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Eduardo Anguita | Autores |











El Peso y la Gracia en la Poesía Chilena

Por Eduardo Anguita
Conferencia dictada en el Instituto Francés de América Latina, México, D. F., el martes 16 de agosto de 1955.

Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, México, Año XV, N°1. enero-febrero 1956


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Señoras, señores:

Ernest Hello, el notable hagiógrafo del siglo pasado, y uno de los más finos estilistas de la lengua francesa —que ya los ha tenido en gran número y genio—, al hacer un paralelo de esas dos columnas de la Iglesia que son San Pedro y San Pablo, subraya el hecho singular de que la historia, la Providencia, haya juntado ante los siglos a dos ejemplares tan cabales de lo que es el Hombre. La lengua latina, observa Helio, tan precisa, apela, para denominar al hombre, a dos vocablos: Vir y Homo. Etimológicamente, Vir entronca con Vis, fuerza, y de esa raíz provienen los vocablos virilidad, vigor. Homo se emparienta con humus, tierra. Y aquí apunta la nota más profunda: la tierra es debilidad, no porque lo sea en sí misma (la madre tierra es vientre de fecundidades), sino porque en el hombre, la tierra, la naturaleza, los instintos, son su debilidad. El espíritu es la fuerza. Pablo es vir, es hombre en la acepción de fuerza. Pedro, en cambio, es homo, humus; el tembloroso homo que niega al Espíritu encarnado en la noche del gallo acusador.

Sirva esta breve disquisición como pórtico a mi disertación sobre Poesía Chilena. Simone Weil, la admirable, la heroica judía conversa, la precoz ética que a los cinco años dejaba de comer para enviar un poco de alimento a los soldados del frente francés, dejó, junto a su vida ejemplar, una obra literaria también ejemplar, siempre en el camino de la Cruz: el libro se titula La Pesanteur et la Grâce: El Peso y la Gracia; la Gravitación y la Gracia. El solo título revela su contenido: la dualidad dramática, conflictiva, y sin solución inmanente, del ser humano: Naturaleza y Espíritu, Tierra y Espíritu, frente a frente. Tal es el sentido cristiano que impera en toda interpretación histórica que podamos hacer, ya sea de una nación, ya de un individuo en particular, Chile, como conjunto de hombres, sobre un suelo, en un ambiente dado, no podría sustraerse a semejante esquema. Se me ha ocurrido aplicarlo, porque creo que puede iluminar cabalmente el sentido metafísico de nuestra obra poética. Peso y Gracia determinan la orientación, la tonalidad y la calidad espiritual de gran parte de nuestra poesía. Pero, como afortunadamente, yo no sé aún por qué privilegio, la Poesía, el Arte, constituye una extraordinaria acepción: tanto del desfallecimiento como del ánimo, tanto de la caída como del vuelo, extrae su sustancia para edificar esas obras cuyo único epíteto definitivo es Bello: ¡la Belleza!

Todo hombre, toda colectividad, presenta dos caras... y tal vez más, porque en el juego dramático de los polos, se conciertan y provocan nuevas fuerzas, nuevas síntesis: muchas caras. Como ellas se juegan una y otra vez en rápida y compleja sucesión, de nadie que yo sepa, como de ninguna nación, podría predicarse que es absolutamente alto o absolutamente bajo, absolutamente claro o absolutamente oscuro. Trataré, pues, de mostrar a ustedes, en esquemática exposición, las zonas metafísicas de Chile. Como, por lo que yo sé, en estas butacas no hay sentado ningún ángel ni ningún demonio, sino hombres, con toda la complejidad y el drama del ser humano sobre la tierra, me permitiré trazar el cuadro con toda franqueza. Agreguemos el hecho, auspicioso, por cierto, de encontrarme en un país hermano, semejante al nuestro, y, dentro de él, en la casa de Francia, para la cual podría afirmarse aquello de que "nada humano le es ajeno".

Al presentar a ustedes zona por zona, no lo haré ni con mayor ni con menor seguridad de verdad que la que asiste a un biólogo que, para mirar mejor, debe, v. gr. destrozar en su abstracción el cuerpo humano, aislar sus tejidos y sistemas. Si entrara aquí por un instante sólo por un instante un curioso, al fijar su atención en una sola parte de mi exposición, podría llevarse la falsa, la unilateral impresión de que Chile es totalmente esta primera zona, o esa segunda, o esa tercera zona que en ese momento estoy mostrando. Según sea su oportunidad, saldrá aseverando que mi país es absolutamente oscuro... o absolutamente angélico... o absolutamente esto o lo otro. Si yo fuera médico, al hacer el estudio anatómico de, pongamos por caso, Miss Universo, solicitaría de ustedes que no pensaran tan mal de semejante beldad si la ven, en un momento dado, en mi imaginario pizarrón de esquemas, ataviada de su mero sistema óseo, o de su puro aparato circulatorio. Por favor no vayan a salir diciendo que Miss Suecia es un esqueleto... o un monstruoso árbol de coral!...

Y ya que he puesto estos ejemplos biológicos, podríamos suponer que voy a exponer a ustedes, sucesivamente, el sistema linfático de Chile, el aparato respiratorio, y, finalmente, el aparato circulatorio. El primero dibujaría exclusivamente aquellas fuerzas —¡qué digo!: ¡¡inercias!!— que inhiben al espíritu en mi patria. Luego, el aire, el aire diáfano y celeste de la Gracia, el aire de la poesía, de la libertad, de la generosidad. Finalmente, la sangre... este humor magnífico del organismo que reuniendo las savias de la tierra y el aire del cielo, sintetiza, define al hombre en su más legítima pasión. ¡La sangre! ¿Tengo necesidad de ensalzarla?

Pero, olvidemos este último esquema —que sólo lo traje a colación para denunciar la validez sólo parcial de cada enfoque— y remitámonos al del Peso y la Gracia, a cuyos dos términos agregaremos, finalmente, un tercero. ¡El Peso y la Gracia en la Poesía chilena!

Un gran estadista, el hombre a quien Chile debe toda su estructura constitucional y republicana, don Diego Portales, acuñó una expresión genial: el peso de la noche. Cien años antes que el brillante escritor y filósofo balta, Hermann Keyserling, intuyera sus agudísimas "Meditaciones Suramericanas", el admirable Ministro sintió y luchó contra esa inercia primordial que gravita sobre el chileno. Portales, en su esforzado intento por encauzar y dar forma a una vitalidad desbordante pero informe, en los albores de nuestra vida republicana, se chocó con aquella inercia, esa como resistencia ciega a toda innovación, a todo orden: en fin, el dominio de lo inanimado sobre el espíritu, de las zonas inferiores del alma sobre la voluntad ansiosa por crear valores y jerarquías. Keyserling se refiere a este Continente del Tercer Día de la Creación, habla de teluricidad, de mundo abisal. Al referirse a la Gana, la define como "poder elemental e impotencia a la vez".

