Reedición de Cortejo y Epinicio de David Rosenmann-Taub
Entre la tierra
y el cielo
Por Cristobal
Solari
Revista de Libros de El
Mercurio.
Sábado 14 de diciembre de 2002
El libro de poemas de David Rosenmann-Taub se
centra en un desesperado
diálogo del poeta con Dios
Con Cortejo y Epinicio, Editorial LOM da inicio
a la publicación de una serie de obras del poeta chileno radicado
en Estados Unidos, David Rosenmann-Taub. La empresa no es menor
y puede ser un hito tan importante como difícil de dimensionar
para la tradición poética chilena.
Cortejo
y Epinicio (1949) es el primer poemario de Rosenmann-Taub, libro
que, como todos los de este autor, es ignorado por la mayoría,
pero de existencia vagamente conocida. Desde luego, para los poetas
de generación, sus compañeros de jornada (Alberto Rubio,
Luis Merino Reyes, Antonio de Undurraga, Augusto Iglesias), tuvo un
impacto del cual quedan testimonios. Asimismo, la crítica de
entonces recogió estos versos con una mezcla de perplejidad
y entusiasmo. La reedición de LOM, por lo tanto, nos abre y
enfrenta a una poesía cuyo conocimiento no podía demorar
más y cuya asimilación, como el propio poeta lo ha señalado,
parece situarse en generaciones futuras, pero que reclama una lenta
preparación.
Faltaría a la verdad un crítico que pretendiera que
estos poemas se ofrecen dócilmente al lector aun más
preparado y atento y sensible. Es una poesía de arduo desentrañamiento,
porque, quizás, lo primero que haya que afirmarse de ella es
lo profundamente concebida que se encuentra en y desde las entrañas
de Rosenmann-Taub. Es una poesía en que ese entrañamiento
parece ser tal que pudo quedar recluida allí en los penetrales,
en las habitaciones más interiores de su alma.
Si Octavio Paz señaló respecto a los poetas americanos
que, indios o mestizos, tuvieron que poblar con palabras extrañas,
el idioma europeo, la tierra americana, dicha afirmación queda
estrecha tratándose del autor de Cortejo y Epinicio: el poeta
aquí parece verse forzado a elaborar, a partir del castellano,
un lenguaje propio para la creación de su mundo poético,
casi como esos grandes físicos que se vieron en la necesidad
de elaborar nuevas formas de cálculo matemático para
dar cuenta de sus descubrimientos. El lector, pues, no puede sino
experimentar una sensación de extranjería al vérselas
con poemas que incluso hoy conservan un carácter sobremanera
bizarro (en el sentido en que los franceses otorgan a esa palabra).
Quizás por la resistencia que opone su poetizar a encasillárselo
en la línea de alguna tradición, por esta su extrema
singularidad, a la hora de buscar paralelos (inútiles, por
cierto) viene a la memoria la poesía de un Lucio Piccolo o
de Gottfried Benn. Su lenguaje es suntuoso, abundante en vocablos
de un cultismo exquisito (desde el "epinicio" del título,
pasando por "cinéreos", "azacel" "barzales",
"embalumo", "gilvos", "escarzo", "corimbos",
"esguilaremos", "rijoso", "zupia", "bardal",
"estuoso", "atufo", entre tantos), en combinaciones
extrañas ("los grimorios ganzúan la absoluta palabra",
"ñarcas axilas que titila el párpado) e incluso
en palabras de su invención ("cosmolágrima",
"palomasálomaspalomas").
La musicalidad de su poesía es rigurosa. Sus poemas pueden
leerse como una sonata de Beethoven o de Schubert. Sabemos que la
interpretación musical deja un espectro de libertad al intérprete,
pero está sujeta a reglas. Rosenmann-Taub también establece
las propias. Los silencios en el corte de los versos tienen una extensión,
los que separan las estrofas, otra. Al interior del verso, la pausa
de una "coma" es distinta a la de los "dos puntos"
o a la del "guión"; la regularidad de los acentos,
las reiteraciones paralelas, la métrica impecable (véanse
sonetos como "Itrio" o "Schabat") forman una estructura
rítmica en la que nada ha sido dejado al azar. La célebre
estampa dedicada a las achiras (XLV), por ejemplo, exige una lectura
con una dinámica de aceleración creciente (que casi
deja sin aliento), seguida de un breve reposo (dado por una separación)
antes de una "coda" explosiva.
Entre las muchas figuras que se utilizan, quizás sea necesario
destacar el "oxímoron" (la unión de dos conceptos
contradictorios), pero que Rosenmann-Taub despliega en múltiples
matices y variables. La tensión no surge así de la conjunción
de conceptos meramente antitéticos, sino de un dislocamiento
oblicuo que atraviesa versos enteros. Ello se debe, acaso, a que el
tema central de estos versos es un diálogo crispado y lacerado
del poeta con Dios.
Incluso en los momentos que permiten aflojar la atención que
reclama una realidad y un decir de una intensidad extraordinarios,
llega el tono de la desesperada invocación que Rosenmann-Taub
dirige a Dios, "este Dios distraído que cierta vez nos
hizo", un Dios vivo ("No el cadáver de Dios lo que
medito") y, a la vez, "glacial", ante el cual el poeta
es incapaz de definirse. La complejidad de esa relación, en
la que se traban amor y odio, mutuas recriminaciones y alabanzas,
puede encontrarse resumida en el bello y profundo poema XXIV, que
se inicia y cierra con el estribillo: "Era yo Dios y caminaba
sin saberlo./ Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba"
.
La reedición de Cortejo y Epinicio es ya un acontecimiento
poético, más todavía si consideramos lo que sostuvo
(o más bien demostró) el poeta Armando Uribe en la presentación
del libro: tomando en cuenta las diferencias profundas que presenta
en relación con la primera edición, se trata de un nuevo
libro.
Cortejo y Epinicio
David Rosenmann Taub
Lom Ediciones. Santiago 2002. 155 págs
XXIV
Era yo Dios y caminaba sin saberlo.
Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba.
Qué de azotar las cúpulas nombrándote;
sin lazarillo, tantos territorios,
zanjándote; implorándote, glacial
sol de rencor hacia tus tempestades:
¿te escondes? ¿o me escondo
celando tus sandalias,
en largos funerales?
Con los sollozos de mi vastedad
qué de azotar las cúpulas nombrándote.
Era yo Dios y caminaba sin saberlo.
Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba.
LXV
Que no enturbie tus veredas
el barro de mis pisadas,
Echaurren, derrocadero,
Echaurren, calle escarlata.
Entre las uñas del sol,
a lo verde nunca alcanza,
crepitante, lacerado,
tu arcedal, como mi alma,
Echaurren, calle difunta,
Echaurren, calle sonámbula.
Con los iris en las manos
en vano te ofrendo gajos
lacres de hidromiel de esperma
y ácidos azucarados.
Desde la entraña del hijo:
“Padre, ¿por qué andas descalzo?”
Desde la ausencia del padre:
“Hijo, es tarde, apura el paso”.
“Hijo, es tarde, apura el paso”.
Te clama mi tortura
y me persigues clamando.
Echaurren, donde nací,
no te conocen las ramas:
a lo verde nunca alcanza
el barro de mis pisadas,
a lo verde nunca alcanza
el barro de mis pisadas.