2 cuentos de Daniela Tomerini
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Surtidor de abrazos
Si tiene algo por celebrar y no cabe en el pellejo por la alegría, antes de regresar a casa para contárselo a sus familiares, llamar por teléfono a sus amigos, o bien no tiene ni familiares ni amigos y le sirve alguien para abrazar o para que le abrace a usted y disfrute con usted, acuda a mi padre, en el jardín público. Él siempre está ahí, cerca de la fuente, esperándole.
Si le ocurrió algo triste, si está desesperado porque perdió su trabajo, si le parece que va a volverse loco porque ella se marchó con otro, y le sirve un abrazo para seguir adelante, acuda a mi padre, él le está esperando cerca de la fuente grande, la que lleva en el medio estatuas de mármol que surten el agua.
Mi padre se llama Giovanni – pero nosotros en casa, y también todos los que le conocen, lo llamamos Giò – y su trabajo es abrazar a la gente: se queda sentado en el borde de la fuente, redonda como un plato sopero y obra de un gran escultor, esperando a que alguien se acerque para abrazarlo.
Cuando regresa a casa, y no está demasiado cansado, me cuenta quiénes son los que acuden a él. Son personas a veces simpáticas, a veces menos, sin embargo, él abraza a todo lo el mundo.
Cuando los ve llegar con aire satisfecho, mirando a su alrededor con una gran sonrisa, se les acerca y les dice: Hola, me llamo Giò, ¡me alegro por ti! Y luego se abrazan, con alegría, y se ríen juntos. A menudo le cuentan por qué están contentos, pero también hay personas que se las dan de misteriosos y no le dicen nada, tan sólo: ¡Gracias! ¡Gracias!- con aquel aire satisfecho de quien es feliz y cree que lo va a ser para siempre.
Trabaja cerca de la fuente porque dice que el agua le proporciona energías positivas que lo recargan, mantiene que su trabajo precisa de muchas fuerzas (esto no lo puedo explicar: por qué abrazar a alguien cuesta tanto), yo creo que se pone cerca de aquella fuente porque la conocen todos y así saben dónde encontrarlo. Además, es muy hermosa. Lleva en el medio unas estatuas que parecen personas de verdad que se mueven y se cuentan cosas. Yo pienso que por las noches, cuando no las ve nadie, se mueven de verdad y hablan, pero en cuanto el cielo clarea y alguien podría verlas, vuelven a ponerse inmóviles.
Peluquero para trenes
Con Mario nos hemos dejados esta mañana, a las ocho, antes del desayuno.
Al mediodía me ha acompañado a la estación.
Yo vivo en Milán y él en Ancona. Es cierto que no podía continuar, si se vive tan lejos, todo se encuentra más difícil.
Han pasado cinco horas desde que nos hemos dejado y aún no respiro bien.
Mi tren se marcha a las 13,03 (trece cero tres). Me gustaría conocer a quien decide los horarios de los trenes. ¿Nunca habeis visto un tren marcharse a las 13.00 ó a las 16.00, en una hora cualquiera pero entera? Yo no, siempre me he marchado a las 11,05, o a las 15,07. Me gustaría verdaderamente conocer quién decide los horarios de los trenes, para descubrir cuál es el trauma en su infancia que le ha turbado la mente. ¿Nadie pensó en una terapia adecuada? Seguramente hubiera sido larga, pero después de algunos años se hubiera liberado -y nosotros con él- de sus pesadillas.
Después que se han cerrado las puertas automáticas del tren que me llevará a Milán, he llorado.
Luego respiraba mejor y me he ido al vagón central del tren, donde he hecho un baño relajante y un masaje.
Mientras me hacen un masaje, cierro los ojos y no quiero pensar en nada. Como si fuera en otro planeta, en otra dimensión. Un masaje te da una nueva vida.
“Cuida el cuerpo para cuidar el espíritu”, nada más verdadero.
Hoy todavía necesitaría un suplemento de cuidado. Me levanto, me abrigo y miro adentro de la peluquería. Luciano, el peluquero, me conoce bien. Hace años que tomo este tren. Sentada encima de un sillón con el pelo mojado, Luciano me mira, ojos dulces de coiffeur, algo ha entendido.
De manera discreta pero familiar, no me pide el mismo tratamiento de siempre, para hablar después de banalidades. Me peina temeroso el pelo que tengo largo y oscuro, y con aire serio me conseja un color, simula un corte discreto, después uno más drástico. –Sí – le contesto.
Antes de llegar a la estación Central de Milán, sólo me queda una media hora, llamo a Franco por teléfono, un amigo querido, hemos salido juntos a los diecinueve años.
Cuando bajo del tren, él me espera cerca de la escalera mecánica, pero no me ve, no me reconoce, solamente cuando me paro delante, él sonríe: - Eres distinta – me dice.
* * *
Daniela Tomerini nació en un pequeño pueblo de Lombardía.
Se licenció en arquitectura por la Universidad Politécnica de Milán.
Ha viajado mucho y ha tenido la oportunidad de conocer y relacionarse con algunos grandes poetas, entre otros, Attilio Bertolucci y el japonés Kikuo Takano.
Ha publicado un libro de relatos Segreti per una vita di qualità (Roma 2006).
Ha estado a cargo de la sección literaria de algunos diarios.
Pinta y ha expuesto sus obras en diferentes galerías italianas y extranjeras.
Ha sido invitada a exponer sus cuadros en el palacio de vidrio de la ONU en Nueva York, en febrero de 2009.
Sus pinturas y dibujos se inspiran libremente en las sugestiones del arte japonesa de la caligrafía (shodo).
Actualmente vive y trabaja en Milán.