“Muerte en Niza” de Víctor Quezada: Presencia/Ausencia en una habitación propia
Ediciones Marea Baja 2010
Presentación del libro. Santiago, Viernes 3 de septiembre 2010
Por Daniel Rojas Pachas
Revista Cinosargo
“El lenguaje no es presencia, sino la ausencia”
M. Blanchot
«The time is out of joint»
William Shakespeare.
El poemario Muerte en Niza (Ediciones Marea Baja 2010) de Víctor Quezada configura a través de las tres partes que componen su estructura, Un caballo solo arrastrando, Muerte en Niza y Afuera, una atmósfera y espacio, podríamos pensar en términos materiales y simplistas en una habitación propia, un refugio desde el cual un solitario parece contemplar el mundo que lo rodea de modo inmediato. Su cama, almohada, su propio cuerpo, flores y desde luego… en esa imagen también se encuentra lo exterior al sitio, un paisaje en el horizonte que muchas veces escapa a la mirada y el cual sólo podemos de modo diferido nominar o convocar.
El diálogo poético con “Muerte en Niza” coloca en juego y al servicio del lenguaje una serie de presencias y ausencias acosando sucesivamente al hablante y también al lector.
En apariencia y reduccionistas podríamos afirmar que esta tarea de enfrentar opuestos se realiza de modo alternativo y neutro, en una dicotomía clara, pulcra y excluyente la una de la otra y en la que bien podríamos definir ontológicamente lo presente, asociándolo a vida, origen pleno, sentido originario, lo conocido- cognoscible, lo dicho, el mismo, el sujeto versus ausencia, muerte, origen perdido, sinsentido, lo incognoscible, lo no-dicho, lo otro al mismo, lo no-sujeto.
Sin embargo, allí principia el conflicto de esta realidad y atmósfera poética que Quezada nos dibuja y que es más que un simple espacio material o una habitación como tendí a llamarla. El texto al poetizar “la presencia de la ausencia” te ubica de manera transversal
ante la crisis y precariedad del lenguaje, del libro como objeto y asimismo cuestiona la construcción de la psique y la percepción de todo y todos.
Por ello en nuestra tarea como lectores igualmente podríamos pensar en términos más etéreos esta unidad y sentido de Muerte en Niza que planteo y equiparar ese lugar a la mente de un individuo, una personalidad emulando una casa, algo así como la cabeza en Being John Malkovich desde la cual el sujeto observa ausente pasar la vida, al tiempo que debe hacerse cargo de una serie de presencias que le son ajenas tanto fuera como dentro del cuerpo.
Y claro… en esa medida por qué no edificar y ver aquel lugar que las palabras del autor generan, como el libro que tenemos en nuestras manos y en el cual nosotros, en la interacción, nos hacemos presentes y tenemos cabida y protagonismo en una especie de juego metaléptico al que somos invitados ingenuamente para culminar transportados y traspapelados con el hablante y lo que éste vive.
El libro es también un lugar, un espacio y en gran medida una realidad capaz de comunicar, contener vidas, sentimientos y experiencias de todo tipo las cuales son convocadas y se nominan desde fuera o desde los propios mecanismos internos, pues como dice Blanchot: “El libro es el a–priori del saber. No se sabría nada si no existiese siempre de antemano la memoria impersonal del libro y, esencialmente, la actitud previa al escribir y leer que detenta todo libro y que sólo se afirma en él.
Lo importante en síntesis, reside en la capacidad de Víctor Quezada para dar forma y contenido a un mundo a través de su poética. Efímero o tangible, valga de nuevo hacer la aclaración, lo reconocible es la geografía que emerge y en la cual podemos situar una voz, al punto incluso de confundirnos y amalgamarnos con ella en la medida que el hablante nos hace partícipes de su crisis y cambios ambiguos de percepción. Esta metamorfosis se moviliza híbrida desde una mirada de lo profundo hacia lo foráneo y viceversa y va siendo impulsada a la par por esa mutable y antojadiza presencia/ausencia que palpamos desde un primer verso del texto.
