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David Rosenmann-Taub
[inédito]
Por Pepa Merlo
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos N°784. Octubre de 2015
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Hablemos de dimensiones. Del arte de ser presencia sin estar jamás presente. Hablemos del poeta David Rosenmann-Taub. Del chileno que no habita Chile, del residente del norte de América que nació en el sur de América hace ya más de ocho décadas. De aquel para quien sus ancestros decidieron una nueva vida, en un continente nuevo, más allá de las fronteras naturales que delimitan todo un océano, más allá de la Polonia de la que su familia en oriunda. Hablemos de dimensión, de «la importancia, magnitud o alcance que puede adquirir un acontecimiento o suceso». Aquel que procura reunir en una misma persona dos continentes, dos culturas. Es la osadía del inmigrante. David aglutina toda la historia del viejo continente que arrastraron sus padres hasta un rincón del cono sur, hasta una calle con patronímico vasco, Echaurren («Echaurren derrocadero, Echaurren, calle escarlata...») y la razón de ser de un nuevo territorio, de una nueva región en un nuevo hemisferio, donde nacerá como individuo y se desarrollará como poeta, como músico... Porque ser hijos de inmigrantes debe imprimir carácter. Pero no olvidemos que es de David de quién hablamos, «del amado y querido», «del elegido de Dios», no de Goliat, «el que vive peregrinando». Es elegido por un Dios al que el poeta vio recogiendo cuidadosamente sus enseres para mudarse de casa, como hicieran tantos y tantos a lo largo de los siglos para cruzar el Atlántico. Quizás estaba vieja, quizás quería huir del desastre que contemplaba por la ventana, de un desastre del que no le quedaba otra que responsabilizarse. Como los niños pequeños, si no te ven, no estás. Así, Dios abandona una perspectiva con la esperanza de encontrar otra mejor. Era Cortejo y Epinicio, el primer poemario de David Rosenmann-Taub, el primer galardón -el del Sindicato de Escritores-, a un manuscrito que vería la luz como libro en 1949 en la editorial chilena Cruz del Sur, el manuscrito de un autor que entonces aún quizás fuese incapaz de denominarse como tal:
Dios se cambia de casa. En un coche de lujo
y con mucho cuidado guarda la estrellería
del Este. Echa en un saco al Ángel
Principal:
la loza del ropaje repica a festival.
[...]
Y así entre trueno y trueno se desarma
el palacio.
Dios mete los edenes en unos cuantos
tiestos,
Y al fuego del infierno le aplica
naftalina.
[...]
Dios sube a la azotea a ver si, por
olvido,
algo se ha quedado: y aunque atisba y
traspasa
los libres pasadizos, y baldean sus ojos
tejados y bualdas, se olvida de la
muerte
y la vida que riñen en un rincón
vacío.
Y Dios se va sin verlas, mas siente
escalofrío.
(Poema XXII)
Veintiún poemarios después, cuatro antologías, el movimiento en dibujos, el silencio en una pluridiversidad de partituras, parece que Dios no consiguió encontrar la casa soñada con vistas, aunque sí las vistas:
La Llanura
Dios clarea...
(«Cortejo y Epinicio II. El mensajero»)
Quizás descubrió que la casa no existe. Olvidó resguardar un rincón tranquilo en el confín del universo, el paraíso que él mismo desmanteló cuando era un Dios joven, inexperto, irascible. El elíseo no existe ni siquiera para él, y el poeta lo sabe:
-Tras giróvagas
formas,
Dios los mundos creó.
Los atisbó:
sufrió
propia
candonga:
tanta vergüenza, tanta depresión,
que...
- ¿Que?
-
...se suicidó.
La búsqueda ha concluido. No hay más mudanzas. No hay más casas. Tan sólo la que se contempla desde otro lado de la calle, de la única calle posible, Etxaurrem, apellido vasco cuyo significado es «frente a la casa». Aceptar la responsabilidad del fracaso de lo creado tiene un único final posible: el del final de este pequeño poema inédito en la madurez del poeta. Un pequeño poema de un poeta mayor, en todos los sentidos, que cierra en círculo la línea cuyo punto de partida fue aquel primer libro de un joven poeta.
La humanización de Dios es una constante en toda la obra del chileno. Antes del dramático final de esta pequeña composición inédita, Dios se había dado a la bebida, lo que supondría un final coherente para este poema, el final de la historia de un personaje que es el mismo personaje, y no por tratarse de Dios, pues éste es un Dios humanizado, sino porque como tal, como humano, el poeta nos ha ido narrando su trayectoria, su evolución a lo largo de toda su obra. En «Cortejo y Epinicio III. La Opción», encontramos el poema titulado «Epopeya I»:
Dios, en una de tantas borracheras,
obró este multiverso: macedonia.
Tétrico, ingenuo, cínico,
Los brunoviernes, a las once doce,
lo admite, tambaleándose.
