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Óscar de Pablo: “la libertad significa ser dueño de lo que estás haciendo”

Por Demian Paredes
@demian_paredes


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Invitado para participar de unas jornadas de poesía, organizadas por la editorial Audisea junto a poetas locales, el poeta y escritor mexicano Óscar de Pablo (1979) viajó a la Argentina. Lo que sigue es un momento de una extensa charla que mantuvimos con De Pablo en el mítico café La Paz, de la avenida Corrientes, acompañados de Adela Busquet y Lucas Brockenshire, editores de Audisea y responsables de la edición argentina de El baile de las condiciones. Poesía, libros, política e historia fueron los temas tratados.

¿Cómo surgieron los poemas de –o el mismo libro– El baile de las condiciones?
Yo nunca he escrito proyectando un libro, es decir planeando un libro con antelación. Lo que para mí han hecho los libros es que se da la circunstancia fortuita de que escribo los poemas, y cuando viene la oportunidad de publicar se cierra el ciclo, y ahí sale el libro. El baile de las condiciones es bastante especial; es más que simplemente un conjunto de poemas como cualquier otro en mi escritura, porque todos los poemas que había escrito hasta ese punto los había hecho buscando, tratando de aprender por dónde, y con un ritmo muy rápido. Y marcado por concursos: en México hay mucho estímulo a la creación, y había tenido tres libros antes, y los tres habían sacado un premio de “poesía joven”. Y la verdad, ninguno era muy bueno. (Risas.) Y El baile de las condiciones, en cambio, no lo hice para ganar un premio, o algún concurso, sino que un editor me pidió los poemas que tuviera. A este libro sí lo hice con mucho más tiempo: como tres años, cuando antes, entre un libro y otro, apenas había un año entre uno y otro. Y además, en esos tres años, conocí a poetas contemporáneos míos que tuvieron mucha influencia en mí, y creo que eso hizo una evolución mucho más fuerte de mi escritura, de lo que habían sido de los libros anteriores.

Y el libro que publiqué después, De la materia en forma de sonido, es una continuación del mismo proyecto. Y lo que lo unifica, mi estilo actual, es una incorporación de la política más orgánica, menos explícita. Ya me siento suficientemente cómodo como para no tener que hacer temas coyunturales políticos; mi política está orgánicamente metida en los poemas.

¿Y cómo se dio la posibilidad de publicar este libro acá en Argentina? ¿Cuál fue el papel de Audisea?
El papel central fue de Audisea, la editorial protagonista, ya que lo editaron. Pero el proceso empezó con el poeta Ezequiel Zaidenwerg, que viajó a México, y estuvo presente el día en que presenté la edición mexicana. No nos conocíamos, le gustó muchísimo, y él lo trajo a la Argentina y se lo mostró a un muy amigo de él, Alejandro Crotto, y ya no conozco el chisme puntual; creo que Crotto se lo recomendó a los chicos de Audisea. Yo nunca había publicado una reedición, menos una en el extranjero, y entonces, bueno, fue un gusto. Desde luego que dije que sí, y más al saber la buena calidad que tendría el libro. Después me enteré que el catálogo internacional incluye a [José] Kozer y a [Raúl] Zurita; y desde luego, entonces, es un honor a agradecer.

Hablemos ahora sobre el poema “Canción sin gansos”, incluido en El baile de las condiciones. Me interesa saber cómo construiste el poema.
Se cruzan dos anécdotas en el origen de ese poema. Que se juntan en un concepto. En un taller [literario] un chico llevó un poema que no me parecía –era un chico recién descubría el verso libre–. Lo llevó y me pareció que él creía que la poesía sencillamente se distinguía de otros géneros porque los renglones no llegan al final, se parten donde uno quiere, y él, para mí (arbitrariamente), partía los renglones, los separaba en cualquier lugar, incluyendo al artículo del sustantivo. Y para mí, el verso implica –técnicamente– donde no se hace sinalefa, por ejemplo. El corte mete una pausa, pero no rompe la sinalefa. Hablamos en verso (porque decidimos que a veces hacemos sinalefa y a veces no, según nuestra intención. En realidad la prosa es un artificio y el verso es lo natural, que es decidir cuándo haces pausa –no solo cuando la gramática dicta que hay coma o punto–, sino cuando te sale...).

