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"Recuerdos de Eduardo Anguita"

Por Enrique Bunster
El Mercurio, Santiago, 29 de agosto de 1965, Suplemento, pp. 6-7
Fuente: El Navegante Nº1 Santiago, 2005


"El hombre de que voy a ocuparme contaba con 21 años de edad en la época en que produjo con V. Teitelboim la "antología de poesía chilena nueva". Dicho sea de paso, este libro fue el producto de una transacción, porque ambos autores (a la fecha estudiantes de Derecho) habían realizado por separado sendas selecciones de poetas y optaron por refundirlas para evitarse una inútil competencia.

Eduardo Anguita era entonces impresionantemente flaco -el adjetivo flaco lo "engordaría"-, muy pálido además, y terminado en una nariz que pugnaba por adelantársele. Augusto D'Halmar lo llamó el "niño paraguas", y nunca se dio un sobrenombre más gráfico en el país de los sobrenombres. La impresión que Eduardo Anguita me produjo, al conocerlo en Zig-Zag, fue que era de una extrema debilidad física; pero vi que estaba equivocado cuando escuché su primera carcajada. A nadie he oído reír con igual potencia, sonoridad y salvaje alegría. De esos estrechos pulmones escapaba la risa de un levantador de palanquetas de un violador internacional. Pronto iba a comprobar, también, que dentro de ese cráneo reducido, como el de Voltaire, habitaba una de las inteligencias más lúcidas y penetrantes conocidas entre la gente de mi generación.

Recuerdo las palabras de un crítico al comentar la aparición de la Antología: "Los autores toman con tiempo sus medidas para pasar a la inmortalidad". El tono era irónico, pero la frase resultaría profética. Los dos chicos metidos a grandes se abrieron camino; y aunque la obra poética de Anguita no es ni será popular (por hermética y escasa), no hay la menor duda de que sobrevivirá al autor y nos enterrará a todos, como se dice de los llamados a larga vida.

Al tiempo de aparecer la Antología, Eduardo sólo tenía libros "por publicarse"; y su asociado ¡de diecinueve años!, no los tenía ni en proyecto. Debutaron, pues, en condición de poetas selectos -que es como nacer de pera y bigote- codeándose con Huidobro, Neruda, Cruchaga y De Rokha(1). Son libertades que se toman a veces los antologistas. En su selección de cuentos, la señora Mari Yan se incluyó a sí misma, a su hermano, a un hijo y a un sobrino. La diferencia a favor de Anguita y Teitelboim es que nadie discutió (salvo De Rokha, claro) su derecho a figurar entre los maestros.

En su prólogo (porque el libro lleva dos), Anguita dejó definido el arte nuevo como la antítesis de un arte deshumanizado: "La deshumanización del arte es una mala comprensión de él, y además, una mentira materialmente imposible".

Así las emprendía contra Ortega y Gasset, en 1935, aquel joven de veintiún años, pleno de personalidad, independencia y coraje.

La poesía por la cual rompía lanzas es la "poesía para poetas", que en fuerza de profunda y humana, precisamente, es misteriosa e incomprensible para el lector común.

Poesía para poetas, porque ni siquiera puede ser explicado al no iniciado, o mejor, al que carece del don... Por eso serán siempre unos pocos los mutantes que logren seguir el pensamiento o la emoción de Eduardo Anguita en sus poemas, creados, como se sabe, en la zona indecisa entre la vigilia y el sueño. Ejemplo: "Tránsito al fin":

La puerta puede abrirse,
puede entrar el ladrido del perro
sin que necesitemos saber nada.

Mientras no entre el viento en nosotros
cuando tenemos los ojos viajando entre los muebles
de la diversidad de los miedos de cada muerto,
podemos reír entre la espuma de lo obscuro.

La seguridad del que abre su vestido privado
dejando mostrar las huellas blancas de los delirios,
con un poco de fuerza se logra concentrar la ceniza invisible,
la sombra, mi muerte particular.

Piedras en la mirada, ya sólido su silencio
pasos de las manos solas en el cuerpo.
Es así como amamos el aire de la estatua,
el aire que nos empuja a la vejez.

El hombre camina a una habitación semejante
y se coloca el traje que le conduce para siempre.

