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“Pleamar” de Víctor Alegría

Por Eugenia Brito


 

 



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Este libro de poemas de Víctor Alegría estructurado en tres partes: 1. Paisaje Cierto; 2. Especias  y 3. Días de Septiembre.

En el Capítulo 1, Paisaje Cierto, los poemas aparecen derivados de una emoción de la contemplación de un paisaje campestre: del campo, pero pronto, esta emoción se rompe y lo mismo ocurre con el "lugar idílico" que pintan, y esta grieta que serpentea, deteriorando el lugar.

Habría varias razones, razones de sentido anudadas a esta ruptura: la sensación heraclitiana del tiempo que transcurre, del carácter mudable y perecible de las cosas, lo que tiene que ver con lo perecible de los procesos de construcción de la realidad, con lo mudable de la naturaleza y de la condición material de lo terrestre. Circunstancias todas ellas que contribuyen a romper el "locus amoenus" que es el tópico bajo el cual Víctor Alegría diseña este poema.

Otra de las razones, es la modernización y la muerte de las culturas agrícolas que ella trae consigo, hecho que en Europa comienza en el S.XIX y tiene su apogeo en el S.XX. A ello se suma la llegada del industrialismo y la entrada de los campesinos en el mundo de la industria y en las revoluciones tecnológicas:

"Vuelven cada noche

A  una lánguida cohabitación
que no los une:
todo lazo destruye
la agosta miseria

Ya no habrá madura mies
Ni vegas, ni vastos horizontes,
Ni pechos esperanzados" (p.12)

La miseria es uno de los factores de la desarmonía, quita la esperanza pues vuelve infructíferos los campos, su antiguo sustento, su placer y su descanso.

El otro hecho es el presagio del poeta que encuentra en la pleamar, la bajamar y el ahornar, la metáfora precisa para la construcción de una escritura, que tomando como punto de apoyo la naturaleza y sus vaivenes, construye sobre ella una escritura, la de una melancolía por la isla que produce en su corazón y que semejante a una flor, guarda en cada uno de sus pétalos, la ausencia de la amada / del paraíso / de la felicidad.

Otra de las metáforas de la amada es el jardín. Pero lo que estremece el texto es el movimiento del mar, admirable aunque desconcertante y productor de terror: terror ante el abismo, ante la nada y en la medida en que configura la distancia entre él y las galaxias y las estrellas, el poeta siente que el abismo que observa en el mar y en el cielo, está también en él, como antaño lo sintiera el Conde de Lautréamont en Cantos de Maldoror, en su magnífico texto: Oh, océano. Finalmente, como buen componente del abismo, el poeta encuentra la muerte en el revoloteo de las olas y en el movimiento abisal e intenso de las aguas. Es el ronco ruido de las olas su manera de presagiar el final de agua que espera al destino humano, mezclado como huella en la profundidad de su tormentoso llamado. Pero aparece la figura de la amada y todo se tiñe de deseo, y el deseo como la flecha exacta que combina la muerte con la vida lo aleja del ojo de la muerte, que como todo mortal lo sabe, es una gran seductora, paralela al amor es 1 a aniquilación del cuerpo y sus sentidos.

En Especias, la segunda parte, el poemario se abre en la ruta del amor, que da vida a poemas breves y con imágenes muy bellas, de desigual contextura. En unas late la procedencia moderna, del Surrealismo y a ratos parecen evocar a Vicente Huidobro: con sus "estrellas que agonizan/ en nuestras cabelleras" (p.29). Y este otro poema, de factura postmoderna en que la pintura hace nacer una verdad revelada sólo en el lenguaje pictórico: "Pinto tus ojos/ tres generaciones / se miran / en esa fuente" p.33. Tras el elogio del amor, sobreviene una meditación sobre la condición humana y sobre el dolor: "Cada uno arrastra su dolor / a solas. Humano es / sorber el salado mar /  calladamente. Poema quevediano de data antigua, digamos del barroco de Góngora y Quevedo.

Llama la atención también hacia el fin de la segunda parte, este poema: "Y tú tiempo / no eres infinito. Infinita es mi / manera / de pensarte / a solas" (p.47), en que la muerte, lo mudable, lo abisal se vuelcan al yo y a las coordenadas que estructuran el ser, como es el tiempo.

En la Tercera Parte, Días de Septiembre, el poema se vuelca en la separación del amor, en el que ve repetirse el mismo ciclo que antes viera en los campos, en el mar y en la mujer, lo ve ahora instalado en la relación de pareja: hombre / mujer. Pero desde dentro de sí, surge otra propuesta, una que contiene como clave toda la anterior. Se da cuenta del dolor que hay en el mundo y madurando, adopta con sabiduría esta postura kavafiana, que evoca el poema que Kavafis hiciera a la ciudad natal:

Otra suerte mejor
No desees:
Te pertenece.
Asúmela
Como el sol
Como la luna
A quienes interrogas.
Mudos son
A tus preguntas. (p.61)

El tiempo finalmente se enangosta y pasa por todas las cosas. Llega la casa del hombre y finalmente a él para terminar como dijera en sus célebres coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir", Alegría piensa en ese mismo mar antiguo al que todos por derecho propio pertenecemos.

Finalmente, dice, el ciclo de la vida termina: el rostro más querido sale de todo marco y se va en la nada. Así ha pasado, así sucederá y "alguien que quisimos, / pronunciará nuestros nombres; / como pasado lejano / y sepultado" (p.70).

Así pues, el poema cubre una secuencia que va desde la trizadura de un paraíso en el que se desliza, como su metonimia, la serpiente y con ella el habla que se mueve por las diferencias dejando caer el naipe marcado con la cifra de lo mudable; después sigue, casi epigramático por la segunda parte en que una mujer lo distrae con su amor y con el erotismo que ella le provoca, es su jardín, su isla y la rosa, flor privilegiada por todo poemario amoroso.

Y finalmente, por la meditación metafísica por el pensamiento de la muerte, como dato no fácil de suprimir u olvidar sino como dato que obliga, obliga a considerar todo lo amado como inexorablemente sometido a esta ley y además, al olvido, a ser menos que la ruina, puesto que ésta aún llama a la melancolía, al duelo, a la admiración y a la reconstrucción y reparación del tiempo como una especie de pasado puesto en el futuro, de manera alegórica.

Lo que suscita una axiología, una exigencia de valorar como supremo el gesto de recepción y recreación de los dones recibidos, siguiendo a la poeta chilena Stella Díaz Varín. Los dones recibidos nunca serán insepultos.



 



 

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