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Rescatan los cuentos y el teatro de Eduardo Barrios

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 28 de octubre de 2018




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«Nací en Valparaíso, el 25 de octubre de 1884. Soy hijo de chileno y de peruana. Mis padres casaron en Lima, durante la ocupación del ejército de Chile, en cuya comisaría general ocupaba mi padre un puesto». Su abuelo materno, añadía, era alemán. Así se presentaba Eduardo Barrios en una semblanza autobiográfica de 1925, incluida al comienzo del volumen Cuentos, recién publicado por Ediciones de «Los Diez» y Ediciones Universidad de La Frontera; con encuadernación en tapa dura, al igual que Teatro, libro que reúne toda su producción dramática.

«Recorrí media América», prosigue el autor. «Hice todo. Fui comerciante, expedicionario a las gomeras en la montaña del Perú; busqué minas en Collahuasi; llevé libros en las salitreras; entregué máquinas por cuenta de un ingeniero en una fábrica de hielo de Guayaquil; en Buenos Aires y Montevideo vendí estufas económicas; viajé entre cómicos y saltimbanquis; y, como el atletismo me apasionó un tiempo, hasta me presenté al público, como discípulo de un atleta de circo, levantando pesas… He caído, he levantado, he sufrido hambres, he gozado hartanzas. Y siempre en medio de todo, me respeté… porque soy un sentimental».

Estas confesiones de autodidacto viajero, consciente de sus orígenes cosmopolitas, permiten entender la diversidad de ambientes, paisajes y el «amplio registro estilístico» (Fernando Alegría) de su producción narrativa, caracterizada por su aguda capacidad de observación psicológica y social, sobre todo de las capas medias. La obra de Barrios se enmarca en el paso del siglo XIX al XX, y corresponde a una escritura de transición, que avanza desde el realismo romántico, incluso costumbrista, a una forma acentuadamente crítica, bajo la influencia de autores como Flaubert, Zola y los españoles de la Generación del 98. De los franceses recoge el interés por el sexo, y su integración, mediante instituciones como el matrimonio, al proceso de reproducción social. De los segundos, Barrios aprende el tono fustigante que, en Chile, aflora con el Centenario y da nombre a una generación empeñada en denunciar los vicios nacionales. Partidario de Carlos Ibáñez del Campo, fue ministro de Educación en sus dos gobiernos y director de la Biblioteca Nacional. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1946.

Raúl Silva Castro equiparaba a Eduardo Barrios con Alberto Blest Gana, como autor de novelas, género en el que se especializó y que le trajo los mayores reconocimientos ( El niño que enloqueció de amorGran señor y rajadiablosEl hermano asno ). Su talento cuentístico quedó así completamente olvidado. Cuentos viene a refrescarnos la memoria. El volumen compila los siete relatos que escribió. Los tres primeros son «Amistad de solteras» (retitulado «Como hermanas»), «Lo que ellos creen y lo que ellas son» y «Celos bienhechores». Fueron publicados originalmente en su ópera prima, Del natural, impresa en Iquique el año 1907. «Pobre feo» apareció junto a El niño que enloqueció de amor (1915). «La antipatía» formaba parte de Páginas de un pobre diablo (1923). Los dos últimos textos, «Santo remedio» y «Camanchaca», provienen de Tamarugal (1944).

Los cuentos tempranos, a pesar de manifestar gracia descriptiva, buen oído para los diálogos y un picaresco sentido del humor, apenas van más allá del cuadro de costumbres —en este caso amorosas— sin desarrollar propiamente una intriga. Ya «Pobre feo», sin embargo, constituye un relato en forma, que sobresale por el pathos de sus personajes y la originalidad de su construcción narrativa: hecho a partir de cartas que logran transmitir al lector emociones intensas y contradictorias. Un paso adelante, «La antipatía» explora el rechazo que provoca en un estudiante de medicina un hombre al que detesta, pero que debe asistir en su agonía. Las dos últimas narraciones son de ambiente minero: transcurren en las salitreras, espacio que el autor conoció muy bien. Escritos con ojo atento a los detalles y una cuota de cinismo (acaso autobiográfico), ambos relatos describen las durísimas condiciones de trabajo de los calicheros y corresponden a la madurez artística del narrador chileno, al punto que han aparecido en más de una antología.

