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[Prólogo a Ernesto Carrión, Fundación de la niebla. /abril, 2010]

Julio Hubard
México. Abril, 2010

Un día uno se ve como jurado de una beca para escritores latinoamericanos. Una pila de aplicaciones, currículos, documentos de identidad, probatorios de residencia y muchas páginas de obras y obras en proceso. Horas. Y luego, horas. Se lee todo. El gusto ha quedado adormecido desde antes de que el tedio se acodara en mi escritorio, a veces por encima del placer que da el encuentro con la literatura.

De pronto, algo no anda bien. Ernesto Carrión. Qué. Leer otra vez. Sí; eso era: poesía. Brusca, recargada, difícil de leer porque no cesa de proferirse, porque no deja respiro, porque va sola, sin importarle que la acompañe el lector, algún lector. Y uno ya estaba cansado, pero de otro modo: cansado de corrección, de redacción, de cuartillas ecuánimes y uniformes, en esa prosa continental que no sabe a nada, o en esos versos que yacen en su propia tipografía, y tampoco saben a nada. Algo no anda bien. Desde el título del proyecto: Los diarios sumergidos de Calibán. Y Calibán no es cosa fácil: medio fiera, medio niño, es un ente que, en manos inexpertas –y a eso le temía– se vuelve una mala proclama política y, en manos demasiado expertas, una mala teoría de la cultura. Se necesita, para atreverse con tanto, algo que han tenido muy pocos: Browning, Auden, por ejemplo. Pero los calibanes en la cultura latina (de Renan a Groussac, de Rodó a Fernández Retamar) ostentan el resentimiento del autor y no la ferocidad del personaje. Pero algo, digo, no estaba bien. Por lo pronto, carecía de ese tono de lamento latinoamericano y, además, no buscaba convencerme de nada. Una poesía autosuficiente que no estaba esperando la aprobación de un supuesto lector. Iba sola, la poesía. Se bastaba. Era el cuarto libro de una serie de cinco: Fundación de la niebla, Demonia Factory, Monsieur Monstruo, Los diarios sumergidos de Calibán y Proyecto de demolición: Promesa de territorio. Un trayecto desmesurado, que sólo podrá completar un poeta con arrestos suficientes para no ocuparse de sus posibles lectores. Virtud extraña, la de no requerir de la posible aprobación de otros. Poesía obsesiva consigo misma y sin concurso de los aplausos. Aprendí pronto a celebrar esa cualidad de independencia y riesgo desde mis primeras lecturas de sus poemas.

Mi curiosidad fue en aumento. Pude acceder luego a Demonia Factory y a otro libro, La muerte de Caín, que no forma parte de este quinteto. Quedé impresionado, nuevamente, y por las mismas razones: Carrión es el resultado de una escritura que lo va inventando; es una búsqueda genésica que se quiere más real que aquella parcela de sensatez que solemos llamar yo. Por eso se vuelve preciso no dejar de escribir, no ceder el espacio a una silenciosa nada ni a la plaza del habla mercantil; por eso no puede detenerse a ser escuchado: no es un diálogo sino una supervivencia. La cortesía con el lector es un lujo de quien no está en riesgo de dejar de ser en cuanto deje de proferirse. Es la notable trayectoria de una poesía que inventa a su autor. Y ese ser en formación comienza aquí, en esta Fundación de la niebla, y sólo tiene dos destinos: desvanecerse o alcanzar el ser.

Apuesto a que sus innecesarios lectores, sus abrumados lectores, no podrán sino celebrar la potencia con que este poeta pasa por encima de las cosas, las trabuca y, en su reacomodo, queda siempre a punto de llegar a ser. Ese lector, si acaso, puede descubrir que su trayecto era el mismo desde el comienzo: el yo del poeta son los fragmentos con que se arma uno después de la travesía.

 

 

 

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Julio Hubard. México. Abril, 2010.