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Los sujetos amorosos y la posesión del desgaste
"Venus en el pudridero" de Eduardo Anguita

Katherine Hoch




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 “Yo mismo seré entonces una Plegaria encontrada en el camino
 Yo mismo seré las piernas abiertas de mi madre”
Raúl Zurita

Eduardo Anguita, poeta, ensayista y pensador chileno, ha publicado textos tales como: Tránsito al fin (1934), El poliedro y el mar (1962), Venus en el pudridero (1967), La belleza de pensar (1987), entre otros. Premio Nacional de Literatura en 1988, nació el 14 de noviembre de 1914 en Linares y estudió derecho en la Universidad Católica de Chile, aunque no llegó a completar sus estudios. Este dato es relevante para comprender de dónde y de qué tipo de bagaje viene su concepción poética y el cuestionamiento incesante sobre el aspecto metafísico de la existencia. Anguita vivió en una época que se caracterizó por ser un período empapado en acción poética vanguardista: Vicente Huidobro y su creacionismo, la generación del 38, Neruda, De Rokha, así como el surrealismo de la Mandrágora.

El presente ensayo se centrará en el estudio del texto titulado Venus en el pudridero y la relación que se puede establecer entre este texto y sus múltiples cadenas semánticas. Este libro está estructurado a modo de poema largo –herencia de la épica narrativa antigua- que dialoga con otros poemas chilenos extensos: Altazor, de Huidobro; Orfeo, de Rosamel del Valle; Alturas de Machu Picchu, de Pablo Neruda, Réquiem, de Humberto Díaz-Casanueva, sólo para nombrar algunos. Escrito en versos y dividido en partes a modo de cantos, sin títulos ni capítulos descriptivos; con su lectura se vislumbra un ansia y objetivo de ruptura que apela a una finalidad poética vanguardista singular presente en la obra de Anguita.

Para una primera aproximación se debe hacer hincapié sobre la propuesta de cosmovisión –o más bien una “carga ideológica”- que se sitúa desde el título: mencionar a Venus como arquetipo de diosa romana del amor encarnada en una corporalidad femenina y “bella”, según el canon social, pero a la vez situada en el pudridero. No en el Olimpo, ni el Paraíso: en el pudridero. Este lugar es conocido como “El Escorial” y es donde yacen los cadáveres de los reyes antes de ser llevados al lugar de su sepultura final. Antiguamente se pensaba que encerrar a un cuerpo sin vida y en descomposición serviría para asegurar una especie de “liberación” o “limpieza”. Esto es de importancia en cuanto al título ya que está dando la clave de los versos que el lector abordará. Si bien se da a entender que este es un poemario de amor, por la referencia a la diosa Venus y la temática de tono erótico, una vez terminada la lectura se vislumbra el pesar del pudridero y su carga; el amante carga el cadáver de una Venus muerta que se corrompe con el tiempo devastador que destruye a cada ser mortal. Se instaura lo femenino desde una noción vanguardista, en cuanto ya no es una Venus perfecta, idealizada y bella, estereotipo del amor -como ocurre en el amor cortés o cierto Romanticismo-; esta antidiosa moderna  del pudridero no solo busca fusión amorosa y consuelo, sino que demanda con ímpetu una correspondencia que está relegada a no ser consumada.

En un principio el poema plantea y abre la contextualización referente al tema del pudridero: menciones a reyes, muertos, viudas, violaciones, derrotas del tiempo, sangre, muerte; “Yo pienso en el gusano (...). Pensad en el gusano, pensad en el gusano” (4, 9, 16)[1]. La imagen de este ser, de este insecto y bicho que se arrastra y que come cadáveres desvirtúa el sentido divino con el cual alguna vez fue justificado el cuerpo[2] y reafirma su carácter mundano, terrenal, material y desechable. En la muerte no existe respeto por lo que alguna vez fue en vida porque ya no se la tiene.

Luego de esta presentación y contextualización, el tópico central se vuelca hacia la descripción de un encuentro carnal entre un hombre y una mujer. Todo esto desde un enfoque de posesión hacia el “objeto” de deseo y la fusión que esto significa: “Comencé a ser mi semejante”[3] (19) dice el sujeto poético; al parecer, desde una noción de completarse a sí mismo en un “Otro” simbolizado y materializado en lo femenino. Los versos siguientes plantean que “[ella] quería aprisionarme, y no solo por fuera, / pues podría escaparme hacia dentro” (29-30). Esto da cuenta de un ansia de posesión en el acto sexual; ansia que viene desde la imagen de lo femenino, de la mujer, de esta Venus asociada a la muerte más que a la belleza y al amor –según la explicada carga semántica del concepto del “pudridero”-; en aquellos versos se observa que hay un acto de ansiedad porque ya no se trata de la ternura de los cuerpos ni el respeto hacia el espacio propio y la individualidad, sino de su materialidad y la ilusión metafísica en la que se sustenta la posesión.