La gana es esencialmente negativa. Casi siempre impide, inhibe, prohíbe. Es el peso de la noche que se filtra desde la tierra y ablanda el cuerpo y la voluntad del hombre. Es la tierra que quiere imponer sus ritmos lentísimos, vegetales, minerales, por oposición al espíritu que es veloz y quiere ir de una cosa a otra, en múltiples variaciones y creaciones. Keyserling anota —y acierta sólo en cuanto describe una zona de la conducta suramericana— que el hombre de este continente vive no como sujeto que "hace" la existencia, sino como objeto que la "padece". Este padecer la existencia, que a ojos superficiales podría aparecer como un signo puramente negativo del suramericano, este peso de la noche que el chileno soporta dolorosamente sobre sus espaldas y que lo proyecta melancólicamente hacia la tierra, es, también, parte de la conciencia que él toma de ella y constituye una lucha que es comunicación y nupcia a la vez. Porque si bien en un primer efecto lo curva y agobia, lo debilita e inhibe, poblándolo de angustias y temores, tal peso constituirá más adelante la clave, el instrumento de su más auténtica libertad. En efecto, mientras unos no logran emerger de la etapa negativa de inercia, pasividad, retraimiento, soledad y tristeza, sumiéndose en el alcohol, en la rutina, en la indiferencia, en el fatalismo, en un esperarlo todo de entes impersonales tales como el Estado y la Suerte, a los que viven pidiéndoselo todo... y mientras muchos se evaden en alas de locos sueños y aventuras, cortando las raíces que los atan, pero también los nutren... otros, los que componen la "raza de titanes" —como la llamó un escritor nuestro— se sirven de ese peso, y, convirtiéndolo en masa llena de energía, lo proyectan hacia la conquista del mundo por el espíritu. Semejante conjunto metafísico, que en contemplación estática resultaría contradictorio y caótico, es, mirado en movimiento —aún más: en su movimiento histórico— un mundo rico y complejo, cuya complejidad y riqueza preparan, como el mismo Keyserling debió reconocerlo, la síntesis, tal vez, de un nuevo hombre y de una nueva cultura.

Los poetas chilenos sienten esta situación en toda su complejidad, y gracias a su excepcional ubicación metafísica —siendo tierra y espíritu a la vez— han podido apresar los sentimientos que provoca. La que, tal vez, puede considerarse la cuerda más rica de nuestra poesía, traduce la tristeza que suscita en el alma aquel peso de la noche a que nos hemos referido, esa melancolía irremediable que tiñe gran parte de la obra de nuestros poetas, y que muchos han querido considerar como la nota típica de nuestra inspiración. Ella procede de la tierra, de su gravitación poderosa, y, consecuentemente, del desfallecimiento original que provoca en el hombre que la habita. De la tierra el hombre chileno quiere emerger, desprendiéndose tortuosamente como alguien a quien le costara nacer, pugnando por brotar de esa Madre implacable que para darnos existencia comenzó por devorarnos.


...Pero hablo de una orilla, es allí donde azota
el mar con furia y las olas golpean
los muros de ceniza. ¿Qué es esto? ¿Es una sombra?
No es la sombra, es la arena de la triste república,
es un sistema de algas, hay alas, hay
un picotazo en el pecho del cielo:
oh superficie herida por las olas,
oh manantial del mar,
si la lluvia asegura tus secretos, si el viento interminable
mata los pájaros, si solamente el cielo,
sólo quiero morder tus costas y morirme,
sólo quiero mirar la boca de las piedras
por donde los secretos salen llenos espuma.
Es una región sola, ya he hablado
de esta región tan sola,
donde la tierra está llena de océano,
y no hay nadie sino unas huellas de caballo,
no hay nadie sino el viento, no hay nadie
sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar,
nadie sino la lluvia que crece sobre el mar.


¿A quién pertenece esa voz, ese lamento? A Pablo Neruda, el genuino Neruda de "Residencia en la Tierra". En su poesía el tiempo lentísimo, con la melancolía que exhala, logra la más intensa expresión. No es casualidad, señores, que Neruda haya sido saludado en el continente como el poeta de América. Sí: es el poeta de la cara oscura de América, el poeta de la debilidad suramericana. Y la debilidad —¡qué hombre no lo sabe!— tiene una seducción casi irresistible. Sus temas, su particular sintaxis (en que las proposiciones suelen confundir sus sujetos y anulan el tiempo progresivo de la frase lógica, dejándola en suspenso y sin resolución predicativa), su ritmo insistente, monocorde, que envuelve y adormece (A Neruda hay que recitarlo como lo hace él, con monótona voz, lastimeramente), sus gerundios planeando como grandes pantanos de tiempo indeterminado y espeso, resuenan para nosotros con toda la magia de los dominios biológicos inferiores. Es un mundo lento, soterrado, caótico (Como cenizas, como mares poblándose, / En la sumergida lentitud, en lo informe), en el que se registran sensaciones primarias de peso, temperatura, densidad: desde el cual, vagamente, confusamente, quisiera surgir una conciencia —casi sin sujeto que la encarne, con infinitivos abiertos a lo vasto impersonal (por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir), aun sin pasión humana (corazón pálido). Fijémonos en la estrofa del poema "Unidad":


Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas, o números,
ay lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas...


Adviértase, primero, ese infinitivo "percibir" del primer verso citado, junto a un gerundio —"deteniéndose"—, que no precisa el tiempo en que esa acción se verifica. Luego, no hay sujeto: ¿quién ejecuta esa acción ? No se dice explícitamente. Más adelante, el poeta se lamenta de su incapacidad: habla de "mi corazón pálido" (la negación de la vida humana, de sangre caliente), y de que hay algo que "no puede abarcar". Incluso las lágrimas salen apenas; y, enseguida, en una tácita comparación con aquellas muestras, apenas animales, ultra-pasivas de sus lágrimas, sitúa los esfuerzos humanos... Pues bien: creo que no puede darse un ejemplo mayor de desfallecimiento, de pasividad y negación de lo que es esencial del hombre. En semejante ámbito, ya lo dijimos, reinan la inercia, el peso, las atracciones físicas (entre el sabor creciente, poniendo el oído / en la pura circulación, en el aumento), no hay aún voluntad ni libertad: todo yace indiferenciado:


Me rodea una misma cosa, un solo movimiento,
el peso del mineral, la luz de la piel
se pegan al sonido de la palabra noche...
...aislado en lo extenso de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa;
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome...


En tales fragmentos de sus poemas El Sur del Océano, Galope Muerto y Unidad (sucesivamente leídos) se expresa, como en ningún otro poeta, el mundo en que el americano del sur está sumido, y del que quiere emerger. Es el mundo del Peso, por oposición al de la Gracia. Pero, antes de abandonarlo, recorramos las canciones tristísimas y crepusculares, que ese mundo ha suscitado en otros poetas.

Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) es el primer poeta considerado genuinamente chileno por sus temas, motivaciones y tonalidad. Junto a él vive otro, Pedro Antonio González. Pero mientras éste es lleno de color, de brillo, de virtuosismo, de "gracia" imaginativa, aquél es triste e íntimo. Escuchad estos títulos: "Nada", "El Pintor Pereza", "Tarde en el Hospital", "Entierro en el Campo".

Del segundo poema:


Juan Pereza fuma, Juan Pereza fuma
en una cachimba de color coñac,
y enfermo incurable de una larga bruma,
oye a un reloj viejo que dice tic-tac...
Ni piensa, ni pinta, ni el humor ingenia.
¡Qué ha de pintar, si halla todo color gris!
Tiene hipocondría, tiene neurastenia
y anteojos de bruma sobre la nariz...


