Permítanme ustedes improvisar. Permítanme recordarles, además, que todo lo que hacemos, decimos y pensamos es, a fin de cuentas, improvisación. No importa lo listos que hayamos podido estar, o haber sido. En ello hay rangos y grados, cierto, pero relativos. Todo es, al cabo, improvisación. Incluso la poesía. Sólo que ésta, quizás, la hace más evidente; en otras cosas ocultamos y nos ocultamos la naturaleza de tiento de nuestros afanes, La poesía la muestra más, porque se mantiene en la emergencia, en el peligro. Oscila sobre el borde. Digo sólo sobre el borde, y no agrego el abismo, porque eso es parte del riesgo: puede —a veces— que no haya ningún abismo, y que el borde no sea más que un discreto resalte. La poesía oscila sobre el borde, e improvisa en la emergencia. Y sería así aun en el caso de aquellos que solemos saludar como sus logros —la obra, en la más acendrada noción del término. El logro es tanto más logro, cuanto más agudamente nos hace sentir la coyuntura, el único instante en que podía acaecer.
¿No es curioso que así ocurra, si siempre está hablando —la poesía— de las mismas cosas, de lo que algunos llaman los "hechos fundamentales", en que se juega y se devana la suerte de los seres improvisados que somos? El amor y la pérdida, el contento y la pena, la soledad y la compañía, el ansia, el odio, la ira y el júbilo, la derrota y el éxtasis. Pero ¿qué otra cosa que improvisar podríamos hacer en esos trances? ¿Qué otra cosa, si sólo sabemos de ellos padeciéndolos, si sólo sabemos de nosotros por haberlos padecido? Entonces, un poema improvisa para no ser otra cosa que el trance, el trance mismo, el pulso puro del acontecimiento. ¿Lo logra? Pero ¿qué es un logro, para nosotros, en un poema? ¿Qué, si no eso mismo que acaba de escapársenos vertiginosamente por entremedio de las palabras?
Entonces, se escriben, se improvisan los poemas en virtud del trance, pero éste se les hurta, y sólo nos quedan las palabras, como
sombras lívidas —y, por último, ennegrecidas— de la inminencia. Ronda la sospecha de que los poemas se escriben por no poder dar con el Poema. Desde esa sospecha, trocada en presagio y casi en certidumbre, se han escrito, creo, los poemas de este libro. Y demora el alba nombra al Poema con la palabra "silencio". Esta es la astucia con la que se viste y se alista, para instalarse en la palabra. Pero la astucia es frágil y caediza. El poeta lo sabe: su deber es saberlo. Todo su triunfo no está hecho más que de palabras, que se desmienten y pelean, incluso allí donde parecen concertarse o transparentarse, palabras que se apartan unas de otras, dejando en el centro la rotura, ese anuncio de abismo que quizá no lo es. Y demora el alba está regido por una experiencia de la escisión, de la duplicidad y el apartamiento. En medio, seña estéril del trance, está la muerte: la estancia de la nada. En medio y abajo, como urbe muda, amanecida.
Tendría el Poema que cumplir una ceremonia oscura, imposible. Tendría que tocar la muerte. Pero en el instante de alcanzarla, si antes la empañadura que provoca el anhelo no ha delatado ya el espejo, el Poema se triza. Y los poemas son los restos, los añicos dispersos. Y también, no lo soslayemos, no dejemos que caiga —jamás— en el olvido: los poemas son nosotros. Pues nunca somos tan recientes para medirnos con lo que viene, y nunca tan vetustos para residir en la memoria silenciosa de lo sido. Hablar es el sello de nuestra inmadurez definitiva. El habla —creo que esto se sugiere aquí, en este libro—, el habla es la demora del alba. Y su revés; su derrota. Lo leo así, en la lúcida reflexión de estas páginas: el habla es la demora del alba, y la demora del alba es el tiempo de la improvisación. Pareciera que callar fuese el modo de traer la amanecida. Pero ¿cómo callar, si también el silencio es una metáfora?
Claro, está también la imagen del alba, su trasunto de sombra blanca —no lívida— en la mujer. Pero ésta no es ni prenda ni tesoro, sino porfía de la ausencia. Es, literalmente, el pretexto de estos poemas, lo que estuvo prescrito en ellos aún antes de ser escritos, y que nos avisa que la derrota es nuestra, allí precisamente donde, erigidos en la palabra, creíamos haber vencido. Nos enseña que también el habla tiene su revés, que las palabras son los carbones residuales de una más secreta incandescencia.
25 de abril de 1996.
Poemas de Y demora el alba
DESNUDA Y SAGRADA
1.
Frente a las teas del Silencio
el poema y el poeta se observan
solitarios.
La mirada del uno sobre la ceguera del otro.
El luto del otro sobre el blanco del uno.
Extraña cita une a dos extraños.
El poema y el poeta se debaten
sin las manos:
callan.
2.
Frente a las teas del silencio
desvestida
hembra
sola,
queda la palabra.
Sentadla desarmada:
-¡Amadla!
Anotad: la violencia es pura.
Amar es una manera de callar.
ÚLTIMO SEPULCRO
¿De qué abdicar si he perdido mi reino en un juego de barajas?
¿Caídos los imperios cómo temo
al alma no tocada
de una mujer?
Mi frente en la ventana.
Imagino un cigarrillo, eternidades, dunas solas...
No beberé del mismo viento.
Han acaecido todos los milagros;
Hemos repletado todos los museos. Nada acontece
bajo los sueños y los trajes; nadie bebe
vino blanco en aquel cristal oscuro:
nada apresura a los amantes y suicidas.
Nadie vestirá ese último sepulcro.
Mármol.
Silencio.
Amanece una semilla.
Ya dividió la medianoche
mas los extremos del fulgor no se tocan.
El día que anochece no es la misma noche que amanece.
Hay pueblos, hay piedrecillas solas,
hay zapatos solos
-hombres viudos- tan desnudos
como dioses muertos.
¡Ah corazón!, estéril rosa
que daña y alimenta...
Un hombre abandona sus brazos:
yo abandono este poema.
No hay palabras transparentes: para el blanco
bajó la luna; para el azul
alumbró la noche; para el silencio
bastó su Nombre.
Ah, por mi alma, escuchad
que profetizo
-con palabras-
que no existen las palabras.
. . . EL POEMA MÁS HERMOSO
Anverso
El poema más hermoso
que no escribí para ti
hoy te pertenece:
el recuerdo que no cruzamos,
la más pánica palabra,
el hombre y sus manos
que nunca pudieron desnudarte
más allá de tus ojos.
El deseo de las piedras y las peñas.
Los caminos que a mí no llegan.
Como una ofrenda.
Reverso
Los ropajes, las palabras, las imaginaciones,
Paul Eluard, el brusco escote
de la inmortalidad, los peregrinos,
las manos profundas de la noche,
el lenguaje seco de mi lecho, soledad,
la puntualidad más nimia, el más inútil corazón. El tiempo,
siempre el tiempo. Y el amor,
¿a qué tomarlos?,
déjalos allí.
Repleta de leños el fogón
que pisamos la sombra del invierno.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Y demora el alba, de David Preiss: palabras de presentación por Pablo Oyarzún. (abril de 1996).
Santiago, 1995, 120 páginas