Efraín Barquero y los orígenes del ser femenino en el Maule
(“Pacto de sangre”, Editorial Universidad de Talca, 2009, 90 páginas)
Bernardo González Koppmann
“Cómo acordarse de una
sin acordarse de la otra”
E. B.
a Mandy
I
Intentaré una lectura que en lo posible me permita desentrañar los orígenes del mestizo que somos, especialmente en su variante femenino; intentaré leer, digo, desde una perspectiva integradora este libro de Barquero, fundacional del ser, revelador de una personalidad nueva como lo es la maulina criolla. Aunque, pensándolo bien, esta obra nos podría servir a su vez de referente y modelo a la génesis de la fémina chilena toda o en su versión ya más continental escardar con dichos hallazgos poéticos incluso en el alma plural de la mujer latinoamericana.
En este modesto estudio desarrollaré la primera tesis. Dado el origen maucho del poeta nacido en Piedra Blanca (1931) y radicado en Constitución en sus embelesados años de púber adolescente, además de su procedencia rural, pueblerina y telúrica en una relación genésica con los elementos naturales de nuestra región, indudablemente que su memoria emotiva se nos debería mostrar pródiga en imágenes para cantar la génesis de la mujer maulina.
En este poemario vemos como emerge una nueva condición humana; más que racial, antropológica. Ya no es el diálogo mudo entre dos mujeres de distintas etnias lo que busco aquí, sino las interrogantes existenciales del sincretismo que se ha provocado en una mujer mestiza, llamémosla maucha en nuestro contexto, que hurguetea retrospectivamente en sus dos vertientes culturales: la india y la europea.
Esto me ofrece “Pacto de sangre”, y a esto me circunscribiré porque los poetas como Barquero saben lo que dicen, lo que escriben. En la sangre pactada se agitan ambas abuelas; es la nieta, la bis y la tataranieta asombradas las que se preguntan por su origen, por las razones que gimen en la piel, por sus ojos rasgados, por sus cabellos ora hirsutos ora dóciles, por sus voces, por sus vocablos, por la palabra que cae de una lengua arcaica -sea mapudungun o castellano castizo- a la edad rauda del sinsentido, por el asombro de sus temores y por la redención de sus utopías.
II
Confluyen en la mestiza las sabidurías genésicas de la picunche, la pehuenche, la mapuche y el ethos de la vasca, la manchega, la andaluza, y en el intercambio, mejor dicho fusión, de ambas procedencias -amerindia y europea- nace otro ser embellecido, macerado, enriquecido, ennoblecido por la simbiosis telúrica y culterana que va delineándose en la criatura que encarna en sus formas y aromas otra lengua, otra piel y otra alma adobada con esas herencias milenarias que se han trasvasijado como vino viejo en odres nuevos, donde germina el mosto metafísico de todas nuestras celebraciones. La hembra maulina conlleva, conviven en su seno armoniosamente, encarna, luego de un largo y arduo proceso de aceptación, de adaptación, las floras y faunas, los usos y costumbres, los dioses y sus presagios, los silencios y las leyendas, los ires y venires de dos culturas singulares que se han abrazado como el agua y la tierra para levantar la arquitectura de una sorprendente melodía: el canto primigenio del útero maucho, del ser femenino que late fecundo y prodigioso en estas latitudes surcadas por el río Maule, el río de las nieblas.
La visión esclarecedora que nos propone humildemente, como siempre, Efraín Barquero (Premio Nacional de Literatura 2008) ennoblece -y se ennoblece- con la hondura de esta poesía que celebra el origen de una criatura original, de un ser irrepetible, la mujer maulina que se ha generado gesto a gesto, dolor a dolor, epifanía a epifanía. Nuestra maucha es el resultado de un largo proceso de mestizaje que concluye aflorando en una personalidad o identidad propia, autovalente, integrada armoniosamente a la cosmogonía local. Este es el liet motiv que se nos despliega en estas páginas en total avenencia, en total consonancia, con el entorno natural y sus ensoñaciones. En ello radica la hermosura de ser que tanto han buscado los existencialismos extraviados en filosofías escépticas y nihilistas para dar, hoy por hoy, de bruces en un mundo que va de mal en peor, desorientado por no decir perdido; bueno sería volver la mirada hacia las culturas que aún no olvidan del todo su contacto gregario con la naturaleza. Ésta es la propuesta, insisto, ética y estética que se desprende de la lectura de semejantes poemas.