Me explico… “En un caballo solo arrastrando” el mentado hablante se enfrenta a una presencia en su ocaso, una flor que podemos comprender y calificar bajo los siguientes planteamientos de Rilke: “es efímera pero tenaz, conserva su aroma hacia sus propias postrimerías, muere exhalando un olor que compensa en cierta medida la desesperanza que suscita su desaparición”.
Quezada dice por su parte en el primer poema del libro:
Reverente tú en mi presencia
no llevó los pétalos quien deshizo
flor que señalas la ventana.
La flor, efímera y fugaz denuncia una precariedad que la voz debe asumir… una finitud que se hace latente e imposible de ignorar. La belleza que promueve esta presencia en extinción dejará aromas, recuerdos, sensaciones y sentimientos que madurarán al interior de este ser enfrentado a un entorno que amenaza con extinguirse. Síntoma que coloca en tela de juicio su propia realidad y permanencia, el poema cierra diciendo.
Tal montas las hojas tuyas
quisiera montar y embestir
o siquiera tener tu cabeza
flor que te tengo atrapada tan solo
flor que atrapada quisieras huir.
A partir de ese momento todo, para esta voz, constituye una carrera hacia el agotamiento. Una pérdida del centro de gravedad de las cosas que comienzan a flotar y evanecerse…
Tras ti el cielo avanza
se reúne en marcos blanco
altitudes blancas celestes fugas
cuartos
que pájaros cruzan sin romper
bordes que no han
De este modo y a lo largo de todo el cuerpo del poemario, el texto nos zambulle en las fronteras delicadas de lo que se entiende como parte de uno mismo y lo otro y gradualmente va subiendo los decibeles de la pugna en esta aparente oposición de contrarios (presencia/ausencia)
La percepción del hablante y de uno como lector haciéndose parte o cómplice de dicha sensibilidad, tal como señala Derrida, se autoimpone una interrogante ante aquel par que se ha pretendido absoluto pero que podemos cuestionar en la medida que el filosofo señala: “La presencia es la ausencia diferida o diferente y viceversa y por ende la vida es la muerte diferida o diferente, y al revés pues la muerte ya aconteció al aparecer la vida. Son indecidibles por inter-contaminación”. (Los destacados son míos)
Se imposibilita diseminar a ciencia cierta los márgenes, un principio y final, aunque es claro como veremos en esta lectura y desde luego en la que cada sujeto pueda hacer de “Muerte en Niza” desde su propia situación, que afirmativamente el juego, desencadena presencias que abruman a la voz a la par de una suerte de ausencias que éste mismo invoca desde tiempos y sitios lejanos, a veces sin desearlo, tan sólo por nombrar de modo inconsciente un pasaje o iluminar alguna hora pretérita. Lo que termina persiguiéndole como fantasmas disfrazados de recuerdos o miedos infantiles.
Oscar Hahn en este sentido nos señala: "Toda ausencia es una forma de presencia, aunque fantasmal e inquietante." A su vez, en su estudio “La Forma de lo monstruoso”, el escritor chileno de ciencia ficción Patricio Alfonso agrega: “La muerte sólo puede tomar en el discurso la forma paradójica de la ausencia (…) La figura por excelencia en la que la ausencia encarna –si es que se puede hablar de "encarnar" en dicho contexto - es la del espectro. El espectro es la personificación de la ausencia, de lo que ha sido afectado, vaciado, por la muerte”.
Quezada por su parte señala en el poema “Afuera de seguro algo cae”:
el rigor mismo de quien muere
carrusel indomado al que el miedo vuelve si lo
nombro
si lo hago parte de esta ausencia.
Por tanto, no podemos clasificar de forma tajante como presentes/ausentes a personas, amores y desencantos, lugares, recuerdos y muertes, cualquiera creamos sea su estado ontológico, pues no estamos ante productos etiquetados y dispuestos para una estantería de víveres.
