SOMA
Daniel Rojas Pachas
Por Elvira Hernández
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La poesía siempre se vuelve hacia sí misma, cualquiera sea el lugar donde clave su mirada – el harakiri que prepare – el rostro que vaya a contemplar. Tendrá que correr el tupido velo, acá en tiempo de chatarra y simulacro cuando todos somos “creadores”. Así las cosas, la caridad comenzará, por cierto, por casa; con acidez satírica en estas páginas situados los hechos y desechos en una suerte de picaresca literaria muy cercana a una república de miranda. Habrá que pensar entonces que la casa del ser no tiene arreglo, o no hay caso con su avería si ya esto es asunto de máquinas y actos maquinales pues hasta ese punto nos estarían llevando las pantallas. Muerta cierta trascendencia, bienvenida una nueva: la guturalidad intrascendente, la porno intrascendente a falta de deseo y a falta de grandes figuras y voces, figuritas de plástico. El desierto, sí, si por el un desierto de arenas y escritura se transita, creo, nos dice el libro de Daniel Rojas Pachas y nos arroja, desde la partida, en un cúmulo de conjeturas.
SOMA, el libro, pone pie, si es que se puede poner el pie en el hoyo negro por donde vuela la palabra. O, más bien asoma el cuerpo en que ha devenido o revenido un lenguaje vaciado. Su intento es, no cabe dudas, un salto en el abismo. Aquí tienes –parece decirle al lector- éste es el vacío que tocas y en el que me tocas, todavía indefinible muy al fondo de un remitente. Encontrarás por un lado osamenta reconocible y citable, por el otro, visceralidad volcada. Un texto que amalgama todo lo que encuentra a su paso, incluyendo hatos de correos electrónicos –las abundantes transacciones de letras del día- en esta abolición de fronteras literarias.
El autor, por convicción, está en otro lado. Pasado por el cedazo autobiográfico cuasi picaresco, por algún recurso no emparentado con la ciencia ficción, también estará al otro lado de la referencialidad. Daniel Rojas Pachas sabe de las vicisitudes corridas por esa autoridad otrora heroica: la historia del pecado de originalidad perdido, la tachadura, la borradura, el descentramiento, la pulverización que ahora se trillan como lugares comunes. Probablemente reaparezca ese fantasma en otra ficción. Por lo pronto, en esta confusa y leve realidad, en que el poeta podría tener tanta identidad como anonymus, ciertas precauciones no están demás, sobre todo si tendría que ser inminente la llegada de una copia, quizás intervenida, con el texto de Gombrowicz, Contra los poetas.