Y el incomunicado poeta decía al presentar sus poemas:

"Una explicación de mi poesía, para el que entra por primera vez en la poesía nueva, es no sólo difícil, sino imposible... Es más decir algo sobre la poesía contemporánea en general, pues dentro de esta época hay algo firme y universal que se repite en todos los artistas...". "La poesía no puede ser considerada como un entretenimiento más o menos útil al espíritu. Para el poeta ella es elemental... es un reclamo del ser, que pide verse representado dentro del cosmos, y en ese sentido la poesía responsa lisa y llanamente al instinto de conservación del individuo... Es el ser que reclama en posición central, y, por tanto, la perfecta conciencia de todos los fenómenos del mundo. Es, pues, un esfuerzo de CONOCIMIENTO más que de AFECTIVIDAD...". "Comprender lógicamente la poesía, no lo logrará nadie jamás. Explicar un poema no significa avnzar un paso, pues casi todo lo poético, propiamente tal, es justamente con que se escapa de la lógica corriente con que apreciamos el mundo real...".

En los años transcurridos, Anguita no ha variado mucho en lo físico (a lo sumo engordó unos gramos), pero su desdichada salud modificó el carácter del alegre mozo de entonces. Un paseo como el que hicimos por aquellos días, con él y Teitelboim, a la Casa de Máquinas de San Eugenio, no había sido posible tres lustros después. Íbamos a observar el ambiente ferroviario, a ver viva la poesía de Carl Sandburg. A manera de cocaví compramos pan y sardinas, y Volodia insistió mucho en hacerse cargo del paquete de la merienda. Pasamos la tarde contemplando el ajetreo espectacular de cincuenta o sesenta locomotoras ocupadas en resoplar, silbar y topetear, vagones entre nubes de vapor y capotas de humos negros. Los maquinistas eran los domadores de esos monstruosos hirvientes y sudados de aceite, a duras penas sometidos, en cualquier momento podía sobrevivir la rebelión indescriptible con la consiguiente masacre humana. Anguita parecía sobrecogido a la vez que fascinado. Una Mikado-Montaña llegó haciendo retemblar los edificios y las pilas de carbón para enganchar el tren nocturno y llevarlo a la Estación Alameda. Trepamos al último coche en calidad de pavos, y junto con hacerlo sentimos un apetito de viajeros. Entonces descubrimos el hecho insólito: ¡El solícito Volodia se había comido a escondidas las tres cuartas partes del pan de la comunidad!

Poco tiempo después, o poco tiempo antes, Anguita abandonó los estudios de Leyes, que no eran para él, y aplicó su habilidad de escritor a la publicidad comercial. Seguía las aguas de Alejo Carpentier, el famoso prosista cubano devenido en las de la propaganda. Prestó servicios en la Editorial Zig-Zag, bajo la dirección de J. M. Souvirón. Más tarde ingresó a Publicidad Taurus. Su empresario, José Stefanía, era una personalidad no fácil de encasillar: ex corredor de Bolsa, intelectual y bohemio impenitente, casó con la chispeante "Desideria" que ha hecho reír a dos generaciones en el teatro y la radio.

Con diez años de intervalo (1945), Eduardo presentó su trascendental Antología de Vicente Huidobro. Un homenaje al amigo ausente -hallábase en Europa- que el público agotó con rapidez pocas veces vista. En el prólogo de veinte páginas dejó estampada su impresión de aquellos días de inolvidable amistad: "Las tertulias y discusiones y lecturas de poemas hasta las cinco de la madrugada en casa del poeta, durante cerca de seis años, quedarán en nuestra historia literaria como la última muestra de efervecencia y sensibilidad de este estremecido país". Define a Huidobro como "el poeta en estado puro, el hombre cuyos ojos lavan el mundo que miran". Lo considera "uno de los más altos valores literarios contemporáneos". Dice que su poesía "se apartó prodigiosamente de todo lo tradicional y aun de lo revolucionario". Y en cuanto a su poder creador de imágenes, afirma que "es lo más brillante que haya producido la poesía universal...". Palabras doblemente significativas en estos parajes en donde los poetas serían dichosos sí pudieran destrozarse unos a otros concienzudamente.

Siempre he pensado en el tremendo golpe moral que significó para Anguita la muerte de Huidobro, acaecida tres años después en Cartagena (Duelo nacional tratado sin respeto ni verdad histórica en una ficción de E. Lafourcade, al decir del indignado Braulio Arenas).

