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Sobajeo y estéticas del abandono
A partir de "Ciertos Ruidos, Nuevas Tribus Urbanas Chilenas"  de Andrea Ocampo

Por Diego Ramírez

 

“el flaquito que usa gorrito, blin blin”
-Plan B –

Hace casi un año y medio, los parques estaban cambiando, el amor púber se instalaba sin sexualidad y sin nombres, en la asimetría de pelos, ropas y estéticas urbanas; transformando la ciudad entera en la vitrina virtual, de sus fotolog, del video grabado con el celular y subido a youtube, del arte del photoshop, el arte del ojo delineado, el arte de sus cuerpecitos de niños adulterando el morbo paternalista de un país entero.

La primera vez que nos encontramos con Andrea, nos dimos cuenta que nos habían aburrido las categorizaciones de moda sobre estos chicos despeinados y frágiles que veíamos bailar a nuestro lado. Entonces, su ejercicio fue precisamente recopilar cada una de esas fuentes mediáticas y desde ahí entrar a sus habitaciones, a sus fotolog como diario de vida, a sus Messenger como sus biografías. Porque son los medios los que han bloqueado hasta el hartazgo la imagen del Pokemon como tema país, el sensacionalismo de esta; la nueva estética de los jóvenes en Chile, como si todos fueran de una tribu urbana, como si todos fueran lo mismo: la prensa, la televisión, la critica, la moda, las vitrinas de mall; cada fin de semana aparecía un reportaje nuevo mostrando a los chicos colgando unos de otros, babeando el alcohol y la ira, la cámara escondida registrando sus manos dulces, enlazadas, unas a otras, una ronda de abrazos lascivos, con sus besos lesbicos, con sus juegos y cariños tránsfugos en un parque que no era tema hasta que aparecía en horario prime del noticiario, el sensacionalismo mediático del reportaje de turno con musiquita de terror, advirtiendo el “sabe usted donde están sus hijos”, enfilaban el riesgo, la provocación, el pavor, el acoso, de un grupo adolescente que no tenia tema, que no tenia historia, que no sabían nada de la vida. Y esa era precisamente la gran propuesta y el gran rescate de este libro: Ciertos Ruidos, Nuevas Tribus Urbanas Chilenas (Ed. Planeta, 2009), es el reflejo mas propio, desde la recopilación de todas estas citas, todas las bocas mediatizadas por la prensa, la publicidad y las políticas de la misma derecha criminal del pasado que domina absolutamente todos los medios de comunicación en Chile, eran esos mismo ojos opus dei, castigadores y atemorizados que querían categorizar, observar y lastimar a estos chicos desordenados que nos daban clase de sexualidad a partir de un helado, de un sobajeo en medio del Parque Forestal, o de una fiesta sin música y sin condón en la rivera del río Mapocho, eran estos mismo jóvenes los que atemorizaban a los ojos adultos, que no podían entender ni querían entenderlos, y ese es el aporte de este libro, obligarnos a entender desde la complicidad sus estéticas perdidas y diversas.

El gran hallazgo de este trabajo de Andrea Ocampo, es precisamente eso, observar pero sin lastimar, sin la música de terror, sin los guantes quirúrgicos del periodismo efectista, sin la distancia paternalista, sino desde el baile, desde la admiración de esos pelos elevados con furia hasta el cielo, de la laca, de la ceja depilada, de los piercing en hilera, de las pulseritas de colores, de los mechones alisados, borrando la cicatriz de nacimiento. Borrando los pelitos rebeldes, para desflecar una chasquilla, o para cubrir sensualmente los ojitos muertos de miedo, porque estos jóvenes de Chile, estas tribus urbanas, son el único resultado terrible y salvaje de la soledad de estos tiempos, de los abandonos, de los no cariños, del dolor permanente de no pertenecer y no estar en ninguna parte.

Desde ahí recato, la generosidad y el ojo lucido de la autora, de querer mostrarnos y obligarnos a ver desde la otra vereda, sin clasificarlos, esa vereda riesgosa, que nos hace entender, cobijar a un grupo analfabeto y hermoso, que no entiende o que hace que no entiende, a pesar del gran contexto que se nos presenta: la muerte del dictador sin ser juzgado, y el arranque hermoso de estos jóvenes tomándose todos, absolutamente todos, los colegios, las escuelas y los liceos con letras.