La señora Mireya Zenteno (Carmen Daniels en el teatro y la televisión) nos va a leer de Pezoa Véliz "Tarde en el Hospital".

Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia;
llueve...

Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto, sobresaltado;
llueve...

Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.


En Jorge González Bastías (1879-1951), la nota melancólica se tiñe de un claror de esperanza. El abre, sin duda, un hueco al amor, a la alegría. Aunque el fragmento que escucharemos de su Poema de las Tierras Pobres está motivado por problemas inmediatos, el texto, literalmente considerado, da como una salida a esa tristeza primordial, a ese peso de la noche que estamos denunciando. óiganlo:


... ¡Ah, tierra mía, tierra triste,
ensombrecida por la muerte!,
como eras pobre no pudiste
ni castigar ni defenderte.

Perdido el valor de la vida...
el amor sólo en la añoranza.
Ninguna lámpara encendida,
ninguna trémula esperanza.

Como eras pobre no supiste
del látigo fustigador.
Tu queja siempre fue una triste
sombra perdida en el horror.

¡Ah, tierra mía, tierra hermosa!
Rara virtud en ti se fragua:
en tu sierra más escabrosa
brilla, hecha lágrimas, el agua.

En tu sierra más escabrosa
el árbol crece protector
y hace lugar para una choza
en que pudiera haber amor...


Carlos Mondaca (1881-1928) se entrega también al peso de la noche. El poema que oiremos se titula nada menos que Cansancio. Es el abatimiento total y el deseo final de reposo.


Quién pudiera dormirse como se duerme un niño,
sonreír entre sueños al sueño del dolor,
y soñar con amigos y soñar el cariño,
y hundirse poco a poco en un sueño mayor.

Y cruzar por la vida sonambulescamente,
con los ojos abiertos hacia un mundo interior
y los labios sellados, mudos eternamente,
atentos sólo al ritmo del propio corazón.

Y pasar por la vida sin dejar una huella,
ser el pobre arroyuelo que se evapora al sol.
Y perderse una noche, como muere una estrella
que ardió millares de años y que nadie la vio.


Daniel de la Vega (1892), ha hecho de lo crepuscular, de lo desvanecido, del tiempo que se va, de las aldeas desteñidas, de la provincia melancólica, de la nostalgia, del desencanto, su cuerda característica. Pertenece, también, al género homo, de humus.

Y la lista no se cierra aquí. Habría que agregar los nombres de Angel Cruchaga Santa María (1893), Joaquín Cifuentes Sepúlveda (1900-1929), Alberto Rojas Jiménez (1900-1934), y otros más que representan la "línea oscura", la línea telúrica donde el hombre desfallece. Me resisto a incluir en ésta el nombre de Rosamel del Valle (1901), quien, junto con Humberto Díaz-Casanueva (1906), constituyó una fortaleza infranqueable frente al hechizo emocional e instintivo de Neruda. Sin embargo, por el hecho de predominar en Del Valle la nota terrestre, me parece más justo mencionarlo aquí, aunque sin agruparlo. Su trabajo hunde raíces en el inconsciente, en la oscura fuente de mitos y terrores, alucinaciones y encantos: de aquí desprende su magia, y de aquí vuelve con sus trofeos, dormido e insomne a la vez, en un doble triunfo... muy opuesto, por cierto, a la incondicional entrega afectiva y volitiva de la poesía nerudiana. "La Noche en las Hojas" nos revela estas visiones:


Tienes la espalda crecida de anillos.
Qué negras lámparas hacen volar golondrinas durante tu trabajo.
Mientras colocas tu cansado pensamiento sobre la mesa,
Mientras haces caer algunas nubes de tu boca,

Mientras las puertas cansadas de girar dan paso a los delirios,
Mientras deshojas las inscripciones de las piedras.
Qué largo humo viene de tus ojos donde todo está en movimiento,
Donde los hombres y las mujeres sueñan y los animales devoran corolas,
Donde hay una estrella sobre tu mano.
Alguien se ahoga cerca de tu pecho y pide socorro.
Alguien que debe ser la imagen de lo que soy cuando no duermo.
Cada vez que te mueves, el alba
Muestra sus dos pequeños pies entre tus dientes.


Juan Guzmán Cruchaga (1896), compañero literario y amigo de Huidobro y de Cruchaga Santa María, no encarna ninguna de las líneas propuestas. Su voz es muy personal dentro de nuestra lírica. No obstante, lo aporto como ejemplo de la primera, por constituir esta "Canción" una simple y perfecta muestra de la expresión del desencanto, desencanto más filosófico e intelectual que existencial o afectivo. Conceptos tales como "nada", "dormida", "cerrada", "extinguida", "otoñada", "estremecida"... conmueven por su pasividad:


Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.

Una lámpara encendida
esperó toda la vida
tu llegada.

Hoy la hallarás extinguida.

Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.

Mi lámpara estremecida
dio una inmensa llamarada.

Hoy la hallarás extinguida.

Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.


Dijimos ya que Pablo Neruda (1904) es la expresión máxima del desfallecimiento suramericano. En este "modo de ser continental" es, sin duda, genial. Muy representativo de su obra es su primer Canto Material, titulado "Entrada a la Madera": una verdadera "caída" en la madera, que me habría gustado, si contara con más tiempo, confrontar con el fragmento "La Madera", del escritor Miguel Serrano, una indudable "elevación" de la madera. "Entrada a la Madera", de Pablo Neruda:


Con mi razón apenas, con mis dedos,
con lentas aguas lentas inundadas,
caigo al imperio de los nomeolvides,
a una tenaz atmósfera de luto,
a una olvidada sala decaída,
a un racimo de tréboles amargos.

Caigo en la sombra, en medio
de destruidas cosas,
y miro arañas, y apaciento bosques
de secretas maderas inconclusas,
y ando entre húmedas fibras arrancadas
al vivo ser de substancia y silencio.

Dulce materia, oh rosa de alas secas,
en mi hundimiento tus pétalos subo
con pies pesados de roja fatiga,
y en tu catedral dura me arrodillo
golpeándome los labios con un ángel.

Es que soy yo ante tu color de mundo,
ante tus pálidas espadas muertas,
ante tus corazones reunidos,
ante tu silenciosa multitud.

Soy yo ante tu ola de olores muriendo,
envueltos en otoño y resistencia:
soy yo emprendiendo un viaje funerario
entre tus cicatrices amarillas:
soy yo con mis lamentos sin origen,
sin alimentos, desvelado, solo,
entrando oscurecidos corredores,
llegando a tu materia misteriosa.

Veo moverse tus corrientes secas,
veo crecer manos interrumpidas,
oigo tus vegetales oceánicos
crujir de noche y furia sacudidos,
y siento morir hojas hacia adentro,
incorporando materiales verdes
a tu inmovilidad desamparada.

Poros, vetas, círculos de dulzura,
peso, temperatura silenciosa,
flechas pegadas a tu alma caída,
seres dormidos en tu boca espesa,
polvo de dulce pulpa consumida,
ceniza llena de apagadas almas,
venid a mí, a mi sueño sin medida,
caed en mi alcoba en que la noche cae
y cae sin cesar como agua rota,
y a vuestra vida, a vuestra muerte asidme,
a vuestros materiales sometidos,
a vuestras muertas palomas neutrales,
y hagamos fuego, y silencio, y sonido,
y ardamos, y callemos, y campanas.


