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Efraín Barquero | Autores |



 





"La Compañera", de Efraín Barquero
Editorial Nascimento, Santiago, 1956, 103 páginas

Por Germán Sepúlveda
Publicado en La Nación, 24 de marzo de 1957


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Nivel de nuestra Lírica.

En el curso de los siglos ha sedimentado una gran poesía en lengua castellana. La lectura atenta de sus maestros principales muestra un venero de nobilísima jerarquía cualitativa. Exégetas del. relieve de Dámaso Alonso, Pedro Salinas y Carlos Bousoño, que cargan el acento sobre la esencialidad integral del fenómeno poético, señalan con brillo sus valores fundamentales. Hay, pues, en nuestro idioma, una tradición lírica de máximas exigencias para quienes ingresan a sus huestes de poetas. En el caso especial de Chile, una media docena de ellos han puesto el nivel medio de calidad a una altura de escabrosa igualación o superación. Cuantos vienen juntos o tras de sus lecciones, ya no están a campo raso, sino que tienen un formidable sistema de vallas estéticas ante sí.

Singularidad de la poesía.

Dentro de la literatura, la modalidad lírica quizás sea la más delicada. La percepción del fraude, la impostura y el tartamudeo verbales no deja lugar a equívocos. Los buenos lectores adquieren una saludable intransigencia valorativa, por tanto, las turbulencias de arriesgada versificación publicitaria no prosperan. Es cosa justa y justificada: centurias de idioma y de lirismo constituyen una tabla estimativa imposible de burlar. Si los bardos juveniles no han asimilado los contenidos y experiencias superiores de ese registro, con plena certidumbre se les descubre la desnutrición artística. Y esto les impide cualquiera superación innovadora.

Situaciones de hecho.

Las excelencias de la tradición pretérita y presente, el rigorismo intrínseco de la creación lírica y la insobornabilidad de los buenos lectores, no perturban la valentía de editar libros de ese género. Ello obedece a la dinámica espiritual de toda individualidad ansiosa de expresión, una de las cuales —y de las más complejas— es el poema. Mas, la simple necesidad de expresión no basta, es indispensable dominar los medios que la encaucen adecuadamente. Esta aptitud distingue al lírico de su lector o del simulador: aquel intuye, organiza y descubre en forma concertada los procesos anímicos. Estos usufructúan de sus hallazgos reveladores.


Acotaciones a "La Compañera".

Con extrema timidez uno se aproxima a este libro. Asalta el terror de no encontrarlo siquiera bien dispuesto en los requisitos externos elementales. “La Compañera” es una de las excepciones relativas: un poeta a punto de nacer y desarrollarse parece unido a su presencia. Examinemos algunos fragmentos de ciertas poesías.

“Canto a esta mujer que está en silencio, con millares de hijos en el vientre, pero que silenciosa viene y va, más liviana que un pájaro en el viento". Tenemos una figura femenina con sus rasgos peculiares: la actitud de recogimiento expresada en el "silencio", la de fecundidad permanente y cotidiana en sus "millares de hijos", su preocupación hacendosa en ese "viene y va" y el sentido de su figura objetivada en la frase "pájaro en el viento". Esta individualización es, asimismo, una síntesis genérica de un tipo de mujer cuya especie nos es familiar. El poeta le ha dado el rango de universalidad consustancial al arte.

“Yo te beso con gesto rápido y seguro, como de morder el pan o coger las herramientas. Y te digo en un momento tantas cosas, tantas cosas, que solo tú recuerdas". Aquí aparece una relación humana definida con extrema seguridad: el erotismo del beso, el acto reiterado de morder o el de coger dos cosas concretas nos golpea en la conciencia con la cotidianidad del pan y la herramienta. Y luego la vena de las palabras abundantes, caudalosas, desordenadas, tal vez, que únicamente su auditora —deliciosa tolerancia de mujer— mantiene en su memoria.

"Nuestro amor no quisiera esconderse, no quisiera avergonzarse de su magnitud; en esta calle estrecha, junto a estos hombres tristes, no quisiera avergonzarse de brillar como el sol". El amor es un sentimiento personalísimo para quienes lo experimentan, pero en cuanto forma de realización humana, tiene un timbre social. Este timbre social lo da el ambiente en que los enamorados se arrullan; pudiera haber causas que cegaren el alma de los vecinos para la ternura y la delicadeza emotivas. El resplandor de estos sentimientos, a veces, hay que lucirlo con verdadero heroísmo entre el ensueño y la realidad arisca.

