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La voz de los libres:
la tensión entre representatividad e identidad en los conflictos sociales

Por Daniela Pinto Meza


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La escuela hizo posible el aprendizaje del himno nacional. Junto a mis compañeros, todos formados en filas, siguiendo la voz de algún profesor o profesora que contaba hasta cuatro para tomar distancia, ordenarnos y cantar la misma canción de todos los lunes a las 8:15 de la mañana. Aprendimos el himno de nuestro país. La mejor parte de la formación era el énfasis en la fraseo la tumba será de los libres, o el asilo contra la opresión. En ese momento, no tenía sentido. Pero, claro, para nosotros, unos niños de 7 u 8 años no tenía por qué implicar un significado particular aquella línea. Nos reíamos, simplemente al oírnos gritar el ¡[…] de los libres!, para luego bajar la voz y murmurar el resto de la estrofa. Hoy, aún los niños y las niñas corean esa parte de igual manera. ¿Y qué ha cambiado, si han pasado décadas y la frase se mantiene con su entonación original? Pues, todo. Ahora, la línea adquiere una significación insospechada. Una frase cuya potencia simbólica ha trascendido la voz para instalarse en la conciencia de la sociedad chilena. Porque lo que estamos presenciando es la praxis del himno. ¡Eureka! Por fin el sentido de esta canción repetitiva se vuelve una realidad. Y esta idea de identidad mancillada que nunca comprendí muy bien, pero que todos deseaban que memorizáramos, guardaba secretos insospechados:la importancia del recuerdo, del testimonio, de la memoria se encuentra contenida en esa frase. 

La tumba será de los libres o no será, no hay otra opción. En las calles, en las esquinas, sepulcro de hombres y mujeres luchando por décadas de opresión servicial, revestida de contractualismo capitalista, la línea se alza por entre los oídos de los silenciados para continuar con su despliegue histórico. Porque, ahora, ¿cuál es la categoría que los estudiosos y académicos buscarán crear del sujeto que ha emergido en estos días y que se ha manifestado espontáneamente? ¿Qué ocurrirá con el estudio de los discursos sin mesías, sin revolucionario, vocero del pueblo, que determine el camino por donde continuar la lucha? ¿Es posible, siquiera, pensar en una categorización de lo acontecido en esta última semana? Será un trabajo difícil para las Ciencias Sociales, las Humanidades o para toda disciplina que desee ahondar en este fenómeno. No obstante, algo es seguro y no depende de los estudios, la teoría ha quedado fuera en esta partida: la sociedad chilena ha puesto en jaque la representatividad y se ha alzado revolucionaria. Todo un cuerpo desgastado por un sistema neoliberal que ha instalado, durante más de 30 años, el discurso de la desigualdad, de la burla, de la falsa analogía entre vocación y trabajo, de la miseria que implica la idea de esperar a que todo mejore con el tiempo. Y, que ha dispuesto vilmente utilizar la memoria del trauma que implica, para todo el pueblo chileno, el observar militares en las calles, tanquetas y armas. Sin embargo, a pesar de esto, el tiempodel cambio llegó. Este es el tiempo de la rebelión de las masascuya existencia, en sí misma, tanto negaba Ortega y Gasset.

La sociedad ha puesto en jaque una autoridad imaginada, por lo mismo, el pueblo finalmente, se ha hecho del poder que siempre estuvo en sus manos.Esta bella masa social ha esperado muchos años para volver a rebelarse y lo ha hecho partiendo de un hitoespecífico: el alza del transporte.Sabemos que esto es la punta del iceberg. Pero, no solo es esto,también es la estructura socioeconómica y política que ha sostenido el país y que ninguna política partidista ha sido capaz de modificar sustancialmente. Porque el pacto ya fue firmado y nos hemos visto envuelto en su juego. Es una Constitución desactualizada, añeja, anquilosada en una hegemonía castrense, es un sistema previsional desigual y usurero (pilar fundamental de la economía nacional y de mercado); es la salud pública que debe valerse de su ingenio para atender las demandas de los pacientes; es el salario mínimo que no alcanza para cubrir la canasta familiar (aunque algunos, como Joaquín Lavín, ya en el 2013, pensara que sí con solo $2.000 diarios); es la educación, aspecto que más me conmueve, que no logra desplegar todas las potencialidades de los estudiantes y de los docentes, de sus directivos, por carecer de todo, desde materiales hasta motivación, pero que, aun así, sigue en pie, en las trincheras, en la guerra de los lápices. Finalmente, es la estructura socioeconómica instaurada por los gobiernos de turno, expresada en su inequidad, desigualdad y oportunismo políticola que ha desgastado las fibras de este cuerpo que necesita respirar y que no reconocerá más autoridad que la provista por sus bases.