Habría muchos ejemplos más en Residencia en la Tierra. Pero, basta. Porque no todo es desfallecimiento, inercia, pasividad y "peso de la noche" en nuestra América. Hasta el propio Neruda quiere tomar la revancha. Ahora quiere ser un hombre moral, ético, con deberes, con propósitos, con sentimientos humanitarios. Nace, entonces, su poesía política. No comulgo con su ideología: ¡soy abiertamente contrario a ella! Pero como doctrina, como ideología que es, constituye un intento de explicación, de ordenación y sometimiento del mundo natural; aún más: una línea de conducta, un ideal, un desquite espiritual. A partir de la Guerra Civil de España, abandona, pues, su debilidad, y, lejos de reafirmar aquello de "Sucede que me canso de ser hombre", de su Walking Around, comienza ahora a escribir "con la frente en alto". No lo dudemos, es a sí mismo a quien exhorta cuando escribe en sus Alturas de Macchu Picchu:

¡Sube a nacer conmigo, hermano!


Este poema, con los innegables aciertos que brillan en él y con mucho hálito de grandeza, marca, sin embargo, el comienzo de su declinación poética. Es su última gran página. Al querer convertirse, de poeta de la debilidad en poeta de la fuerza —de homo en vir—, perdió (valga la paradoja) su fuerza. ¡Su fuerza era la debilidad!

Pero, ¡basta! Porque no todo es peso de la noche en Chile. El compone un estrato, es verdad, pero uno entre varios. Y si bien suscita muchas situaciones, y una importante zona de nuestra obra poética, no es menos cierto que la Gracia —así, con mayúscula, como en la teología— sopla como un viento de altura. A la Gracia se la imagina alada, rauda y celeste. Viene de otro mundo; nada tiene que ver con determinaciones ambientales o telúricas. Sopla donde quiere y como quiere. Es libre. Representa metafísicamente a la libertad. Niega el peso y la inercia. No conoce los estados de ánimo. Nada le amarra, nada le inhibe; desestima lo bajo; desprecia la tierra; hace el día donde existiría la noche; aparta la tristeza; ignora el desencanto; no se afecta por lo mundano; no se apega a los bienes terrenos... en una palabra, se asemeja, incluso en su brillo puramente poético, a la Caridad, según la define San Pablo. Aquí aparece el chileno despreocupado, manirroto, derrochador. Lo que se gana en un mes se despilfarra en un día. El dinero no vale nada. Hay millonarios que perdieron su fortuna en empresas extravagantes; y no se quejan: ¡se jactan! La plata es para gastarla. ¿Qué importa? Riamos, bailemos y bebamos mientras podamos. ¿Después? ..."Lo comido y lo bailado no me lo quita nadie". Se vive en presente. Individual y colectivamente, no hay cálculo ni previsión. Un Chile generoso y anti-burgués aparece a nuestra vista. Durante la Guerra, mientras otros países se enriquecieron, Chile vendió su cobre a precios irrisorios. Todo sea por la Democracia, por la amistad, qué sé yo... ¡por el ideal! Chile es largo y flaco como Don Quijote. Somos despreocupados, bohemios, ¡unos locos! Las mejores planificaciones económicas se estrellan contra ese chileno chiflado y desprendido. Los políticos de mi país, casi sin excepción, escribieron versos en su juventud; muchos siguen haciéndolo. La aristocracia viste descuidadamente y habla del mismo modo, con esa pronunciación desmañada, esa entonación desaliñada del campesino. Al que es atildado, sea en el hablar, sea en el vestir, lo motejan de siútico. Un corazón enorme late bajo un nudo de corbata hecho a la diabla. El chileno cuando se da, se da sin dobleces. Ama la franqueza. Y ama la libertad. La libertad, más que la seguridad o el confort. En alas de la libertad, mi país —tal vez como muy pocos en el mundo— vivió la experiencia del Frente Popular por varios años, hasta que se decepcionó, y, democrática, libremente, le dio la espalda. Todo un Chile joven y voluntarioso dio el triunfo a nuestro actual Presidente: reacción poderosa contra "el peso de la noche", contra el mundo abisal, contra la inercia, ¡y por la libertad! ¿Que hay oposición?... ¿Prensa anti-gobiernista ? ¡Naturalmente! Sólo en los países totalitarios no los hay. ¿Se producen excesos?... ¡Inevitable! Pero a nadie, desde el Presidente hasta el más modesto ciudadano, se le ocurriría atentar contra la libertad. Con Barbusse, pensamos: "Querer suprimir el vino porque hay ebrios, es como querer suprimir la libertad porque se cometen crímenes". Y a través de problemas y vicisitudes, Chile sigue como un río invulnerable en su admirable fluir de pura y diáfana libertad. La aventura se juega, pero no a cambio de la estabilidad institucional. Se juega en otros campos. Allí donde haya un riesgo, hay un chileno. Pérez Rosales, el más criollo de nuestros escritores del siglo pasado, partió con un puñado de "rotos" y vivió la epopeya magnífica del oro en California. ¿Por el oro? ¡Quiá! ¡Por la aventura! En el fondo de cada chileno hay un minero, ese que en busca de la veta, va y lo pierde todo: lo poco o mucho que posee, la tranquilidad, la salud, la vida! El chileno es un Quijote, un idealista sin remedio. Aquí mismo en Puebla encontré el nombre de uno que peleó contra Maximiliano. Traigo su nombre desde Chile: Horacio Nordenflycht Prieto. Bajo todos los cielos lo encontraremos... con su valentía, su serena hombredad, su sonrisa abierta. "Rotos" animosos, "talleros", estoicos. Capaces como ningunos, pero sencillos y humildes más que ningunos. Más que inteligencia práctica, los guía una intuición especial, una "tinca", como decimos nosotros. Según estadísticas internacionales, el obrero chileno es el que mejor se adapta a los trabajos más complicados y rinde más en las faenas más duras. Claro es que el "san lunes" no se lo despinta nadie. Una cueca lo dice: Ya trabajo la semana/y el domingo me la tomo,/el lunes planto la falla/y el martes le pongo el hombro. Las mujeres parecen pájaros deliciosos, paradisiacos. Keyserling afirma que son las más bellas del mundo. Me parece verlas bajo las mañanas claras de Providencia. En Santiago hay una avenida de ese nombre. El cielo es alto, desteñido y elegante. ¡Providencia! Este chileno iluminado por la Gracia es el polo opuesto del peso de la noche; no se abruma bajo el signo de piedra del Destino: se entrega alegremente a la Providencia. Vive a la buena de Dios, "al divino botón", providencialmente. Hay un santo italiano medieval, desgarbado, ingenuo, con cara de roto chileno. Ninguna cualidad parecía adornarle. Su santidad residía en su formidable humildad y en su alegre esperanza. En el momento menos pensado caía en éxtasis, soltaba los platos que llevaba, y volaba, literalmente volaba a la copa de un árbol. Es San José de Cupertino. Se celebra el 18 de septiembre... ¡el mismo día que se celebra Chile!

