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Eduardo Anguita y "La belleza de pensar":
El asombro de un poeta intelectual
Por Sara Bertrand
El Mercurio, sábado 26 de octubre de 2013
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Tras la publicación de "Antología de poesía chilena nueva" (1935), Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim fueron apodados "preciosos ridículos" por el famoso crítico Alone. De 19 años, a Anguita no le importó el comentario. Ya intentaba dar con poetas "nuevos", aunque en el ejercicio dejara fuera a varios grandes. La anécdota, 78 años después de la polémica que desató, ilustra el carácter del poeta, el arrojo que marcó su búsqueda estética y literaria, y ese afán por vivir de las palabras, de su belleza.
Eduardo Anguita (1914-1992) no terminó de estudiar derecho -"1932 fue para mí un año de libertad. Me retiraba, contando escasos 17 años de edad, de la carrera de Leyes"-; en cambio, fue poeta, miembro de la Generación del 38, Premio Nacional de Literatura 1988 y trabajador incansable (Editorial Zig-Zag y Universitaria; radio Agricultura y Minería, y agregado cultural en la embajada de México en 1955, entre otros trabajos).
Dedicó parte de su quehacer a definir la poética chilena, su ADN. Auscultarla hasta entender su materia. Fondo y forma. La palabra como una musa cuya belleza debe ser contemplada hasta convertirla en vida misma.
La reedición de "La belleza de pensar" (Editorial Universidad de Valparaíso, 2013) permite adentrarse en esa pasión desatada a temprana edad y que más tarde lo llevó a escribir estas crónicas -verdaderos ensayos-, que fueron publicadas en "El Mercurio" entre los años 1976 y 1983. "Una declaración de principios de lo que fue para este poeta la belleza de pensar", plantea Cristián Warnken en el prólogo y para quien la reedición era precisa. Explica: "Nos pareció que este libro no podía seguir en el olvido. Hacer una edición cuidada equivale a un acto de justicia con uno de los grandes poetas chilenos del siglo XX".
Cada una de estas crónicas es una invitación al pensamiento. "La pregunta (...) posee la virtud extraordinaria de situar, al que quiera reflexionarla un poco, en un ámbito del pensar que exige sobrepasar a las palabras. Dicho brevemente: invita al ejercicio del filosofar", escribió Anguita en una de ellas. Y es que, además de poeta, fue un pensador. Un poeta del pensamiento. Leer sus crónicas, entonces, implica sumergirse en esas profundidades. "Hoy esa poesía parece desprestigiada o 'demodé', pero basta con releerlo para darse cuenta de que no hay poesía más vigente y actual que la que no teme abordar las grandes preguntas de siempre. Anguita es el poeta de las 'grandes angustias' que tocan los bordes del ser, el abismo y la epifanía", dice Warnken.
Con esa misma lucidez, cuenta Warnken, valoró tempranamente a Zurita y Silva Acevedo, también a Violeta Parra, a quien incluyó en una antología de la poesía hispanoamericana. "Traté de dibujar los rasgos del ser chileno apoyándome en las expresiones de nuestra poesía", escribe Anguita, porque su búsqueda por nuevos poetas no se separará nunca de ese afán por ahondar en su materia.
"El tema del paisaje, del impacto de éste en el ser de los chilenos, obsesionaba a Anguita ya en la década del 40 y 50. Y la originalidad de la manera de tratar la materia (como en la prosa de la Mistral) parecía ser para Anguita un rasgo definitorio de nuestra cultura".
Un libro que se agradece en cualquier biblioteca como rutero, verdadera cartografía de las letras nacionales -circulan ahí casi todas las del siglo XX-. "Anguita, con curiosidad de niño y poeta, nos contagia de asombro y entusiasmo. El título 'la belleza de pensar' es en sí una invitación gozosa", asegura Warnken.