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EDUARDO BARRIOS: NOVELISTA CHILENO

Por Arturo Torres Rioseco
University Of Minnesota

Publicado en
Hispania. Vol. 8, núm. 1 (febrero de 1925)



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Eduardo Barrios se inició con una novela realista que tuvo poco éxito entre la burguesía de su país: Del natural. Inquieto de juventud y de entusiasmo quiso ensayar todos los géneros y lanzó su obra de propaganda. Mercaderes en el templo, Por el decoro, Lo que niega la vida le dieron un alto lugar en el teatro de Chile. A pesar de todo sigue siendo un desconocido para la mayoría de la gente culta de América. Sólo cuando aparece su libro El niño que enloqueció de amor se decide a aplaudirle la crítica oficial. Esta obrita es el mejor análisis de psicología infantil que se haya escrito en nuestro continente. Los que tienen el prurito de la literatura comparada nombraron a Daudet; los moralistas vieron ciertos detalles sumamente realistas; las mujeres cultas y los poetas comprendieron el fondo humano de la obra y dijeron que era un acierto digno de los grandes maestros de la novela. Y Eduardo Barrios, silencioso y humilde como siempre, siguió en su obra de arte. Y he aquí que repentinamente nos lanza un drama ibseniano y fuerte que todavía no pueden apreciar en su valiente democracia. Vivir es para mi su obra maestra por su pasión y por su gesto otra vez intensamente humano. Y Vivir no se representa y se olvida, porque no puede ser un gran éxito en las tablas, porque en Chile no hay actores y porque la sociedad austera y mediocre halla el problema allí planteado y resuelto demasiado crudo.

Después de la publicacion de este drama Barrios concentra su atención y su trabajo en un libro que él desea obra maestra. Y trabaja desesperadamente en Un perdido y nos entrega un libro de cerca de 500 páginas, cuyo valor principal es el de ser una novela genuinamente americana. Y digo valor principal, no porque sus otros valores sean inferiores. sino porque demuestra a nuestros jóvenes europeizantes que tenemos un tema americano tan noble y tan fecundo como el cosmopolita. Dice Manuel Gálvez[1] en su introducción a la segunda edición de Un perdido que éste es un libro típicamente realista, lo cual quiere decir que las cosas ocupan en él más lugar que las almas, lo cual es un error; porque en Un perdido como en todos sus libros lo principal es el análisis de vidas, la creación de caracteres que, como papá Juan, mamá Gertrudis, Lucho y tantos otros, se incorporan al grupo vivo de gente conocida que preocupa nuestra atención. Naturalmente que las cosas ocupan en la novela aparentemente más lugar que las almas, pero ésta es sólo una manera de hacer, de crear ambiente, de modo que las cosas completen a los caracteres.

Barrios es de un temperamento netamente romántico. De aquí que la mayoría de sus héroes sean personajes idealistas y vencidos por la vida. Pero como lo exterior de toda novela contemporánea debe ser totalmente natural —sin exageración romántica— resulta la dualidad.

Su última novela El hermano asno está escrita en prosa cristalina y sencilla. Ofrece algo del encanto de la prosa de Valle Inclán pero Barrios es más llano que el autor español. Es éste un libro quietista. El paisaje viene hacia el autor, sereno, melodioso. Parece que sobre el libro hay tendido un gran silencio. Este libro está escrito en tono menor, con una sencillez bíblica; parece que el autor después de haber entrado en la floresta de los místicos españoles ha salido de ella perfumado de humildad y de fervor místico, de amor por los seres y por las cosas. Los místicos de España que pueden inspirar una novela llena de platitudes y de monotonía como lo es Pepita Jiménez[2] son fuente de inspiración donde los espíritus selectos hallan exquisiteces insospechables. Barrios se nos muestra, especialmente en las últimas páginas del libro, como un escritor fuerte y bien definido. Hay una fuerza americana en este libro, una fuerza que proviene del recio temperamento del autor y no del verbalismo colorista de nuestros escritores. El hermano asno es la novela mejor escrita que hemos leído en estos últimos tiempos en lengua castellana. Pérez de Ayala,[3] tal vez más técnico que Barrios, no posee el estilo melodioso de este autor chileno. Valle Inclán es más elegante pero se repite demasiado. Únicamente Baroja y Unamuno nos conmueven más con sus caracteres: unos indiferentes, otros tan humanamente apasionados.

Hace algunos días publicó Barrios su último libro Páginas de un pobre diablo. Consta el libro de cuatro cuentos, o por mejor decir, de dos novelas cortas y dos cuentos, todo muy chileno. Lo mejor de este libro es Canción, un idilio de amor roto en flor. Mucha ternura, nobleza y elevación en los caracteres, y una emoción de paisaje que da a la historia el encanto principal. Una historia un tanto poeana es Antipatía. El autor está fuera de su centro en estos temas tragicómicos. El cuento que da su nombre al libro es lo más representativo de su manera de hacer actual. Un pobre diablo —¿cuántos no hay?— es un poeta y estudiante venido a menos. Para vivir tiene que trabajar. ¿Y dónde? Lo único que encuentra es una casa de Pompas Fúnebres. Y aquí tenemos su espíritu delicadísimo en un ambiente terrible en que la tragedia objetiva de los ataúdes se aumenta con el cinismo y la vulgaridad del dueño de la empresa. La neurosis alarga sus antenas y la locura hace piruetas en el cerebro de este muchacho, estudiante y poeta.

He repasado rápidamente las obras principales de Eduardo Barrios Repetiré una vez más que su obra es digna de aplauso por el elemento americano y por la sinceridad artística. Barrios es uno de los pocos novelistas —¿acaso el único?— que sin haber salido de su país son conocidos en todo el continente. Entre los novelistas chilenos de hoy su personalidad es inconfundible. Hernán Díaz Arrieta, tan artista, parece que se ha quedado en la promesa soberbia de su Sombra inquieta. Rafael Maluenda no nos ha dado aún una novela larga. ¿Santiván, Latorre, Edwards Bello, Labarca? Unos un tanto pasados de moda, estilo Blasco Ibáñez; los otros desalentados en un ambiente ingrato. Hace algunos meses murió en Chile nuestro Baldomero Lillo, uno de los autores de cuentos más representativos de nuestro continente. Pues bien, aquí donde leemos tanto a Vargas Vila, Zamacois, López de Hare, etc., Lillo era un desconocido. Lo único que nos hace dudar del talento de Barrios es su gran popularidad en América.

 

 

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Notas

[1] Crítico y novelista argentino
[2] Muchos son los defectos de este libro; el estilo es amanerado y poco varonil; Pepita con su mediana educación — discurre como un filósofo; y por lo general los caracteres son muñecos que el autor mueve según su voluntad y sus teorías.
[3] Es curioso que en los Estados Unidos donde Blasco Ibáñez, Palacio Valdés y otros son tan populares no se conozca la obra de este novelista español.



 

 

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