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Federico García Lorca: la palabra poética abarcadora
Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas. Malpaso, 2018

Por Demian Paredes
@demian_paredes




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Heredero del mejor arte del Siglo de oro español; por formación, elección y méritos propios; joven, jovial y prolífico modernista de las primeras décadas del siglo XX –en parte, por el impulso de todo lo que trajo la obra de Rubén Darío–, Federico García Lorca mantiene plena vigencia. Sus obras dramáticas se siguen representando en infinidad de países año tras año; sus libros, publicándose y leyéndose; y siguen, hasta el presente, apareciendo libros y toda clase de artículos en torno a él, académicos, y con investigaciones periodísticas de diversa índole y calidad (esto, en parte, también, por ser un filón del mercado), y hasta con nuevos formatos, como Vida y muerte de Federico García Lorca, un cómic (hay más) del historiador Ian Gibson y del dibujante Quique Palomo. (Una nota periodística asegura que, allí, se lo “muestra a Lorca sin tabúes ni tapujos”.) Además de todo esto, en 2015 se conoció, por Cadena SER, un documento oficial del régimen franquista, redactado a posteriori de los hechos, en 1965, donde se confirma que el poeta y dramaturgo fue ejecutado, bajo las acusaciones de “socialista”, “masón” y por “prácticas de homosexualismo”, el 18 de agosto de 1936 –apenas dos meses después de concluida una de sus obras más famosas, La casa de Bernarda Alba–. Y, por su parte, la Junta de Andalucía anunció, en julio de 2018, una nueva búsqueda –esta vez, la cuarta–, para intentar encontrar la fosa con los restos del poeta y dramaturgo.

Ahora, en un exhaustivo trabajo recopilatorio, de excelente edición y de unas 600 páginas, la editorial Malpaso publicó una voluminosa cantidad de entrevistas, manifestaciones públicas y narraciones periodísticas, una buena parte de ellas inéditas –no aparecen en las Obras completas–, revisadas y corregidas. Son más de 130. Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas, un trabajo de Rafael Inglada con la colaboración de Víctor Fernández, permite apreciar, en un tramo temporal que casi llega a una quincena de años, en clave de “autobiografía dinámica” –Lorca, de algún modo, se fue narrando a sí mismo en paralelo con el correr de sus viajes y actividades, gracias a la creciente generalización de los aparatos y el sistema de prensa y medios, y del tan libre como variopinto formato de la interviú–, las principales vivencias y concepciones del poeta nacido en 1898 en Fuente Vaqueros, Granada.

Siguiendo este volumen, año tras año, de 1922 a 1936, se pueden encontrar dos líneas vitales, dos constantes, que parecieran alimentar el imaginario y creatividad del autor. Por una parte, en lo que respecta a la herencia cultural, lo mejor de la tradición humanista española en materia de poesía, teatro y literatura. Por otra, la realidad de los vertiginosos acontecimientos de la historia, en particular los que se desatan con el crack financiero de 1929 en Estados Unidos –a la sazón, Lorca visitó Nueva York en esos mismos años; experiencia que dejó plasmada en Poeta en Nueva York–, los fascismos y dictaduras en Europa, y, apenas, el comienzo de la guerra civil española. Una dimensión estética y otra político-social conviven y combinan permanentemente, aun con cambios de diverso grado y matiz.