En cuanto a la noción de ausencia, ésta se perpetúa y emerge con mayor fuerza a partir de Afuera de seguro algo cae”, pues el hablante premunido de aquella percepción de fugacidad, es
llevado a otro nivel de cuestionamiento. La introspección extiende su mirada más allá del cuerpo horizonte, lo inmediato, y comienza a proyectarse a una serie de ausencias que invoca y que lo confrontan desde una verdad lejana, quizá no perceptible en principio y de manera empírica, pero no por ello menos real y existente.
Llevado al aquí mismo de lo ausente
desciende y rueda por caer su envergadura
invocada tanta lejanía tanta distancia
galopa perdido en mi lengua y desciende
y rueda
Podemos pensar como lectores en todas las otredades que nos rodean, todos los rostros, vidas y lecturas no realizadas y que la voz imperante en “Muerte en Niza” también cuestiona, dentro del espacio prefigurado, la habitación, la mente o el libro, gracias al lenguaje.
La atmósfera generada gracias a la poesía nos ubica in situ y hace presente el abanico de posibilidades que aunque no conocemos han estado allí siempre, son aquellas ausencias que se realizan a la manera de grieta tal como dice Quezada:
O de los dedos la añoranza
el encuentro en las esquinas será
del corazón arácnido sueño
y de la luz su sombra uno
que bailase eclipsado el sol
de línea en línea buscando
donde hacernos la grieta (Los destacados son míos)
Las grietas sabemos forman parte de nuestra existencia en la medida que las ignoramos y que sólo podemos a fin de cuenta interrogar como una posibilidad. Partes de un yo posible, postergado u alternativa del ser… tal como dice el cierre de esta primera parte…
un caballo solo arrastrando
y la posibilidad era ínfima.
Qué hay en cada silla sin embargo.
En la segunda sección del libro, homónima del poemario, lo externo o el afuera, en un comienzo netamente ausente, se perfila condicionando al hablante con su irrupción. La realidad es forzada a desplegarse y debe ser vista desde otro ángulo. Un enfoque que cuestiona la propia existencia del enunciador y en ese grado el conocimiento de las cosas es llevado a una instancia secundaria e incluso inasible…
En el diámetro que la luz proyecta comienza a
desaparecer un cuerpo
su estela -preciosa disposición de la ausencia-
engrana un movimiento presumiblemente
constante
infinito en posibilidad
Es como si estuviésemos ante un espejo que se hace latente y que por vez primera visibiliza su potencial para reflejar, sin embargo, al irrumpir lo único que muestra es una vacuidad, una extinción de los bordes y márgenes de las cosas, antes capaces de orientar el sentido de este ser y lo que le rodeaba y de pronto tan solo estériles: “Es como aprehender la experiencia de un lenguaje que se distancia de sí mismo, que “sólo comienza en el vacío” y que en él se mantiene, dejando que cada palabra por mucho que intente mirar hacia atrás, no verá más que la huida de su origen y su frustración, pero a pesar de ello se habla y discute con este lenguaje, y quizás a ello se deba la incomprensión entre los hablantes, a que cada uno habla con palabras ausentes”. Lo transcrito lo expone Estefanía Hermosilla en su artículo “El lenguaje moderno de Foucault, Barthes y Blanchot”
Quezada por su parte agrega:
de lo que hay emergen las líneas de las sábanas
un desorden que se va limando a medida que
suben
suscitadas por la luz.
La cama retrocede entonces
a polígono la almohada un diseño regulado y
perfecto.
Lo antes conocido y fácilmente determinable, los objetos, los muebles comienzan a perder sus cualidades y se ven reducidos a geometrías inútiles o absurdas para tal caso.
Esto genera claramente una duda o vacilación en el hablante, y también en el lector comprometido, que puede entender como el libro lo está movilizando a un cambio de su propia percepción. Tras la lectura de una obra ya no somos el mismo, nos vemos conminados a reflejar en este espejo de escritura nuestro vacío o las grietas que nos acosan.
