Edesio Alvarado es un escritor chileno nacido en Calbuco en 1926, siendo el Sur, específicamente, desde el Golfo del Reloncaví hasta aproximadamente parte de la región de Aysén, el espacio en el que se enraíza su obra y emergen sus personajes. Dicho ambiente cobra importancia, pues de aquí surgen elementos que se reiteran en su obra como: la lluvia, que determina la soledad de los personajes que habitan lugares inhóspitos; la ronda del brujo, que genera el temor y lo extraño; y la muerte, que constituye una especie de umbral hacia lo otro, hacia lo irracional.
La obra de Edesio Alvarado no ha sido muy estudiada por la academia, pero sí ya era reconocido por sus coetáneos como Jorge Teillier, quien, en un artículo titulado Por un tiempo de arraigo, alude a Alvarado y otros autores como indagadores del espíritu del hombre y del paisaje al que pertenece. Esta apreciación del poeta adquiere relevancia, si consideramos que el rescate de lo local a través de la literatura sirve como un mecanismo de construcción de identidad. En este sentido, escritores como Alvarado adoptan una actitud de recelo o rechazo al racionalismo, sistema burgués amparado por el capitalismo, considerándolo como una usurpación del hombre y del mundo.
Partiendo de lo local y específico, la literatura se proyecta y se universaliza para explorar la condición humana y la existencia, empleando elementos propios del lugar al que pertenece el escritor. En nuestro caso, Edesio Alvarado se nutre de la mitología chilota y los fundamentos fantásticos de la realidad, el mundo de las supersticiones y el mal de ojo, entre otros. Es por esto, que sus personajes se construyen o crean con características de los habitantes de este territorio, lo que se confirma con un texto del autor, titulado Cómo me encontré con mis personajes donde nos cuenta:
“Si hay una característica en mis obras, ésta es que casi todos mis personajes – mejor dicho, todos – son reales, con su ámbito concreto en la vida. Me he ido encontrando con ellos a través de los años, desde el tiempo inicial de la infancia, que apenas puede reconstruir la memoria, hasta el mismo día de hoy. En este sentido, me ocurre algo que, creo, no es común a los escritores chilenos. De pronto, en los pueblos del Sur, me topo con aquéllos en las calles, en el bar, y al hablar y discutir sobre lo que les he añadido o quitado en mis relatos, ellos mismos me plantean sus críticas, me ofrecen sugerencias nuevas, me brindan su estímulo” (Alvarado; 1968, p.241).
Análisis del cuento
El cuento que analizaremos se titula Los brujos, cuyo título nos instala inmediatamente en la imaginación mítica, relacionada en este caso con la creencia de seres sobrenaturales, que forman parte de la vida espiritual de un pueblo y desde allí incide en los diversos aspectos de su existencia cotidiana.
En concreto, el cuento está subdividido en cuatro subtítulos: “A la cabecera del muerto”, “En torno del muerto”, “A los pies del muerto” y “Más allá del muerto”. En general, la narración trata de un afuerino —Evaristo Zelaya— que se encuentra en el velorio de un hombre, al cual llegó por accidente, pues andaba realizando sus labores de fiscalización de pesca. La casa del difunto se ubica en una isla del Sur, si bien no se especifica cuál es, en las conversaciones de los lugareños queda de manifiesto la cercanía de ese lugar con Huar, Melinka, Maullín y la alusión a elementos del mundo mítico de Chiloé como “El Caleuche” o la “Viuda”. En consideración de esto, la isla que se menciona posee un atributo: lo sobrenatural está naturalizado para la comunidad que forma parte de este mundo —los lugareños en este caso—; o sea, para estos lo sobrenatural al estar referido a un orden ya codificado, deja de ser algo que transgreda la realidad del mundo. No obstante, para el afuerino todo este mundo, al parecer desconocido, va generando ciertas emociones como miedo o inquietud, más aún cuando en el velorio se encuentra con un “indio curandero, con fama de brujo”. Antes de mencionar esto y dar cuenta, a nuestro juicio, de elementos de lo fantástico en este relato, analizaremos las formas en que se ordena el cuento.
Como dijimos, está dividido por cuatro subtítulos, que en el fondo dan cuenta de diversos espacios de la narración, puntos de vista desde donde se cuenta la historia y predominancia o alternancia de distintas formas discursivas.