En 1949 incursionó en el género del cuento, publicando Inseguridad del hombre (Editorial David; doscientos ejemplares). En 1951 retornó a la poesía con el libro que lleva por título su propio nombre: Anguita. Obra con tiraje de 216 ejemplares finamente impresos, con las hojas sueltas y dos ilustraciones en colores iluminadas a mano por el paciente Carlos Sotomayor. También esta vez figuraba como editor David, que no es otro que el propio Anguita, émulo de De Rokha en el heroísmo de financiar sus libros y de venderlos entre los amigos.

De los cinco poemas de Anguita he aquí un fragmento del menos obscuro, difícil y enigmático: "Abismo y hombre"; resignémonos:

Desconsolada, epidemia que tú eres
E inmune flauta que soy.
Tocaré melodías
para poder flotar
distantes, inflexibles,
tu contagio de eterno no me toca
ni me puedes amar.
Como el ángel que flota sus raíces
perdidamente extrañas

Tu vana agitación veo en mi extremo
igual que lepra suplicante
sin destrucción y sin enfermo.

Temperamento hipersensible y supernervioso, versátil y contradictorio. Eduardo Anguita es el ser más interesante de observar que yo haya conocido. ¡Tres veces más complicado y más sufriente que Dostoievsky! ¡Capaz de dejar estupefacto al mejor psicoanalista! Parafraseando no sé a quién, Braulio Arenas dijo de él: "Es más un personaje poético que un poeta". Una noche invitó a cenar a su casa a su cuñado Juan Tejeda. Para festejarle mandó entibiar una botella de vino. Cuando le trajeron a la mesa encontró que estaba demasiado tibia, y ordenó ponerla en agua fría. Al presentársela de nuevo, halló que estaba helada. A meterla otra vez a baño María. De allí salió "caliente". Cuando el vino de mil demonios reapareció en la mesa al cabo de cuatro viajes de ida y vuelta, ya iban en el postre y mandó guardar la botella en el repostero.

Gran aspiración suya era ocupar el cargo de Agregado Cultural en México, y movió cielo y tierra para hacerse nombrar por el Presidente Ibáñez. Un día, en 1955, irrumpió en mi casa con cara de honda aflicción.
— ¿Qué sucede, Eduardo?
— ¡Me mandaron a México!
— ¿Y no es eso lo que querías?
— ¡Sí, pero ahora me da terror! Necesito que un amigo me acompañe, y vengo a invitarte. Te pago el pasaje y la estadía.
Rehusé el ofrecimiento (venía yo recién llegando de Tahiti). En mi lugar fue Braulio Arenas, el que más tarde contaba así su experiencia con el novel diplomático:
—"Vivíamos en un departamento de dos dormitorios. Cada mes Eduardo mandaba a su esposa un giro de dólares. Se fijaba en el centavo: a veces me proponía guardar platos del almuerzo para la comida... Hizo una labor extraordinaria: una vez por semana, en el diario más importante del país, publicaba un artículo sobre arte, historia, literatura o costumbres chilenas, amén de sus conferencias y recitales. Se relacionó con toda la intelectualidad mexicana. Al que menos veía era a su jefe, el Embajador".

Como estaba previsto, de aquella convivencia salió la amistad de ambos poetas gravemente deteriorada.

De México regresó Anguita convertido en cliente de adivinas y de psiquiatras, los bolsillos abultados de remedios calmantes y de pildoras contra el insomnio. Pero la brillantez del escritor seguía incólume. Aunque llegaba a su oficina a las tres de la tarde, era el publicitario mejor cotizado en Chile. Sólo él podía introducir poesía en un simple anuncio comercial: "Parker 61. Se llena sola, como la luna".

Su asociación con Stefanía y los ahorros de México permitiéronle conquistar un curioso privilegio: fue el primer poeta chileno que poseyó automóvil. ¡Un poeta con auto!, decía la gente; y tenían que verlo para creerlo. Porque los poetas, artistas y sabios han sido siempre en nuestro medio seres "subdesarollados", en el sentido económico y absurdo que se da a esa palabra. El auto de Anguita era un Fiat chiquito, como hecho para él, y del cual me dijo un día, de una manera que me emocionó:
— Es la única entretención que tengo.
Me emocionó por las circunstancias en que lo dijo; pero estas circunstancias no pueden revelarse ahora. Las recogerán los biógrafos del futuro.

Junto a su poesía y a sus cuentos, Eduardo cautivó desde temprano un periodismo de la más alta categoría. Su colaboración en la revista Estanquero y en La Nación y El Mercurio es memorable y merecería y debería recopilarse en volúmenes. El artículo sobre Chaplin, a raíz del estreno de Candilejas, es una joya del género. Con igual revelación y encanto escribió sobre Alfonso Reyes, sobre un concierto para violoncello de Dvorak; sobre la vida y muerte de Carlos de Roklia y sobre decenas de asuntos que su talento convertía en pequeños ensayos de prosa impecable.