Todo aquello de lo que adolecemos se hace patente y nos vemos obligados a percibirnos desde otro foco, pues tal como ocurre en el poema anterior con los muebles, nuestras formas, límites y fronteras entran en la dinámica de esta lógica presencia/ausencia que delimitan al yo del otro que es, pude ser o no he sido…
es más, la perspectiva o enfoque en principio más
ajustado a lo real, llega a confundir los cuer-
pos en la abstracción del afuera.
Habrá que encontrar el lustre de las armas en el
ojo del testigo
en la versión contraria a la soledad del caballero.
A estas alturas la noción de ausencia ya no es la que encontramos en “Un caballo solo arrastrando”. La flor con su presente fugacidad y todo lo que ello implica (reconocer el sentimiento y hacerlo extensivo a otras realidades inmediatas). Tampoco se trata de esas otras ausencias que están fuera de mi alcance, lejanas, soñadas o tan sólo nombradas como en “Afuera de seguro algo cae”.
La ausencia en este caso se traspasa a la corporeidad del sujeto y provoca una enajenación que lo lleva a pensarse como ausente, precario y al observarse, se reconoce desde fuera, desdoblado como una realidad también en tránsito y caduca. En esta etapa se confronta lo que he sido y quizá continúo siendo, pero que estoy convencido, pronto, en algún punto no estará pues se produce lo que Heidegger señala en torno a la muerte… la posible imposibilidad.
Quezada por medio de su hablante haciendo eco de dicha idea nos indica:
En cuencas donde hallo el mundo hoy
y pequeño asiste todo
no habrá ojos:
la pechera rota
celada pues vacía
de esplendentes opacadas armas.
Tal le vieron caballero sobre la mano
estará el metal por ojos míos.
Una “armadura vacía” nos indica el texto. Un traje sostenido por el aire y el polvo, los rastros de una presencia ya extinta, un deshuesadero o los remanentes que sirven de indicio, huella para rastrear y reconstruir el esqueleto de lo que fue. Casi un trabajo de imaginación como el de aquellos que elaboran una gran bestia antediluviana a partir de un despojo.
En esta parte del texto se introduce por intención clara del escritor una cita tomada del soneto XXV de Garcilaso el cual cito textual…
¿Diría acaso:
hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron
dejándome con otros que te vean
pudiera?
El intertexto no es caprichoso, es una pieza asociada clásicamente a la muerte tal como dice María Álvarez de la Universidad de la Laguna en su estudio “La sombra como muerte: historia de una forma de contenido”: “La imagen de la sombra como simbolizante de muerte presenta una amplia tradición en la lírica española (…) Este conjunto de rasgos, que reaparece en obras y autores de distinta época, de diferentes tendencias, no constituye un haz cerrado. (…) En sus variaciones, descubre nuevas vías de posible crecimiento, algunas agotadas, y otras en pleno desarrollo”.
En el caso de Garcilaso la imagen de la sombra toma la forma de noche oscura: “El tenebroso más allá ha sido simbolizado desde antiguo por la noche. Este sentido está presente en el soneto xxv de Garcilaso. La privación de luz está relacionada con el sentimiento amoroso en Garcilaso. La esperanza de volver a ver a su amada atenúa el doloroso trance de la muerte”.