“A la cabecera del muerto” inicia la historia presentando a los personajes que se encuentran arriba en la isla. El foráneo, el indio brujo y el muerto forman parte del velorio que se desarrolla en un espacio cerrado. En esta instancia la percepción a través de la cual se ofrece la historia es más del narrador que de la experiencia de los personajes en el mundo. Así, este se focaliza en lo que sucede en el interior de Zelaya, al encontrarse frente a un brujo que posee gran parte de su atención, provocando la tensión de la atmósfera; que se traduce en el conflicto interno que experimenta Zelaya entre su mundo ordenado, lógico y racional, versus ese mundo otro; desconocido, sobrenatural, mítico que se empieza a presentar mediante la figura del indio (brujo). El espacio material en el que se encuentra Zelaya tiene una importancia fundamental en la historia, pues abre la percepción de un mundo desconocido casi totalmente para el foráneo, sin embargo, desconocido pero familiar para los lugareños. Digo casi, debido a que mientras avanza el relato, sabemos —por la focalización que el narrador realiza del personaje— que este va experimentando movimientos en la memoria, que atraviesan como rayos de luna en las persianas, el límite entre el mundo del afuerino y el mundo de aquellos isleños. Cito algunos pasajes:
“Pero fue a lo largo del vino y del rosario cantado que se produjo lo otro” (p.221).
“Y ahora lo sabía, frente a la mirada verde del indio, no fue suficiente el menguado liceo, o el afán del rector racionalista y estrábico, o la esperanza de un título en la hábil abogacía provincial, predispuesta a la coima. Ahora lo sabía, no bastaron los libros que procuraban la verdad del mundo y las cosas, a costa de ideología y fe en las palabras, y que se fueron amontonando por ahí, pudriéndose a medida que la esperanza no resultó sino pobreza, necesidad de trabajar en algo, aunque fuera, por último, esa irrisoria autoridad de inspector de pesca y caza para un puerto estacionario y unas islas semidesiertas, en ese año de 1930. Ahora lo sabía, es decir, lo supo cuando comenzó, él también, a decir: ‘Yo tenía un tío en Huar que entró en la cueva de los brujos’… ‘Mi padrino conoció el “Caleuche” en las islas Chauque’… ‘Yo mismo vi una vez, en la noche de un viernes…’”. (p. 222)
Por un lado, en esta parte del relato el objeto de la focalización es lo que sucede en la interioridad de Zelaya, es decir el narrador sabe todo del personaje y tiene la posibilidad de leer en su interior y poner a disposición del lector, incluso lo que el personaje en un principio no se atrevía a expresar, pues estaba dominado por el miedo, no obstante el efecto del alcohol lo comienza a desinhibir, y es por ello que conocemos la experiencia que dice tener en este mundo “otro”. En este sentido, podemos notar la percepción de lo narrado, por parte del narrador, quien todo lo sabe, y por parte del personaje Zelaya, quien siente ahora la inestabilidad de su realidad. Por otro lado, los elementos de lo extraño empiezan a aparecer en la infancia del protagonista. Lo que florece bajo el estado de embriaguez o estado alterado de la conciencia, debido al vino y a una sugestionalidad; o sea, el personaje entra en un proceso de trance hipnótico al sentir la influencia de lo desconocido en la figura del indio brujo, y en efecto, el miedo que este le provoca.
Luego “En torno del muerto”, se centra en describir detalladamente el espacio físico, la geografía y el imaginario en el que los personajes se desenvuelven e interactúan. Si bien, en la primera parte lo que sucede se genera en espacios cerrados o interiores: la casa y en la psiquis del protagonista, lo que sucede ahora, se desarrolla en un espacio predominantemente abierto. El objeto referido es el lugar, el que vamos conociendo desde un nivel perceptivo, pues es recurrente el empleo de palabras que aluden a los sentidos: ruido, voces, tañer, vocerío, gemidos, ronquerío, bisbiqueo, crujido, eco, silabeo, llanto, chisporroteo, salmodia, etc. Como se observa, la narración en parte se vuelve de carácter descriptiva, por lo tanto se enuncia de manera detallada el lugar en el que se está llevando a cabo el velorio del difunto. De este modo, el narrador focaliza su relato en la descripción de un lugar, pero a la vez, da cuenta de un grado de conocimiento, que va más allá de lo observado. Esto es, nos introduce al mundo del rito en la isla, cómo es un velorio y que significados tiene.
