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La reaparición de Efraín Barquero
Próxima reedición "Mujeres de oscuro"

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros. El Mercurio, domingo, 26 de marzo de 2017


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Muchos creían que continuaba viviendo en Marsella, Francia, el país que lo acogió durante casi todo su exilio. Pues no. Desde hace tres años que Efraín Barquero (Piedra Blanca, 1931) vive en un departamento de Antonio Varas, en Providencia. Hasta septiembre, junto a su esposa, Elena Cisternas Franulic, origen y destino de los poemas de amor que integran su libro La compañera (1956). El año pasado, sin embargo, murió la madre de sus tres hijos, hecho que acentuó aún más su carácter retraído.

"Ella me acompañó una vida entera, por todas partes, nunca nos separamos. Esta fue la primera separación", dice. "Hacía todo para que yo tuviera silencio para trabajar. Me ayudó mucho, era una gran conocedora de la música y la pintura. Conmigo se hizo conocedora de la poesía también. Llegó a ser una buena crítica, bien aguda. A veces hasta me hacía unos comentarios que me dejaban enojado. Tenía un sentido del gusto único y mucho talento artístico. Una vez expuso sus cuadros en la sede del Parlamento Europeo, en Estrasburgo".

Aunque liberado ya de cuidarla, tampoco puede salir demasiado. Barquero padece miastenia, enfermedad de los músculos que le dificulta caminar. "Tengo tendencia a estar solo", reconoce tamborileando sobre la mesa, en un gesto que no llega a ser de impaciencia, sino un marcador del ritmo con el que va lanzando sus parcas respuestas. "No veo a nadie. Con Naín Nómez me veo un poco más. Me hace falta el contacto con la gente. No estoy muerto por dentro, solo he pasado un mal momento de vacío completo y por eso tanto silencio. Pero eso ya tiene que irse".


Dos nuevos libros

Poco antes de ganar el Premio Nacional de Literatura 2008, Barquero dijo que iba a volver a Chile si lo recibía. "Echaba de menos hasta los temblores", recuerda. Sin embargo, solo vino a buscar el galardón y regresó a Francia por unos años más, debido a la salud de su esposa. En todo este tiempo ha seguido escribiendo. La Universidad de Talca le publicó su más reciente poemario, Pacto de sangre (2009), donde reflexiona sobre el mestizaje a través de dos mujeres: la castellana y la india. Universitaria reeditará en abril  Mujeres de oscuro (1992), en el que evoca a las tías solteronas y beatas que lo criaron mientras en Teno su padre -protagonista de la elegía El regreso (1961)- intentaba ganarse la vida con una panadería. "Le fue mal, porque no era comerciante, sino un intelectual en potencia", opina Barquero. El alimento adquirió un fuerte simbolismo en libros como El pan del hombre (1960).

Por estos días lo mantienen ocupado dos inéditos. El primero es La nueva de la vieja semilla, lleno de evocaciones íntimas de su infancia en Piedra Blanca. "Yo me crié con el misterio de la semilla y de la miel de mi abuelo apicultor. Las mujeres de oscuro eran las mismas que separaban a mano la nueva de la vieja semilla", dice. De esta forma dio con el título del libro que quiere publicar este año. Lom reeditará, además, varias de sus obras. "Si ponen en tu mano un mate y una bombilla / anda a ese lugar donde la noche es un brasero de cobre / lleno de estrellas de plata que tres mujeres / hacen arder con soplar el aire de la noche". Así comienza su poema inédito "Las materas".

El segundo libro, todavía inconcluso, lo comenzó a escribir luego de la muerte de su esposa. Su título, según explica, tiene resonancias bíblicas: Escrito está. "Es una especie de réquiem", dice. "Pero no tiene ni gritos ni exclamaciones. Siempre me he abocado a tomar el misterio de la vida y de la muerte cuando se tocan. Por ahí me jugué en ese libro. Lo estoy componiendo con la pauta que usaban los músicos: muerte y transfiguración. Ya tengo la primera parte; me falta la otra, 'transfiguración', que es la más rica, donde trato de sacar a flote lo mejor que tenía mi mujer en todo sentido".

Efraín y Elena se conocieron en una sala de la Biblioteca Nacional. Él había llegado a Santiago para estudiar Pedagogía en Castellano, pero se pasaba leyendo poesía. Nunca terminó la carrera. Alumna de la Escuela de Bellas Artes, Elena estaba haciendo una memoria en arte japonés. Empezaron a vivir juntos y se casaron al cabo de unos años. Pablo Neruda fue padrino del matrimonio. Al poeta le había gustado el manuscrito de La piedra del pueblo (1954). Tanto, que le escribió el prólogo. "Conocí mucho a Neruda, era muy generoso, pero un poquito absorbente, y yo no podía comulgar con todo, así que preferí alejarme", recuerda.

"No era teórico, sino más bien práctico. Trabajaba mucho", agrega. Un día estaba en la playa de Isla Negra y Neruda lo llamó para que lo acompañara a hacer trámites en el pueblo. Empezaron a caminar, siempre conversando, y Neruda se detenía a mirar los jardines y hasta sacaba algunas flores. "Me di cuenta de que no había ninguna diligencia: se había atascado en su escritura y salió conmigo para despejarse. Era como el rito zen de tirar al arco sin mirar el blanco. Para que la poesía resulte fresca y espontánea tiene que estar la mente en blanco", descubrió el autor de Maula (1962).