Entonces, eso es un verso, pero me parecía que ese chico hacía algo muy antinatural: separar el adjetivo del sustantivo. Y le dije: “Nunca se hace eso”. Y tiempo después me quedé pensando: “¿Yo quién rayos soy para decir a nadie qué puede y qué no puede hacer?”. Y saqué la lección de eso, y digo que “un poco en penitencia”, en chiste... la cuestión es la libertad. ¿Pero qué entiendes por libertad? Es tener pleno control de lo que estás haciendo. Y ahí mi noción de lo que significa el trabajo libre, en términos ya no literarios sino en la vida. La vida versus el trabajo alienado.

En nuestros trabajos –en lo que hacemos para ganarnos el pan– no es el propio trabajador el que determina cuándo, dónde, cómo, para qué. Y no es el dueño, por lo tanto, del producto de su trabajo. La poesía y el arte nos dan un atisbo –creo– de lo que sería ser dueño de tu trabajo: eres perfectamente consciente de cada sílaba y de cada pausa, y de cuándo haces sinalefa y cuándo no. ¡Algo tan pequeño como cuándo haces sinalefa y cuándo no! (Decisión que tomamos todo el tiempo cuando hablamos.) Pero entonces, el tema de la libertad, significa pues ser dueño de lo que estás haciendo, conscientemente, con los ojos abiertos, sin dejarte arrastrar por el lugar común, la ideología disfrazada de “inspiración” o lo que sea. Si no lo estás haciendo conscientemente, lo está haciendo la ideología dominante –en política–, y en arte es el lugar común. Todo lo que no hagas conscientemente, quien lo está haciendo es el lugar común.

Entonces está el tema de la libertad. Y por otro lado, algo que me toca muy de cerca, el contenido del poema, que no lo menciono, y puedo explicarlo (o no) en las lecturas –frecuentemente lo explico; me ha dado últimamente por eso: me gusta que la gente lo conozca– es Rosa Luxemburg. Quien en una carta –creo que a Clara Zetkin, pero puedo equivocarme… puede ser a Kautsky–, en una carta privada, a partir de la Revolución espartaquista, de finales de 1918, principios de 1919, tras la Primera Guerra Mundial, ella estaba dirigiendo la escisión de la Internacional Socialista, y ella escribía siempre con mucho sentido del humor –las cartas privadas siempre son fantásticas, tienen muchas frases que yo uso mucho–.

Escribió: “Yo no sé por qué estoy en estas luchas, por qué todo el mundo me considera tan importante... yo te juro que nací para cuidar gansos”. Y esa frase la tomé para hacer una cuidadora de gansos, sin gansos. Por eso se llama “Canción sin gansos”. Esa es la clave: por qué esa cuidadora de gansos no tiene gansos.

Ese contenido no es modo alguno explícito. ¿Vos sentís que necesitás esas referencias, esos “sostenes”, aunque no queden claramente expuestos; aunque en muchos casos los lectores no puedan terminar de “interpretar”, o, mejor, “decodificar” todo lo que has puesto ahí?
Me gusta lo que pasa cuando no se sabe. A mucha gente, probablemente, si le dices que ese poema es sobre Rosa Luxemburg…. no sabrá quién es Rosa Luxembug. Un lector de poesía (un lector... puedo decir “OK”) por ahí sabe.

Y otro lector incluso lo saca, y lo lee prejuiciado. Por ejemplo, los epígrafes [del libro El baile de las condiciones] son de Marx, y no dicen que son de Marx… Para que quien sabe, sabe, y que el que no sabe no se quede afuera. Que no diga “¡Ah, ya sé qué tipo de literatura es!”.

Pero pusiste una pista en los epígrafes: el año. 1844 y 1845, que son los años previos al Manifiesto Comunista, y a las revoluciones de la “primavera de los pueblos”...
Estoy seguro que el lector común piensa que es algo en español. O piensa que son citas filosóficas... Parece que son citas muy literarias –bueno: son muy literarias–, y no. Yo creo que el lector educado “posmodernamente” cree incluso que puede ser un filósofo francés que le pone así a sus textos. No sé, es tan rara la cultura que podría ser cualquier cosa. Incluso puede uno investigar, puede uno ya saber, pero espero que funcione aun si no sabes. Además espero que si te gustó mucho-mucho, vayas y busques e investigues. Tampoco es difícil ¿no? Digo, comparado con Gerardo Deniz esto es el ABC. (Risas.) Está al alcance de cualquier inteligencia de cualquier cultura. Que incluye, me parece, mis referencias, que son de fuera del ámbito literario –y poético en particular–, pero es posible que pongan un poco en cuestión la supuesta “cultura superior” del poeta por sobre el ciudadano común. O sea: un trabajador politizado puede comprender mejor a Rosa Luxemburgo, o que esas citas son de Marx, que un poeta, que es muy culto. Que va a buscar sus referencias a otros mundos.