En este clima, en este aire diáfano y cortante de la Gracia, aparece el poeta angélico, el "pájaro de lujo", como dijera él del francés Apollinaire. Oídlo cómo emprende el vuelo en alas de otro idioma —¡un idioma no basta!— y en vilo de sus imágenes brillantes que conmovieron a toda la poesía americana:


Tour Eiffel
Guitare du ciel
. . . . . . . Ta télégraphie sans fils
. . . . . . . Attire les mots
. . . . . . . Comme un rosier les abeilles
Pendant la nuit
La Seine ne coule pas
. . . . . . . Télescope ou clairon
. . . . . . . Tour Eiffel
Et c'est une ruche de mots
Ou un encrier de miel
. . . . . . . Au fond de l'aube
. . . . . . . Une araignée aux pattes en fil de fer
. . . . . . . Faisait sa toile de nuages
Mon petit garçon
Pour monter a la Tour Eiffel
On monte sur une chanson
. . . . . . . Do
. . . . . . . ... re
. . . . . . .. . ... mi
. . . . . . . . .. . ... fa
. . . . . . . . .. .. . ... sol
. . . . . . . . .. . .. .. . ... la
. . . . . . . . .. . .. .. . . . ... si
. . . . . . . . .. . .. .. . . . . . ... do
Nous sommes en haut.


Por su parte, Juan Larrea —uno de los más importantes poetas españoles— en carta reciente desde EE. UU. me dice: "Por lo que me toca, siempre me complaceré en reconocer que desempeñó en mi vida un papel decisivo. Fue para mí como una puerta abierta por donde pude escaparme. Sin él no concibo lo que hubiera podido ser de mí".

Es Vicente Huidobro (1893-1948), el siempre joven poeta creacionista, que revolucionó la poesía del habla y sembró juventud y rebeldía dondequiera que estuvo. "Los viajes de Huidobro a España —escribe Gerardo Diego—, sobre todo su estadía en 1918, significan, en el panorama de la poesía española, algo parecido a lo que representaron, en su tiempo, hace treinta años, los de Rubén Darío, no menos discutido y negado que Huidobro en aquellos días". En Francia, Huidobro participó en los movimientos literarios de vanguardia, y en muchas antologías se le incluye como poeta francés nacido en Chile: Vincent Huidobró. En América y Chile es mucho lo que se le debe. Removió las ataduras retóricas y dio libertad, una estupenda libertad, a la imaginación. En mi patria, desde el año 33 hasta 1948, año en que murió, fuimos los más jóvenes quienes estuvimos y aprendimos junto a él. A su paso se desataban las Ferias de Arte, las Exposiciones, las revistas, las polémicas literarias. En México, no hace sino un mes, la revista Poesía de América le dedicó íntegro el número de abril-mayo-junio, y son de un mexicano, del poeta Germán List Arzubide, estas palabras, escritas ya hace años, pero cuyo calor sigue irradiando: "Hombre contradictorio, juventud tempestuosa, embriagó al mundo de locura, y el espíritu desequilibrado y radiante de América fue en el verso de Huidobro el milagro de las bodas de Canaán: en el vaso donde los escritores bebían vulgarmente su agua, subió como una aurora el vino rojo. Su nombre señala ya una nueva vida: antes de Huidobro; después de Huidobro: y su lírico influjo va de España a Rusia, como la buena nueva de la más estupenda subversión". Para el mundo sometido a lo telúrico y lo abisal que señalábamos al comienzo, Huidobro suena como un escándalo. Frente a su Inventa nuevos mundos, la pesantez replica por boca de Neruda: "Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando". Su Creacionismo representa, pues, la evasión más trascendental de nuestra poesía: una liberación de consecuencias metafísicas. Fue él quien formuló estas consignas de lucha: "El poeta no debe ser más un instrumento de la naturaleza, sino hacer de la naturaleza su instrumento"; "Hay que crear. He aquí el signo de nuestro tiempo"; "El poeta es un pequeño dios".


Poema "Adiós", del libro Poemas árticos (1918).


París
. . . .Una estrella desnuda
. . . .Se alumbra sobre el llano
. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..Esa estrella la llevara en mi mano
En Notre-Dame
. . .. . . . . . . . . los ángeles se quejan
Al batir las alas nacen albas

Mas mis ojos se alejan

Todas las mañanas
Baja el sol a tu hostia que se eleva
Y en Montmartre los molinos
. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . la atmósfera renuevan
París
En medio de las albas que se quiebran
Yo he reflorecido tu Obelisco
Y allí canté sobre una estrella nueva
. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Adiós
Llevo sobre el pecho
Un collar de tus calles luminosas

Todas tus calles me llamaban al irme

Y en todas las banderas
Palpitaban adioses
Tus banderas de los nobles ardores
Al pasar
. . .. . . .arrojo al Sena
. . .. . . . . . . . . . . . . . un ramo de flores

Y entre los balandros que se alejan
Tus balandros que pacen en las tardes
Dejar quisiera el más bello poema

El Sena
. .. ... . bajo sus puentes se desliza
Y en mi garganta un pájaro agoniza.


Huidobro, pues, es el punto culminante de la Gracia en la poesía chilena. Sin embargo, mucho antes que él, ya aquélla soplaba sobre las tierras de mi patria. Junto a Pezoa Véliz y compañero literario de él, vivió otro poeta, bohemio y soñador, que murió, como aquél, de la enfermedad de los artistas de fines de siglo: de tuberculosis. No obstante, su poesía no tiene nada de lo gris y desconsolado de Pezoa Véliz. El desciende del "divino Rubén", y a su semejanza, es brillante, sonoro, virtuoso y elegante. Maneja el verso con maestría, y la palabra adquiere en sus cantos mucho de la magia verbal que exhibió, genialmente, el maestro nicaragüense. Por la vía indirecta de Darío, González también fue un afrancesado. No olvidemos, además, que fue en Chile, gracias a la amistad y sensibilidad exquisita de Pedro Balmaceda, hijo del Presidente Balmaceda, que Rubén Darío conoció y admiró la poesía francesa, de la cual extrajo tan fecundas influencias. Pedro Antonio González nació en 1863 y murió en 1903.

Pero no nos será posible extendernos mucho en esta exposición de poesía chilena. En la línea de Gracia que estamos examinando, bástenos con citar los nombres, entre algunos otros, de: Francisco Contreras (1877-1934), un poeta que vivió en Francia muchos años y mantuvo, a través de las columnas del Mercure de France, una crónica permanente y viva consagrada a la difusión y conocimiento de los escritores latinoamericanos. Su poesía es morbosa y exquisita, algo fría e intelectual, con mucha dosis de Simbolismo en la intención y de Parnaso en la forma. Más adelante, habría que agregar los nombres de Pedro Prado (1886-1951), Max Jara (1886), Jorge Hübner Bezanilla (1892), Juvencio Valle (1905), Julio Barrenechea (1906), los "huidrobianos" (llamados así por su amistad con Huidobro, aunque, en realidad, siguieron desde un comienzo, y siguen, una línea claramente surrealista) Braulio Arenas (1913), Teófilo Cid ( 1913) y algunos más. Renglón aparte merece Winett de Rokha (esposa de Pablo de Rokha), nacida en 1894 y fallecida en 1951, cuya veta lírica no tiene parangón en el continente; la lucidez de sus hallazgos jamás empaña la ternura y la delicadeza de sus imágenes, cuyo brillo y alcance sobrepasan en audacia a muchos poetas pioneros de la más moderna poesía. Hijo de poetas, Carlos de Rokha (1920) asombró a nuestros críticos ya a los 15 años, edad en que su extraordinaria sensibilidad estética se expresó con una madurez y un toque de genialidad raras veces vistos en nuestra poesía. Influido primero por Huidobro, luego por la poesía española, particularmente Góngora, hoy día puede ostentar una obra en la que su personalidad ha logrado manifestarse íntegra y plena. Julio Barrenechea comenzó escribiendo una poesía de tono menor, de musicalidad cuidadosa, y con un sistema de metáforas muy bien amarradas. Su libro reciente Diario Morir afronta preocupaciones más trascendentes y con él entra resueltamente en lo que llamamos poesía metafísica. No obstante esta característica, en consideración a nuestro esquema no titubeamos en agruparlo en la línea de la Gracia, aunque Barrenechea siempre controla la imaginación encauzándola en la conceptualización central de cada poema. A su última obra pertenece El amor asesinado:

Lo encontraron al fondo del otoño
como un poco de cielo derribado.
Degollado de luz en lecho de oro,
allí estaba el amor asesinado.