Esta parte de la construcción literaria de Quezada nos lleva a aterrizar y constatar la verosimilitud de la noción presencia/ausencia que se prefigura como parte de esta lectura, pues como añade Álvarez la conformación del tópico sombra: “Posee dos vertientes en su configuración. Por un lado, el simbolizante sombra alude a la `muerte', y, por otro, remite a la vida humana. (…) De esta forma, la muerte es considerada como oscuridad, frente a la luz que simboliza la vida. Cuando desaparece la luz y el mundo pierde su contorno, se difuminan los objetos y comienza el predominio de las tinieblas. La sombra, falta de luz, lo envuelve todo”. (…)
Quezada en una coordenada de su poemario indica:
y de la luz su sombra uno
que bailase eclipsado el sol
Así pues, la imagen, aparece como una doble imagen. Los simbolizantes, sombra/luz, remiten a muerte/vida, a presencia/ausencia, lo cual nos lleva a pensar una vez más en las dicotomías y vincularlas a la “inter-contaminación” que plantea Derrida y extender esto al poemario y todos los elementos de su estructura formal desde el título “Muerte en Niza” hasta el sondeo de otros continentes de significación simbólica igual de importantes y que se hacen presentes en la constancia de arquetipos como los caballos situados no sólo en la bella imagen que constituye la portada sino a través de menciones reiteradas a lo largo de todo el poemario de forma directa como ocurre en “Un solo caballo arrastrando” o por medio de campos semánticos relativos al equino: cuadriga, carro, caballero, silla, montar, galope, crin, lomo, carrusel.
Sobre el caballo, más allá de su amplio y ambivalente simbolismo, debemos agregar que éste se encuentra asociado en diversas mitologías, religiones y sistemas de creencias a la muerte o tránsito que realizamos hacia lo desconocido. En la Revelación de Juan o libro del apocalipsis el caballo tiene una preeminencia marcada tanto en los cuatro jinetes como en la caída de Babilonia y su figura emerge protagónica ante el primer sello. Simbología que no está libre de la noción vida/muerte pues dentro de nuestra tradición occidental religiosa se le asocia tanto a la esperanza bajo el cuerpo de Cristo o la destrucción en manos de ejércitos: “Un caballo blanco: Teniendo en cuenta el simbolismo constante del color y la semejanza con Ap 19.11, muchos ven en este jinete que abre el primer sello una representación de Cristo, a quien pertenece la victoria (Ap 5.5). Otros, considerando las características de los demás caballos, lo interpretan como símbolo de ejércitos destructores”.
Por concluir, la tercera parte del poemario titulada “Afuera” sitúa por completo la presencia/ausencia en otra parte, en la antípoda del hablante y su ser, y nos remite a la total lejanía.
La luz ausculta mi corazón por última vez
el corazón como una lámina de agua
la luz se adentra y rompe en sus ventrículos
en el número dos
en su transparencia
en lo foráneo.
Queriendo vincular el “Afuera” al título general del poemario me gustaría extender la apreciación de presencia/ausencia, pensando en Niza y la idea de morir en aquel lugar, en dicha localidad que remite a un “afuera”, y que en lo personal, como lector, me predispone a una parte de mi enciclopedia por momentos trunca y que debo completar más allá de lo que tengo asociado a Chagall, y descubrir que este sitio (Niza), y sus colores descritos por Nietzsche a su madre a través de cartas de la siguiente forma: “Es una lástima que no pueda desprenderlos y enviártelos; es como si hubieran pasado por un tamiz de plata, inmaterializados y espiritualizados.”, remite a una historia que se teje en torno a una serie de figuras y momentos clave tanto de violencia y creación artística a lo largo del mundo, la historia, el tiempo.
y el amor se disfraza de doncella ahora de carruaje
luego
y se transforma en un caballo desbocado
en un pozo antiguo donde nos vemos
acechando los cuerpos y el desastre.
Etimológicamente el nombre Niza surge a partir de la diosa Nice producto de la victoria bélica en contra de los ligures. Durante la edad media la ciudad interviene en los mayores desastres que azotaron a Italia, su pertenencia además ha sido disputada a Francia por españoles e italianos en numerosas ocasiones, finalmente Niza es bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial como preparación del desembarco de Normandía. En el otro sentido, Niza constituyó la residencia y punto de encuentro de importantes artistas como Miró, Braque, Picasso, Andre Gide, Marc Chagall, Henri Matisse Maurice Maeterlinck e Isadora Duncan, estos cuatro últimos edificaron gran parte de su obra y vida en aquel sitio y también en aquel espacio partieron (Muertos en Niza). Presencias/ausencias de las cuales nos quedan objetos fugaces y transitorios a modo de documentos, pinturas, episodios, danzas, testimonios y pasajes que permiten entender el devenir del ser y las lecturas que se generan por medio de sus acciones, bélicas y artísticas, afectando nuestra propia presencia y transitoriedad… Pues como dice Blanchot: “El libro envuelve, desenvuelve el tiempo y conserva ese desenvolverse como la continuidad de una Presencia donde se actualizan presente, pasado y futuro”.
