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Presentación de «Intersecciones» de Daniela Pinto
RIL Editores, 2019. 72 págs.

Por Priscilla Cajales
(XIX Feria del Libro Independiente de Valparaíso, 8 de febrero de 2020)


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Ante el misterio del agua y el impulso de las cimas, la supremacía del macho se abole.
Cuando ella camina a través de la naturaleza, cuando sumerge su mano en el río,
no vive para otros, sino para sí.
(Simone de Beauvoir)

Es para mí un placer presentar Intersecciones, último trabajo de Daniela Pinto. Este libro reúne un conjunto de nueve relatos que tienen, como el título señala, puntos de encuentro, cruces, uniones entre sí. Pero también bifurcaciones, es decir, caminos que al cruzarse tienden a puntos distintos. Me voy a detener en la primera acepción que puede darnos una idea del espacio en el que estos relatos se configuran, y en la segunda para hablar de los personajes.

Estos nueve relatos ocurren en y para el espacio social alejado del poder. Ese espacio enmarcado por la pobreza, la carencia, y en donde el Estado se ausenta de sus deberes mínimos. Pinto referencia Gran Avenida, Américo Vespucio, El Almendral, Colón con Francia de manera de situar sus relatos en lugares que hablan por sí mismos al nombrarse, que llevan información asociada a un lugar físico, claro, pero también a una temperatura, un ambiente, una sensación estomacal. Es en estos lugares físicos donde ocurren los personajes, donde corren para llegar a la hora de entrada del trabajo, donde una chica se prostituye para comprar alguna vez jabones que le borren el mal olor del colchón donde duerme, donde un hombre agoniza y decide que ya es hora de morir. La autora se detiene en la descripción de estos espacios para dar cuenta del modo en que estos construyen a sus habitantes y el modo en que la ciudad es un escenario que sabe de memoria cómo ser actuado:

Y el tiempo seguía su curso y el trole, el auto, la bicicleta, la patineta, el furgón escolar, el camión, la micro y los patines se paseaban por mis ojos. Todo un universo de ruedas transitando a mi alrededor, repletos de personas cruzando miradas. Todo un mundo de gente avanzando hacia todos los puntos equidistantes de la tierra (de «Foto», tercer relato).

Sucede con las referencias lo que sucede con los personajes, los reconocemos, los hemos visto dando una clase que nadie quiere escuchar. Hemos visto estos cuerpos deambulando en la noche larga que tiene Valparaíso, los hemos visto tomando sol y mirando por la ventana incapaces de salir a tocar la arena de la playa que seguramente les recuerda su infancia. Así, este libro, ficciona con materiales conocidos y que nos son propios.

La bifurcación se presenta con la figura de las mujeres, con ese espacio de intimidad y de reconocimiento desde el cuerpo en el que no participa lo masculino. A lo largo del libro estas mujeres cuales Ofelias usan el agua como elemento de ida de lo material, sin embargo, Ofelia es orgásmica en la muerte, le sonríe. Estas no, usan sus manos para reconocer sus recovecos, para tocarse la cicatriz de la cesárea y para ver cuánto han desaparecido con el paso del tiempo. Estas Ofelias pobres no morirán con una sonrisa, esa muerte es siempre de la nobleza, de quienes cuentan con una cama cómoda y dinero para los medicamentos, aquí la muerte es solo la confirmación de una vida atrapada en la precariedad.

El cuerpo destruido por el tiempo, la condena es la vejez en el cuerpo. Mi condena es el tiempo que me penetró hasta el fondo y me encerró en su jaula polvorienta. Mis ojos ya no se ven, solo esas arrugas asquerosas que se me vinieron encima de repente (de «Condena», cuarto relato).

El cuerpo se vuelve así el lugar de la pelea que se pierde.

También la familia, y «El puto sueño» (sexto relato) de la casa propia en la que tanto como en la calle, o en un paradero, la realidad se vuelve sucia y con un olor rancio y piojos.

Casa propia en Los Morros, departamento de mierda. Ilusionada, creía que la llave mágica abriría las seis puertas que tendría su hogar. Pero no, solo eran dos llaves para las dos únicas puertas que existían en su digna casa. O más bien, un departamento perdido al final de Los Morros, donde no había calle, ni jardín, ni quiosco, ni gente, ni árboles, ni juegos, ni nada («El puto sueño»).

Los relatos de Daniela Pinto vienen a dialogar con la imagen de la mujer construida por el cristianismo y el capital, vienen a dar cara a lo que la injusticia hace con el cuerpo y el espíritu de quienes no pueden pagar su vino ni su pan. Todos se sientan a la mesa, juntos, y en resistencia, las mujeres se acompañan en libertad para hacer con su cuerpo lo que les plazca, aunque a la profesora timorata le parezca brutal, aunque la muerte nos parezca también injusta.

 

 

Priscilla Cajales, Daniela Pinto y Ernesto Guajardo durante la presentación.



 

 

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Presentación de «Intersecciones» de Daniela Pinto
RIL Editores, 2019. 72 págs.
Por Priscilla Cajales
(XIX Feria del Libro Independiente de Valparaíso, 8 de febrero de 2020)