Quizás estemos ante el Dios que todos llevamos dentro. Ese arrogante que cree que puede hacer y deshacer, crear a voluntad lo que se le antoje. El lado humano de ese Dios termina siempre por aparecer como un mazazo, como un golpe certero, para despertar y mostrar la realidad que nos evidencia de un modo ridículo frente a la obra creada. En este punto aparece la ironía que el poeta maneja con la maestría con la que un relojero manipula entre las yemas gruesas de sus dedos las minúsculas piezas del artilugio. Y entonces tan sólo queda irse de borrachera los «brunoviernes», resacas que terminarán dando respuesta al pronombre relativo de interrogación incisivo e impaciente de la última composición: «se suicidó». David Rosenmann-Taub se ríe de sí mismo, del poeta-Dios que hace y deshace:
Puesto que la literatura -pacotilla-
miente sin desmentidos,
invita a don Tapiz don Evangelio
a un recital de poesías mías
por un conjunto de copihues negros.
Gratis, la entrada. Uánderful: me
invito.
Clandestino, escuchar: casto
bullicio.
Clandestino, apedar: ni un
intermedio.
(«Cortejo y Epinicio III. La Opción»)
Eduardo Moga ha escrito de David Rosenmann-Taub: «Es un poeta total». Y lo es. Toda una vida poética avalan esta afirmación. Pues pocos poetas son conscientes de que «la poesía es una forma de conocimiento del yo y del mundo», tal y como han señalado Álvaro Salvador y Erika Martínez, a propósito de la obra de David Rosenmann-Taub, en el prólogo de Me incitó el espejo, la primera antología que, con un título tan provocador, apareció en España en DVD Ediciones en 2010.
Tomar conciencia del «yo» y del «mundo» en el que habita y sueña el «yo», supone rozar la idea de la totalidad. Acariciar un concepto decisivo entre los grandes poetas. Y como aquellos que además tuvieron el don de la música en la yema de sus dedos, David Rosenmann-Taub ha llegado a conseguir una pureza lingüística, una limpieza casi aséptica de la imagen. Tal y como leemos en el prólogo de
la antología El duelo de la luz, «la búsqueda de significaciones forzadas que transforman al poema en un objeto insólito, el silencio y la opacidad como síntoma de la errancia sin sentido del hombre y del universo». El lector que ha seguido su trayectoria lo sabe, porque lo ha ido palpando pausadamente, como si cualquier cosa, como palpa el músico el marfil del piano, acordes que se cuelan entre los versos en forma de neologismos, de juegos de palabras, de imágenes imposibles, en una forma sonata de carácter modulante que combina motivos de lo más heterogéneos y, por supuesto, en un laconismo cada vez más profuso en la obra del poeta chileno. Pequeñas composiciones matemáticamente medidas en las que la forma breve se ha ido haciendo con el poeta, del mismo modo que el amor enajena al enamorado:
Acechos:
hebras
plácidas,
fraternas:
intuían que tú, breve poema,
sin fin, sin compañero,
me esperabas.
Y cuando la vida decide sorprender mostrando sus cartas, David Rosenmann-Taub ya es un tahúr de la palabra. Se adelantó a la jugada y extendió sobre el mantel su farol. En el momento en que el Tiempo amenaza con mostrar los límites del horizonte, David Rosenmann-Taub ya se asomó a él y ahora está de vuelta. Él es el número no algebraico, el trascendente, el que deambula más allá de los límites:
Patinir.
Fuego de la verdad,
Caronte,
ya te vi.
No me mires a mí.
Mira, por caridad,
el horizonte.
(«Estigio»)
El poeta rompe el Tiempo colocándose en el punto de mira de los ojos de un Caronte que quinientos años atrás plasmara Joachim Patinir (1480-1524) en su Caronte cruzando la laguna Estigia (1520-1524). La súplica de los versos finales de esta composición, también inédita, es la misma que el pintor, precursor del paisajismo como género y discípulo de otro David, Gerard David, de la escuela renacentista de Amberes, hiciera al trazar los ojos penetrantes de un Caronte que más que mirar, acecha, transmitiéndonos el miedo ante la certeza de un viaje obligado.
Un mundo onírico en el que se nos disimula con el empleo masculino, lo que del otro lado, el de la realidad, es femenino, el río Estigia cuyo significado griego «Estix» es «odiar», «detestar». Uno de los cinco ríos que rodean el reino del Hades, pero no el que cruzaba Caronte, barquero del río Aquerón. Del cuadro de Patinir y de la mitología, el Cerbero es el único que está en el lugar que le corresponde, el perro de tres cabezas, hermano de Quimera.
El próximo otoño se nos presenta un nuevo poemario OÓ,O que verá la luz en Pre-textos. El asombro de la vida. Poemas inéditos de un poeta que tararea la cantinela que los años va conviniendo en esa melodía instalada en la conciencia, que llegó a nosotros sin saber cómo y no deja de repetirse, a pesar de nosotros mismos. David Rosemnann-Taub, una vez más, nos abre los ojos al asombro, eleva los párpados y nos hace despertar en el sueño.