A su vez, Anguita en uno de sus ensayos titulado “La obsesión del doble”[4] propone que “el amor, al producir la identidad absoluta, extingue al individuo como unidad autónoma y, por tanto, a su singularidad personal” (24). Es necesario mencionar y conocer que “el proceso de construcción de la identidad debe entenderse como uno que no se detiene ni puede detenerse” (Larraín, 1)[5]; de este modo, el amor sería un afán de estancamiento identitario según la lógica plantead por Anguita, en cuanto se cimenta en esta “identidad absoluta” que en realidad no puede ser tal, ya que la identidad no es una variable determinante ni estática, sino todo lo contrario. El amor entonces, desde esta perspectiva paralizada que interrumpe el fluir propio del individuo aparece como una perdición, como un llamado casi de atracción fatal pero inherente al acontecer humano.

Es por esto que el deseo carnal, en esta ansia voraz de complementación, se sabe limitado, y, por lo mismo, se esconde en un imaginario de fusión mística (metafísica)centrado en una disolución del “Yo”, que a la vez se sustenta en la realización y concreción del acto sexual. Cuando ambos se funden, en la experiencia mística, se extingue el Yo[6](Anguita, 55). Su carencia terrenal, y lo que implica saciarla, se autocomplace al encontrar un sentido metafísico y ontológico en esta búsqueda. Es lo que obnubila a los amantes en el acto mismo en cuanto ellos asumen que ese momento de fusión íntima debe dar como resultado un estado perpetuado de posesión carnal que sobrepase el instante cotidiano y mundano del sujeto amoroso. Pero esto sería imposible porque claramente los escenarios y sus variables de acción cambian.[7]

Se observa en Venus en el pudridero que ambos cuerpos intercambian sus sentires, no desde una perspectiva individual diferenciadora, sino desde una lógica mimetizada: “Sentí lo que ella sentía / y supe que yo era hombre porque ella así lo sentía. / Sentí por ella y me hice rápidamente mujer” (53-55). El hombre que siente ser mujer y viceversa; analogía con las flores monoicas que a pesar de pertenecer a la misma planta, están separadas y anhelan una unión. Sin embargo, a pesar del placer inicial de este encuentro, todo se consuma en dolor y agonía: “Tus nuevas llagas me recorren como una madre al fuego” (125). Y todo es según un aparente accionar de consumación, porque nada de este acto se completa en su realización como sugieren los versos anteriores: “Un paso infinito y que nunca llega a realizarse / es la mirada de la mujer que recibe al hombre” (126-127). Todo está casi destinado a permanecer y existir según su imposibilidad. Se puede decir entonces, que “el amor es una cuestión de identidad”[8] (Anguita, 25) que muere en su incapacidad de poseer por completo a un “Otro” porque no puede mantener ese estado simbólico de ilusión identitaria mimetizada ni sostenerlo en una caracterización determinante y absoluta; la identidad es y será una variable que transmuta y cambia de estado gracias a que el ser humano aprende en la experiencia y su constante transformación.

En la cuarta parte del poema la última idea se reafirma porque el verso “estirando su amor hasta donde ella no podía llegar” (2) alude a la incapacidad de llegar a este espacio intermedio de intimidad aunque  “lo íntimo (...) es el lugar común del discurso amoroso”[9] (Pauls, 1). Lugar común de los amantes que se constituye a partir de la carencia y la impotencia que significa no poseer por completo al objeto de posesión; Anguita intuyóque ninguna acción está basada en un constante lineal y total sino en una especie de confluir del instante. Por lo tanto la idea es tener conocimiento de esta imposibilidad y lamentarla a conciencia; nuevamente aparece la imagen del bicho que se arrastra por la tierra y devora cadáveres: “Gusano, ¿hemos mentido?” (12). Esta Venus –y el concepto del amor en sí- está destinada a priori al fracaso; es el designio del tiempo que corrompe y que desgasta a los amantes en su imposibilidad de posesión.

En la quinta parte, la idea anterior se reafirma: “Horrible es la visión.  No soportamos / la Belleza desasida del apoyo, / ni contemplar el Amor solo, libre, espléndido” (11-13) y continúa con que “tampoco toleramos el objeto amante” (19). Es lo que viene luego de saciar esta falsa posesión; la desolación del instante, del momento en movimiento que no se puede preservar detenido en una eternidad. La reacción visceral luego de saber la imposibilidad de perduración es el odio, la rabia o el miedo ante aquella incapacidad y su advertencia: “Con tiento, con tiento amantes, / no améis demasiado fuerte” (34-35). El sexto poema sigue esta lógica al decir que “una bala disparada por un niño que te ama, te mata” (1); el causante es el amor en su ansia de poseer y su efecto final es la desolación de su incapacidad.