Y hablando de tiempo, de épocas y momentos que se confunden en ese “afuera”, Quezada agrega en su poemario:
Una sola flecha es una guerra si el mundo está
sembrado de espejos amor mío una sola
dirección
¿Hallaré en la noche entonces para traer la lengua
mi palabra lo que cayó bajo esta mesa mi
poema de amor?
Pero participo de otros cuerpos no obstante
como esas pequeñas flores desesperadas por
abrirse paso hacia la luz. (Los destacados son míos)
La idea de participar de otros cuerpos, otras historias, señalando que lo otro es parte de mí y yo de aquello, remite a la noción de Derrida de presencia/ausencia en que el mundo se desenvuelve en su comunicación como un gran descalabro, indeterminable y que el filósofo grafica parafraseando a Shakespeare en Hamlet: «The time is out of joint» podemos agregar al respecto lo que Derrida dice en el capítulo primero de “Espectros de Marx”: “el tiempo está desarticulado descoyuntado, désencajado, dislocado, el tiempo está trastocado acosado y trastornado, desquiciado, a la vez desarreglado y loco (…) Time: tan pronto lo que la temporalidad hace posible (el tiempo como historia, los tiempos que corren, el tiempo en que vivimos, los días de hoy en día, la época), tan pronto, por consiguiente, el mundo tal como va, nuestro mundo de hoy en día, nuestro hoy, la actualidad misma: allí donde nos va bien (whither), y allí donde no nos va bien, allí donde esto se pudre (wither), donde todo marcha bien o no marcha bien, donde todo «va» sin ir como debería en los tiempos que corren. Time: es el tiempo, pero es también la historia, y es el mundo.
Por tanto en la lectura poética que propone “Muerte en Niza” todos somos conminados y no porque el autor, como otros poetas del momento y al uso, nos represente una realidad plana y sencilla, un mundo utópico o una distopía, pontifique con revoluciones, proclame un malestar ante su ciudad o una experiencia y sobreexposición agotada de su sexualidad. Actitudes de “creadores” que al final sabemos por lo engañoso y contradictorio del lenguaje, van a proponer unívocamente un mensaje en ausencia y burda mímesis inexistente que explota lo artificial y estéril de lo anecdótico.
Quezada lo indica con claridad en el fragmento transcrito a continuación:
Una vez vuelto el mar caerá la ciudad en mi pecho
florido
se irá llenando mi corazón
todo llevaré a mi corazón cuando se decida la
lluvia a recuperar su sitio
anudaré cada cosa cada lugar cada vida mi yo
arcaico
En ese grado, lo inesperado y que se aplaude en Víctor Quezada como escritor es su atrevimiento y valentía al poetizar en torno a la ausencia. Su voz nos habla de lo indecible, se posiciona en las entrañas del vacío de nuestra lengua y surfea en la extinción misma del sistema y las formas y en esa medida, al nominar la no existencia, al referir poéticamente la muerte situada en Niza o en la atmósfera que nos construye con el germen mismo de la confusión (el lenguaje), niega la posibilidad de morir y afirma la no existencia de la imposibilidad. Al someternos a semejante paradoja demuestra con belleza que las palabras no bastan para la verdad que contienen y así, todo lo escrito, todo lo pensado, dicho y realizado en este mundo de textos y discursos… será un continuo de la impotencia de presentar ad eternum nuestro deseo “inter-contaminado” por alcanzar la flor, cantar a la flor, nominarla una y otra vez o hacerla florecer en el poema, sin ninguna diferencia más allá de lo diferido.
San Marcos de Arica – Agosto del 2010