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EL VATE TROPIEZA EN PÚBLICO
Por Carlos Labbé
www.unavuelta.com
19 de junio 2003
No deja de parecerme chocante que en el discurso público,
sea el de la política o el de los medios de prensa, la contradicción
sea mal vista. El periodista se pone colorado cuando ve una errata,
el editor se ocupa de que la línea de opinión del medio
sea inequívoca, el político llama a conferencia de prensa,
muestra gráficos y anota números en un pizarrón
cuando alguien ha dicho que está equivocado.
O que miente. El asunto, es obvio, tiene matices y un alcance bastante
mayor, que se remonta a toda la sociedad occidental, pero da la sensación
de que las voces que son escuchadas en Chile consideran la credibilidad
como el valor sagrado de la sociedad -el que te permite crédito
y que te consuman, porque te creen-, y por eso parlotean y parlotean
tanto sobre sí mismos, siempre defendiéndose. Curioso
es, por lo menos, darse cuenta que la credibilidad, la veracidad no
son un valor de la persona, sino del discurso de la persona. O de
la coherencia entre el discurso y el actuar, en la cual, ahora lo
sabemos, es necesaria siempre la contradicción, el retractamiento,
el cambio de opinión, el pedir disculpas.
Discurso público y privado al mismo tiempo. Otra definición
de literatura: palabras que se desdicen y vuelven a decir. Un permanente
intentar hablar la contradicción. Esto quizás explique
que en Chile haya tanta gente que escribe y tan pocos lectores. Porque
la hipocresía también es simular, y en ese sentido un
mapa cultural de esta nación se parecería tanto en sus
relaciones -estáticas, para desenvolverse sólo en determinado
momento climático- a una novela. El problema es que aquellos
que nos interesaría confeccionar ese mapa también somos
chilenos. No podemos ver el movimiento contradictorio de disimular
las contradicciones, porque nosotros lo realizamos, sólo nos
queda escribir y que otros hagan la exégesis.
En cada uno de los niveles del recientemente publicado libro de prosa
de Eduardo Anguita, Páginas de la memoria, se experimenta la
hipocresía creativa, la dobladura que fue matriz de su obra.
No voy a venir a reformular lo que tan bien han dicho Donoso y Jocelyn
Holt sobre el peso de la noche y el tupido velo que se despliega entre
los hechos y nuestra conciencia. Alfonso Calderón en el prólogo
nos advierte que, para el autor, "fijar un texto era un modo
de volverlo sagrado". Sin embargo, algunas páginas después
el mismo Anguita afirma que no se considera "hombre que haya
llevado a cabo [la] heroica tarea [de] una integración existencial,
que uno debe efectuar, día tras día, más con
el comportamiento que con la escritura". Por ello, afirma, en
estas crónicas sólo se limitará a consignar recuerdos.
La separación (ilusa) entre palabras y responsabilidad por
las propias palabras -enfermedad que todavía supura una impresionante
sobreabundancia de "poetas" en Chile- se hace evidente desde
el origen de este libro. Anguita y los escritores que con él
integraron la pretendida generación del 38 consideran que la
literatura es sagrada y la existencia es imperfecta. El recorrido
de estos escritores, como la elaboración mítica orientalista
de Miguel Serrano, el existencialismo católico de José
Edwards, el ensayo de realismo social de Volodia Teitelboim, el arribismo
intelectual de Eduardo Molina y el calco surrealista del grupo La
Mandrágora, así como el largo y confuso espiritualismo
de la revista David, es calificado por Anguita como un esfuerzo para
que "las palabras se vuelvan actos". Lo repite una y diez
veces, como para convencerse. Estos, los escritores chilenos que nacieron
con el siglo veinte, también fracasaron en su intento.
En cada una de las pequeñas crónicas fragmentarias,
aunque estrictamente cronológicas, de Páginas de la
memoria queda de manifiesto que por muy cultos e informados que se
quisieran, los escritores chilenos por largo tiempo han carecido de
perspicacia. Sentido del humor, digo, para entender lo patético
que es llamar a un grupo literario "Los gigantes de la montaña".
Se puede leer en la pesadez de la prosa de Anguita, en su amor por
las comas y los exclamativos, que cuando empezaron a notar que sus
palabras no transformaban la realidad, cuando notaron que la literatura
no es práctica ni menos revolucionaria, en lugar de anotar
sencillamente la contradicción, volvieron a darle a la literatura
atributos que le quedan grandes. Escribir no es sagrado. Un poeta
no es un vate. Un poeta es un comediante que tropieza en público.
Así se leen estas fallidas memorias de la escritura como utopía,
que Anguita deja de escribir -qué gracioso- en septiembre de
1973. La literatura es la equivocación.
PÁGINAS DE LA MEMORIA
Autor: Eduardo Anguita
Editorial: RIL editores
Edición: Santiago, 2002
134 páginas