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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Efraín Barquero en China en los años 60. (La Tercera)
Efraín Barquero y China
A propósito de la reedición de El viento de los reinos por Ediciones Lastarria (2019)
Por Julio Rodajo
Publicado en Letras en Línea, 16 de octubre de 2019
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“No vine a remover nada como en la arena de los naufragios/ vine a buscar un rostro que me niegue su orfandad/ vine a aceptar lo que somos/ este animal cegado por el sol del desierto.”, dice la voz de “El viento de los reinos”, de Efraín Barquero, libro que surgió del viaje a China que emprendió el poeta chileno y que acaba de ser relanzado en la Primavera del Libro. Julio Rodajo, ex-alumno de la UAH y estudioso de Barquero, nos comenta este rescate, las relaciones entre poesía y China que aparecen en el libro y nos ofrece una excelente selección de poemas.
El pasado viernes 4 de agosto se llevó a cabo el relanzamiento del poemario El viento de los reinos del destacado e importante poeta nacional Efraín Barquero (Premio Nacional de Literatura 2008). En esta ocasión, dentro del marco de la octava versión de La Primavera del Libro, en Parque Bustamante, el poemario que originalmente fue publicado en 1967, para incluirse en el afamado catálogo de la Editorial Nascimento, hoy resurge gracias a la co-edición de Ediciones Lastarria y Nascimento. La presentación estuvo a cargo del profesor Naín Nómez, experto en la obra del autor; Pedro Pablo Guerrero, periodista y editor de Ediciones Lastarria; y por Pablo Farba Nascimento, que retoma el proyecto editorial de su bisabuelo. Respecto a la asistencia: se lamentó la ausencia del autor (el cual a los 88 años sigue vigente), pero estuvimos quienes lo leen y reconocen como un baluarte de la producción poética nacional.
La importancia de esta nueva edición recae en el respeto que los editores tuvieron de aquello que se inició en 1962 como producto del viaje que el poeta emprende hacia China, en tanto mantienen la ausencia de índice, recalcando el carácter laberíntico; su epígrafe (“A Eduardo Molina Ventura, por su espíritu poético. A mis antecesores en la ruta interior a la China primordial: Paul Claudel, Victor Segalen, Saint-John Perse, André Malraux y Marcel Granet.”), tan honesto y fundamental para comprender esa verdadera exploración existente dentro del poemario y que en lo concreto se vinculó con un más-allá, temporal y espacial, propio del vínculo exótico. Por otra parte, en la nueva publicación se ha agregado fotografías inéditas de Barquero en China y el prólogo de Eduardo Molina Ventura (El Chico Molina), que no estaba firmado en la primera edición y que fue uno de los gestores principales para que el poeta continuara con la labor de reconfigurar su experiencia en lenguaje poético.
Dicho esto, me encuentro demasiado agradecido por el regreso material del libro, ya que a éste le debo el término de mi Licenciatura en Lengua y Literatura, trabajándolo en mi tesina desarrollada dentro del Proyecto de Investigación Fondecyt, “La imaginación del ideograma: entre Pound y Michaux”, cuyo investigador responsable fue Fernando Pérez, quien, además, me hizo llegar la invitación del relanzamiento. En dicha ocasión, cuando conocí personalmente a Barquero en su departamento, alrededor de su mesa, me informó que existía una editorial interesada en la reedición del ejemplar que se hacía notar ante nuestra conversación. Perdí el rastro. Hoy retomo el entusiasmo de distender algunas palabras sobre esta obra, que es propia de un genio que mezcla el pensamiento metafísico con la sencillez de su semilla.
En la presentación, Naín Nómez expuso la estructura del libro, refiriendo a las cinco partes “casi simétricas, en términos de número de poemas: entre 10 a 12 por sección; y número de versos entre cada poema: entre 15 y 30, con excepción de tres de ellos.” En términos generales, presentó la pregunta “¿Qué tipo de poemario es El viento de los reinos?”, respondiendo con las ya conocidas “reminiscencias a Neruda”, que Valente también comparó durante el año de la primera aparición en 1967. Sin duda, Naín Nómez es consciente que en Barquero se expresa mucho más, y al igual que en su prólogo a la Antología (LOM, 2000), aludió a la “búsqueda de una humanidad perdida como intento de trascender el umbral entre historia, cultura y naturaleza, a través de la simbiosis de espacio y tiempo.” Es, justamente, a partir de allí, donde se componen dos de los temas y obsesiones que Efraín Barquero desarrolla en gran parte de su obra poética; a saber, el encuentro ancestral que vincula al ser humano con su habitar-el-mundo, en tanto se establece a éste en una coincidencia con el entorno, las cosas, la familia, y las palabras, que permiten expresar la experiencia y el misterio. Así, situándose en el contacto con una China moderna, Barquero es un viajero que sueña y crea un movimiento interior, permitiéndole interceder en la dirección del Tiempo, el cual ya no se percibe hacia adelante, sino hacia un pasado considerado como posible origen común de toda la humanidad. De esta manera, el viaje emprendido genera la visión onírica de una China milenaria, sugerida, poetizada, donde convive el mundo del pensamiento con el mundo de los sentidos; manteniendo, bajo el signo de lo lejano, incognoscible y silencioso, un tono solemne y elegiaco que reflexiona estéticamente sobre dicha experiencia exótica.