La Momo y Lo Gallardo

"Hace pocos días hablaba yo con Efraín Barquero, y me decía que al escribir un poema es el acto mismo e instantáneo de ponerse a escribir lo que hace al poema", anota José Donoso en sus Diarios tempranos. Corría 1957 y el autor de Coronación visitaba con cierta frecuencia a Inés "Momo" del Río en su casa de Lo Gallardo, cerca de Santo Domingo. El 29 de julio del mismo año, Luis Oyarzún recuerda en su Diario íntimo una reunión junto al fuego en la que la esposa de Barquero le hizo un retrato mientras la Momo preparaba unos tragos en el bar y Efraín acababa de leer dos poemas en los que imperaba "una tierra que germina tanto en las raíces como en los pájaros y en todos los animales". A mediodía habían caminado hasta las Rocas de Santo Domingo. Ocho horas duró el paseo.

"Envidiable" le parece a Oyarzún la existencia de "Efraín y Elenita" en Lo Gallardo. "Vivíamos libres como pájaros", admite Barquero mirando más allá de la ventana de su departamento. Aún recuerda el día en que los convidaron a esa casa. "La señora nos recibió muy bien, tenía invitados, y me pidieron que leyera dos poemas. Yo estaba escribiendo Enjambre, así que leí 'La miel heredada', que a la señora le fascinó. Nos invitó a vivir en una casa desocupada que tenía en la propiedad. Una casita de cuento, metida en un bosque. Yo acepté inmediatamente. La Momo era tan hospitalaria y señorial al mismo tiempo; una gran dama que venía de una familia muy altruista". La Momo no les pidió nada a cambio. "Al contrario, nos dio todo. Hasta las frutas. Nos invitaba todos los días a comer. Yo solo escribía. De repente me pedía que leyera 'La miel heredada' y 'Fogón', que eran sus poemas favoritos. Vivimos años con mi mujer y los niños", dice, y luego se queda en silencio. De pronto se decide a revelar algo: "En Pacto de sangre, la castellana es la Momo, y la Gina, su criada de siempre, es la india. Se peleaban todo el tiempo, pero no podía vivir una sin la otra".

En 1962, Barquero recibió una invitación para viajar a la República Popular China. "Tuvimos que vender hasta los colchones para enviar el telegrama de respuesta", exagera. La gestión fue del artista José Venturelli, quien le consiguió trabajo como profesor de español. El poeta recuerda que les pidió a sus alumnos olvidar los áridos manuales de gramática y se pusieron a leer cuentos de Manuel Rojas y otros autores chilenos. Los dos años que vivió en China junto a su familia fueron determinantes en su poesía. Allá comenzó a escribir su magnífica obra El viento de los reinos (1967).

"Quería hacer algo más universal que en mis primeros libros", dice Barquero. "Muestro a China vista por un extranjero. No me hago el chino. Quiero decir que la veo desde fuera. Ese es el mérito de la obra. Hay una similitud con Anábasis y Exilio, de Saint-John Perse, uno de los poetas a quienes les dediqué El viento de los reinos. Le envié un ejemplar a Washington. Debe haberle gustado que un poeta de estas tierras tuviera relación con China, como él. El libro está en su biblioteca privada en el Museo Saint-John Perse de Aix-en-Provence".

Las autoridades chinas estaban tan satisfechas con el matrimonio Barquero que incluso los condecoró el ministro Zhou Enlai. "Me arrepentí de haber vuelto tan luego. Tenía un regio sueldo allá y Elena también enseñaba español. Fui amigo de los chinos, los quise, fueron muy generosos y acogedores conmigo. No querían que nos viniéramos y se molestaron un poco cuando aceptamos una invitación para volver a través de Rusia. Nosotros queríamos conocer, así que aceptamos. Pero no, no era lo mismo, ahí tuve nostalgia de China", recuerda.

Desde fines de los 50, Barquero participó en varios encuentros de escritores organizados por Gonzalo Rojas en Concepción. Publicó Epifanías en 1970 y al año siguiente asumió como agregado cultural de la Embajada de Chile en Colombia. El golpe de Estado lo sorprendió en Bogotá. Fue expulsado del cargo; viajó primero a México y luego a Cuba, donde pidió asilo al gobierno francés. Durante casi 20 años hizo clases de civilizaciones precolombinas en el Departamento de Español de la Universidad de Estrasburgo.

Intentó un primer regreso a Chile en 1992, año en que publicó tres obras: Mujeres de oscuro, A deshora y el libro en prosa El viejo y el niño. "Para los que volvíamos desde afuera estaba todo cerrado. No encontré la reacción que me hubiera gustado. No era muy simpática. Tal vez creían que uno se estaba aprovechando de su condición de retornado", piensa.

- ¿Qué opina de la situación actual de la poesía chilena?
- Lo que me llama la atención es que ahora no es la poesía la que está respirando por ahí, sino que es el cine. Le dan mucho más espacio y está presente en todo. En otro tiempo era la poesía. Hoy ni siquiera la pintura, sino el cine. Está bien, me gusta mucho. Incluso la poesía, para que interese, debe tener algo del dinamismo del cine.

- ¿Se refiere a contar una historia?
- Un poquito. Tiene que haber algo como las parábolas del Nuevo Testamento. Yo he trabajado mucho en el último libro con todas esas cosas, porque tocar el tema de la muerte es difícil. Es verso libre, pero medido. A eso me ayudó mucho el contacto con Francia y su poesía, que realmente no es tan grande como antes, pero la precisión la aprendí allá.


 

 

 

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