Toda esta lógica amorosa devoradorase entremezcla en Venus en el pudridero con el tópico que alude al lenguaje y su relación con la figura del pájaro: “Yo sé: Venimos de la Palabra: / nuestro destino es regresar. / El canto creó al pájaro y no el pájaro al canto”[10] (11-13) y luego menciona “veo caer al pájaro fulminado por su canción” (17). La figura del ave reafirma la conexión de imposibilidad porque su simbolismo yace en ser el mensajero entre la tierra y el cielo; el canto del pájaro es el equivalente al lenguaje humano –esto evoca al poema de Juan Luis Martínez en La nueva novela al decir que “los pájaros cantan en pajarístico”-, por ende esta figura se construye a partir de una analogía sustentada en la caída del pájaro por su canto en comparación a la caída del hombre por el lenguaje o incluso, por el amor. En el ensayo “El lenguaje poético” el autor plantea que “todo grito o canto de pájaro, sea cual fuere su especie, generalmente es <<fático>> y su intencionalidad, si bien es la de establecer la comunicación, también alcanza a tener una significación distintiva; agresiva, encantatoria” (Anguita, 53). Se expone la figura del pájaro y su canto en asociación al amor y su ansía de posesión y, se fundamenta en su sentido de encantamiento, fascinación y hechizo, cual llamado inicial de los amantes para concretar su deseo.

En la parte final del poema –canto ocho- Anguita expone:

“Decepcioné al gusano:
Lo que ella hizo, lo que ella habló, eso es verdad.
Porque no soy verdad yo, ni es verdad ella, ni eres verdad tú.
Alguien que va a ser dice algo que es.
Todas las bocas son necias; todas las palabras, necesarias.” (20-25)

Idea y sentir que se acrecienta en los versos siguientes que corresponden al poema nueve: “¿Puedo yo poseerla? ¿Puedes tú destruirla?” (22). Es el cuestionamiento final sobre el acto de posesión y todas sus implicancias: ¿existimos realmente en el “Otro”? ¿O es la ilusión de haber existido en el instante? También alude a esta falsa identidad (“porque no soy verdad yo, ni es verdad ella”) que se borra y se entremezcla en el intercambio de carne, de cuerpos, de deseos; lo único que queda de ello es aniquilamiento del tiempo y su arrebato, pero, también, las palabras (“todas las bocas son necias; todas las palabras, necesarias”). La boca es símbolo material del cuerpo, órgano vivo por donde se dice lo que se dice; la voz poética no cree ni confía en la corporalidad y sus engaños, sabe que acaba, que la carne termina en su impotencia; no así el lenguaje.
       
La posesión entonces tiene su ápice cuando se dice “algo que es”. Eje central son las palabras para referir y nombrar; en ese nombrar está la duda identitaria de los amantes que no pueden amparar lo que se escapa del instante. Estos actos se entienden en la medida en que se devoran y generan muerte; cumplen este ciclo en cuanto a un mandato más profundo de ser, como bien diría Heidegger. “Amor, belleza, vida, la palabra, / nunca deshechos, nunca capturados”[11] (49-50): es la dualidad de la posesión, de ser y no ser, de escape y captura, el ciclo de todo instante, de toda vida y toda muerte lo que el poeta propone en Venus en el pudridero. No se trata de establecer un canon amoroso, ni menos idealizar la imagen de la mujer amada ni crear una identidad absoluta, estática y fusionada en los amantes; se trata de ser consciente del doble vínculo que está presente en cada acto y el ansía devoradora del tiempo ideada en su materialización y posesión complementaria.

En palabras de Eduardo Anguita: “¡Cuerpo que odio, no desaparezcas!”[12] (30).

       

 

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Notas

[1] Versos de la primera parte del poema, en página 1 y 2. Se decidió dividir el poema según la edición de Editorial Universitaria y su compartimento dependiendo de las fotografías que tiene el libro.

[2] Creencia basada en una doctrina y dogma religioso Católico: “el cuerpo como templo”.  

[3] Verso que está en la segunda parte del poema, página 16.

[4] Este ensayo se puede encontrar en el libro La belleza de pensar.

[5] Cita del ensayo de Jorge Larraín titulado “La identidad latinoamericana”. En este texto se plantea la transformación de la identidad de nuestro continente, desde la colonización hasta la modernidad.

[6] Cita del ensayo titulado “Paraísos artificiales”.

[7] El estado de éxtasis y de ansiar poseer al otro solo se concibe dentro del acto sexual; de sobrepasar esta barrera ilusoria e imaginaria, el resultado obtenido en la pareja es dependencia y una lógica de asfixia, celos y miedo. Esto se puede inferir a partir de la lectura de los ensayos de Anguita y de la apreciación propia de este ensayo.

[8] Cita que refiere al ensayo mencionado en el párrafo anterior.

[9] Cita presente en El fondo de los fondos.

[10] Versos en el sexto poema, página 31.

[11] En poema nueve, página 42.

[12] Verso del penúltimo poema del libro, página 47.

 

 

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Bibliografía
 

  • Anguita, Eduardo. Venus en el pudridero. Santiago de Chile; Edición Universitaria, 1979. Impreso
  • Anguita, Eduardo. La belleza de pensar. Santiago de Chile; Editorial Universidad de Valparaíso, 2013. Impreso.
  • Larraín, Jorge. “La identidad latinoamericana”. Teoría e historia.1994. PDF
  • Manguel, Alberto. La musa de la imposibilidad. Santiago de Chile: Editorial Universidad de Valparaíso. 2013. Impreso
  • Pauls, Alan. El fondo de los fondos. 2008. PDF


 



 

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