¿Y cómo encarás cada forma, cuando se trata de producir un escrito poético? ¿Y cuando es prosa?
La pregunta sería en realidad qué entiendo por poesía como género. La poesía como género tiene un nivel de atención mucho mayor.

La finalidad del arte, quizás en general, es la misma: ver el mundo a través del lenguaje. Usar el lenguaje como una herramienta para conocer el mundo. Incluso, diría, usar la forma para conocer al mundo; es la finalidad de todo arte. Aun si fuera pintor diría: el lienzo para conocer el mundo. Igual en literatura: usar el lenguaje para conocer al mundo. Pero la poesía se caracteriza por un nivel de atención mucho más concentrado, tanto del lector como del autor. Uno cuida cada sílaba; cuida el sonido de cada sílaba, que es una elección terrible cuando pasas a la narrativa, porque si cuidas cada sílaba te vuelves loco (pero también cuidas el ritmo de la narrativa en general).

En realidad –como decíamos hace rato, bromeando– la poesía no tiene spoilers, porque tiene un tipo de atención, que es como una canción: la tienes que leer en un solo momento, porque el poeta controla –incluso– a qué velocidad la lees. La narrativa no. Un poema podría tener en el libro 3.25 minutos, por ejemplo. Controlas de principio a fin. Entonces sí, el nivel de atención es muy distinto.

Aquí me siento incómodo diciéndoselo a ustedes, pero la gente sí ignora que la diferencia en la escritura no es temática: si es “de amor” o de “tu corazón”, es más poesía. Si es investigación (del mundo exterior), es más bien narrativa. Y no. En mi caso, justamente, hago muy poca poesía de lo que siento y vivo, y sí mucho de investigación “exterior”.

Estuve viendo otro poema de El baile de las condiciones: “Panfleto”. Ahí decís: “Mientras tanto la lengua y la memoria, mientras tanto: paciencia”. Además del comienzo, donde hacés referencia a que “Ya llegará el momento de los himnos”...
Es interesante que tomes ese poema, porque, sí, es bastante una declaración política. Sobre nuestro momento. La militancia política, creo, ha sido la de mantener la continuidad, la memoria y la cultura política más precisa y más sofisticada posible, sin hacer concesiones a la moda política –que significa también el enemigo de clase–. Eso, es un trabajo gigantesco. La gente dice: “Ah, ¿entonces estás esperando que llegue...?”. No, eso implica muchísimo, un trabajo de tiempo completo para una organización muy grande. Para cuando llegue la oportunidad de intervenir.

Si no tenemos eso, no tenemos memoria. Aun cuando perdamos oportunidades de intervención. Por ejemplo lo electoral –para poner un caso–. En México solo podríamos intervenir electoralmente, prescindiendo de cualquier discurso clasista (específicamente obrero, o socialista). Perder la oportunidad es el mal menor. Perder la oportunidad –para mí– es el mal menor. Entonces, un poco en poesía pasa lo mismo ¿Por qué la poesía? ¿Por qué Rosa Luxemburg? O ¿por qué ese tipo de poesía? Bah: quizá mucha gente no lo va a entender, pero prefiero decir la verdad, porque lo único que importa es que la gente sepa toda la verdad –no una parte de la verdad–, cuando importa. Aunque sea poca gente hoy. Quizá mañana... Pero sin esa poca gente de hoy no va a haber la mucha gente de mañana. Creo que la paciencia es políticamente clave, no me importa ser llamado “sectario”, ni “dogmático”, ni “desconectado políticamente del momento”, porque la verdad... honestamente sigo creyendo en lo que creo. Sobra decir que obviamente uno se puede enriquecer muchísimo, nutrir de aquello que se llama arte no político –incluso la gente más reaccionaria puede hacer poesía que nos enriquezca muchísimo–. Y que la lectura revolucionaria depende más del lector que del autor. ¡Tirar a Shakespeare porque era monárquico sería tan tonto! (Risas.) Desde luego que no creo que la literatura no hecha desde ahí valga menos. De ningún modo. Pero en mi caso, hay un contacto a muchos niveles...