“Tal vez no seas más que corazón, por eso nunca te defiendes, como si fueras un nidal abierto. Tal vez no seas más que madre, entraña, vellón, seno, plumaje, y no vivas más que desgarrada por cada día que nace". A propósito de este fragmento deberemos señalar ciertas fallas frecuentes en la técnica versificatoria de Barquero. A menudo sus poemas se malogran por ripios de diversa naturaleza. Por ejemplo esos "tal vez", "más que", "como", a los cuales se acoge con gran reiteración, le estropean sus composiciones y nos ponen ante la evidencia de su escasez de recursos verbales apropiados. Es necesario que se habitúe a la secular comprobación de que si el obrero manual ha de ser diestro en el empleo de sus instrumentos, no menos ha de serlo el creador espiritual.

"Y eres juguetona igual que una cabra, y te temen mi tristeza y mi perro, porque siempre les pisas la cola. Contigo la casa se ha ensanchado, el sol se ha puesto a tu servicio, el agua ha bajado de los cielos, la espuma canta entre tus manos, todo lo envuelve una pompa de jabón". Fijémonos en esos "igual que", "te temen", "porque", "se ha ensanchado", "se ha puesto", en el contexto, los nexos y los verbos compuestos le restan velocidad y fuerza intencional. En seguida "mi tristeza y mi perro", "les pisas la cola", "a tu servicio", "de los cielos" son todas expresiones coloquiales, a las que no se ha impreso una tensión lírica que las transforme y les proporcione categoría estética. A este respecto, nos parece bien la inclinación de los poetas a trabajar con elementos concretos, familiares, sensibles hasta lo agresivo, siempre que les insuflen matices y les descubran sentidos valiosos para la sensibilidad ajena. Aquí, seguramente, se parapetan las vivencias de Barquero, hombre de todos los días; más, Barquero poeta no ha conseguido incorporarlas a su entraña artística, no los ha hecho elementos funcionales de una intuición integradora. Me asiste el temor de una excesiva conformidad con la simple concreción de las cosas próximas a su vida diaria. Y esto se llama sencillez, a menudo. Por el contrario, son vulgares frustraciones o concesiones a la pereza.

Las imperfecciones indicadas parecen transitorias. Una disciplina de lecturas selectas, de meditaciones críticas sobre la otra extraña y la suya misma, amén de una poda a rajatablas en las emotividades rebeldes a la decantación lírica, le conquistarán a Barquero un sitio honroso en nuestra poesía.

A la segunda parte de "La Compañera” nos referiremos en general. Pasa del plano femenil al de las motivaciones telúricas y cósmicas. Se advierte la perspectiva certera del poeta larvario, el camino bien orientado del viajero inexperto, la sana intención de la bella persona. Sin embargo, está lejos de comprometerse definitiva e ineludiblemente con el mundo en torno. El compromiso de un poeta con su mundo en torno consiste en engendrarle una espiritualidad poderosa, avasalladora, irrefutable. Esa espiritualidad podrá ser de muchas maneras, pero ha de ser una de cuño bien determinado, palpitante de intimidad y exterioridad mancornadas por el “furor poético”, Efraín Barquero nos da la impresión de un navío, cuyas velas todas están tensas por el viento; más prisionero de la escasa energía de esa fuerza natural. No deseamos incomodarlo. Si relee los poemas acerca de las aguas, los árboles, las aves y las bestias, de la Mistral, Neruda y De Rokha, por ejemplo, advertirá que en ellos el velamen apenas si resiste el ímpetu motriz de esas formidables individualidades. No haga lo que ellos, pero aprenda de ellos.

Estas líneas quizás disuenen con los elogios tributados a "La Compañera". Hay en Efraín Barquero algo semejante a un poeta y es un deber llamar su atención hacia los arrecifes. Los maestros de nuestra lírica, repetimos, han marcado un nivel medio de calidad respetabilísima. Barquero podría ganar un puesto en estos días, pero trabaje, trabaje y trabaje. Abandone, repudie y execre la creencia de que la falta de disciplina y cultura literarias le resguardarán su originalidad. Si la tiene, aflorará cuando sea amo de muchas maestrías. Su libro de hoy es una animadora promesa.

 

 


 

 



 

 

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"La Compañera", de Efraín Barquero.
Editorial Nascimento, Santiago, 1956, 103 páginas.
Por Germán Sepúlveda.
Publicado en La Nación, 24 de marzo de 1957