Dos de sus conferencias causaron revuelo: "Rirnbaud pecador", tema que desconocía y que dominó como un especialista en una semana: leído en la Universidad de Chile e impreso después en folleto; y "Ligereza y pesantez en la poesía chilena" (paralelo Huidobro-Neruda), leído en el Instituto Cultural de Providencia.

Católica ferviente, en el único número de su revista David presentó una encuesta metafísica sobre el Paraíso, con respuesta de hombres normales, de poetas y de niños. Poco después dio comienzo a un grandioso poema litúrgico, del que sólo dejó conocer un fragmento admirable.

Si caigo en. indiscreciones se debe a que Anguita es "una institución", como dijo Manuel Rojas, pertenece a la historia de las letras nacionales, y yo contribuyo a documentarla con algo de lo que sé.

En la época a que me refiero usaba un revólver de grueso calibre. ¿Por qué andaba armado? Nunca quise preguntárselo, pero es fácil comprender su temor a los asaltos sabiendo que ciertas neurosis traen consigo el miedo a dormirse y el miedo a despertar, el miedo a la muerte y a la vida, a la desgracia y... a la felicidad. Ya por entonces debía estarse incubando el espantoso ataque de angustia con que va a terminar esta crónica.

Trabajé cerca de él cuando me iniciaba en la publicidad. Stefanía estaba por entonces bajo el alero de Storandt, y entre ambas empresas reunían un elenco de especímenes fuera de lo común: Günter Radsch, astrónomo; Fernando Silva, playboy; Patricio Guzmán, filósofo; Mario Silva, Hércules; Raúl Velasco, cantante folklórico; Jorge Carvallo, baterísta de jazz; Patricia Vatcky, mima... Pero entre todos destacaba Anguita, el "personaje poético". Mantenía la puerta y la ventana de su escritorio herméticamente cerradas invierno y verano. Su inestabilidad anímica recordaba a una veleta en el viento. En un momento dado parecía al borde de la desesperación: minutos después se oía su carcajada estrepitosa que traspasaba los muros del edificio.

— Hay que ver a Eduardo en tren de fiesta -me dijo un día su íntimo amigo, José Edwards Echeñique. Es simplemente fantástico; Puede alegrar un entierro. Sin saber una sola nota de música, se sienta al piano y toca un concierto...

Desde su primer día de poeta tuvo una absoluta confianza en sí mismo y una altísima idea de cada verso suyo. Creo que lo dijo o lo dio a entender: "No vale la pena ser un poeta si no se ha de ser el mejor de todos". En una comida donde el doctor Julio Dittborn se me ocurrió decir que el Gobierno chileno podría mover alguna influencia para que el Premio Nobel le fuera concedido a Neruda. Anguita me interrumpió sinceramente airado y ofendido:
—¿Por qué a Neruda y no a mí?

La muerte de Stefanía fue el segundo golpe funesto de su vida. Por disposiciones testamentarias pasó a ser socio de la "Desideria"; pero Stefanía era irreemplazable, y a los padecimientos psíquicos del poeta se sumaron los problemas comerciales, doblemente agobiadores en el país más difícil del mundo. El electro-schock venía en camino.

Una noche llegó de visita a casa de Dittborn. Al entrar se le desorbitaron los ojos y dijo.
—¡Llévenme a la clínica! ¡Tengo un ataque!
Entre Julio y su esposa lo subieron al Fiat y partieron a revienta motor hacia la Clínica Santa María. El enfermo se sentía en la antesala de la muerte.
— Es un infarto -gimió.
— Es un ataque de angustia -diagnosticó Dittborn.
En la clínica no hallaron una cama posible. Como no había tiempo de ir a otra parte, llevaron al paciente a la sección Maternidad. Su cuerpo inerte recibió el pinchazo de innumerables inyecciones de urgencia.
Al volver en sí se encontró tendido en una cama que tenía a los pies una cuna. Desde el umbral una matrona lo contemplaba boquiabierta.


 

 

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"Recuerdos de Eduardo Anguita".
Por Enrique Bunster.
El Mercurio, Santiago, 29 de agosto de 1965, Suplemento, pp. 6-7
Fuente: El Navegante Nº1 Santiago, 2005.