Corolario de lo anterior es el lenguaje utilizado por la elite política, puesto que crea realidades y lo han hecho del peor modo posible: a través de la broma y la indiferencia ante la coyuntura nacional. Las redes sociales han hecho lo propio y han difundido rápidamente, de modo simultáneo, y hacia todas direcciones, las frases suculentas y acéfalas de nuestra clase ya no dirigente. Así, el hacer bingos para financiar reparaciones en liceos y escuelas del país, dirigirse al consultorio para reunirse con otras personas, hacer vida social y pasarlo muy bien esperando por un tratamiento ambulatorio o fármacos que no se pueden costear, rezar para solucionar los problemas comerciales, levantarnos antes de las 7 de la mañana para lograr una rebaja en la tarifa del transporte y, la del oro olímpico: Chile podría verse impedido de jugar una Copa América, porque va a exceder las horas que se están planteando, emitida por Nicolás Monckeberg; han generado la molestia, la vergüenza y aumentado el descontento social.

No es la forma, gritan algunas declaraciones, pero el problema no es la forma, es el contenido. El modus operandi del país ha sido ordenado. Se han efectuado marchas multitudinarias para protestar contra abusos emanados desde el gobierno, se han creado espacios de reflexión y de carnaval. ¿Y qué cambió? Nada. Ahora ¿ha existido en la historia de Chile algún cambio estructural que beneficie a la sociedad y que se haya alcanzado con el dialogo abierto, en primera instancia? No. El momento del carnaval occidental ha pasado. Es el instante del cacerolazo, de las marchas, de la paralización de actividades, de las huelgas. Pero, también debe ser el tiempo de la unidad social, de la comunidad, del respeto, del diálogo y del petitorio que logre hacernos volver a nuestro temple habitual. Porque querámoslo o no, somos constitucionalistas, deseamos una democracia –no de y para un claustro, sino para nuestra sociedad–, y no estamos en guerra, estamos cansadas y cansados de un sistema devastador y reptiliano.

El conflicto por el uso o no uso de la violencia es un debate muy antiguo, aunque consustancial a nuestra naturaleza social. ¿Acaso estoy justificando la violencia? La violencia siempre es justificable, como bien analizaba Hanna Arendt. El problema es la legitimidad de su ejercicio. Es aquí donde deben detenerse las miradas y las reflexiones. ¿Quién legitima la acción violenta? ¿Por qué se debe legitimar? En fin, lo cierto es que la violencia cumple ciclos. Crece como una ola gigante y luego se despliega y no cesa hasta la destrucción o una paz consensuada. Así, tal como una serpiente infinita, la violencia nos envuelve y absorbe rápidamente. Por esto, es menester seguir vigilantes. Atendiendo a cualquier provocación. Vislumbrando los caminos del diálogo.

Finalmente, las instituciones sociales nos han transmitido simbolismos que están siendo reconstruidos. Hemos aprendido de un himno nacional que la libertad es el motor del pueblo chileno. Y, aunque en la actualidad se ha visto amenazada por los distintos poderes del Estado, esta libertad sigue expresándose. Viva, ferviente. Por último, la violencia estructural ha estado desde siempre instalada en nuestro acontecer histórico solo que, natural y espontáneamente, ha provocado el giro pragmático que su dialéctica, en la praxis, permite: la rebelión de las masas.



 

 

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