Eran de vidrio y cedro los amantes,
eran dos urnas vivas, cada uno
llevaba al otro dentro, y transparentes
mostraban sus cadáveres desnudos.

Y huían de ellos mismos los culpables,
de la pasada dicha, de las noches
de cálido esplendor, de las amables
tardes celestes del pasivo goce.

Huían por un bosque de sollozos,
pisando besos secos, desbrozando
verdes caricias de turgente roce.
Y estaban solos, fríos y aterrados,
viendo blanquear entre sus propias sombras
los ojos del amor asesinado.


Quedan fuera de toda clasificación, me parece, Diego Dublé Urrutia (1877), Rosamel del Valle (1901), Humberto Díaz-Casanueva (1906), Omar Cáceres (1906-1943), Gustavo Ossorio (1912-1949), Mahfud Massis (1916) y, tal vez, unos pocos más, entre los que cabe señalar a Venancio Lisboa y Alberto Rubio, recientemente aparecidos. De Humberto Díaz-Casanueva, poeta deliberadamente intelectual y metafísico, La Visión. Asistamos a ella:


Yacía obscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso en el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus restos de cielo.
Entonces ninguna idea tuve, en una blancura enorme
se perdieron mis sienes como desangradas coronas
y mis huesos resplandecieron como bronces sagrados,
tocaba aquella cima de donde el alba mana suavemente
con mis manos que traslucían un mar en orden mágico.
Era el camino más puro y era la luz ya sólida
por aguas dormidas, resbalaba hacia mis orígenes
quebrando mi piel blanca, sólo su aceite brillaba.
Nacía mi ser matinal, acaso de la tierra o del cielo
que esperaba desde antaño y cuyo paso de sombra
apagó mi oído que zumbaba como el nido del viento.

Por primera vez fui lúcido mas sin mi lengua ni sus ecos
sin lágrimas, revelándome nociones y doradas melodías;
solté una paloma y ella cerraba mi sangre en el silencio,
comprendí que la frente se formula sobre un vasto sueño
como una lenta costra sobre una herida que mana sin cesar.
Eso es todo, la noche hacía de mis brazos ramos secretos
y acaso mi espalda ya se cuajaba en su misma sombra.
Torné a lo obscuro, a larva reprimida otra vez en mi frente
y un terror hizo que gozara de mi corazón en claros cantos.
Estoy seguro que he tentado las cenizas de mi propia muerte
aquellas que dentro del sueño hacen mi más profundo desvelo.


Expresamente, he dejado para el final una línea que, tal vez, podría representar la síntesis (no la síntesis poética, que nunca la habrá, en ninguna tierra ni en ningún tiempo): la de naturaleza y espíritu, esas dos fuerzas que luchan y comunican tan violentamente en el hombre suramericano. He dicho: Una síntesis. Ni la debilidad ni la gracia, ni la gravitación ciega y agobiadora, ni el vuelo sin raíz. ¡Ambos! En una palabra: ¡la fuerza! La enuncia admirablemente esta estrofa de Gabriela Mistral, en su Himno al árbol:


...hazme piadoso hacia la escoria,
de cuyos limos me mantengo,
sin que se duerma la memoria
del país azul de donde vengo.


El hombre que la representa es quien ha hecho Chile. Viene desde el fondo de la historia, y reproduce, con sangre española y araucana, con otras sangres arraigadas y hechas chilenas por virtud de la tierra, la efigie poderosa de nuestros aborígenes. Don Alonso de Ercilla (1533-1594), el primer poeta, cronológicamente hablando, del Reyno de Chile, parece señalarnos, con mano pétrea de poeta, soldado y español, la ruta ética y épica cuando, describiendo a los araucanos, afirmó:


Son de gestos robustos, desbarbados,
Bien formados los cuerpos y crecidos,
Espaldas grandes, pechos levantados,
Recios miembros, de nervios bien fornidos,
Ágiles, desenvueltos, alentados,
Animosos, valientes, atrevidos,
Duros en el trabajo, y sufridores
De fríos mortales, hambres y calores.

No ha habido rey jamás que sujetase
Esta soberbia gente libertada,
Ni extranjera nación que se jactase
De haber dado en sus términos pisada;
Ni comarcana tierra que se osase
Mover en contra y levantar espada:
Siempre fue exenta, indómita, temida,
De leyes libre y de cerviz erguida.


Ese hombre existe todavía. Podemos encontrarlo en las más diversas actividades, manuales o intelectuales, y en las más apartadas latitudes. Lo sabemos en el sur, a mucha profundidad bajo el mar, extrayendo el carbón...; en la pampa nortina, hiriendo la terca corteza de esas tierras desiertas para entregar al mundo el nitrato de Chile... ; lo escuchamos produciendo el cobre... ; cargando en los muelles...; trabajando en las fábricas... ; arando la tierra en el dorado Valle Central ...; rumiando su soledad a caballo bajo el sol, la lluvia y el "puelche"... ; o bien, arreando las ovejas en las australes tierras de Magallanes .. ; o bien, destilando y cuidando el envejecimiento del vino, el solar vino chileno! Es el técnico, el ingeniero, el economista que planificó las plantas gigantescas de Huachipato para la refinación del acero ...; el que cruzó de vitalizadoras redes eléctricas el país ... ; el que levantó las primeras torres del petróleo...; el que concibió e hizo real la más perfecta legislación social y previsional del mundo... ; en fin, un chileno que sueña con la cabeza pero que no descansa con sus manos. El que lucha tan valerosamente hoy en la paz, como ayer en la guerra. Es el vir.