Algunos ejemplos de la autoconciencia del artista –quien habiendo publicado su primer libro en 1918, en 1926 dijo: “El arte, amigo mío, es un juego, sí, pero un juego serio”–. En 1927, junto a las críticas al ultraísmo y a lo que llama “vanguardismo”, a propósito de una pregunta sobre su obra teatral Mariana Pineda, explica: “¿Que unos pasajes son eruditos de expresión y otros populares? ¡Claro […]! De ese desequilibrio surge el contraste, otro bello efecto teatral. […] la línea dramática de mi obra busca el sentido clásico a lo Lope, y la poética, el sentido clásico –en sus dos direcciones: culta y popular– a lo Góngora. Por eso, aunque sea romántica, no sigue a nuestros clásicos del romanticismo”. Con el éxito a cuestas de obras como Romancero gitano (1928), Lorca, con un arte único, pasa de los versos al drama, por la vía de la música, sin dejar de escribir nunca los primeros, recuperando la tradición artística y popular del teatro. De ahí que pocos años después, en 1931, informe: “Ahora estoy perfilando los últimos toques a ‘La Barraca’. Que es el teatro de la F.U.E. de la Universidad de Madrid. Los estudiantes van a lanzarse por todos los caminos de España a educar al pueblo. Sí, a educar al pueblo con el instrumento hecho para el pueblo, que es el teatro y que se le ha hurtado vergonzosamente. Los estudiantes de Arquitectura harán ‘La Barraca’ y los de Filosofía colaborarán con el grupo de poetas del Comité directivo en la dirección literaria del teatro” (los poetas eran el mismo García Lorca, junto a Vicente Alexaindre, Manolo Altolaguirre y Luis Cernuda). En esa misma entrevista afirma que “hay que darle al pueblo lo suyo”. Y dos años después, al preguntársele cuál es “la misión” del Club Teatral de la Cultura, dirá: “Hacer arte. Pero al alcance de todo el mundo. Vamos principalmente contra esas Sociedades meramente recreativas, donde el baile o la cachupinada teatral son la principal razón de existencia”. Los estudios, la investigación y la poética de Lorca fusionaron, en lírica y drama, el cante, la poesía popular, con el canto, la poesía culta.

En otra entrevista de 1933, referida a la política, o, si se prefiere, a la política artística, se despacha contra Rafael Alberti, en clara alusión al estalinismo en la URSS: “luego de su viaje a Rusia, ha vuelto comunista y ya no hace poesía, aunque él lo crea, sino mala literatura de periódico”. Y se exalta y polemiza: “¡Qué es eso de artistas, de arte, de teatro proletario!... El artista, y particularmente el poeta, es siempre anarquista, sin que sepa escuchar otras voces que las que afluyen dentro de sí mismo, tres fuertes voces: la VOZ de la muerte, con todos sus presagios; la VOZ del amor y la VOZ del arte…”.

En 1934 la prensa lo encuentra en Buenos Aires, con gran éxito en la puesta de sus obras y en conferencias públicas, reconociendo a Neruda (con quien coincide allí) y a Victoria Ocampo (quien lo editó y publicó). También llega a Uruguay. Y el poeta chileno, en otra nota de ese mismo año, realizada a ambos juntos, afirma: “García Lorca es el mejor, el más personal de los autores dramáticos de habla hispana de la actualidad. Y si ahora, que sólo tiene treinta años, se hace acreedor a tal ditirambo, ¿qué no será cuando madure más? Su talento llega a los límites del genio…”.

Estamos en plena década de 1930. Los versos y entrevistas lorquianos dan cuenta de su rechazo al sistema, tras haber observado in situ la desocupación masiva en los Estados Unidos, criticando al deshumano y utilitario “americanismo”, a la manera de un Rodó o un Darío. La crisis económica y política en España se agudiza. Cae el dictador Primo de Rivera. Emerge la república. El fascismo se subleva contra ella. Y Lorca asegura: “yo siempre soy y seré partidario de los pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada”. Sigue: “Nosotros –me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas– estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas, sino telúricas”. En 1935, ante una clásica duda existencial, “¿Para qué escribo?”, se explica y autoafirma: “Trabajar como una forma de protesta. Porque el impulso de uno sería gritar a todos los días al despertar en un mundo lleno de injusticias y miserias de todo orden: ¡Protesto! ¡Protesto! ¡Protesto!”. Y dice en el mismo año de su asesinato: “El día que el hambre desaparezca va a producirse en el Mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca, jamás, se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución”.

Lorca, que supo unificar y combinar las dimensiones artísticas y éticas, definió que “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”. Un arte, que, “al hacerse, habla y grita, llora y se desespera”. Hablamos de un poderoso poeta, abarcador, con un pie en la tradición y otro en la libre creación-invención –Harold Bloom destacó el “surrealismo” de Poeta en Nueva York, Günter Grass cómo era uno de los autores presentes en cualquier discusión entre escritores alemanes durante la posguerra, y Jorge Edwards escuchó el “tono de García Lorca vagamente perceptible en poemas de juventud” de Nicanor Parra–. Se encuentra en Lorca una fina mixtura en la que el ruralismo y cierto paisajismo lírico, y los modernos temas urbanos, la familia y sus “mandatos” establecidos, y la condición de la mujer, entre otros, se dan cita. Allí donde se vive, se sufre y se canta. Con este auténtico autor “clásico & moderno”.



 

 

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