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Eduardo Anguita
Primer Poeta chileno con automóvil

Por Carlos Ruiz-Tagle
El Mercurio, 11 de Agosto de 1991


 



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Es pequeño, pálido, narigón. Una señora que lo conoció en un cóctel, dijo:
-Tan chiquitito y tan erótico.
Se viste con toda corrección, se peina hacia el lado, como un niño con partidura. Y suele amurrarse y quedarse castigado, en el rincón.
Eduardo nació en Linares en 1914 y estudió después en Santiago, en el Liceo de los Padres Agustinos. Más adelante ingresó a Derecho en la Universidad Católica de Chile y cursó hasta tercer año.
Fue discípulo de Vicente Huidobro y su Antología del maestro, obra importante y válida, es de 1945.
En Huidobro veía la pureza y una formidable inteligencia. Su “Mester de Clerecía en memoria de Vicente Huidobro”, escrito en 1948, el año de la muerte del  poeta, resulta estremecedor, una obra maestra.

El grupo David

En 1950, Eduardo publica sus relatos “Inseguridad del hombre”; en 1951, “Cinco poemas”; en 1960, “Palabras al oído de México".
Cuando Enrique Bunster conoció a Anguita, en Zig Zag, su risa sonora, su carcajada, le demostró la fuerza y la personalidad del poeta. "De esos estrechos pulmones surgía la risa de un levantador de palanquetas". Agrega que en su cráneo reducido, como el de Voltaire, habitaba una de las inteligencias más lúcidas que he conocido.
El poeta según Bunster, se dedicó un tiempo a la publicidad. Primero en Zig Zag, en los tiempos de Souvirón, en la publicidad Taurus, donde trabajó con José Estefanía, el marido de la "Desideria".
En 1951 Eduardo publicó un libro llamado "Anguita": se trataba de una obra de pocos ejemplares. Y el editor era David. ¿El grupo David? Inquietó a muchos la existencia de ese grupo hasta que se supo que se hallaba formado por Anguita, nada más.
Bunster dice cosas que impresionan sobre el poeta: "Temperamento hipersensible, supernervioso, versátil y contradictorio, Eduardo Anguita es el ser más interesante que yo he conocido".
Anguita se casó con la hermana de un buen escritor, Juan Tejeda, y tuvo tres hijos.
El Presidente Carlos Ibañez nombró a Eduardo Anguita Agregado Cultural en México. Y Anguita se llevó a Braulio Arenas a trabajar con él.
Braulio me contó que Anguita hizo una labor extraordinaria. Una vez por semana, en el diario más importante del país, publicaba un artículo sobre arte, literatura o costumbres chilenas, daba conferencias y recitales. En México se relacionó con lo mejor de la intelectualidad de ese país.
De vuelta a Chile, Eduardo Anguita se dedicó a la publicidad. Una muestra de su genio, en tal sentido, fue esta difundida frase: "Parker 61, Se llena sola, como la luna..."
La publicidad es remunerativa, lo cual lo llevó a tener un automóvil. Se dice que fue el primer poeta chileno con automóvil. No ha habido muchos más.
Tanto a Anguita como a Arenas se les ha considerado poetas surrealistas. Cada uno a su manera, ellos niegan ser surrealistas.
Cuando yo le preguntaba a Braulio, decía:
-¿Yo, surrealista? Jamás. Qué me registren. Anguita es el surrealista, basta verlo. Tiene muchos sueños. Soñar es fundamental para los surrealistas. Hay que soñar duro y parejo. Ser onírico.
Y Eduardo afirma, en cambio:
-Yo no soy surrealista, Braulio, sí.
En 1967, José Miguel Ibañez me telefoneó a la Editorial del Pacífico para hablarme de un libro, Venus en el pudridero. Decía que era un poema largo excepcional, y no tenía editor. En esa época yo era asesor literario de la Editorial del Pacífico y le pedí que me mandara el texto.
Como a tantos otros, la palabra Pudridero no me chocó, pese a que todavía sigue molestando a algunos. Y esto porque yo había conocido el pudridero de El Escorial. Ahí se dejan podrir, literalmente, los cadáveres de los reyes antes de colocar sus huesos en tumba definitiva.
Recibí el poema de Anguita, lo leí varias veces.
Me deslumbró esa rara y tan lograda mezcla de lo erótico y lo trágico. Venus en el pudridero era un poema insólito, cada palabra potenciada al máximo, vale decir, una pasmosa economía de lenguaje.
El sentido devastador de una frase acusaba el derrumbe de tronos y dominaciones: "Yo pienso en el gusano". Era un mundo donde la aritmética, nada de inocente, por lo demás, danzaba vertiginosa. Todo esto me hizo decidirme y publicar Venus en el pudridero.
Lo malo era que Anguita me telefoneaba casi todas las tardes, nervioso, para hablarme de la publicación.
Cuando el librito salió, le envié ejemplares a Anguita, otro a Ignacio Valente y a otros críticos. El resto de la edición se vendió poco.