III
“Pacto de sangre” se divide en cuatro libros que en su conjunto nos ofrecen 36 poemas. Tres voces, tres hablantes líricos toman la palabra y expresan sus particulares visiones del mestizaje en curso: La india, el bardo y la europea. La nativa habla seis veces; el bardo toma la palabra en trece oportunidades y la europea en diecisiete. La india y la europea se van intercalando los parlamentos expresando buenamente sus propios y característicos modos de ver y vivir la realidad, siendo la intervención del bardo semejante a un mediador que va observando el proceso y haciendo sus personales reflexiones sobre la mezcla, la fusión, el sincretismo resultante y su bello colofón: el aporte del ser femenino a la cultura maulina.
IV
El discurso de la india
La india nos expone un mundo interior agazapado, como una lechuza o un puma al acecho de un intruso o intrusa que merodea por sus dominios. Dice: “Hay algo en mí lo mismo que en los animales/ cuando se quedan mirando mucho rato a una persona/ con la lengua afuera”. Desconfía, se repliega, medita: “Ella me tiende las manos y yo me siento indigna/ ya que parece medir lo que soy casi sin mirarme/ como si le perteneciera lo mismo que estas tierras”. Pero se va dando algo inusitado que los fundamentalistas intolerantes no entenderán jamás; se provoca el acercamiento, el acostumbramiento primero y luego una tímida aceptación del otro, de la otra. Escuchemos: “Ella con la mano abierta parece adivinar en el aire/ el futuro suyo y el mío, al darme esos granos minúsculos/ que yo miro largamente mientras los voy enterrando/ como si acariciara el sueño de la tierra// Después ella me dice algo sin abrir la boca”.
No olvidemos que india y europea conviven, cohabitan, dentro de la maucha, de toda maucha que se aprecie de tal. Quisiera, antes de seguir desglosando este discurso, reconocer que me siento asombrado de ver como Barquero logra -transmutado en un hablante femenino- expresar con su lenguaje consuetudinario, es decir, simple y profundo, con las mismas palabras que aprendió en la infancia rural tan acertadamente descrita en “Arte de vida”, las verdades más estremecedoras que ni la filosofía ni la religión con todas sus arrogancias podrían, asevero, cantar con mayor precisión, belleza y significado. Es el milagro de la poesía.
Finalmente, siguiendo con el parlamento de la india, ésta se mimetiza con la intrusa de tal forma que la fusión es genésica, telúrica, visceral, irreversible: “Al verme probar la tierra con la boca se asombró mucho/ como si nunca cuando niña se hubiera arrastrado por el suelo. Y quiso saber que gusto tenía/ el mismo del pan le respondí/ el mismo del hambre, de la sed, del frío, de la leche materna”. El sincretismo próximo, reproche incluido, es inevitable: “Yo no sé cómo hacerla comprender que el pan verdadero/ no es el que ella come cortado con un cuchillo/ sino por las bocas desdentadas de los que tienen más hambre”. Comulgarán el mismo pan, beberán la misma agua viva, respirarán el mismo aire, dormirán en el mismo terrón primigenio como quien enfrenta el mismo destino de la comunidad que forman. Tal es la utopía de esta propuesta poética.
V
El discurso de la europea
Nada nos dicen los textos de las motivaciones del viaje que emprende la ibérica a las Indias Occidentales, ni el porqué ni el para qué, pero deducimos que muchas lo hicieron por huir del culteranismo achacoso del viejo mundo, por sed de aventuras, por afán de riquezas, por liberarse del tedio medieval; incluso, no faltaron las que se embarcaron tras el amor esquivo de un conquistador díscolo y atrevido. En “Pacto de sangre” nos encontramos con la europea ya instalada en su encomienda o hacienda, donde ya ha empezado a indagar, husmear, pesquisar en los gestos de piedra, en los sueños de greda, en la voz de pájara asustadiza, en los silencios de agua de la nativa que le cocina, le lava, le jardinea, la peina. Así se produce el primer contacto entre ambas hembras, en apariencia tan antagónicas, que va a terminar en fusión, en mestizaje, en simbiosis, en el nacimiento de nuestra maucha que encarna a las dos viejas herencias genéticas que venimos mentando.
