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La miel de Barquero
Por Sonia Lira
La Tercera Cultura, sábado 30 de agosto de 2008
El poeta recibe el Premio Nacional de Literatura después de partir por tecera vez a Francia. Fue duro: cuando terminó Pacto de sangre -obra inédita- sufrió una depresión hoy superada. Esta es la historia de un apicultor que jamás fue picado por una abeja.
El abuelo de Efraín Barquero tenía un panal de abejas en su velador. Como era de cristal, el apicultor podía observar sin problemas el trabajo de los insectos y, así, mejorar la miel. Su nieto era distinto. El autor de La mesa de la tierra también miraba a los infatigables bichos en el campo familiar de Piedra Blanca, pero no estaba interesado en la producción.
Sergio Efraín Barahona Jofré se sentía más atraído por el misterio del panal y, como del asombro nace la poesía, el nieto del apicultor se hizo poeta y cambió su nombre por Efraín Barquero. Un origen remoto para explicar el Premio Nacional de Literatura 2008, otorgado por unanimidad al autor de Enjambre (1959).
La opción por la poesía en Barquero (1931) tuvo también consecuencias más prosaicas. Aparte de escribir versos, dice no saber hacer nada. Por eso, desde que partió exiliado a Marsella, en 1973, los problemas económicos han abortado sus dos intentos de volver a Chile.
Barquero nació en una familia campesina, lejos de la ciudad. Siempre lo fascinó la cosecha de la miel y no se perdía el espectáculo de sus tíos provocando una humareda para emborrachar a las abejas e invadir sus panales. La parentela se cubría con máscaras y él observaba. Le intrigaban esos hombres convertidos en "dioses de la naturaleza" que, más de una vez, salían lastimados.
A Barquero nunca lo picó una abeja. Fue al liceo en Curicó y Constitución, y supo que lo suyo era producir versos con la misma laboriosidad y humildad que los bichos de su infancia. El agua, el vino, el pan y el cuchillo serían sus símbolos para explicar la naturaleza del hombre.
Sus estudios en el Pedagógico fueron esporádicos, no así la producción literaria. Neruda escribió el prólogo de su libro La piedra del pueblo (1954) y le ofreció trabajo como secretario de redacción en La Gaceta de Chile. Su gran admiración por el futuro Nobel lo convirtió en simpatizante del Partido Comunista, aunque dice que no militó en sus filas y que sólo se considera "un hombre de izquierda desde un punto de vista filosófico". Claro que en el PC no entendieron eso con tanta filosofía, y cuando en los 6o partió a Pekín invitado por el gobierno chino a enseñar español, "se molestaron y fueron a llamarme la atención a mi propia casa". Ahí se inició el alejamiento del partido.
Agobios y regresos
El golpe militar lo sorprendió como agregado cultural en Colombia, desde donde fue expulsado, como se dice, con camas y petacas. Por fortuna, en su exilio francés valoraron sus conocimientos sobre culturas prehispánicas, transformándose en profesor en las universidades de Estrasburgo y Avignon. Siguió escribiendo, pero cierto desasosiego lo empujó a regresar. En 1990 lo reciben y celebran viejos amigos. Pero la amistad, aunque fundamental, no fue suficiente. Resintió el ninguneo y la falta de apoyo lo llevó a publicar por su cuenta libros como Mujeres de oscuro (1992). Agobiado, retornó a Marsella.
El segundo intento ocurre en 1998. Su poemario La mesa de la tierra fue celebrado por la crítica y ganó dos importantes premios que le permitieron vivir, de manera muy modesta, en el centro de Santiago. También lo intentó como profesor en una universidad privada. "No resultó. No tenía dotes pedagógicas. Mis clases eran una especie de monólogo", reconoce.
Eso de ser "sólo poeta" le pasó de nuevo la cuenta: realizó un último intento en Valparaíso, en un minúsculo departamento ubicado en calle Yerbas Buenas, antes de volver por segunda vez a Francia. Ni siquiera estuvo presente cuando su Antología (2000), editada por Naín Nómez, ganó el premio Altazor.
Este tercer exilio fue, quizá, el más duro. Desde Marsella vigiló la edición de El pan y el vino (2008) y terminó una obra aún inédita, Parto de sangre, donde aparecen dos personajes -La Castellana y La India- que mantienen una relación de amor y odio sin vuelta. Como la suya con Chile. Es un libro intenso y muy distinto a lo escrito hasta ahora: Pacto de sangre lo agotó al punto de caer en una depresión que amenazó con dejarlo pasmado.
Barquero cuenta que se recuperó gracias a la fuerza de voluntad, al apoyo de su mujer, Elena, y a las caminatas junto al mar. Quizá también lo ayudó la vaga esperanza de radicarse en Chile de una vez por todas.
Ahora puede hacerlo como una abeja reina de las letras nacionales.