Hace años que no me duermo tranquilo si no releo alguna página del género fantástico (llámese ciencia ficción, fantasía o terror). Por eso, aquí quiero compartir cierto escalofrío textual que me ha dejado la lectura nocturna de estos doce relatos sobrenaturales de Diego Rojas. Porque hablar de un nuevo libro en la escena local, es también remontar la historia de dicha literatura, hija legítima de la Imaginación y el Misterio, pero también de su padre ausente, el Terror sobrenatural o el Horror cósmico, extraviados en estas costas hace más de cien años.
Ya me explaye en otros papeles borroneados hace décadas sobre su historiografía condenada al anonimato y el ocultamiento sistemático de tantos títulos y autores no-miméticos por la prensa y la academia; corpus que conforma el revés de una trama canónica que ya debiese ser puesta al día y punto. Solo nos bastará citar aquí a María Luisa Bombal, viñamarina, que se valió de dos novelas breves: La última niebla (1935) y La amortajada (1938) para desfondar el catafalco realista de las letras patrias.
En lo que va del s.XXI en la región, dichas escaramuzas entre identidad y representación parecen haber mutado gracias a las nuevas generaciones. La casi desconocida novela ganadora del concurso municipal, El ángel de la muerte (1997) de Sebastián Cisneros, que aún espera lectores, hasta los que de sobra tienen Álvaro Bisama con su distopía pop (Caja Negra, 2006) o Néstor Flores con el mix de gore y serie B (Barcelona, 2006). También asistimos a la descarga de textos bastardos y malignos: Valpore (2009) de Cristóbal Gaete, Variaciones sobre la vida de Norman Bates (2010) de Claudio Faúndez y Waribashi, la comarca infernal (2018) de Andrés García. Todos gestos necesarios de una limpieza quirúrgica ética del presente infernal de esta ciudad dañada, siempre a punto de desaparecer por propia mano.
Como ven, el fantástico no sólo goza de tradición, sino que puede anunciar nuevos estremecimientos, como estos pedaleos nocturnos que aquí saludamos con terrorífica alegría. Digno heredero de clásicos fundacionales (Poe, Quiroga, Lovecraft o King, entre muchos más), también es alumno rebelde y hasta peleón, al buscar su lugar bajo los puentes literarios, logrando su sitial al utilizar las artes que mejor conoce: honestidad biográfica, experiencias identitarias y sana desconfianza sobre la Realidad.
Profes taciturnos, novios despechados y ancianos heroicos son algunos de los personajes que enfrentarán demonios, fantasmas, maldiciones y derrotas en escenarios reconocibles del Puerto, pero a sabiendas que no volverán a ser los mismos. Pedalear de noche, vivir al lado de universitarios, asistir a talleres literarios online o soñar con libros raros serán solo nuevas formas de convocar a la desgracia. Pues atisbar en esos mundos velados cambiará irremediablemente nuestra percepción del futuro; ese abismo que nos tragará a todos.
En su libro La noche no se mueve (2020) Diego Rojas retrataba secamente la opacidad de lo cotidiano, la incomunicación y escasa empatía entre semejantes. Aquí da un paso más hacia la eterna oscuridad humana. Los hechos sobrenaturales asaltarán nuestros ojos desafiándonos a sostener la mirada. Viejos patios de infancia, tóxicos amores juveniles, lecturas malditas que nos atormentan en sueños, cerros distópicos con vidas latiendo tras la muerte (tal como estremecimientos en la pupila de un muerto...) jugarán con los sentidos abriéndolos a otras realidades, otras dimensiones.
También los invito a reparar en la eficacia narrativa de estos relatos que se sostienen en una sensación de malestar y horror creciente, pero curiosamente real, tangible, al alcance de la mano; revelando así universos invisibles de fuerzas incontrolables, pero atrapadas al medio de nuestras invivibles vidas anodinas.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Estremecimientos en la pupila de un muerto...
“Pedaleo nocturno” de Diego Rojas
Puerto de Escape, 2022, 152 páginas
Por Marcelo Novoa