“No es un rito, otra liturgia donde los velantes sufran la imagen, el dedo exaltado de Dios o las primeras y últimas preguntas hechas a punta del miedo, bobamente. Es lo diverso, lo transfigurado; la introducción espontánea, como el respirar, como el dormir en el ámbito cerrado, vibratorio, donde el espanto se genera, pero sin convulsión, sin espasmo, más bien como una marea abismal de lenta acción centrípeta, única en sí misma” (p. 223).
Entonces, contar y describir son actividades realizadas por el mismo agente, pero que cumplen funciones distintas en el relato. Por una parte, se describe el espacio físico como un lugar de naturaleza salvaje, donde lo humano está inmerso en lo natural; y por otra parte, el narrador nos va introduciendo en este mundo donde emerge un pensamiento mítico de la existencia. Esto adquiere mayor verosimilitud cuando se incorporan los diálogos de los lugareños, cuyas conversaciones giran en torno a los hechos sobrenaturales.
Buen dar con el finao, si ayer no más estaba vivo.
Ayer no más, lo que es la vida.
Y lo que es la muerte, vecino.
Qué se le va hacer, si es cosa de Dios.
O del Maldito.
Uno nace, se jode y ni sabe cuándo la repentina se lo lleva.
Es el destino, compadre.
Cierto, quién le va a llevar la contraria.
Da miedo pensar mucho, dónde estará el alma del finao a estas horas…
Quién puede saber las cosas del otro mundo. Hay que esperar la señal del difunto. (…). En Melinka, un buzo hizo pacto con el diablo y se volvió rico sacando entierros. (...). Y don Zoilo fue visto en la playa como lobo. Pero a uno lo pillaron en Maullín desenterrando a un muerto, casi lo quemaron vivo. Eso no es nada, la pillada que le hicieron a don Abundio, cuando encontraron sus tripas dentro de un azafate mientras él andaba volando con su chayanco. Y a doña Solferina la vieron en tratos con la Viuda, pero murió meando como las perras, fue de un mal que le echaron” (p225).
Estas historias que escuchamos en voces de los personajes, nos ubican dentro un pensamiento mítico, el que se caracteriza como dice Hugo Carrasco (1989), porque “abarca la vida espiritual de un pueblo, y luego incide en los diversos aspectos de su existencia” y “es de una naturaleza distinta al pensar común, por cuanto supone ‘otra lógica’, por un lado emotiva; por otro lado, concreta; pero al mismo tiempo analógica, metafórica y simbólica” (p. 19). En este sentido, el mundo otro al que alude el narrador en percepciones de Zelaya, corresponde a la creencia de lo sobrenatural, la superstición y la magia, aquello que no tiene una explicación lógica y racional, pues representan algo que la mente inoculada de racionalismo no permite, porque no encajan en los esquemas mentales al uso, por ende, estos hechos no son factibles de ser racionalizados.
La tercera parte “A los pies del muerto”, cambia la perspectiva del relato. Ahora lo percibimos a través del personaje del indio, pues la narración se centra en la conciencia de este, quien se dirige en su discurso al afuerino, al cual increpa de manera peyorativa (inspectorcito), pues busca realizar un ajuste de cuentas en varios sentidos con este; por un lado, en su labor de inspector de pesca, y por otro, en su condición de foráneo, quien en su interacción con los lugareños durante el velorio, gobernado por el temor, quiere mostrarse como un integrante más de ese mundo; en voz del indio: “ahora para aparentar, para darte a caer en gracia, te estás haciendo como lugareño” (p. 227).
El primer reparo, que realiza es con relación a su función de inspector de pesca como decíamos. Esto se debe a que el indio realiza una crítica social a la forma en que opera su actividad, pues cuestiona por qué el trato con los pescadores artesanales (por decirlo de una forma), es distinto al que se le da a las industrias pesqueras. Justificando el trato desigual por su condición de clases y el poder económico como un ente gobernador de la productividad. Cito:
“… por qué mejor no vigilas y multas a los industriales del pueblo que nos compran los mariscos en veda…, ah, es que les temes a éstos, son ricos, tienen de la jeta a los que mandan en el pueblo, en el departamento, y más arriba todavía, y si le jodes te pueden sacar de tu puestecito, nosotros contrariamente somos unos muertos de hambre, si no mariscamos no comemos, pasamos unas escaseces más largas que estos inviernos” (p.226).