Mi actividad política consiste en aprender juntos: organización y conciencia significan aprender juntos. Se borra un poco la distinción entre el autor y el lector... Yo también conocí estas cosas al escribirlas. Antes no las conocía. Lo de “la cuidadora de gansos” es un verso que si a ti te dice algo a mí también me dice algo, y antes de que existiera; es decir, aprendimos juntos, lector y autor. Y un poco la organización es eso: yo aprendo de los trabajadores, los trabajadores aprenden de mí –ese es un nivel–. Y además, la clave para salir de esta horrible situación intolerable que vive el mundo es la conciencia. Entonces, el trabajo como el de la poesía y el de la política pues son muy valiosos para mí.

Óscar, te pregunto por Gerardo Deniz [poeta y escritor mexicano, 1934-2014], si tuvo influencia en vos y en otros poetas más jóvenes.
Es curioso que con Gerardo Deniz fuera un encuentro maduro –en mi caso–. Para nada fue una influencia. Ya había publicado este libro del que estamos hablando [El baile de las condiciones], y fue una gratísima sorpresa darnos cuenta de que –aunque fuera tardíamente– había en la literatura mexicana anterior fuentes inexploradas con las que teníamos mucha más afinidad que la conocida. Pero la verdad, en mi caso al menos, sería injusto decir que fue una influencia –porque también sería injusto decir que yo de joven hubiera entendido a Gerardo Deniz, que es bien complejo–. Incluso ahora es una influencia muy grande para mí, a través de su prosa que salió este año, y de su conversación. Paula Abramo y yo fuimos muy cercanos a Gerardo Deniz el último año y medio de su vida, era un conversador fascinante... Y es muy paradójico: odiaba a los escritores “progresistas”, bienpensantes. (En su mente, comandados por José Emilio Pacheco.) Odiaba a los escritores como “izquierdosos”, que siempre estaban a favor de las “causas nobles”, por su hipocresía. Y no es que él fuera un izquierdista real; era furiosamente apolítico; pero –digamos– por muy buenas razones. Detestaba el progresismo del medio intelectual en uso (que sigue existiendo); el que yo también odio, por mis propias razones.

Tengo muy poco en común con los escritores normales que escriben poemas de coyuntura, o cuando algo pasa: “Bombardearon tal país”; “Pobres los serbios...”, etc. Lo políticamente correcto. Las modas. Y él tenía una actitud ética, propia –ahora sí– de un trosko o de un anarquista, de integridad: “yo voy a decir la verdad, no me importa quien se ofenda”. Y entonces, por ejemplo, destruyó en un texto crítico un poema de José Emilio Pacheco, y eso lo aisló mucho. No es que Pacheco le respondiera, jamás le respondió.

Si tú le dices tonto al ídolo de las masas, le estás diciendo tontas a las masas, y entonces eso lo alienó mucho del medio literario. Para mí, murió aislado del medio literario, con algunos reconocimientos. Y era un genio. Era un químico destacadísimo, un tipo que autodidactamente estudiaba unos veinte idiomas –no indoeuropeos–, por hobby, y a eso no le daba salida, no publicaba nada... así era. Te decía: “Tú qué estás haciendo; yo me saqué una gramática del turco y ahora lo estoy estudiando ¿Tú no?”. (Risas.) Le parecía que eso era normal, y a la gente le parecía que era muy arrogante, cuando en realidad era lo contrario: jamás presumía de eso. Y eso que las lenguas eran para él muy-muy secundarias. La onda era para él era la química orgánica. Pero aun así, aun siendo un genio –el único genio que conocí en mi vida–, tuvo muy poco reconocimiento, pero me parece que fue una decisión de integridad... Cada quien decidirá si estuvo bien o no. Quizás sufrió bastante, pero me parece que –como decía al principio– su trabajo fue libre. Su trabajo poético, intelectual, incluso diría su conversación, fue un acto de libertad en el sentido de que fue dueño de su trabajo. No tenía nada alienado, concesión a la moda y la corrección política. Y creo que, aunque murió aislado y solo, fue una persona fantástica. De todos modos la ancianidad siempre te agarrará solo. (Risas.)

