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Vivir el sueño lúcido
(Presentación de «Resquemores», de Diego Rosas Wellmann)

Por Paula Cuevas Araya



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Me anticipo a decirles que si esperan un desglose de este poemario, no lo tendrán. Léanlo ustedes y saquen sus propias conclusiones. Lo que sí, es preciso extraer un hilillo que a cualquiera que comparta la experiencia de haber descapullado en esta ciudad, le hará un dibujo. El nacer compungido que habita en Resquemores. “Toda obra de arte huele a un color local”, dijo el Juan Emar, para evidenciar el cosquilleo interno que provoca el arraigo al momento de encontrarnos con él en algún artefacto. Y aquí no nos frenaremos en el arte porque quésesaweá. Mas, ¡ay del reflejo de la atmósfera teñida! -y El sur es gótico, dice Diego-,

región de videntes
Un carrusel fantasma
que alberga laberintos
que suicidan la patria.

Venir de por allá lejos y parar aquí en pleno desarrollo juvenil pudo haber provocado una arritmia fatal o al menos crónica. Y si la ñoñería no hubiera sido tu compañera de puesto, de seguro te tira las patas la cirrosis o el delirio místico por alucinógenos. Porque juventud 2011, Diego. Nuestros contemporáneos urbanos: apestados y con el cerebro fundido. Sin recriminar tanto, eso sí, pues bien se sabe que en este Temuco hasta la leña se asfixia, mientras se burla la misericordia en cada esquina. No hay suerte para el callejero, al menos no administrada por otro cuerpo. Aquí los brujos tienen miedo pues a la vez están malditos. Y vagan y huyen, pero igual no más te gritan a lo lejos, hasta perderse en la luz mojada de Caupolicán. De gótico lo crispado y se escucha en el silencio. Una ciudad que no descansa, que se langüetea la herida toda la noche y brama su opresión. No culparemos al terruño de todo mal. Mas tiñó tus sesos, haciéndote parte de su mitología. Es bosquecina la cabeza de Rosas. No del paraíso élfico, claro, no hay criaturas. Árbol en fractales, ramas quebradas, resina y sabia como saliva. Espesor ahumado. Existe una coreografía entre la palabra y el incendio provocado por la misma. Se percibe una tendencia a querer estallar o zambullirse. Y si el agua es tuya llega bien al fondo, insinuándote el sorbo. En tus figuras siempre quedó espacio para la sed. Una sequedad carrasposa, suplicante de bencina como brebaje. Porque corazón de incendio, corazón; eso no se borra. Buscas la sulfuración definitiva que te acerque nuevamente a vivir el sueño lúcido.

Quedarse atrapado en la otra cara del espejo. Desde ahí mira la sed. Desde esa dimensión se avecina un ruliento enmarañado: Golpea el cristal con las falanges, incesante; quiere ser cazado cual fantasma enamorado de la carne. Vuelve al hueco terrenal, oye; explota tu cuerpo dinamita de mecha sugerente, y que todo se derrumbe contigo. Implosionar conociste, Rosita linda. Las limitancias impuestas por un cuerpo apretado en una ciudad bronquial asfixiaron hasta al resquemor. Mientras tu mundo interno, tu humor de vaho, mantenían un carnaval en tu cabeza llena de lectura. Fumador imaginario.

Sabes percibir las cárceles que emboban a este mundo. Te has sumido en el significado de cada objeto que se toca. No te calza, eso sí, un rey Midas como esquela. Pues son esos frutos, los que a ti te devoraron. Persiguiéndote se encuentran ahora los sentidos que desnudaste. Cada palabra deshilachada tomó forma y te tiró el pelo, y es que la libertad del conocimiento tiene doble filo si el portador está infectado. Y tú, lleno de agujas, trémulo, curtido metafórico. Una piel delicada para tantos años atorado en el sur.

El miedo a la cojera ya es macabro cuando naciste medio ciego. La poesía lo viste de serpiente, le pone todo el fuero que en carne se encueva. Hasta por ahí no más. Pues detrás de esos lentes, veo el mal en tu mirada; Rosas, una criatura sedienta y manilarga que inseguriza a la poesía, al poeta que dice saberse tanto en esa nomenclatura. Tu travesura escritural es un juego pícaro, saca pica y hace morisqueta, mas se entra a las 8 a casa y espera ansioso el inicio del nuevo día, sabiendo que el títere que llevas colgando cobra vida cada noche, y aunque te acuestes a las 9 será en vano. Ruido urbano, ruido musical, ruido del encierro, los engranajes mentales que juegan al contrasentido mareándote las horas. Se derrite el pensamiento, y en toda esa cadencia vocifera el sentimiento disfrazado de panal. Y se calca en poesía. Grafemas como moscas barnizadas.

Fiera domada, quiero ventilar que te adoro. Que me derrite la fruta cuando estás histérico y que la electricidad de tus movimientos abastecería a este suburbio pecador de la flojera. Danos hoy tu sal corrosiva y que se arranquen las babosas, tíranos los nervios con esas preguntas sugestivas que tan inquieto sabes pronunciar.

Espero que este ofrecimiento tuyo a los fetichistas del hambre les deje embetunados. Un brindis con natre para Temuco y su escritura. Y para el Rey Mariscal, la ostra más jugosa.

 



 

 

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