Mucho se ha hablado de este formidable poema. No sé si agregaré algo diciendo que en lo erótico se expresa en una forma novedosa, de hondísima ternura. Por ejemplo cuando dice así:
"Yo entro, joven mía, calor mío, en ti, como un llanto en otro llanto. Astros corren por sílabas, animales más suaves que".
Al final pareciera que el verso está incompleto, "animales más suaves que". Es como el triunfo de la música sobre la palabra. Porque nada más es necesario en esa línea.
Alguna vez Eduardo Anguita definió su poesía como la aritmética que danza. Recuerdo haber escrito un artículo usando ese titular.
El fenómeno de los números danzarines ya se advertía en el último de los Sonetos del extranjero (México).
Pero en Venus en el pudridero los números alcanzan, y esto parece increíble, cierto movimiento espasmódico, un acezar en aumento.
"Amemos con furor, odiemos con vehemencia: 5 es a 8, 5 es a 8... rápido, rápido, hagamos música y locura.
¡Te danzo, sección aúrea!"
Los artículos de Eduardo son valiosos y revelan una cultura sorprendente, mayor que la de otros valores de nuestra literatura. En tal aspecto, la obra del escritor no es conocida ni reconocida por quienes un día fueron sus lectores en diarios y revistas. Su prosa, de claridad meridiana, ahora se conoce mejor con la Belleza de pensar, de la Editorial Universitaria, donde el poeta trabaja desde hace varios años, pero sólo en la tarde. Nunca lo ha hecho en la mañana: al parecer despierta al mediodía.
Hubo un tiempo en que visité semanalmente a Eduardo Anguita en la Editorial Universitaria. No estaba en su etapa más creadora, es bien verdad. Recuerdo que una tarde le pregunté:
-¿Qué has escrito ahora último?
Sobre la mesa había una carpeta repleta de papeles y me la pasó.
-Esto he escrito.
La abrí y no dejó de parecerme extraño que sólo hubiera hojas en blanco...
En la Universitaria hace la presentación de los libros, o sea lo que se escribe en la cuarta tapa. Y siempre lo ha realizado muy acertadamente. Además, por su cultura y buen gusto, ha sido de gran importancia su consejo para decidir la publicación de obras completas o de poesía nueva.
A veces, en esas conversaciones de una vez a la semana, me parecía como que no podía salir de sí mismo, que sus problemas, imaginados o no, lo torturaban y casi lo enloquecían.
En 1971 sale su Poesía Entera, el libro más apretadamente enjundioso que he leído. Había poemas anteriores a Venus en el pudridero, tan notable como Única razón de la pasión y muerte de N.S.J.C. A través de esos versos uno advierte que Cristo no muere para que viva una humanidad difusa e impersonal, sino cada uno de nosotros, con nombre y apellido. La señora Hortensia, el chico Molina en la vida eterna y esa vida eterna al alcance de la mano de cada uno. O para decirlo de manera más acorde con el poema, de cada mí.
Roque Esteban Scarpa, en El Tarapacá, el 28 de octubre de 1971, recuerda algunos aspectos de la vida y obra de Eduardo. Lo primero es que los poemas iniciales de Poesía Entera son de 1933, "de la época en que en la Academia Literaria de la ANEC (Asociación de Estudiantes Católicos), leían Andrés Sabella, Manuel Arellano y Eduardo Anguita, por citar algunos nombres de avanzada, de luz, de rebeldía. Anguita leía también prosa, greguería, que era ejercicio de originalidad... Irónicamente, y se calza una boina para leer, como para demostrar que en lo físico, por lo alto, limitaba; mientras que en la palabra se hacía un mundo nuevo. Si provocaba algún escándalo era porque había que romper lo consabido y hacer más jóvenes a los jóvenes".

El Premio María Luisa Bombal

En 1979, la Universitaria publicó la segunda edición de Venus en el pudridero. ¡Pero qué diferencia en la presentación en la calidad de los materiales! La primera tenía en la tapa un casto barquito y unas líneas rojas. Esta, la hermosísima imagen de una excitante muchacha. De esta manera se le dio, gráficamente, con formato grande y fotos de Elsa De Veer, la importancia que el poema requería.
Dos años más tarde, en 1981, un jurado reunido en Viña del Mar otorgó, por primera vez, el Premio María Luisa Bombal por la labor de toda una vida literaria. El monto del premio era considerable.
El favorecido fue Eduardo Anguita Cuellar.
En esa ocasión hubo varias declaraciones de Anguita: "Es el reconocimiento de mi larga y honesta labor, principalmente en el género de la poesía. La originalidad de mi poesía se apoya en un subconsciente muy rico" (El Mercurio).
En 1988 se publica su libro La belleza de pensar, donde se halla la mejor prosa de Eduardo. Nos lleva por caminos novedosos y bastante olvidados, como el de la Vida de Santos.



 



 

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