Y más en general ¿cómo ves la escena literaria contemporánea en México?
Procuro no volverme ningún tipo de especialista –aunque, desde luego, algo sé–. Y ver más allá. Soy muy patriota de mi generación, en el sentido de que, cuando yo empecé a escribir, varios empezaron a cambiar su manera de escribir –no sé si es eso bueno o malo–, y a mí me gustó mucho lo que empezaron a hacer algunos colegas, aproximadamente de mi edad, empezando por Luis Felipe Fabre, que escribió un libro que se llama La sodomía en la nueva España [publicado en 2010], que se me hace una incorporación de la historia a la poesía, fabulosa. Alejandro Barrán, Paula Abramo, Marisela Guerrero, Minerva Reinosa, son una generación que a mí me parece mucho más interesante que la poesía mexicana anterior.

Hablamos de autores que han publicado desde el año 2000 a la actualidad?
Sí. Incluso del 2010 para acá.

Sería “literatura reciente”.
Sí, pero no tanto... Hay gente que nació en los 90 ya está publicando, y eso me aterroriza, pero no voy a opinar. (Risas.) Algunos me gustan; pero bien, conozco a muy pocos. Algunos me gustan, pero no opinaría sobre esa generación. Sé que existe, que es pujante, y espero a ver qué sale de ahí. Y veo que la disidencia se puso de moda ¡y qué bueno! entre la intelectualidad. Cuando yo comencé a publicar era anti-moda (y no hablemos del marxismo) toda la política disidente –la indignación contra lo que estaba pasando–, incluso la corrección política. O sea: incluso ser consciente de la cuestión de la mujer era “fuera de moda”. Y ahora, afortunadamente, hay mucha más conciencia en el medio intelectual de esas cosas.

Aunque sé que estuviste pocos días acá, te pregunto si pudiste hacer alguna comparación entre la escena literaria mexicana y la argentina. ¿Hay –por ejemplo– proyectos de editoriales “independientes” y “autogestivas”? Leí hace poco una entrevista a Diego Rabasa, de la editorial mexicana Sexto Piso, donde le dijo a un diario argentino que no se compara en nada –en toda Latinoamérica– la cantidad de proyectos editoriales que existen en Argentina.
En México hay muchísimas editoriales, y muchísimos poetas, y acá también; y quien dice que no, es porque no sabe buscar. Y es curiosísimo: en todo pueblo, del mundo, hay un poeta. (Risas.) Y en muchos pueblos hay muchos poetas. (Que te gusten es otra cosa.) En todos lados hay muchísimos. Y quien dice: “Pero yo publiqué puros hombres porque no hay mujeres”... No. Es porque no saben buscar. Que hay, hay.

La intervención del Estado hace en México a una cultura muy extraordinaria. Y eso tiene un efecto para bien y para mal, aunque es un lugar común decir que “te cooptan”, pese a que las autoridades estatales de México jamás han leído un pinche libro. (Risas.) No es Peña Nieto quien te va a juzgar, pero son tus colegas: y eso hace que la crítica sea vea muy castrada, porque, lo que ocurre, no es que te vuelvas pro-gobierno. No hay poetas mexicanos pro-gobierno.

Es rarísimo, cuando hay un gobierno progresistón en América Latina, como hubo aquí, que haya muchos colegas a favor del partido del gobierno. ¡En México eso nunca ha pasado en la memoria viva...! (Risas.) Los que están a favor del gobierno no lo dicen. Porque es súper-mal visto. Son los “apolíticos” versus los “disidentes”. Nunca los pro-oficialistas. Los oficialistas son “apolíticos”. O “políticamente correctos”. En fin... Lo que quería decir es que el efecto no es tanto que se vuelven oficialistas como que se vuelvan tímidos en la crítica porque quienes sí te van a juzgar son tus colegas. Entonces eso en el caso de Deniz es muy claro: ninguno de los dos hubiera dicho “Viva el partido gobernante” (si alguno de los dos lo hubiera dicho ¡hubiera sido Deniz! pero como un “gesto loco”), pero, que Deniz hiciera una crítica puntual (literaria) a un poema de Pachecho, lo condenó a algo grave...¡La pobreza es una cosa bastante fuerte! No es poco decir que un poeta que sabes que nunca va a vender para vivir –ni aquí, ni en México, ni en ningún lado– lo dejan sin lo que viven los poetas en México, que son los “apoyos públicos”. No diría necesariamente estatales, sino públicos, incluyendo fundaciones privadas o lo que sea; pero no es el mercado, sino los colegas que dicen: “Ah, fulanito es poeta, y merece nuestro reconocimiento. Entonces démosle el premio Xavier Villaurrutia”. Y Deniz se quedó sin eso por decir la verdad. Pero es la lección... en México eso ha inhibido mucho la crítica literaria... Pero, al mismo tiempo, en una sociedad tan jerárquica, tan clasista y –por decirlo así– castista como en México (donde hay muy poca movilidad social), sin la intervención pública la cultura sería una cosa horriblemente elitista, porque la gente o trabaja, o escribe.

