del cine italiano como De Sica, Rossellini y Visconti, que supieron hallar la belleza en un mundo cruel e implacable.
He leído que Fellini se inspiró en Di Paolo para el personaje que encarna Mastroianni en 'La dolce vita'. Puede ser, pero el fotógrafo real era un hombre de una extremada honestidad que optó por dejar su trabajo para no caer en el sensacionalismo y la banalidad. A partir de los años 70, se dedicó a documentar la vida de los 'carabinieri', una extraña pasión que le ocupó el tiempo hasta su jubilación.
Miro y me detengo en sus fotos con una mezcla de admiración y nostalgia. Y no consigo determinar el secreto de Di Paolo para captar con su Leica lo que otros no veían. El ojo de su cámara nos transporta a un mundo desaparecido que emerge del pasado y que nos transporta a aquella Italia de Juan XXIII y la democracia cristiana, Vía Veneto, los suburbios de Nápoles y las ciudades dormitorio de Milán.
Decía Susan Sontag que no hay nada más engañoso que una fotografía. Pues bien, bendito engaño el de Di Paolo, que nos muestra a un niño con un gato que observa una carretera vacía. Ese niño éramos nosotros. La vida ha pasado en un momento.
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Por Pedro García Cuartango
Publicado en ABC, 14 de julio 2023