Por su parte, la interpelación que le realiza en su condición de foráneo tiene que ver con sus patrones culturales. Si vemos desde un principio la actitud de Zelaya, es cuestionadora de ese universo extraño y desconocido en el que se encuentra; en otras palabras,
“experimenta la pauta cultural dominante no como un «refugio protector» —experiencia propia de los sujetos que ya forman parte de esa realidad—, sino como diría Schütz «un laberinto en el cual ha perdido todo sentido de orientación». Esta experiencia de desorientación explica que el forastero se haga preguntas, cuestione la realidad a la que accede y, con ello, los fundamentos de la concepción natural del mundo de los miembros de este otro grupo. No es que juzgue negativamente o rechace esa realidad, simplemente la interroga para aclararse, procurando entenderla. (Izaola & Zubero; 2015, p.108).
Así pues, la intención del indio es generar el miedo, por ello el discurso que se despliega en su conciencia, busca influir en las percepciones, sentimientos, pensamientos y conductas del afuerino, manifestándose como una hipnosis que pretende tener el control sobre su voluntad.
“Mírame bien, inspectorcito, eso dicen que eres tú, ¿qué te parecen las destelladas verdes de mis vistas?, cuando quiero pongo mis ojos como gato, yo soy el indio brujo de la isla, así lo mentan todos, yo no lo niego, para qué, ésta es mi isla, esta es mi gente, tú en cambio eres de afuera, y estás aquí de intruso […] (p. 226).
[…] y ahora que estamos tomando y corriendo este velorio, me ha cargado con que te quiero dar un susto, inspectorcito, y te rejuro que llamarás a tu madre de miedo…, ya verás al indio brujo, ya verás, pero mírame no más, mira las destelladas verdes de mis ojos de gato”. (p228).
Por último, la cuarta parte del cuento “Más allá del muerto” vuelve a emerger la misma voz narrativa del inicio, aunque además, ahora se intercalan diálogos entre Zelaya y el indio, por lo que percibimos el relato en dos voces: el narrador, quien describe las acciones de los personajes y lo que sucede en sus psiquis; y los personajes, quienes interactúan de una manera sugestionada y asimétrica a la vez. Concretamente, el indio envuelve a Zelaya en su mundo. Por esto, es significativa aquella mención que realiza el narrador cuando dice que el afuerino cambia su ubicación con respecto al muerto. “se separó de la cabecera del muerto y se acercó a los pies” (p. 228). El cambio de posición, también simboliza un cambio de estado psicológico. Desde aquí, Zelaya manifiesta una actitud pusilánime hacia el indio, sus acciones son controladas, pierde su determinación, hasta que al final, en un acto visceral movido por el miedo quiebra esta subordinación.
“- ¡No, no! – gritó Zelaya - ¡Déjame maldito!
Pero de súbito el rostro del brujo cambió, dejó de reír, se desencajó y él mismo fue la imagen del pánico cuando, desesperadamente, el indio trató de alcanzar al afuerino y de agarrarlo de la manta en tanto que, entre alaridos, le gritaba:
¡Cuidado…, pare, pare, no ve que todo era una bromita! Zelaya le escuchó, pero ya era tarde, incluso para creerle al indio que era broma.
El mismo iba volando raudo, sobre el mar” (p. 223).
“Más allá del muerto”, nos instala en el mundo que simboliza el muerto y los efectos que genera; es decir, nos adentramos a una realidad que en alguna medida desestabiliza el principio de causalidad. Así como Zelaya duda sobre lo sobrenatural, el relato finaliza sugiriendo al lector, aceptar las leyes de esa realidad o bien darle una explicación realista. De cierta forma, la duda se genera, pues el narrador, no explica los fenómenos que suceden, sino que los muestra desde la percepción del personaje.
“Mientras el indio corría, algo se rompió en Zelaya. En medio de los saltos, llegó a ver al brujo en el aire y, desalado, se puso a retroceder aún”. (p. 232).
Por tanto, cada uno de los paratextos que conforman este cuento, además de plantear distintas posiciones de relato y diversos espacios en la historia, nos plantea distintos estados anímicos y psíquicos del protagonista, cuyo miedo, por ejemplo, transita desde el temor reprimido a la reacción provocada por este; en tanto su esquema mental va del logos al mito o de lo racional a lo irracional, pues esta realidad en la que se ve enfrentado le genera un grado de incertidumbre. Sin embargo, es posible que también eso “otro”, le haya permitido encontrar su ser.