Mas allá de esto, Andrea Ocampo, nos muestra la multiplicidad de estéticas, en estos chicos, que injustamente han sido categorizados todos como pokemones, el acierto de Andrea, es precisamente romper ese sinónimo social de que cada joven estéticamente diferente es un pokemón; en este libro está el hallazgo de los otros: están los pelolais, las chicas alejadas absolutamente de todo riesgo que es el placer de ser financiados por el poder de Chile, por la clase alta, por tener asegurada tu vida, aunque sea este el cariño de la asesora del hogar. Por otra parte, los flaites como la saga siniestra que atemoriza, pero que también es moda y es un cuerpo desafiante, canero, sin polera, con cicatrices, con aritos brillando infinitamente, el flaite es una hermosa recolonización social, poner a la moda la no moda, poner a la moda el gesto de la pobreza, del desarraigo social, de los no incluidos, quizás lo mas hermoso de ese gesto es que están haciendo publica la moda que antes solo conocíamos como disfraz y burla desde los programas televisivos. Aparecen los emmos: anoréxicos, auto reflejados así mismos mil veces en fotografías, esos ojitos delineados perfectos, esos mechones de pelo envidiables, esa herencia gótica y oscura de la angustia, el existencialismo púber de esa asexuada propuesta; y los visual, el visual key, el eroguro, decora, las gotic lolita, el ritmo Para Para Kiss del baile, las maquinas, el collage oriental de la belleza afeminada, y por cierto, la tribu que a mi parecer, es la más arriesgada en desvirtuar el género y el cuerpo; ellos domestican su sexualidad desde la moda nipona, los chicos mas rudos son ahora hermanados niñas rosa de la mano de sus novias. Una tribu sin géneros, simplemente afeminando el cuerpo sobre una ciudad morbosa, que no puede creer que instale solo como moda el vestuario de chicas para los chicos, y las muñecas con las que no los dejaron jugar, y no hablo necesariamente de homosexualidad ni bisexualidad púber, hablo de estéticas de belleza, hablo de romper ese canon de lo masculino y volver femenino el baile, las miradas, los cuerpecitos, el piercing, el labio y sus ojos.

Ciertos Ruidos, es una mirada socio cultural, que registra a la perfección, la música, la tendencia, lo doméstico de entrar al cuarto propio fotologuero de estos jóvenes. La autora es capaz de conocer las herencias, los bordes, las texturas, es capaz de decodificarnos signos, letras, hablas, iluminar los banner de los fotolog, abrir ese espacio como la puerta de entrada a la intimidad: el fotolog como el quiebre del espacio intimo y privado, el Messenger, el mensaje de texto: así se conocen, así bailan, así se les castiga, así se aman y se dejan. La virtualidad como una decoración mas en el cuerpo, en los corazoncitos blin blin, en los estados del Messenger como recado amoroso: “estoy con mi amorcito, No disponible”, “hoy nos vemos en costa (nera)”, “hoy quién va a Cuncuna”, y el copito como burla y el dibujito yaoi, y todo ese lenguaje encriptado es traducido en el libro como una señal de identificación. Además del ponzeo, de la babazión por ver al chico semidesnudo por la web cam, la arreglación del pelo antes de la junta, la calmación cuando el chico se ve afligido, y la fatalidad de no salir esos días de barreada nazi, en que la ciudad esta silenciada, y los chicos temblando de miedo, por el nazismo moreno en Chile que persigue por los rincones románticos a nuestros protagonistas. Cito: “Ellos hacen de su cuerpo el terreno de la crisis, el mapa de funcionamiento de la producción, sus vientres son el territorio supranacional de nuestras costas, el lugar metálico carnal y legitimo que toda norma policíaca intenta extirpar: jóvenes que se conforman como la esquina de nuestra afectividad.”

Los ojos censores hablan de promiscuidad y bisexualidad y se aterran; porque  maravillosamente estos temas ya no son temas en esta generación de re cambio, estos chicos han desafiado el riesgo de cambiarse nombre, el nickname, el anonimato, la fiesta clandestina, lo inimaginable de pensar que hace un año atrás, a esta misma hora, en una calle olvidada cerca de Plaza Brasil había una fiesta sin luces, un ex jardín infantil con Mickey sonriendo en medio del reggetonero sobajeo de unos niños que inscribían quizás sus primeros deseos, besos, encuentros fugaces, la luminosidad de un sexo sin control,  del que quizás fue el primer cuarto oscuro bisexual pokemón, el sótano siniestro y hermoso, de la casa de tres pisos, que fue requisada con todos sus poke bailarines hace un año, alimentado el matinal y el morbo de una ciudad que no puede creer como crecen estos chicos, que no puede entender como crecieron solitos, encerrados en sus piezas, con el Messenger no disponible, bailando el Axe, coreografiando esos pasos de baile hasta el cansancio, masturbándose hasta el infinito con la magia virtual desconocida, amando un día a la niña del curso y la semana siguiente a su amigo. Estos chicos solos, que aprendieron la brutalidad del rechazo desde el colegio, la carga de la diferencia, mientras la madre histérica trabaja para tener un plasma más lindo en la casa y el padre, como casi todos los padre de Chile, era el padre ausente del fin de semana que le financia sus zapatillas gigantes y elevadas.