En la larga historia de nuestra poesía, es curioso, no hay muchos poetas que encarnen la fuerza a que me refiero, el vir a que alude Ernest Hello. Además de Ercilla, habría que citar a don Pedro de Oña, y en la literatura moderna, no más de tres. El nombre más famoso es el de Gabriela Mistral. Su estampa de mujer bíblica encarna una síntesis chilena. No niega, como la Gracia, el sufrimiento ni la pesantez: se hace cargo de ellos, los hecha sobre sus hombros, los asume, y reuniendo esa masa muerta con una suerte de energía moral, re-crea la mejor imagen del hombre chileno: una imagen que tiene bastante de la contextura cristiana católica, en la que si bien se espera mucho de la Providencia, el hombre no se deja caer sobre ella en extática desaprensión. Gabriela no se entrega al dolor pasivo, al padecimiento fatal de la existencia, a la inercia que impone una tierra poderosa: lejos de eso, trata de elevar esa ceguera primordial, hacerla lúcida y darle al dolor una utilización espiritual. Es el viejo anhelo de levantar la tierra con uno, llevándosela al cielo. Miguel Serrano, escritor de mi generación, en su libro, torturado y grandioso, Ni por mar ni por tierra, escrituró este anhelo: "En la literatura y en el arte chilenos —escribe— nadie hasta hoy ha expresado la profunda realidad del paisaje anímico del sur del mundo. Todos han estado contaminados de prejuicios de otras culturas, de otros climas mentales. Tal vez un poeta, Neruda, vernáculo y hondo. Creció desde el suelo, mojado en las raíces, con las callampas, con todo lo podrido por el agua, con todo lo que es triste y sin amparo. La desesperanza gira en círculos sin fin, allá abajo, entre las raíces, en los estratos vaporosos, sin cielo y sin espíritu. Sólo él, quizás. El único. Pero le falta lo que nuestra generación trae: El deseo de levantar la cabeza hacia los cielos puros y los soles impasibles que coronan las cumbres de los montes. Y levantarla, no en forma europea (se refiere a Huidobro, sin duda) "no con espíritu extraño, sino desde nuestro suelo, desde el fondo de todo lo que aquí sufre y señala un tiempo más lejano. Para que el espíritu advenga, el alma debe penetrar muy hondo, casi al final de las cosas, y ahí arrebatar los materiales con que tejerá su túnica de novia, para desposarse con el sol del espíritu". Hasta aquí Serrano. Es, en otras palabras, el mito de la serpiente emplumada, el mismo que tomó y quiso elevar a nueva religión el novelista inglés David Herbert Lawrence, después de su experiencia mexicana, y cuya obra provocó tanta impresión en Europa y entre los escritores chilenos de mi generación. ¿Es posible la síntesis que pide Serrano? ¿No hay aún, como afirma él, ninguna expresión de ella en la literatura chilena? Como sea, me atrevo a citar tres poetas que corresponden a ese hombre-síntesis de quien estamos hablando, al vir. Gabriela Mistral, Pablo de Rokha y el propio Serrano están polarizados y tonalizados por esa síntesis metafísica, aunque con muy diferentes cosmovisiones y filosofías centrales.

De Gabriela Mistral (1889), El Ruego, poema tal vez demasiado difundido y usado, ejemplifica muy bien lo que tratamos de poner en relieve. Adviértase el profundo impulso que extrae del sufrimiento, el vigor de su asunción desde la fuente de una llaga viva. Pide, ora, invoca; pero sin ceder:


Señor, tú sabes cómo con encendido brío
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.

Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!

Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.

Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trizándose las sienes como vasos sutiles.

Pero yo, mi Señor, te arguyo, que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón, dulce y atormentado,
¡y tenía la seda del capullo naciente!

¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y que él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Que enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprendes, ¡yo le amaba, le amaba!

Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio,
conservando bajo ellas los ojos extasiados.

El hierro que taladra tiene un gustoso frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tú te acuerdas, ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.

Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

¡Di el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra, el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste
llorará por los párpados blancos de sus neveras:

¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!


Pablo de Rokha (1894) es un poeta de grandes dones, cuya obra no se ha valorizado aún como merece. Se le censura su frondoso verbalismo, su conceptualización confusa y su uso excesivo de regionalismos lingüísticos; pero hay que convenir que, precisamente, De Rokha no sería De Rokha sin esa mezcla estentórea, poderosa e impura que componen todos esos elementos. Creo que lo más característico suyo es Epopeya de las comidas y bebidas de Chile, un canto "chilenazo", entonado "con salud de forajido" —como dijo Neruda aludiendo a él—, y en el que se enciende la vinculación íntima entre los guisos típicos de la cocina chilena y las situaciones ambientales, psicológicas y metafísicas que evocan. Sus metáforas son vigorosas, plenas de ese sabor entre amargo y sutil del chiste y del dicho criollo, con apuntes de fascinante delicadeza en medio de trazos amplios en que se echa mano con frecuencia a una primitiva brutalidad propia del hombre de acción (protagonista ideal de toda la poesía rokhiana). ¿Por qué —me pregunto— no figura aún en los libros de lectura chilenos? ¿No representa, realmente, lo más vernáculo de nuestra obra poética ? ¿No es, por fin, la poesía del pueblo, el lenguaje de pueblo, realizado por vez primera en el continente? He aquí algunos fragmentos:


Los pavos cebados, que huelen a Verano y son otoños de nogal
. . . .o de castaño casi humano, los como en todo el país, y en
. . . .Santiago los beso,
como a las tinajas en donde suspira la chicha como la niña más
. . . .linda de Curicó levantándose los vestidos debajo del manzano
. . . .parroquial, de la misma manera
que a la ramada con quincha de chilcas en donde tomamos en
. . . .cacho labrado el aguardiente de substancia,
o el colchón de amor, en el cual navegamos y nos enfrentamos
. . . .sollozando a los océanos tremendos de la noche, a cuya negrura
. . . .horriblemente tenaz converge el copihue de sangre,
o la lágrima que nos llevamos a la boca, cuando estamos alegremente
. . . .cantando.

Si fuera posible, sirvámonos la empanada, bien caliente, bien caldúa,
. . . .bien picante,
debajo del parrón, sentados en enormes piedras, recordando y
. . . .añorando lo copretérito y denigrando a los parientes, cacho
. . . .a cacho de cabernet talquino,
y la sopaipilla lloviendo, con poncho, completamente mojados,
. . . .entre naranjas y violetas, acompañados del cura-párroco y
. . . .borrachos.

Cuando comienza la llovizna, hay vacas difuntas llorando en los
. . . .acantilados y braman las quebradas,
es riquísimo el mate con carne y de rescoldo bien tostadas,
porque cuando llueve a cántaros es frita la papa salada la que nos
. . . .impone su apetitoso régimen de aguardiente,
se platica la amistad nacional fumando aquellos cigarros de los
. . . .años pasados o antepasados, de provincia en provincia, en
. . . .nuestras hermosas casas, que hoy habitan la ortiga, la ratonería
. . . .y "el polvo del tiempo",
y aún se echan huevitos y papas a la ceniza,
enumerando a todos los difuntos familiares y al río con navíos
. . . .del lugar natal, forjado por cantos de gallos tremendamente,
. . . .eternamente remotísimos.

Cuando un cristiano de Rauco se muere, lo primero que debe hacerse
. . . .es tomarse un trago bien largo del asoleado,
y enviar a la familia una gran cabeza de chancho para el velorio,
. . . .ir a visitar a los compadres del difunto e ir tomando y tomando
. . . .por el finado,
suspirar mirando las vigas penosas de la casa tomando a la chilena
por la salud de la viuda y los niños, por los tiempos pasados y
. . . .los recuerdos mis añejos que el Añejo, por la comadre, tomando
y tomando por todos los muertos del lugar, añorándolos,
. . . .entre trago y trago.