Palabras finales: elementos fantásticos en Los Brujos.
Con todo lo dicho, queremos dar cuenta que en este cuento existen algunos elementos que nos permiten considerarlo fantástico en cierta medida.
Primero, ¿Qué entendemos por fantástico en la literatura?
Si bien ese concepto ha ido cambiando a lo largo de la historia, pues depende de la forma en que el hombre accede al conocimiento, en nuestro análisis lo concebimos como lo plantea David Roas, quien dice que:
“El relato fantástico sustituye la familiaridad de lo extraño, nos sitúa inicialmente en un mundo cotidiano, normal (el nuestro), que inmediatamente es asaltado por un fenómeno imposible —y, como tal, incomprensible— que subvierte los códigos —las certezas— que hemos diseñado para percibir y comprender la realidad. En definitiva, destruye nuestra concepción de lo real y nos instala en la inestabilidad y, por ello, en absoluta inquietud” (2011; 14).
En nuestro caso, vemos que esto le sucede al protagonista de la historia (Zelaya) y al lector al final del relato, pues la creencia de lo sobrenatural, genera una emoción que se encarna en el miedo ya sea a la muerte o a lo desconocido. En este sentido se produce un conflicto entre lo real y lo imposible, en un primer nivel, Zelaya se ve enfrentado a una realidad que desarticula los esquemas de su mundo, donde los hechos tienen una explicación lógica, y en un segundo nivel el lector se ve enfrentado a la inexplicabilidad de un fenómeno, por lo tanto, dicha inexplicabilidad no se determina exclusivamente en la historia, o sea en el ámbito intratextual, sino que también involucra al lector, o sea el ámbito extratextual. Considerando esto último, se emplea un recurso esencial que interviene en la construcción de la narración fantástica, siguiendo a Roas (2011), “la integración del receptor en el texto implica una correspondencia entre su idea de realidad y la idea de realidad creada intratextualmente” (p.32). Advertimos que, si bien la integración no se realiza de manera explícita en el cuento que analizamos, se deja una puerta abierta para creer o no creer, en la realidad constituida por un pensamiento mítico. Por ello afirmamos que este cuento presenta elementos de lo fantástico, dado “que conlleva una proyección al mundo extratextual, pues exige una cooperación y, al mismo tiempo, un envolvimiento del receptor en el universo narrativo” (Roas; 2011, p.33). De esta manera la relación del mundo representado en el texto de ficción y el mundo representado en la conciencia del lector fuera del texto, “hace posible la interpretación del efecto amenazador que lo narrado supone para las creencias respecto de la realidad empírica” (Roas; 2011, loc. cit.)
Para finalizar, otro elemento que consideramos necesario para la creación de lo fantástico es el miedo, pues su efecto produce la transgresión del mundo ordinario. Esto lo vemos representado de manera predominante en las acciones de Zelaya desde el inicio del relato, e incrementado en el transcurso de este, para finalmente provocar la inquietud en el receptor. Así pues, en el relato el miedo se presenta de manera física; es decir cuando Zelaya siente la amenaza de la muerte o al menos de su integridad física por parte del indio brujo. Y además, se presenta un miedo que Roas llama metafísico o intelectual, que afecta al receptor cuando sus convicciones sobre lo real dejan de funcionar, cuando su concepción del mundo es abolida, lo que desencadena la inquietud del lector.
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Bibliografía.
Cárdenas, Ninfa (2010). La focalización: un instrumento para el análisis de la relación entre los personajes y el espacio novelesco. Hallazgos, 7(14),83-98.[fecha de Consulta 6 de Abril de 2020]. ISSN: 1794-3841. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=4138/413835202005 .
Carrasco, Hugo (1989). “El discurso mítico – simbólico mapuche en los mitos de transformación”. En Estudios Filológicos 31:7-25, Universidad Austral de Chile.
Izaola, A., & Zubero, I. (2015). La cuestión del otro: forasteros, extranjeros, extraños y monstruos. Papers. Revista De Sociologia, 100(1), 105-129. doi:http://dx.doi.org/10.5565/rev/papers.649
Roas, D (2011). Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico. Madrid: Páginas de espuma.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Una aproximación al cuento Los Brujos de Edesio Alvarado:
El pensamiento mítico como una vía a lo fantástico.
Por Mauricio González Díaz