Reparemos ahora en lo que meditaba la española. Inicia su parlamento, sorprendentemente, con un cierto guiño de comprensión hacia la raza originaria: “Y tú pareces que gozaras y sufrieras al descubrir tus primeros instintos/…Cuántos secretos oculta la noche igual que tus ojos”. ¿Afinidad de mujer, complicidad, almas gemelas en las motivaciones últimas del ser femenino? Inquiere, se cuestiona, acosa con un nudo en la garganta: “Quién eres, te pregunto, y yo misma me respondo/ como si así conociera más el silencio de todas las cosas”. Paulatinamente, pasa de una incipiente inseguridad a esa confianza serena que se expresa tan limpiamente en estos versos: “He cambiado mi vaso de cristal por uno de greda/ porque al tocarlo me siento más cerca de mí misma…/ Al abrir los ojos te veo sonreír complacida/ con el mismo fervor de los niños cuando riegan un árbol”. Aunque de repente aflora la nostalgia por los mares lejanos, por el lar familiar, por el cielo de Europa -“Son los recuerdos que igual que mi pelo siguen creciendo/ Antes eran rubios, ahora son más blancos que el olvido”- éstano impide que nuevas experiencias en lugares remotos y salvajes, como los que ahora habita, vayan dejando una impronta definitiva en su alma sensible. Notable es el poema “La leche de las piedras” para ilustrar tal aprendizaje: “Conocí la leche de las piedras/ no en vaso ni en el hueco de mi mano/ en las propias ubres henchidas de una cabra del monte/ encuclillada como se conocen todos los secretos.// Porque al verla a través de mi ser mientras bebía/ fue como conocer el origen de estos cerros sin memoria// Ahora veo a los animales ramoneando entre los riscos/ -si ellos no existieran de nada se acordarían las piedras./ Y yo aprendí desde ese día a sentarme en la tierra/ mejor que en los grandes sillones de mis ancestros”. Imperceptiblemente se va mimetizando dichosa, inocente, candorosa, crédula, con la nueva realidad: “Yo me acerco al horno de barro como al patriarca de su tribu.// Olor a ceniza de pan que perdura muchos días./ Olor a mí misma cuando me abrigo con lana de oveja”. Un día la rucia repara en este pequeño rito: “El fuego que ella enciende dura todo el invierno”. Son experiencias yo diría místicas, infusas, que marcan para siempre a una persona sensible, pasando a constituir tal hábito un cabal conocimiento de las cosas. Oigámosle: “Al sorprenderte un día arrodillada en el sitio más solo de todos/ supe por qué te siguen los animales cuando van a morir”. El mestizaje ya aflora, es inminente: “Y yo escucho por primera vez la voz de la india/ como el arrullo de las torcazas a la hora de la siesta”.
Creo, sinceramente, estar en presencia de un poemario sin par en la literatura regional, que mucho nos puede aportar en descifrar los enormes vacíos que aún tenemos para terminar de conocernos como seres humanos.
Indispensable pareciera ser, en este bregar por integrarse y asumirse otra persona en estas latitudes, la humildad y la paciencia como virtudes superiores; sin ellas no hay sabiduría. Así medita sobre los quehaceres de la india: “Ella se despide de los utensilios cada noche/ como de las raíces que trabajan mientras dormimos.// Al día siguiente le parecen igual que si supieran/ más que ella misma cómo se podan las vides, los rosales.// Y entonces sabe que al encender los leños nudosos/ el fuego fue el primer utensilio que usaron los dioses”. Las vivencias se multiplican. Vive jubilosa su nueva condición de trasplantada en América morena; cree revivir íntegra con un vigor, con un ímpetu, con un ánimo, con una tenacidad nunca antes sospechada siquiera: “Ella está ahí, siempre está ahí, y cuando degüella un animal/ o despluma las aves/ está ahí más que nunca./ Como despertándose recién del primer sueño de la tierra”. Luego, la europea y la india serán la misma persona. Así lo reconoce esta advenediza, encantada por los sortilegios de la cultura mestiza que está germinando. Su porfiada manera de asumir los elementos en su pureza original da a luz, en estos versos reveladores, un nuevo ser: la mujer maulina que brota inesperadamente como la mariposa del capullo: “Algo me hace acercarme a ella/ es el olor de la sangre/ porque somos por un momento como dos animales husmeando en torno.// A ella me acerco como si nos uniera un círculo sagrado/ el más viejo de todos/ el que hace odiar a quienes nos aman/ y amar a quienes nos odian/ abriendo y cerrando cada vez/ el gran círculo que recorre el sol cada año”.