Menos conocida es la dramaturgia de Barrios, a pesar de que se montaron las cinco piezas que escribió. Del máximo interés resulta «Mercaderes en el templo», ganadora en 1911 del certamen que convocó el Consejo Superior de Letras y Bellas Artes para celebrar el centenario de la Independencia. La obra gira en torno a un escultor que enferma justo cuando acaba de enviudar. Padre de una niña, debe hipotecar su casa a un usurero que la convierte en un sanatorio para tuberculosos. ¿Beneficencia? «No confundamos», advierte el protagonista del drama. «Hacen limosnas; y una cosa es la limosna y otra la beneficencia».

Pedro Maino, director de Ediciones de «Los Diez», destaca que el valor de «Mercaderes en el templo» radica en que se trata de la primera obra teatral de Eduardo Barrios y en que había permanecido inédita. «Parte de la actualidad de su tema es la crítica a la forma en que algunos empresarios pretenden legitimar su nueva posición, a la cual accedieron de maneras poco honrosas, a través de una aparente filantropía y con la abierta colaboración de la Iglesia», dice Maino.

Si Barrios se muestra especialmente duro con las clases dirigentes de la primera década del siglo XX, en su breve comedia «Por el decoro» (1912) representa en clave de farsa la existencia parasitaria que arrastran los empleados públicos favorecidos por relaciones familiares: leen folletines en horas de trabajo, salen a tomar el té y se pasan el día haciendo lobby con parlamentarios para obtener aumentos de sueldo con cargo al presupuesto fiscal. En «Lo que niega la vida» (1913), Barrios desnuda la función del matrimonio como mecanismo para el ascenso social de la mujer mientras que su ruptura señala, indefectiblemente, la pérdida de su reputación.



El sello de «Los Diez»

Tanto Cuentos como Teatro contienen un epílogo —el mismo— de Juan Pablo Yáñez Barrios, nieto del escritor. El texto asocia emotivamente la figura de Eduardo Barrios con sus casas de la Plaza Pedro de Valdivia y San José de Maipo. Yáñez lo recuerda en esta última: «Veo a mi abuelo parado en el umbral de la galería, con faja y sombrero de huaso. Lo veo bajo el parrón tanteando la uva. Lo veo, tijeras de podar en mano, cuidando las rosas. Lo veo bromear con los nietos, darle vuelo al columpio, sacar duraznos, peras, guindas de los árboles del jardín». Precisamente en ese lugar —donde hoy funciona el Museo Casa Cultura Dedal de Oro y todavía vive Carmen (97 años), la hija mayor del literato— se realizará el próximo sábado 3 de noviembre, a las 19:00 horas, el lanzamiento de los dos libros.

En el texto de presentación para ambos títulos, Pedro Maino refiere que Eduardo Barrios se incorporó a Los Diez en reemplazo del arquitecto Julio Bertrand Vidal, fallecido prematuramente en julio de 1918. Bertrand había sido uno de los miembros fundadores del grupo junto al escritor Pedro Prado. Bisnieto de este último, Maino refundó Ediciones de «Los Diez» para dar continuidad al proyecto editorial que se truncó en 1917. Con los cuentos y los dramas de Barrios se inicia una segunda época. De acuerdo a Maino, su propósito fundamental es poner a disposición de los nuevos lectores las obras que no estén accesibles y que revelen aspectos desconocidos de sus autores. Por eso decidió privilegiar aquellas que no habían sido publicadas hace por lo menos 30 años y que estaban descatalogadas.

«El arte, la amistad y el humor fueron los pilares sobre los cuales Los Diez construyeron su refugio», recuerda Pedro Maino. «Y son precisamente esos tres elementos los que queremos rescatar para darle nueva vida a ese emblemático proyecto editorial. Buscamos continuar también su espíritu transdisciplinario, intentando diversificar el catálogo con publicaciones de arte, literatura, música y filosofía, así como también motivar el cruce y colaboración entre distintas disciplinas, como solían hacer los hermanos decimales».



 

 

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