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Una historia de la poesía argentina a cargo de Luis Benítez
Historia de la poesía argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX, Buena Vista Editora, 2020. 280 págs.

Por Demian Paredes
Publicado en Página/12, 30 de agosto de 2020


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Cuando la poesía es hoy parte de un debate que revela una incomodidad cultural con los supuestos aceptados, incuyendo la visión de la poesía como un campo de expresión particularmente subjetiva, el poeta y ensayista Luis Benítez arremetió con una Historia de la poesía argentina: de Luis de Tejeda al siglo XX, que busca indagar en los comienzos y resalta las experiencias regionales y provinciales, como así también otra mirada sobre las décadas de los 80 y 90.

Ensalzada y relegada, aceptada y no fomentada, publicada y olvidada, la poesía reúne y padece la ambivalencia que el mercado, la sociedad y sus instituciones le dispensan. Una polaridad que, sin embargo, no impide que se la siga escribiendo y leyendo, publicando y difundiendo (del modo y por los medios que sean). Es una actividad de un valor espiritual e intelectual, simbólico, estético y cultural, que recorre y configura la vida de cada país. En tal sentido, Luis Benítez, poeta y autor de casi cuarenta libros –entre poemarios y narraciones, teatro y ensayo– hace su aporte con una Historia de la poesía argentina, publicada por la cordobesa Buena Vista Editora.

El subtítulo del volumen, de Luis de Tejeda al siglo XX, ya anuncia que buscará atravesar nada menos que cuatro siglos de actividad poética, una historia de múltiples avatares, todavía hoy materia de investigación y debates en torno al nacimiento y orígenes de la misma.

Benítez señala una paradoja de la censura: cómo el Santo oficio y la burocracia española, en la época de la colonia, al prohibir el ingreso de textos a América que versaran sobre la misma, provocó el advenimiento de un “contrabando de literatura de ficción, tanto en prosa como en poesía”; “un negocio floreciente desde el siglo XVI hasta bien entrado el XVIII”, donde tenemos a Luis de Miranda y Martín del Barco Centenera como “precursores” de la poesía argentina, con una circulación clandestina que iba “desde California hasta México, Lima y Asunción, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, desde la Capitanía General de Chile hasta Montevideo”. Del Barco Centenera con La Argentina, y posteriormente Luis José de Tejeda y Guzmán con Un peregrino en Babilonia son quienes van perfilando una escritura y una mirada sobre la realidad local que todavía abreva, en sus rasgos o modelos formales, en Europa, influjo que continuará.

El tiempo pasa, las obras, estilos e influencias se suceden –el Siglo de Oro español, la literatura virreinal y la de la Revolución de Mayo–, y llega el Romanticismo, con su nombre clave: Esteban Echeverría. La conjunción de la importación europea y el americanismo dará por resultado la incorporación de “la pampa al atlas poético mundial; un paisaje nuevo, antes irrepresentado, que se establece definitivamente a partir de 1837”. Benítez destaca que el abarcar “lo que está más allá de las ciudades”, el llamado “interior del país”, será nuevamente, cien años después, algo retomado por la llamada Generación de 1940 cuando se evoque el paisaje rural.

Justamente la Gauchesca, proveniente “del campo” en su originaria versión primitiva (oral), y en su codificación culta (urbana), sancionada por Ricardo Rojas y Jorge Luis Borges, cuyos padres son Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández, convive con un “desgastado Romanticismo”, hasta la aparición de otra corriente en el último tercio del siglo XIX: el Modernismo. Escribe Benítez: “Por una parte, el Modernismo dirigió las influencias de los parnasianos y los simbolistas franceses, pero asimismo reelaboró otras influencias que no son demasiado tenidas en cuenta a la hora de hablar sobre sus bases de sustento temático: también incorporó imágenes y referencias provenientes de las mitologías griega, germánica, nórdica y precolombina, recreadas no desde la referencia directa sino a través de la intermediación de la imaginación, hilo conductor si hemos de entender el camino desarrollado por el movimiento”. Nombres resonantes: Rubén Darío, José Julián Martí Pérez y Manuel Gutiérrez Nájera.

Hubo luego una influencia que se intentó y no se dio, con la visita, en 1916, del vanguardista chileno Vicente Huidobro, quien postuló su “Creacionismo”, desoído en Buenos Aires por José Ingenieros y la prensa, y bien recibido, poco después, en Europa. Así, dice Benítez, “sin comprender los alcances de la propuesta huidobriana, la intelligentsia argentina perdió la gran oportunidad que se le presentaba para adherir a ella y fomentar una genuina revolución en la cultura”.

El libro avanza por las décadas del siglo XX, y se detiene para resaltar en particular diversas experiencias provinciales y regionales: desde 1920 a 1990 fueron surgiendo “La Brasa” en Santiago del Estero, “La Carpa” en Tucumán, “Tarja” en Jujuy, “Calíbar” en La Rioja, “Coirón” en la Patagonia y “Las Malas Lenguas” en Mendoza. Todos “fenómenos culturales dotados de una característica originalidad, configurando en el tiempo aportes insoslayables –o así tendrían que ser estimados y comprendidos– al conjunto de la cultura nacional”.

Benítez, poeta que comienza a publicar como parte de la “generación de 1980”, retoma el debate sobre la siguiente, y cuestiona la contraposición entre ambas, la lectura que se ha propuesto, quedando más o menos establecida, respecto a la de 1990 –y bien vale aquí recordar al respecto antologías no mencionadas como Poesía en la fisura (1995), Monstruos (2001) y La tendencia materialista (2012)–. Califica de “juicio simplista al extremo” ver en aquellos diez años de neoliberalismo sólo una poesía donde hubo individualismo a ultranza, intimismo posmoderno y ausencia de referencias “externas” y epocales. Para el autor hubo también “obras de autores donde sí cabe lo político, lo social, la referencia culta, la metafísica y la abstracción”. Y agrega: “Para variar –la expresión es irónica– el recorte de la realidad que señalamos se ha realizado desde las tribunas y los medios periodísticos con sede privilegiada en la capital de la Argentina, Buenos Aires, dejando de lado lo poético editado fuera de esa área”.

Esta Historia –en palabras de su autor, “apenas una introductoria aproximación al fenómeno de la poesía argentina”– se completa con un listado de bibliografía crítica, y una nómina de autores y autoras que comienza en el siglo XVII, e incluye a quienes hayan publicado “su primer libro individual antes del 31 de diciembre de 1999”. Como toda antología, su valía e interés radican tanto en todo lo que incluye como en lo que –inevitablemente– omite, en lo que es una invitación a visitar obras, autoras y autores, en un vasto panorama que se presenta en su doble dimensión espacial y temporal.



 

 

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