Lo que logra la intervención del Estado es un efecto contradictorio. Y además –por cierto–, como todo lo que hace el Estado, no es una concesión, sino una conquista histórica: ese “gasto cultural”, incluyendo a la Universidad pública, es una conquista de masas, que hay que defender. En la medida en que la quieran quitar, hay que defenderla. En la medida que te censures por ella, hay que atacarla –entre los escritores–.

La última pregunta tiene que ver con los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, acontecimiento que acaba de cumplir dos años. ¿Cómo está la situación hoy?
Ni siquiera los hechos son una obviedad. Hay quien ha tomado esto como un caso de delincuencia (“Hay mucha delincuencia en México, por eso los han matado”), incluso la prensa internacional –no sé aquí, pero por ejemplo sí la de los Estados Unidos–. O sea: “Los narcotraficantes mataron a unos estudiantes, y el Estado pecó de omisión” (o “y el Estado lo permitió”). Un actor “que no intervino”. No fue así. Fue un acto de represión política, donde el Estado operó coaligado con el narco. Incluso si reconociéramos que fue el narco, el narco cumplió una función –es así– estatal. Digamos: la función básica del Estado es la represión. Y además fue un crimen de clase. No solo eran chicos de un sector muy pobre de México, sino que no eran cualesquiera pobres. Eran militantes populares de los pobres –por decirlo de alguna manera, en términos más generales–. Normalistas que se consideraban comunistas revolucionarios, y por eso fueron atacados en una forma de asesinato que es... la desaparición. No los asesinaron: los desaparecieron. No estoy diciendo que necesariamente estén vivos.

Al crimen que cometieron se añade la cobardía; no sabemos si están muertos, y es importante aclarar eso. Hicieron algo peor que matarlos, que fue desaparecerlos. Ojalá estén vivos –no lo descarto, no se descarta–, pero aun si no están vivos es importante decir que no los mataron, los desaparecieron, que es un agravante.

Y creo que porque no eran cualesquiera muertos, esto juntó varias indignaciones: el intelectual de clase media se juntó con el militante de los trabajadores, con la persona que simplemente se conmueve con la juventud, y por eso creo que fue un movimiento tan grande. Juntó muchos agravantes. Y a mí eso hasta la fecha me conmueve muchísimo, y que aquí se sepa y se discuta esto, también.

No me parece un tema coyuntural. También por eso no escribí un poema concretamente, como muchos ya hicieron, sobre Ayotzinapa. Yo ya creía que el Estado era asesino antes de Ayotzinapa y lo seguiré creyendo cuando haya nuevos casos. Pero me parece fantástico que se sepa, que haya caído esa cortina. Ahora Peña Nieto tiene muy poca popularidad. Mucha gente, dado el idiota tipo que es, enfoca todo el problema de México en su persona. Pero la estructura de clases mexicana fue la causante de este crimen. Digo: fue un crimen de clase; no fue Peña Nieto. Peña Nieto fue un representante de una clase dominante asesina, racista, que desprecia totalmente a su propia población... pero si no hubiera sido Peña Nieto [del PRI] hubiera sido el del otro partido, el del PAN. Entonces, para mí sí es una cuestión de solidaridad social, no solo política, o de condena social, contra una clase dominante asesina que desprecia a la nación que domina (me refiero a la burguesía; no solo a la casta política –que, claro, está podrida también. Correspondientemente también está podrida y es asesina–). Pero no solo a los políticos, sino a la estructura de clase que esos políticos defienden.

Y además hay muchas cosas que lo hacen –y perdón por la palabra, que suena un poco terrible– interesante. El hecho de quién los mató: fue un gobierno local –con complicidad federal–, un partido nacionalista burgués “de izquierda”, que se llama PRD, mostrando que no es tal. El gobierno federal también estuvo implicado; ha hecho horribles crímenes de encubrimiento. No le estoy lavando en lo más mínimo las manos al gobierno federal, pero es interesante ver que el nacionalismo burgués está totalmente implicado en este crimen. Y ahora este nacionalismo burgués se ha escindido recientemente: los menos indecentes se salieron del PRD para formar MORENA.



 

 

 

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