De la mano con “uno de sus antecesores”, Barquero inicia el poemario con las “Puertas de China”, poema cuyo hablante interpela al propio poeta visto como un extranjero y profetiza, de cierto modo, su estadía y compromiso con un espacio que trasciende lo concreto, es decir, no se aborda el presente como tal, sino en relación intrínseca con un pasado extraviado. En el carácter temporal el problema surge: la exploración se torna hacia lo oculto por las huellas de la tradición, y Barquero es guardián de dicho rito olvidado, abandonado, cuyo centro se desenvuelve en el rito de la memoria. En ese sentido, sostengo, efectuando un desasimiento ante el presente, considerado como superficial enemigo, el éxota (que es el poeta) se refugia en un lar extranjero para configurar un recuerdo colectivo, la antigüedad, dada en una convivencia con los muertos, donde se reconoce el estado de las cosas, a través de la confluencia de tiempos y la exposición de elementos naturales. De este modo, el gesto de Barquero es el de adentrarse imaginariamente a una remota China, la cual supone un orden que opera como síntesis de un traslado entre varios mundos donde se impone la articulación de movimiento y perplejidad, tanto del hablante como del espacio.
Dicho esto, aquí se postula El viento de los reinos como una leyenda de la naturaleza, constituida por la impresión ante una cultura extranjera en la cual se encuentra aquello que el propio autor denomina como “inconsciente de la antigüedad”, siendo el lenguaje poético el mediador que renueva dicho lugar común, como una hoguera donde el viento le entrega su forma al fuego, y la tierra espera nuevamente ser fecundada y librarse de sus muertos. El viento de los reinos posibilita el ensueño y la estadía, mediante este viaje onírico hacia el origen de la humanidad, sin perder de vista al futuro, con el fin de construir una estética de lo humano.
Como podrá apreciar el lector, entonces, los textos presentan el viaje como un ingenioso ingreso a un laberinto de estatuas, vasijas y túmulos; caos sinestésico que refleja el desamparo y la angustia de un mundo perdido, modernizado, donde el rito degenera en olvido. He allí lo que produce Barquero: la concepción de un extranjero que va a empaparse de la otredad, de la comunión, y de sí mismo, en un ir y venir temporal, consagrando el imaginario de una China misteriosa e impenetrable, además de constatar el entorno como un ente que lo afecta en tanto lo interpela y le hace partícipe en un orden secreto que sólo le es posible abarcar mediante el lenguaje poético que articula lo simbólico. De esta manera, el viaje es concepción de vida, tiempo y estructuración de mundo. De ahí se genera la otra mirada, la mirada hacia el presente y particular de la última sección del poemario, en la cual el poeta pierde de vista a China y vuelve sus ojos hacia Vietnam, por una imposición histórica, contingente y política, donde se desarrolla una fuerte pulsión apocalíptica, desoladora y devastadora, producto de la guerra, lo cual permite deducir el sentido de todo el poemario, aludiendo a dos formas de invasión: en primer lugar, la del éxota que se nutre y regocija en el encuentro con la otredad; y en segundo lugar, al soldado imperialista que se convierte cruelmente en bestia apocalíptica.
A continuación presento una selección de poemas del libro, como una forma de convidar al lector a conocerlo completo.
Puertas de China
Extranjero, detente en mis murallas
contengo tantos muertos que entera soy de cal y espinas
mi tempestad será de ceniza extinguidas hace siglos
te quemaré como al caballo de la estepa.
Sarmentosa soy como la más pura claridad
fiera como un terrible leprosario
no verás mi desnudez que el viento cuida
conmigo dormirás sin conocerme
en mis rodillas dormirás el sueño devastado del invierno
oirás sólo el tifón
el puñado de los huesos enemigos que en mí no encuentran el reposo.
Para ti seré ausencia de raíces
un río turbio, un fruto descarnado
en mi manto hay un tambor que batiré por ti mientras existas
hueso contra hueso morderás el arroz podrido del esclavo.
