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DIFUMINARSE COMO SI DE UN POEMA SE TRATARA

Presentación de Fundación de la niebla de Ernesto Carrión

Por Héctor Hernández Montecinos

¿Cuáles son los límites? ¿Cuándo uno dice hasta aquí? ¿Cuándo la mano deja de escribir y luego el ojo verifica que la evidencia esté oculta pero expuesta a la vez? La diferencia entre el aquí y el allá dentro de un poema es más bien una mirada hacia el interior de las cuencas. Nada sabemos a ciencia cierta, pero intuimos que ahí está, que ahí alguien se resistió a la muerte y ganó una pequeña batalla. Nada más que eso, una simplona noche arrebatada al silencio, al cerrar los ojos y olvidarse de la eternidad.

Difusa y esquiva, la niebla como metáfora, es una primera materialidad en esta escenografía poética, en este despliegue de lenguaje, que burla la prepotencia de la luz, su desmedida ubicuidad y su orgullosa rapidez. Aquí, en lo nebuloso del don, las manchas, los destellos, las texturas a lo lejos están en constante movimiento generando un ritmo, un ritornello, que anula la distancia entre el sujeto y el objeto, entre lo subjetivo y su objetivo, pues el poema y el libro se escabullen juntos de su autor y se dan el espacio, y por qué no, el placer de desaparecer.

Fundación de la niebla de Ernesto Carrión representa en profundidad esa ida al abismo, al límite entre lo visible y lo deseado. Es la cabeza con quien se inicia un diálogo a través de los sentidos, una cabeza que se pregunta por el resto de un cuerpo, de un corpus, que es intermitente, anómalo en su circulación, un golem interdicto que se transfigura, se esconde, se expone como una serie de retazos de una identidad fracturada, segmentada por las señales de una vida que no pudo ser.

Pellejo, pecho, rostro, manos, piel son los restos, las ruinas de un alguien que optó por desaparecer y vivir dentro de su propia obra, dentro de los límites de su propia imaginación que no claudica en mirar hacia adelante pero con la previsión de que tras de sí corre la muerte, el olvido, el nada más. Una cabeza por un lado y un cuerpo, o lo que quede de él, por otro. No se unen, se contemplan a lo lejos como de una isla a otra y el puente es el poema, el libro, la obra. Hecha de palabras que ya están muertas y bajo una noche que no es la original, pues aquella sólo existirá una vez, pero será demasiado hermosa para contarla al día siguiente. Cito.

Tengo miedo en las noches, en las mañanas y me aferro al poema. Pero el poema no existe –como yo-. Para luego afirmar: Un espejismo sonámbulo: el poema (p. 31). Es decir, la desintegración de la obra no como el acto inverso de crear, sino que como una manera de construir desde el después, y no desde un antes como la cultura occidental ha hegemonizado hasta ahora. Poemas que regresan, no que aparecen desde la nada, desde la nada de la vida.

A medida que se avanza en Fundación de la niebla ya no es un ‘cuerpo sin órganos’ quien habla, sino que es la misma creación anulada, en realidad no anulada, sino suspendida pues el poema mientras es escrito desaparece del mundo real y se concretiza en un lapsus, en un momento en que la verdad duda, la belleza tiembla y el bien huye. No sólo es un horror al vacío, sino que el vaciamiento de ese horror hacia otra materialidad: la niebla, este segmento del ciclo del agua que ha sido anulado por su relativa importancia, pero que sin embargo borronea el tiempo y escenifica el espacio.

La aparición de Monsieur Monstruo como un demiurgo, como el puente entre el cuerpo que no es cuerpo y el poema que no es poema, es la solución final y al mismo tiempo el inicio del problema. Antídoto y veneno, pues se apropia de la autoría de la obra y de la autoridad de ese que escribe. Quizá sea la única figura en medio de esta nebulosa, esta galaxia paralela que tiene una historia, y por ende, un destino. Cito:

Borronear este cuaderno hasta cerrarlo (p.51). No es la agonía del poema, es la agonía de la expectativa del género lírico que Ernesto Carrión ha llevado a cabo desde sus primeras obras. Una conciencia del poema en big bang, pulsionado desde el mito, la historia, el devenir del deseo y la genealogía del miedo. Sin duda, sus colecciones de libros terminarán siendo una sola gran obra, que no es sólo de Carrión, sino que de una multitud de singularidades que sin darse cuenta dieron vida a un corpus, que ya no les pertenece, pues lo propio y lo impropio son la fundación y la niebla de lo que hasta ahora entendíamos por poesía y que por un segundo creímos. Un segundo que duró cientos de años.

Ambato, octubre de 2010

 

 

 

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