VI
Bueno es agradecer al poeta tamaña entrega de belleza. Me he quedado sin aliento varias veces mientras escribo estas reflexiones; que de repente se me vienen a la cabeza cosas que me asustan de tan hermosas que son, pero que sin duda sirven bastante para aclarar el texto, aunque también -y esto creo que es lo más importante- para bosquejar la prehistoria de la propia existencia. Ahora continúo con mi ensayo.
VII
Cuando la hablante en estos poemas, ya sea la india o la europea, indistintamente se asume como primera persona -ese tan mentado yo poético que, dicho sea de paso, bastante han tratado de eliminar los estudiosos-, cuando esa voz escindida de la hembra maulina se expresa, digo, siempre hace uso de la palabra refiriéndose a su complemento, a su otra parte constitutiva, a su aditamento interior, como quien contempla a un ser misterioso, a una extraña que la atrae, de la cual le agradan sus maneras tan distintas a las suyas, sus incógnitas, sus formas de asumir y resolver los cuestionamientos existenciales del diario vivir, los afanes domésticos incluso. No se asume aquí, en “Pacto de sangre”, el encuentro y abrazo con el otro, con la otra, como un rechazo étnico o racial, como pérdida del bagaje cultural, sino como ganancia. Esta poesía propone asumir el inexorable sincretismo con templanza, casi con nobleza. Carlos Fuentes nos acota y ratifica: “Reconocer nuestra diversidad y nuestro mestizaje: aquí reside toda nuestra riqueza”.
VII
El discurso del bardo
Durante toda la lectura de este libro existe una voz tutelar en tercera persona, la voz del bardo, que vaticina los derroteros del genio de la raza en ebullición; pareciera meditar en y durante todo el desarrollo del mestizaje en curso, paso a paso, anotando aquí y allá maravillosos momentos, pequeños fulgores, el esplendor irrepetible e imperecedero de las cosas vistas por primera vez.
VIII
El desenlace de “Pacto de sangre” es impensado, como toda revelación jubilosa. La potente imagen del cordero sacrificado nos rememora al rito cristiano de la donación del ser entero por una causa superior, el vaciamiento, que se prolonga a través del acto erótico y fecundo de la preñez, “de lo más genital de lo terrestre”. Es el rito de la preciosa sangre, del parto, de la renovación de la especie en el llanto y vagido de una nueva criatura. Así el origen y nacimiento de otro ser, en el caso de la eclosión del germen en comento, se expresa metafóricamente como el sacrificio de una inocencia en aras de otra virtud superior, la aceptación de una nueva raza, como María acepta la anunciación del ángel que la preña del hijo del hombre y ella asume sin chistar su condición de madre de un nuevo pueblo.
Son elucubraciones, nada más, perfectamente discutibles.
Mucho he reflexionado en este alumbramiento de la etnia maucha, donde se encarna “una vieja raza (que) perdura en la dos mujeres”. Esta maucha o maulina que emerge en esta poesía es, sin duda, la misma vecina o paisana que vemos transitar por las ciudades y caseríos de la región del Maule. Sólo un poeta como Efraín Barquero podría religarnos, vincularnos, al origen telúrico y metafísico del ser que nos habita; estos cantos definitivamente nos ayudan a reencontrarnos con nosotros mismos al descifrar con un dejo casi familiar, de hermano mayor, los enigmas y secretos que dormitan en el fondo del alma de todo maulino, de toda maulina.
Vilches Alto, otoño del 2011