Primero nos elaboramos una como olla en la tierra sangrada
. . . .del patio de los naranjos,
la recalentamos con fuego de peumo y piedras ardientes,
embelleciéndola con hojas de nalca como a una desnuda y feliz
. . . .muchacha, a la cual cantando le echamos choros, perdices, locos,
. . . .cabezas de chancho, malayas de buey y ternera, patos, pavos,
. . . .gansos, longanizas, queso, criadillas, corvinas y sardinas,
. . . .sellándola y besándola como una tinaja de mosto, colocándole
. . . .una gran centolla en la boca
e invitando como aguinaldo al curanto a la población de La Cisterna,
. . . .nos ponemos a tornar hasta las lágrimas y el mucho grande lloro.

Un vino caliente torna más heroica la madrugada de la remolienda,
. . . .afirma las cinchas,
y es como una gran fogata en las montañas americanas,
bebámoslo nosotros los viejos, recordando las buenas monturas
. . . .de antaño, recordando los lazos trenzados, recordando los caballos
. . . .que montábamos cuando estábamos solteros y disparábamos,
el nuestro revólver contra todas las cosas del mundo,
refocilándonos por encontrarnos bien aperados y siendo los buenos
. . . .jinetes de entonces.

Asada, la castaña da gran intimidad heroica a la chimenea,
rememora las cacerías de torcazas y el grito del zorro del tiempo
. . . .en la quebrada acuchillada por la tempestad y es maravilloso
enternecerlas con aguardiente de la Recoleta Dominicana...


Finalmente, el más joven de todos: Miguel Serrano (1917). Formando parte física de nuestra promoción, jamás quiso, sin embargo, participar de las luchas literarias y de los objetivos que, muchos, perseguimos junto a Huidobro. Rechazó a éste por desarraigado, y a Neruda por negativo. Su posición ya ha sido esbozada en algunas líneas suyas que hemos leído hace algunos momentos. Yo quisiera, para terminar esta exposición, extraer algo de su extraño, y a trechos genial, libro Ni por mar ni por tierra - Historia de una generación, pero algo que manifestara, a la vez, su tesis y su profundo, dramático y luminoso lirismo. Aunque escribe en prosa, Serrano, por su sentido, por la dimensión extrema que proyecta, por la fiebre mística con que transfigura, es un poeta. Desde la Antártica chilena, adonde fue y de donde extrajo la resolución final de su delirante teogonía, me parece escuchar su voz:


...Y el camino de la superación es uno solo, como siempre lo fue, desde el comienzo de los tiempos. Está en la religión de la tierra transfigurada, en la magia heroica del destino sublimizado. En Chile no debemos seguir girando en círculos concéntricos de dolor sordo, de historia acaecida en las corrientes tenebrosas y fatales de la tierra. Es necesario ya elevarse desde el fondo hacia la conquista del espíritu propio, de esa zona del espíritu que en el mundo de los valores y de los arquetipos nos está reservada a los chilenos. Es necesario abrir el seno de los montes y descubrir aquí los nuevos dioses y la nueva religión que nos esperan. Redescubrirlos.

El camino es difícil, es uno y es eterno. Se encuentra en la voluntad y en el filo cortante, transparente, de las pruebas religiosas de la iniciación antigua. Únicamente ahí el alma se fortalece y es capaz de atravesarse a sí misma, despojándose de todo sueño o ilusión. Y se abre como un sexo para ser fecundada por el misterio fulgurante del Espíritu. Es el camino último y dramático de la voluntad inflexible.

Y cuando un hombre, que sólo es una planta, o una flor máxima de la tierra, siempre manteniendo los pies desnudos sobre el doloroso suelo, abra su frente y extienda sus brazos al firmamento, quedando consagrado y apto para ser penetrado por el rayo, cuando este hombre haya vencido, pudiendo ser crucificado y cruzado de parte a parte en su carne mortal por el fuego del cielo, entonces el rayo no se detendrá en él, sino que lo traspasará como a un vaso comunicante, bajando a las profundidades de la tierra y abriendo el sendero y las estrechas puertas para sacar las almas de los infiernos.

Es el triunfo, es el camino.

El advenimiento del espíritu. debido al hombre, produce el milagro y transfigura el mundo. El paisaje cambia, se interpreta y adquiere su sentido. Todo se ordena y equilibra. Aquello que fué muerte y sufrimiento, será ahora vida, energía y paz.

Por eso camino yo hacia los hielos. ¡Pobre de mí, cuánta carga eché sobre mis hombros! ¡Insensato, que no medí mis fuerzas! El maestro lo dijo: "En su prueba final se juega el destino de la patria y de las generaciones del futuro. Los más difíciles obstáculos le esperan. Será probado en los mismos dominios de Lucifer. Si usted vence, la tierra se transfigurará".

Sí: ¡la tierra!

...Es el camino de la santidad y el descubrimiento de la patria mística, única forma de nacionalismo para un alma que se desposa con el Espíritu.


Y bien, señores, termino. Tanta lucha, tanta fuerza contraria, ¿encontrarán, por fin su resolución? La poesía misma, captando con anticipación lo que ocurrirá más tarde, ¿está dando ya indicios de la soñada síntesis? ¿Es posible una síntesis? ¿No es, como lo atestiguan las más antiguas mitologías, la contienda insoluble del pájaro con la serpiente? ¿Es posible el bello símbolo de la serpiente emplumada? ¿La realizará, por fin, América? Señores: yo he cumplido con lo que me propuse: esto es: trazar un esquema de la obra poética de mi patria a la luz del problema metafísico nacional (continental, tal vez); y creo haber señalado con suficiente claridad, someramente por cierto, con vacíos inevitables sin duda, las corrientes que ese drama, que esas fuerzas antagónicas han provocado en la obra de nuestros líricos.

Ahora bien: como imagen final, ¿qué van a llevarse ustedes?... Si abren un Diccionario, no quedarán más satisfechos. Chile: país frío. Chile: ají ardiente. Parece que estuviéramos asistiendo al inmortal parlamento de Romeo con Mercucio:

Amor belicoso
Odio amante
Cualquier cosa de todo lo creado
Pesada luz
Seria vanidad
Informe caos de precisas formas
Pluma de plomo
Humo luminoso
Fuego frío...


Señores: ¡la definición del amor, dada por Shakespeare! El amor: ahí está el secreto. Cumbres y abismos, roca y aire, claridad y tiniebla, peso de la noche y gracia: el paisaje moral de Chile no puede comprenderse sólo con la inteligencia. Hay que amarlo. Amemos Chile. Amemos América, nuestra tierra. Amemos la lucha misma en que estamos empeñados con lo que más queremos: la tierra. Y convirtamos la singular batalla nocturna en una nupcia fecunda al amanecer. Entonces, tal vez, ocurrirá aquel milagro de la transfiguración de la tierra, la espiritualizacion de la tierra a través del hombre, que intuyó el gran poeta alemán Rainer María Rilke cuando escribió:


Dinos, Tierra, ¿es tu destino renacer en nosotros invisible?
¿No es tu sueño ser, alguna vez, invisible?
La Tierra... ¡invisible!


* * *

 

 

Imagen superior: "Reservado en Vivaceta" (1979) de Leonora Vicuña




 



 

 

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El Peso y la Gracia en la Poesía Chilena
Por Eduardo Anguita
Conferencia dictada en el Instituto Francés de América Latina, México, D. F., el martes 16 de agosto de 1955.
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, México, Año XV, N°1. enero-febrero 1956