Este libro, es ese testimonio, ese riesgo desafiante. Andrea Ocampo cruza las fronteras del ensayo y la crónica y se permite bailar con Deleuze y al mismo tiempo con las pulseras de fluor, el acierto esta en que no solo los mira de lejos, no sólo toma esa distancia, sino que se permite bailar con ellos. Acepto mi invitación a una noche tránsfuga en que bailamos juntos en La Cuncuna, en que cruzamos juntos la frontera del microtráfico del terror pokemón, en ese cuarto oscuro adivinamos entre las luces del celular el último y pequeño deseo de estos chicos adolescentes. Por eso este libro, es un gesto de valentía, escribir y hacer público, algo que quizás podría dejarse clandestino para que no muera, para que no acabe nunca la fiesta, ni la música. Sin embargo el riesgo es también la historia del tiempo que ya paso, de la Cuncuna como esas fiestas censuradas, que ya no brillan en ninguna parte. Este libro, es quizás a mi parecer la representación de la muerte de los pokemones. Ellos están cada vez mutando, como Dragón Ball Z, como la nueva moda de afuera, aprenden otros bailes aunque les quemen sus ropas, aunque la vigilancia les quite las plazas, igual que una tribu ancestral, se comunican virtualmente, portan la bandera de las diferencias y cruzan bordes, parques, nuevos lugares, casas, nuevas clandestinidades, el riesgo de la ilegalidad, del Forestal al San Borja, del San Borja a la Costanera, y así mientras le dure la chasquilla, mientras le crezca la palmera de pelos y el brillito labial. Quizás ahora, estén aprendiendo el Tecktonik, estén comprando colores fluor para sus ojos, quizás dejen el reggeton por algo mas oscuro, quizás sus pelos se vuelvan mas Trashy Life, quizás oscurezcan sus ojos y su ropa, y sus banner de fotolog, y recambien el código, el color, el nombre. Pero este libro, ya es un registro de una generación, de una nueva mirada, del desafío de entrar a sus cuartos privados y fotografiarlos, acariciarlos, escribirlos. Ciertos Ruidos, porta el nombre de todas esas tribus urbanas chilenas, porque como la ha llamado la prensa, nuestra poke emmo escritora, tiene la capacidad de bailar y descubrir que ese sobajeo es el resultado único del dolor, de la perdida, de la huerfandad, de cada una de sus marcas, de sus cicatrices en el ante brazo, y de sus historias de amor como posteo, de sus agrégame a favoritos, de sus postea la anterior o te blokeo, postea 5 veces y te doy mi MSN, postea 10 veces y te hago un helado, postea 30 veces y hago lo que me pidas.

Entonces me encanta saber que existe la posibilidad que podamos ir de baile juntos con Andrea, saber que yo soy ese gato del silabario poético teen con jockey de lentejuelas, citado en el libro; que la puedo llevar a la resurrección de la Cuncuna, un poco mas legal, un poco mas aburrida, me encanta saber que podemos ir juntos a ponernos extensiones infinitas en el pelo, porque esa propuesta, esa cercanía, esa complicidad con la diferencia es lo que me hace sentir la verdad y la honestidad de este libro, no se trata de escribir de lo que esta de moda solamente, se trata de entender que esa moda es la nueva revolución estética, la nueva gran consigna sexual, social y cultural, porque estos poke niños nos han obligado a mirarlos con respeto.

Estos chicos, ya lo han hecho todo, ya han quemado las calles porque no le creen a la educación, ya se han tomado sus escuelas y han encerrado a sus profesores, se han olvidado de la religión, han domesticado su cuerpo, han mutilado sus brazos, sus bocas sus cejas, han intervenido su ropa y su pelo, se han tomado la ciudad, y la cama de sus padres, se han  grabado teniendo sexo oral en una plaza pública, han odiado a su madre porque no les dan plata y porque los dejan sin Internet, han odiado a sus inspectores de colegio porque los obliga a cortar el sacrificio de sus pelos largos. Esos son los únicos enemigos, como dice la autora del libro: “El pokemón se alimenta de las estéticas”, y no de los grandes discursos políticos, a pesar de que en si mismo su cuerpo, y su baile sea el mas grande discurso político en estos tiempos del neoliberalismo salvaje; porque estas son las nuevas resistencias estéticas frente a un país y unos padres que no los aceptan, en sus diferencias y en su único derecho posible de ser jóvenes en una ciudad que los aterra.

 

 

 

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