En mayo de 1977, Raúl Zurita era todavía un desconocido de gran número de escritores y de críticos. Sin embargo, como supimos después, ya sus poemas eran el secreto de lectores y autores no sólo de Chile. Faltaba, claro está, el reconocimiento en su patria. Por ese año, me tocó personalmente dar un breve informe sobre los originales de “La vida nueva”, que formó, junto a otros poemas, el libro Purgatorio. Escribí, entonces, textualmente esta estimación crítica que intercalo aquí: “El conjunto de poemas propuesto para edición tiene muchos méritos. Originalidad, lenguaje absolutamente inusual y eficiencia en su operación de «idealizar» paisajes (precisamente, el norte de Chile, los desiertos, el desierto de Atacama), con una metodología entre científica y filosófica, y que, por raro rebote, sugería secuencias de cine, pero que escapa –gracias a sus reiteraciones agudamente verbales– de la materia con sus singulares determinaciones, para entrar de lleno a una irrealidad de la sustancia y convertirla en un puro objeto de la conciencia”. Esta última frase resultó y tanto que hasta ahora mismo, momento en que, por su nuevo libro, Anteparaíso, se alaba a Zurita como un poeta impar entre los grandes de Chile. A continuación del párrafo intercomillado, yo concluía en mi informe: “Todo ello, sin intervención alguna del ya clásico modo milico; al contrario, la Idealización se obtiene huyendo hacia lo intelectivo, como si se tratara de convertir la física en matemática […]. No tiene similares en la poesía chilena, ni en toda la del idioma. No tiene, tampoco, nada que hacer con la poesía conversacional, aunque este estilo aparezca episódicamente, más bien como un llamado a tierra, para vivificar, por contraste, tanta operación intelectual”.
Sin embargo, no era eso todo; pero sí lo más evidentemente distinto de lo que habíamos conocido (Huidobro, Neruda, Omar Cáceres, Díaz-Casanueva, Braulio Arenas). En cuanto a ilustrar semejante operación de transformar los desiertos “en un puro objeto de la conciencia”, como escribí ya en mayo del 77, valgan estos pocos versos:
QUIÉN PODRÍA LA ENORME DIGNIDAD
DEL . . . DESIERTO DE ATACAMA . . COMO UN PÁJARO
SE ELEVA. . SOBRE LOS CIELOS . . APENAS . . . . . . . . .EMPUJADO POR EL VIENTO
I
A LAS INMACULADAS LLANURAS
i. Dejemos pasar el infinito del Desierto de Atacama
ii. Dejemos pasar la esterilidad de estos desiertos
Para que desde las piernas abiertas de mi madre
se levante una plegaria que se cruce con el infinito del
Desierto de Atacama y mi madre no sea entonces sino
un punto de encuentro en el camino
iii. Yo mismo seré entonces una plegaria encontrada . . en el camino
iv. Yo mismo seré las piernas abiertas de mi madre
Para que cuando vean alzarse ante sus ojos los desolados
paisajes del desierto de Atacama mi madre se concentre
en gotas de agua y sea la primera lluvia en el desierto
v. Entonces veremos aparecer el Infinito del Desierto
vi. Dado vuelta desde sí mismo hasta dar con las piernas . . de mi madre
vii. Entonces sobre el vacío del mundo se abrirá . . completamente el verdor infinito del Desierto
de . . Atacama
Más adelante (del mismo libro Purgatorio):
i. Los desiertos de atacama son azules
ii. Los desiertos de atacama no son azules . . ya ya dime . . lo que quieras
iii. Los desiertos de atacama no son azules porque por . . allá no voló el espíritu de J. Cristo que era un perdido
iv. Y si los desiertos de atacama fueran azules todavía . . podrían ser el Oasis Chileno para que desde todos . . los rincones de Chile contentos viesen flamear por . . el aire las azules pampas de Desierto de Atacama
Por ese camino va Zurita hacia la supremacía de la subjetividad y de la conciencia, convirtiendo sus paisajes progresivamente en un campo de puras ideas. Dicha operación –que es poética y filosófica a la vez– despoja a la realidad de sus componentes empíricos, haciendo algo parecido a los fenomenólogos de la corriente de Husserl, que llama a esa operación con la palabra griega epoké (“poner el mundo entre paréntesis”). Puestos los desiertos con sus cualidades y determinaciones “fuera de juego”, enseguida Zurita pasa a sobreañadir a los desiertos toda una subjetividad afectiva. Es así como obtenemos algo que en vez de mostrar tres caras (naturaleza, inteligencia, subjetividad) sólo muestra dos, pues la inteligencia se resta (ya que se usó íntegramente en la operación abstractiva), quedando un mundo sólo bifronte: el yo afectivo pegado a la naturaleza reducida a su más simple esencia.
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Reconocimiento de Zurita
Por Eduardo Anguita
Publicado en El Mercurio, domingo 12 de diciembre de 1984