Olvidarán los hijos y los padres
todo aquel que en mi pecho exprimido se formó
en ti seré siempre este fragor del tifón en las estepas milenarias
la sequedad, el frío de mis uñas
el coro de mi hambriento en tus oídos.
En el hombre encontrarás refugio
en el templo hallarás el aire que te niego
junto a Buda la obscuridad de mi memoria
de mí saldrás como has venido
no verás sino mi anchura inabarcable
no tendrás otra cosa que el silencio.
La noche larga
Todo ha sido como venir
callar
detenerme a la entrada de una puerta
como ante una sola estatua socavada
respirar la obscuridad del tiempo.
Todo ha sido como llegar a un túmulo
a una campana escrita por el frío
ver ennegrecerse los caballos
desteñirse el bronce y el otoño.
Cerrado me sentí
llegado a un límite marcado por la noche
ante una casa sin ventanas sólo puertas y puertas encontré
cada una se abría para mí
cada una aumentaba de espesor
yo debía en silencio atravesarlas impulsado por la sola obscuridad.
Cada puerta era idéntica a la otra
era yo el que hallaba más grandes los espacios
más altas las columnas de la tierra.
Todo fue como avanzar
avanzar
oliendo la humedad de una estancia nuevamente abandonada
no era yo el que cruzaba
eran las puertas que venían hacia mí
todas las puertas que yo tuve
todas las casas destruidas
desfilaba ante mí un río inverso de hombres cuyo rostro conocía
era tal la blancura de la noche que todo transcurría sin moverse.
Gong
El tiempo ardía apagando los rostros
se inmovilizaban los años para escuchar el grave sonido
se ordenaban en círculo los animales de piedra
las puertas se abrían con lentitud crepuscular
yo avanzaba guiado por el centro de mí mismo
por el extraño peso de mi alma
se apagaban los pasos como tragados por las aguas
mi aliento se disolvía velozmente
mis ojos palpaban como manos
mis oídos rechazan lo exterior
nada me era más ajeno que mis pies
nada me era más distante que mis brazos
resonaban solos los espacios comprendidos
a sí mismos se escuchaban los largos aposentos
los dispuestos utensilios ocupaban otro orden
las aves emblemáticas habían adquirido otro poder
vivían las cosas un interior de frutas solas.
El sueño de Huang-ti
Entre todos los sueños
el sueño de Huang-ti
con su caballo negro.
Solo en su palacio secreto
gobernó sin mostrar su rostro a sus vasallos
sin quitarse la armadura
sin moverse delante de su espada.
Emperador guerrero no combatió con sus ejércitos
sino en su propio corazón lleno de sombras
aspiró a la majestad terrible de los sueños
por eso quiso conocer la suprema soledad de sus actos
en un lecho siempre distinto durmió
por calles nunca transitadas anduvo
por puertas desconocidas entró.
Con un caballo vivió los honores de su mesa y de su reino
con un caballo recorrió los aposentos sin turbar el silencio del otoño
con una esposa parecida a la sequía.
Quiso vivir en un determinado lugar
en una determinada hora
con la más completa ausencia de sí mismo
quiso vivir como el más reconcentrado, silencioso de los árboles
como un suceso puro con sus ríos y montañas
ser una y eternamente lo que la tierra ha olvidado.
El único habitante
No vine a remover nada como en la arena de los naufragios
vine a buscar un rostro que me niegue su orfandad
vine a aceptar lo que somos
este animal cegado por el sol del desierto.
Vine a reconocer con mi cuerpo
vine a empaparme en la humedad de los que no ansían despertar
en ese cuerpo único que forman los seres en la raíz del invierno
en esa miel tan pura que no consumen aquellos que se alimentan de tierra.
Un solo corazón responde de entre todos los campanarios apagados
la profunda, grave voz de un río
una paloma en el enloquecido clamor de tantas alas
un solo habitante puebla la ciudad abolida
en su carne es dulce la negación, el olvido
por él recordamos frescos el pan, la simiente
un solo ser podemos rescatar, el primer muerto
el que a todos nos precede está más próximo.
Laberinto
Si algo encontré son puertas que comunicaban un aire frío
altas puertas que cuidaban el laberinto del dragón
el solemne sonido de mis pasos
tronos vacíos en un orden de silencio, edad y aldabones.
Un viejo olor a sándalo transitaba por las húmedas salas
el rumor de una inmensa campana
el otoño de los hondos imperios
guardias infernales, celestes
mantenían los obscuros umbrales
guarniciones de oro, de plata
recubrían las puertas insomnes.
Abiertas estaban sin abrirse
rodeadas de animales dormidos
cerradas a otra substancia que no fuera su estancia salobre
en el alba la desnudez las abría
empujando sin hallar su reposo
la antigua, pausada ceremonia, donde cada una cobraba su reino.